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Entrégale a Dios tu amor, y él te dará lo que más deseas. Pon tu vida en sus manos; confía plenamente en él, y él actuará en tu favor. Salmo 37:4 BLS

domingo, 7 de octubre de 2012

Convención Internacional Liderazgo Juvenil 2012 - LA RESISTENCIA


Convención Internacional Liderazgo Juvenil 2012 - LA RESISTENCIA

Hola amigos,

Los invitamos a apoyar a nuestro hermano Germán A. Rodríguez L. (@Germarod) en el concurso


Para acceder deben tener facebook y dar clic en el siguiente enlace: http://on.fb.me/SLNahr 

¡Queda un solo día para votar!...

sábado, 12 de mayo de 2012

Las dispensaciones

Las dispensaciones

La Biblia muestra la relación de Dios dada de diversas maneras a través de edades sucesivas.  En esa manifestación hay etapas en las que Dios concede responsabilidades al hombre.  Esas responsabilidades se denominan dispensaciones del propósito divino.

La palabra dispensación, (del Griego oikonomia: gerencia o economía) es usada cerca de veinte veces en el NT, con el significado de "manejar, regular, administrar y planear los asuntos de una casa." Este concepto de la administración humana se ilustra en Lc.16:1-2, donde están detalladas las ideas de la responsabilidad y de la posibilidad de cambio. En otros pasajes (Ef.1:9-10; 3:8-9) la idea de la administración divina muestra un plan que es logrado por Dios en este mundo.

La administración de Dios del plan para el mundo se divide en varias dispensaciones o arreglos de la administración a través de la historia del mundo. Así desde el punto de vista de Dios una dispensación es una administración y desde el punto de vista del hombre, es una responsabilidad.

Las dispensaciones permiten establecer una división cronológica en periodos bien definidos. La relación del hombre con su creador no es la misma en todas las épocas. Dios no cambia, lo que cambia son las instrucciones y responsabilidades dadas al hombre. Una dispensación no es un período o una época, solamente un modo de repartir, un arreglo, o administración de asuntos.

Las dispensaciones otorgadas al hombre han tenido un fracaso y posteriormente un juicio por parte de Dios (ver imagen).
  • Primera Dispensación o de la Inocencia. (Gn 1:26-28, 2:15-17) desde la creación hasta el juicio de la expulsión
  • Segunda Dispensación o de la Conciencia. (Gn 3:7) desde la expulsión del Edén hasta el diluvio.
  • Tercera Dispensación o del Gobierno Humano. (Gn 8:15-17, Gen 9:1) desde el diluvio hasta la dispersión de Babel
  • Cuarta Dispensación o de la Promesa. (Gn 12:1-7) desde el llamado de Abraham hasta la esclavitud en Egipto
  • Quinta Dispensación o de la Ley. (Ex 19:3-8) desde el éxodo hasta la crucifixión.
  • Sexta Dispensación o de la Gracia. (Juan 1:12) desde el día de Pentecostés hasta la segunda venida de Cristo
  • Séptima Dispensación o del Reino. (Ap 19) desde el Juicio de las naciones hasta la nueva Jerusalén.









para ver los videos clic aquí

Fuente: Material de clase Dr. O. Campo, Conferencia Dr. J. Yrión

miércoles, 25 de abril de 2012

Vivir la Palabra de Dios

Vivir la Palabra de Dios
Por: Dr. Esteban Fernández


Link pa'escuchar: Vivir la Palabra
 

Los pactos con Dios

Los pactos con Dios
Por: Dra. Rebecca Brown


Link para escuchar


martes, 24 de abril de 2012

Por qué creo (ebook)

Por qué creo
D. James Kennedy



Link pa'descargar: Kennedy - Por qué Creo

He aquí un libro con respuestas inteligentes que cualquier creyente puede emplear para atacar el materialismo, el ateísmo o cualquier otra arma de Satanás

¿Defendería su fe contra los críticos y los incrédulos que lo rodean por todas partes?

Nuestro mundo tiene una miríada de desafíos: el materialismo agresivo, el ateísmo, las religiones no cristianas, la televisión, las revistas, los libros, las películas. Sin embargo, Por Qué Creo, ofrece abundante munición para nuestro contraataque:
  • Cómo la profecía cumplida demuestra visiblemente la verdad bíblica.
  • Cómo la arqueología confirma la verdad bíblica.
  • Cómo los argumentos científicos están a favor de la creación bíblica.

Cuando el autor oyó que en un programa radial de llamadas telefónicas un ateo militante hacía añicos a todos los cristianos que llamaban, se sintió tan angustiado que decidió hacer algo al respecto.

Debido a sus conocimientos de una vida dedicada al estudio, ha compilado esta poderosa y apremiante declaración de lo que creemos los cristianos y por qué lo creemos... respuestas inteligentes y bien formadas a objeciones que a menudo le hacen a la fe cristiana.

