Por qué creo en el cielo
Y oí una gran voz
del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los ¡tambres, y él
morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como
su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte,
ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque tas primeras cosas pasaron. Apocalipsis 21:3,
4
Ninguna pregunta
ha atormentado en forma más continua y universal la mente de hombres y mujeres
que la que hizo Job hace muchísimos siglos. El libro más antiguo de la Biblia
se hace eco de esta pregunta que ha brotado de los corazones de innumerables
personas desde entonces: de un esposo y esposa que tomados de las manos, se han
quedado mirando la cara fría de su hijito tendido en un ataúd; de los amigos,
al ver el cuerpo destrozado de un soldado en acción de armas. En cada familia
donde hay una silla vacía, inescapablemente han brotado de los corazones las
palabras de Job: "Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?" (14:14).
Hace más de 1300
años llegaron los primeros misioneros cristianos a la región de Inglaterra
llamada Northumbria. Acudieron a la corte del rey Edwin de Northumbria, y en el
gran vestíbulo iluminado con la luz de muchas antorchas, con inmensos leños
ardiendo en la chimenea y rodeados de canosos dignatarios, esos misioneros
cristianos dieron su primer discurso sobre la fe cristiana. Cuando terminaron,
uno de aquellos principales preguntó: "¿Puede esta religión nueva decirnos
algo de lo que sucede después de la muerte? El alma del hombre es como un
gorrión que vuela por este iluminado vestíbulo. Entra por una puerta procedente
de la oscuridad externa, revolotea a través de la luz y del suave calor, y sale
por la parte final internándose de nuevo en la oscuridad. ¿Puede esta nueva
religión resolvernos este misterio?"[i]
Yo, al menos,
estoy convencido de que esta nueva religión, que ahora es vieja, es la única
que puede ofrecernos una explicación segura y cierta con respecto a la vida
posterior a la muerte. Creo en la inmortalidad; creo en el cielo. Las razones
son múltiples. No todas tienen el mismo peso en mi mente ni en la de
cualesquiera otros individuos, por supuesto, pero en conjunto constituyen los
hilos de lo que creo que es una cuerda sumamente fuerte.
En primer lugar,
consideremos un argumento procedente del campo científico. La primera ley de la
termodinámica establece que la energía o la materia no pueden ser creadas ni
destruidas. Las mismas pueden ser transformadas una en la otra, pero no pueden
ser destruidas. Esto fue establecido por Einstein y fue demostrado
conclusivamente en Hiroshima. Burris Jenkins lo expresó de la siguiente manera:
"Según los científicos, ni un solo átomo de la creación puede dejar de
existir; sólo cambia de forma. No podemos quemar nada hasta consumirlo del
todo; simplemente lo cambiamos de un estado sólido a uno gaseoso. Tampoco se
destruye jamás ninguna energía o fuerza; sólo se cambia de una forma a
otra."[ii]
Si el hombre deja de existir, sería la única cosa en el universo que hace eso.
Por tanto, para comenzar, hay la probabilidad de que continuemos existiendo.
En segundo lugar,
consideramos la siguiente analogía de la naturaleza. Probablemente nunca se ha
expresado mejor de lo que lo hizo William Jennings Bryan, en su obra Analogies
of Nature (Analogías de la naturaleza): "Cristo nos dio pruebas de la
inmortalidad, pero, con todo, no parece necesario que alguien se levante de
entre los muertos para convencernos de que la tumba no es el fin. Si el Padre
se digna tocar con su poder divino el corazón frío y carente de pulso de la
bellota enterrada y la hace irrumpir hacia una nueva vida, ¿dejará abandonada
en la tierra el alma del hombre, que fue hecha a imagen de su Creador? Si El se
inclina para dar al rosal cuyas flores marchitas flotan en la brisa otoñal, la
dulce seguridad de otra primavera, ¿negará El las palabras de esperanza a los
hijos de los hombres cuando lleguen las escarchas del invierno? Si la materia,
muda e inanimada, aunque transformada por las fuerzas de la naturaleza en una
multitud de formas, no puede morir nunca, ¿sufrirá aniquilación el espíritu del
hombre cuando haya cumplido su breve visita como huésped real a esta morada de
barro? No, ¡estoy convencido de que hay otra vida, como lo estoy de la que vivo
hoy!"[iii]
En tercer lugar,