Por Qué Creo es una declaración intensamente penetrante y personal que querrá hacer suya.

martes, 13 de marzo de 2012

Un tal Jesús

Un tal Jesús



Y ustedes, ¿quién dicen que soy?

Hace dos mil años un hombre formuló esta pregunta a un grupo de sus amigos. Lo que estos respondieron no tiene tanto interés como lo que nosotros responderíamos hoy. Porque la pregunta sigue vigente, y la historia y el mundo y muchos de los que hacen la historia o habitan este mundo no han terminado de responderla. Sin embargo, dar una correcta respuesta a la misma es asunto de vida o muerte.
El personaje que formuló la pregunta era un simple artesano que hablaba con un grupo de aldeanos y pescadores. A los ojos de la mayoría de sus contemporáneos, nada hacía sospechar que se tratara de alguien importante. Vestía sencillamente. Quienes lo rodeaban era gente de más bien baja cultura. No poseía títulos ni influencias. Él y sus amigos hablaban arameo, una lengua minoritaria sin mayor incidencia en la cultura. Jamás habían salido de su pequeño y olvidado país que no tenía autonomía administrativa, pues estaba dominado por el imperio romano. No contaban con armas ni poder alguno. Eran en su mayoría jóvenes; el que hacía la pregunta apenas pasaba los treinta años y en un par de años más, moriría por la más violenta de las muertes.
El grupo comenzó a hacerse visible y a ser odiado y despreciado por los poderosos dirigentes de su pueblo. Aunque muchos se sorprendían de sus hechos, no acababan de comprender lo que aquel hombre predicaba. Los más radicales y violentos que buscaban un líder arriesgado y aguerrido, lo veían débil y manso. Los guardianes del orden lo hallaban violento y aventurero. Los doctos y cultos lo despreciaban. Los dirigentes pensaban que estaba loco. Había dedicado toda su vida al Dios de su pueblo, pero los representantes de la religión que profesaba lo consideraban blasfemo y enemigo de sus instituciones.
Las multitudes lo seguían por los caminos, lo acosaban en sus reuniones públicas o privadas, pero la mayor parte de ellos estaban interesados más en sus milagros y hechos portentosos, sobre todo cuando podían beneficiarse de los mismos, como cuando repartió panes y pescado a todo el que quiso comer: más de cinco mil en total, sin contar las mujeres y los niños. En efecto, todos lo abandonaron cuando las autoridades político-religiosas lo prendieron y lo condenaron a muerte. Sólo su madre y tres o cuatro amigos, en su mayoría mujeres, le acompañaron en su agonía.
La tarde de aquel viernes cuando la losa de su sepulcro, prestado por uno de sus amigos, se cerró sobre su cuerpo, nadie hubiera apostado ni un centavo por su memoria; nadie ni siquiera se hubiera imaginado que su recuerdo podría perdurar en algún sitio, fuera del corazón de su madre adolorida, y entre el grupo minúsculo de sus amigos.
Sin embargo, hoy, veinte siglos después, la historia sigue girando en torno a la memoria de aquel hombre. Los cronistas e historiadores continúan calculando los acontecimientos colocándolo como punto de referencia, anotando que tal o cual hecho ocurrió tantos o cuantos años antes o después de él. Media humanidad ha tomado como identificación su nombre cuando se le pregunta por sus convicciones religiosas. Y después de casi dos mil años se siguen publicando millares de libros, folletos y artículos acerca de su vida y doctrina; más que sobre cualquier otro personaje. Su historia y enseñanzas han servido como motivo y tema de inspiración para más de la mitad del arte que el mundo de la cultura ha producido, desde su arribo a la tierra. Y cada día miles de personas lo dejan todo para seguirle, imitando a sus primeros amigos.

¿Quién es este hombre?

¿Quién es este hombre por quien tantos han muerto, a quien tantos han amado hasta la locura y en cuyo nombre se han cometido también por desgracia tantas violencias y persecuciones? En los últimos dos mil años su nombre ha estado en la boca de los agonizantes como una esperanza y en la de los mártires como un título de gloria. ¡Cuántos han sido encarcelados, han sufrido tormentos o han muerto sólo por proclamarse seguidores suyos!
Muchos también han abusado de su nombre y lo han levantado como una bandera para justificar sus intereses, sus dogmas, sus imposiciones y sus intransigencias. Pero su doctrina, bien o mal comprendida o aplicada, ha inflamado el corazón de los santos y las hogueras de la Inquisición. ¿Quién es este personaje que llama a la entrega total, y que provoca en muchos un odio irracional? ¿Quién es y qué hemos hecho de él? ¿Cómo hemos usado su nombre y su enseñanza: como sal regeneradora, o como opio adormecedor; como bálsamo que cura o espada que hiere? ¿Quién es? ¿Quién es?
Quien no haya respondido a esta pregunta no ha comenzado a vivir. Porque, si es cierto lo que él dijo de sí mismo, y lo que entendieron y dijeron de él sus discípulos, la vida se hace difícil de entender y de vivir sin él. Empero si hubiera sido un embaucador o un loco, media humanidad que le ha seguido y cree fielmente en sus enseñanzas estaría perdida o delirando.
No ocurre lo mismo con otros personajes de la historia. Que César pasara el Rubicón o no lo pasara, es un hecho que puede ser verdad o mentira, pero en nada cambia el sentido de mi vida. Que Carlos V fuera emperador de Alemania o de Rusia, nada tiene que ver con mi salvación. Que Napoleón muriera derrotado en el Elba o que llegara como emperador hasta el fin de sus días, no moverá a un solo ser humano a dejar su casa, su comodidad para marcharse a evangelizar en el corazón de África. Que John F. Kennedy o Martin Luther King hubieran sido asesinados o no en nada afectará mi vida en la eternidad.
Pero con este hombre el asunto es diferente. Exige respuestas absolutas. Es imperativo y vital conocerle y tomar una postura ante su persona y su oferta de salvación. Él afirma que quien cree en él asegura su vida, y si lo ignora, la pierde. Este hombre se presenta como el "camino, la verdad y la vida". Dependiendo de nuestra respuesta a su pregunta: "Y tú, ¿quién dices que soy yo?", nuestra vida cambiará totalmente. Si nuestra respuesta se parece a la que Pedro dio en nombre de sus compañeros: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios viviente" (Mateo 16:16), y lo creemos así de corazón, entonces nuestra vida sufrirá la más sorprendente y maravillosa transformación: nuestras relaciones con Dios y con los hombres cambiarán por completo; nuestra forma de ver el tiempo y esperar la muerte y la eternidad adquirirán otro sentido: el de la paz, la seguridad y la esperanza; y conseguiremos un poder imposible de conseguir por cualquier medio humano: el formidable poder de los hijos de Dios.
Para aquellos que andan en la búsqueda de este Jesús, y aún no lo han encontrado...
Para los que todavía no están seguros de cómo responder a su pregunta...
Y para los que ya lo encontraron y han respondido decididamente a su pregunta confesándolo como su Cristo Salvador, y ahora se esfuerzan por seguirle el paso en el exigente camino de la vida cristiana, quiero dedicar, para cerrar las páginas de este libro, la humilde vivencia que yo mismo, como muchos de sus discípulos, he tenido al compartir con Jesús el camino de mi vida:

SÚPLICA AL JESÚS DEL CAMINO

"Jesús mismo se acercó y comenzó a caminar con ellos" (Lucas 24:15).

Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.

martes, 6 de marzo de 2012

Un tal Jesús: Se necesita un Hombre

Un tal Jesús



Se necesita un Hombre

El mundo está en problemas

Hoy, como ayer, el mundo está en problemas: problemas económicos, sociales y políticos; problemas materiales y físicos, morales y espirituales; problemas de hambre, pobreza e ignorancia; problemas de guerras, divisiones y hostilidades; problemas de crimen, inseguridad y vicios; problemas de explotación, injusticia y opresión; problemas de inmoralidad, pecado y desorden social; problemas y más problemas.
Pueblos y naciones, instituciones e individuos buscan afanosamente al hombre providencial que les brinde respuestas y soluciones. No uno, sino muchos hombres y mujeres que recobren la esperanza para el mundo. Las religiones los buscan en sus cónclaves, asambleas y concilios; los gobiernos, las instituciones sociales o políticas tratan de elegirlos mediante complicados procesos de elecciones. Universidades, escuelas y colegios ofrecen sistemas de enseñanza para prepararlos. Todos buscan al hombre-solución.
Empero, esta búsqueda no es de hoy. Desde los albores de la historia anda el hombre en la búsqueda de quien le resuelva sus problemas. Egipto creyó encontrar la respuesta en sus faraones, constructores de pirámides. Hoy sólo quedan de ellos sus momias y recuerdos, y sus majestuosos mausoleos de piedra. Asiría estuvo orgullosa de Senaquerib, Sargón y Asurbanipal, conquistadores del mundo que se engrandecieron a sí mismos a costa del dolor de otros pueblos.
Babilonia tuvo a Nabucodonosor, no uno, sino varios, constructores de murallas y fortificaciones que hicieron esclavo al pueblo de Dios y destruyeron su templo en Jerusalén. Uno de ellos pudo ser el gran líder, sin embargo, la corrupción que entronizaron en sus reinos la heredó Baltazar, quien tuvo que escuchar de Dios, por boca de su profeta Daniel, la terrible sentencia: "Pesado has sido en balanza y fuiste hallado falto. Tu reino ha sido roto" (Daniel 5:27-28).
El imperio medo-persa dio al mundo a Ciro, Darío, Jerjes y Artajerjes, conquistadores de pueblos a los que rebajaron y explotaron en lugar de educarlos y elevarlos. Grecia llegó a su cénit de gloria y de poder con Alejandro Magno, vencedor de los persas en Arbelas. Alejandro extendió los confines de su reino hasta la India y se quedó sin mundos para conquistar; pero él y su imperio desaparecieron al paso de las huestes de los nuevos dueños del mundo, los romanos. Cartago, al norte de África, produjo a Aníbal, genio de la guerra que invadió a Europa por los Alpes y venció a los romanos; no obstante, murió más tarde derrotado, suicidándose, al ver destruidos su ciudad y su imperio.
Tampoco fueron solución los emperadores romanos; ni siquiera los más sabios y poderosos como Julio César y Marco Aurelio. Su poder absoluto se convirtió en corrupción absoluta hasta hacerse adorar como dioses, sacrificando a quienes, como los cristianos, se negaban a reconocer el despropósito.
Ya en la Edad Media lució con esplendor entre los reyes francos Carlomagno, coronado por el Papa como el gran emperador de Occidente. Protector de las artes, benefactor de la iglesia; mas su imperio se desmoronó con su muerte. Otro Carlos, el I de España (V de Alemania), llegó a ser emperador de Europa y América. De nada le valió, pues enfermo de cuerpo y alma hubo de retirarse a un monasterio, abdicando el trono. En Francia, Luis XTV fue llamado por su pueblo con admiración y esperanza, el "Rey Sol". Pero el esplendor de su reino pronto se opacó, desmembrándose en mil pedazos. Parecía que la espada de Napoleón iba a conquistar el mundo, hasta que fue vencido en Waterloo y desterrado a la isla de Elba.
En los tiempos modernos se han levantado reinas Victorias de Inglaterra, Hitlers en Alemania, Musolinis en Italia, Roose-velts y Kennedys en los Estados Unidos y miles más en otros tantos países del mundo. Todos han hecho cosas buenas o malas, pero ninguno de ellos ha logrado redimir al mundo de sus males, que hoy siguen idénticos o más graves que en el pasado. Todavía, SE NECESITA UN HOMBRE.

¿Qué clase de hombre?

Un hombre puro, de vida limpia y cristalina; con salud, fuerza y resistencia nacidas de la disciplina y la virtud. Un hombre que ha aprendido a vencer los vicios y a practicar la virtud. Un hombre sabio, con criterio para juzgar, analizar, decidir, aconsejar, dirigir y orientar, pues millones esperan su palabra de sabiduría y prudencia.
Un hombre comprensivo y compasivo, conocedor del alma humana, de sus inquietudes y necesidades; accesible a todos. Que hable su lengua y entienda sus cuitas y problemas. Que sepa amar e identificarse con todos. Sincero y universal; no excluyen-te, sino incluyente.
Un hombre dedicado, consagrado a un ideal. Que "prefiera servir antes que ser servido" (Mateo 20:28). Un hombre sin egoísmos; que "no busque lo suyo" (1 Corintios 13:5) y sepa desgastarse en favor de los otros (2 Corintios 12:15).
Un hombre esforzado y valiente como Moisés o Josué; con poder de liderato para conducir a un pueblo a la nueva tierra prometida. Carismático, capaz de hablar a los corazones e inspirar a otros a seguirle. Que sepa encender el entusiasmo y poner de pie a un ejército decidido de seguidores.
Un hombre de fe, con los pies bien puestos en la tierra, pero la mirada fija en la eternidad. "Seguro en quién ha creído" (2 Timoteo 1:12); convencido de su vocación; firme en sus convicciones, las que no sacrificará, ni por la vida.

¡He aquí el hombre...!

Cuando Poncio Pilato presentó a Jesús azotado y coronado de espinas al pueblo que pedía su muerte, como el ecce homo, "¡Aquí tienen al hombre!" (Juan 19:5-6), sin quererlo estaba afirmando la más grande verdad de los siglos: ¡Cristo es el hombre! El único, el verdadero hombre; el hombre completo, el que el mundo necesita, Jesucristo posee todas las características para ser el gran dirigente de la humanidad.
Hombre de poder. "Por medio de él todas las cosas fueron creadas Sin él, nada de lo creado llegó a existir" (Juan 1:3). ¿Cuáles cosas? Responde Pablo: "... todas las cosas en el cielo y en la tierra, visibles e invisibles, sean tronos, poderes, principados o autoridades: todo ha sido creado por medio de él y para él" (Colosenses 1:16). Mientras vivió en la tierra, muchos fueron testigos de sus poderes milagrosos. Hacía cosas que nadie podía hacer, como ordenar al viento, calmar tempestades, sanar enfermos, resucitar muertos. Una vez dio de comer a cinco mil con sólo cinco panes y dos peces (Mateo 14:15-20). Y acabó resucitándose a sí mismo, saliendo del sepulcro por su propio poder.
Pero el poder sorprendente de Jesús sigue vigente hoy. Millones lo han experimentado. No sólo continúa curando enfermedades del cuerpo, sino transformando almas y personas, haciendo efectivo su anuncio y promesa a sus discípulos de que "el Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que hace"; y le mostraría cosas todavía más grandes que los dejaría a ellos asombrados (Juan 5:20).
Hombre de sabiduría y experiencia. Aunque vivió sólo treinta y tres años en la tierra, traía la experiencia de toda una eternidad al lado de su Padre. A él podrían referirse las palabras del proverbista cuando dice: "El Señor me poseía en el principio. Antes que los montes fueran afirmados... No había aún hecho la tierra, ni los campos. Cuando formaba los cielos, allí estaba yo... Con él estaba yo ordenándolo todo; y era su delicia de día en día ..." (Proverbios 8:22-30). Ante este hecho el apóstol Pablo debe exclamar: "¡Qué profundas son las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! Qué indescifrables sus juicios e impenetrables sus caminos!" (Romanos: 11:33).
Pero la sabiduría de Cristo, siendo tan profunda, estuvo siempre al alcance de todos. "... las multitudes se asombraban de sus enseñanzas, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los maestros de la ley..." (Mateo 7:28-29). Y decían: "¡Nunca nadie ha hablado como este hombre!" (Juan 7:46).
Hombre comprensivo y compasivo. Su amor y compasión por los hombres fue la razón para venir a la tierra. Se hizo puente, intermediario, sacerdote, nuestro gran "sumo sacerdote que puede compadecerse de nuestra debilidad porque él también estuvo sometido a las mismas pruebas que nosotros ..." (Hebreos: 4:15). En mil pasajes de su vida podemos comprobar su amor y compasión. Todos sus milagros son actos de solidaridad con el dolor humano. Su predicación está salpicada de palabras de amor y compasión. Y aun desde la cruz siguió derramando su perdón, pues como dice el libro de Lamentaciones: "El amor del Señor no tiene fin, ni se han agotado sus bondades" (3:22).
Hombre de justicia. Porque el gran dirigente mundial no sólo debe ser poderoso, sabio, compasivo, sino tener un alto sentido de la justicia; fibra moral para defender el orden justo y volverse en contra de las leyes y los gobernantes que oprimen o engañan. Jesús fue el prototipo del más sano equilibrio de justicia y bondad. Bien que se pueden aplicar a él las palabras que Moisés dijera refiriéndose a su Padre: "...tardo para la ira y grande en misericordia; perdona la iniquidad y la rebelión, aunque de ningún modo tendrá por inocente al culpable..." (Números 14:18). Su reino es de justicia aunque se demore un poco en llegar del todo. Así lo enseñan parábolas como la de la cizaña, que concluye: "Así como se recoge la mala hierba y se quema en el fuego, ocurrirá también en el fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles y arrancará de su reino a todos los que pecan y hacen pecar. Los arrojarán al horno encendido, donde habrá llanto y rechinar de dientes" (Mateo 13:40-42).
Hombre de amor y servicio. Su vida toda fue de dedicación absoluta al bien y al servicio del hombre. Pablo lo testimonió así: "Aunque era rico, por causa de ustedes se hizo pobre, para que mediante su pobreza ustedes llegaran a ser ricos" (2 Corintios 8:9). Abnegado y paciente, buscó en todo instante aliviar las necesidades y se entregó a los intereses del prójimo, especialmente del pobre, del marginado o perseguido. Según Pedro "... cuando proferían insultos contra él, no replicaba con insultos; cuando padecía, no amenazaba, sino que se entregaba a aquel que juzga con justicia. Él mismo, en su cuerpo, llevó al madero nuestros pecados, para que muramos al pecado y vivamos para la justicia..." (1 Pedro 2:23-24).
Hombre de fe y confianza. Ni un sólo instante dudó de su misión; ni siquiera en la prueba suprema de la cruz donde lo sorprendemos recitando salmos de esperanza y confianza en su Padre, como aquél que comienza: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"; en el que la angustia se vuelve alabanza,; y el dolor se torna en alegría y confianza en el poder restaurador del Señor: "Pero tú eres santo, tú eres rey, ¡tú eres la alabanza en Israel! En ti confiaron nuestros padres; confiaron, y tú los libraste; a ti clamaron, y tú los salvaste; se apoyaron en ti, y no los defraudaste" (Salmo 22:3-5).
Un hombre no sólo para el tiempo, sino para la eternidad. Como hemos visto, reinos, gobiernos e imperios; príncipes, estadistas y guerreros pasan, mueren, pero nuestro hombre no pasará jamás. Se levantó del sepulcro para nunca más morir. Su liderazgo no tendrá fin, y no habrá necesidad de elecciones cada cuatro o cinco o seis años. "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos" (Hebreos 13:8). "Estuve muerto —afirma él mismo en el último libro de la Biblia— pero ahora vivo por los siglos de los siglos" (Apocalipsis 1:18). Nunca envejecerá, ni cambiará. Conoce el secreto de la vida y sabe comunicarlo a otros. Ante la tumba de Lázaro afirmó: "Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, vivirá, aunque muera..." (Juan 11:25).

Jesús es el hombre

El Cristo de la cruz, el Jesús Salvador, maestro, guía y ejemplo. Hombre de poder, de sabiduría y consejo; de compasión, amor y servicio; hombre de fortaleza, dedicación y entrega. Todo un líder que inspira y arrastra multitudes; que ama, conoce y comprende a la gente; fiel hasta la muerte y más allá, pues hizo efectiva su afirmación de que nadie tiene más amor que aquél que "da su vida por sus amigos" (Juan 15:13). ¿Qué más queremos? ¡He aquí el hombre! ¡Abramos paso a Jesús!

Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.

martes, 28 de febrero de 2012

Un tal Jesús: El Rey que vendrá

Un tal Jesús



El Rey que vendrá

Cambio de gobierno

El tema que ahora nos ocupa es el de un cambio de gobierno. No se asuste. No se trata de un golpe de estado como los que estuvieron en boga hace algunos años en éste y otros continentes. Aunque viéndolo bien, es algo bastante cercano a eso: un golpe de estado definitivo, pero para provecho y bien de muchos. Y es que, ante el rotundo fracaso de los hombres en el gobierno de los pueblos, ya es tiempo de cambiar el gobierno de los hombres por algo superior. Para ello debo hablarles de quién ejercerá el gobierno. Se trata de un Rey muy peculiar. Un gran dirigente mundial que está por venir.
El profeta Isaías lo llama "Jefe y Maestro" (55:4); Daniel, "Mesías y Príncipe" (9:26); el apóstol Pablo, "Rey eterno, inmortal, invisible, el único Dios..." (1 Timoteo: 1:17); y Juan, el teólogo, lo identifica como "... el soberano de los reyes de la tierra" (Apocalipsis 1:5), y declara que vio la expresión "Rey de reyes y Señor de señores" escrita en sus vestiduras, a su regreso a la tierra (Apocalipsis 19:16).

Cómo será este Rey

Será un rey diferente. Traerá una filosofía de servicio. Sorprendente, pues contradice la de todos los reyes y líderes terrenales. No llevará a cabo ningún acto de orgullo. No utilizará autoridad o fuerza arbitrariamente. No se jactará de sus hechos. Deseará servir, más que ser servido.

Como ustedes saben, —se le escuchó decir alguna vez a sus seguidores— los gobernantes de las naciones oprimen a los subditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.
Mateo 25:25-28

Nadie debe temer una monarquía con semejante Soberano en el trono, deseoso de servir a su pueblo y dispuesto a dar su vida en rescate de sus subditos.
Ejercerá un liderato de humildad y abnegación. Este Rey peculiar y único dejó su trono en los cielos y aceptó la más humilde posición de maestro y predicador en la tierra, naciendo de una mujer humilde y desconocida en un pequeño pueblo perdido en la geografía polvorienta del Oriente. Apareció, en el momento oportuno, predicando un camino de regeneración y santidad a un mundo y una sociedad decadentes que se desintegraban en medio de la idolatría y la corrupción. En un acto admirable de abnegación, se desprendió de su gloria para venirse a vivir entre nosotros y procurarnos así la salvación. Un antiquísimo himno cristiano, que Pablo recogió en una de sus cartas, describe así este paso supremo de su sacrificio redentor:

Siendo por naturaleza Dios,
no consideró el ser igual a Dios
como algo a qué aferrarse.
Por el contrario, se rebajó voluntariamente,
tomando la naturaleza de siervo
y haciéndose semejante a los seres humanos.
Y al manifestarse como hombre,
se humilló a sí mismo
y se hizo obediente hasta la muerte,
¡y muerte de cruz!
Filipenses 2:6-8

Quiere compartir su trono. Esta insólita decisión se la manifestó al autor del último libro de la Biblia: "Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono" (Apocalipsis 3:21). ¿Quién oyó jamás semejante desafuero de boca de un rey? Todos los reyes y líderes buscan protegerse, asegurarse, fortificarse, excluir y hasta eliminar a los posibles rivales, y proclamarse absolutos. Para lograrlo, se rodean de incondicionales y validos cortesanos, de fuerzas de seguridad, policía secreta y muchos otros recursos y artilugios.
Nosotros mismos cuidamos celosamente lo que consideramos nuestro propio "reinecito": En mi casa, "yo soy el que mando"; en la oficina o el taller, "yo soy el jefe"; en la iglesia, "yo el dirigente"; y entre mis amigos, "el cabecilla o líder". Pero nuestro Rey dice: "Vengan, únanse a mí, y reinaremos juntos."
Busca identificarse plenamente con la humanidad. La Biblia dice: "Hecho semejante a los seres humanos." Y no fue una identificación transitoria, mientras pasó por la tierra. Después de su muerte, resucitó y asumió el mismo cuerpo humano con el cual subió a lo Alto, a disfrutar de la gloria que había tenido antes de la creación. Desde entonces hay un hombre en el trono de Dios, el cual regresará, como hombre, a ser el juez de vivos y muertos. Veremos en las plantas de sus pies y en las palmas de sus manos las cicatrices de los clavos. El profeta Habacuc, en un vistazo asombroso del futuro, escribió: "Su brillantez es la del relámpago; rayos brotan de sus manos; ¡tras ellos se esconde su poder!" (3:4).
Las cicatrices recordarán a su pueblo que voluntariamente fue a la muerte por todos, y con su sangre los redimió del pecado y les consiguió eterna salvación. Y allí estará el secreto de su poder; el poder de su amor infinito y eterno. Ante las señales evidentes de su amor, ¿podrá alguien temer su reinado, ejercido en amor y sacrificio? Por eso en su coronación habrá gozo y todos gritarán, y nosotros con ellos, si es que ya hemos aceptado su reinado:

¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!
Apocalipsis 5:12

Y todo lo creado se unirá a las voces de los ángeles y bienaventurados, para cantar:

¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.
Apocalipsis 5:13

Todos tendrán que reconocerlo. Los historiadores hablan del celo batallador de Alejandro, de la integridad de Aníbal, de la bondad de Carlomagno, del genio guerrero de Napoleón y del carisma e inteligencia de un Churchill, un Kennedy o un Charles de Gaulle. Todos ellos desaparecerán en la bruma de la historia, mientras nuestro Rey será permanente y eterno. Nuestro Rey está por encima de los más sabios, valientes, nobles y poderosos, como lo afirma el apóstol Pablo:

¡Cuan incomparable es la grandeza del poder de Dios a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y autoridad, poder y dominio y de cualquier otro nombre que se invoque, no sólo en este mundo sino también en el venidero.
Efesios 1:19-21

¡Ese es nuestro Rey! El gran dirigente que vendrá desde las esferas celestes a gobernar el mundo. Él mismo lo ha prometido. Y sus promesas nunca fallaron: "¡Yo vendré otra vez!" (Juan 14:3).

Todos tenemos una cita con el Rey

Tal vez usted no lo sepa, pero tiene una cita con el gran Rey. Todos la tenemos. ¿Cómo es eso? Pablo responde: "Porque es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o malo que haya hecho mientras vivió en el cuerpo" (2 Corintios 5:10).
Esto dijo Pablo a los de Corinto; a los de Roma agregó: "Así que cada uno de nosotros tendrá que dar cuenta de sí a Dios" (Romanos 4:12). .
Es ineludible esta cita. Aunque usted no lo quiera. Por eso debe prepararse desde ahora para presentarse a esta entrevista.
No tema; se trata, es verdad, del personaje más poderoso y sabio, más encumbrado e importante del universo. Pero es a la vez el personaje más asequible, amable y sencillo. Él mismo ha dicho: "¡El que a mí viene, no lo rechazo!" (Juan 6:37). Por eso el autor de la carta a los Hebreos nos invita a acercarnos "confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos" (Hebreos 4:16). Y la invitación del mismo Rey es clara y estimulante: "Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y. mi carga liviana" (Mateo 11:28-29). Invitación admirable de un Rey que pronto gobernará el mundo.

Usted debe prepararse para la cita con el Rey

¿Cómo? Debe aprender a conocerlo y reconocerlo aquí abajo, para tomar parte de su reino en la eternidad. Él ha dicho: "Cualquiera que me reconozca delante de los demás, yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está en el cielo. Pero a cualquiera que me desconozca delante de los demás, yo también lo desconoceré delante de mi Padre que está en el cielo" (Mateo 10:32-33).
Para este reconocimiento necesitamos más que los sentidos y las facultades naturales. Necesitamos de la facultad sobrenatural de la fe. Esta es un regalo de Dios, una gracia que nos habilita para descubrir primeramente que solos no podemos salvarnos, librarnos del pecado, convertirnos, cambiar de rumbo a nuestra vida y comenzar a caminar en la dirección que nos señala la voluntad divina. Al convencernos de esta realidad, estaremos entonces listos para reconocer en Jesucristo a nuestro Rey y Salvador que sí puede cambiarnos; y quien nos dará todas las fuerzas para mantenernos en el bien, progresar en la virtud y vivir su vida de santidad. De esa manera entraremos a formar parte de su reino, y estaremos preparados para presentarnos a su presencia y reinar con él, cuando él venga.

Un Reino dinámico

Se trata, pues, de un Reino dinámico, que está en camino; algo que inició Cristo y todavía no se ha acabado de construir. Y que sólo se realizará plenamente con la segunda venida del Rey, al fin de los tiempos. Un Reino que abarca todo y transforma todo, no sólo lo espiritual, sino lo material, lo económico, lo político y lo social: la totalidad de nuestro ser, y la totalidad de nuestro mundo, ambos son introducidos en el orden querido por Dios. Y Dios y Cristo entonces reinan.
Este reino afecta en primer lugar a la persona. Por eso Jesús exige una conversión radical, un "nuevo nacimiento". Pero la liberación que lleva al reinado de Jesús debe traer un nuevo ordenamiento del mundo, regido por las leyes del reino predicadas por Jesús, entre las cuales está en primer término la ley del amor.

Esperamos al Rey

Hace ya dos mil años que Jesús inauguró su reinado. Media humanidad lleva el nombre de "cristiana" y se dice participante de este Reino. Día a día millones de hombres y mujeres se reúnen para recordar y alabar el nombre de este Rey. Cantan, oran, comparten el pan. Y él sigue viviendo en medio de los suyos, de los que creen y saben con certeza que su Rey, aquel Hombre-Dios que nació en Belén y se crió en Nazaret y predicó sobre su Reino en toda la Palestina, por cerca de tres años, volverá. Sí, volverá algún día para mostrar la plenitud de su rostro y dar el toque final a la fundación de su Reino. Y esperan. Y siguen repitiendo, con la misma esperanza con que lo repetían los primeros cristianos: "¡Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús!" (Apocalipsis 22:20). Porque saben que Jesús reina desde el centro de sus vidas, desde dentro de su corazón, y esperan confiados su regreso. Por eso repiten felices con Ignacio de Antioquía, un padre de la Iglesia del siglo segundo: "Hay una sola cosa importante en la vida: haber encontrado a Jesús, y dejarle reinar en nuestra vida. Esta es la única forma de vivir una vida verdadera."
Pero ¿qué reino es este que Jesús predica, qué conversión es esta de la que habla? Tratando de ser muy esquemático, digamos que Jesús viene a responder a las grandes preguntas del hombre. Antes y después de él, los hombres son —como lo dijera un poeta— "animales construidos de preguntas". Preguntas como:
¿Por qué el hombre no termina de ser feliz?
¿Qué es la muerte y qué hay al otro lado?
¿Por qué el amor parece ausente de la tierra y por qué son tantos los que se dedican a explotar y esclavizar a sus prójimos?
¿Dónde se encuentra el secreto de la felicidad?
¿Cuál es el mejor camino para encontrar a Dios?
Pero Jesús viene a algo más que a sólo responder preguntas. Conocer la verdad sobre muchas cosas es importante; y tener las respuestas a nuestras inquietudes, muy satisfactorio. Pero nada de eso salva por sí mismo. Y Jesús, el Rey encarnado, viene a salvar. A cada persona individualmente, si aprende a conocerlo y aceptarlo; y a la humanidad en su totalidad, si es que se decide a asumir su mensaje.
Pero demos un paso más: la salvación ofrecida por Jesús no es sólo algo externo. Para ingresar en el reino de Jesús se necesita sufrir una salvación transformadora. Jesús anuncia que viene a crear el hombre nuevo, la humanidad nueva. Jesús inaugura un nuevo modo de ser, de estar y de actuar en el mundo; unas nuevas relaciones entre Dios y los hombres y de los hombres entre sí.
Podemos avanzar aún más y afirmar que Jesús no hace todo esto desde fuera, como quien saca un pez de su agua y lo transporta a otra. Jesús construye su reino desde dentro de la humanidad misma, y ese reino comienza con su propia Persona, al ingresar a nuestro mundo, "a nuestra agua". Jesús es el comienzo de ese Reino. Más que respuestas teóricas a las preguntas humanas, Jesús mismo es la respuesta. Él es el fundador, el creador de una nueva humanidad, que se encarna y realiza en sí mismo primero. Y con él, un nuevo Reino se entroniza en este mundo. Un Reino de amor, de santidad, de salvación. Su Reino no es un territorio, es una realidad transformadora que puede estar en ti y en mí. Como dice el teólogo Leonardo Boff: "El reino de Jesús incluye todo: mundo, hombre y sociedad; es la totalidad de la realidad, lo que debe ser transformado."

Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.
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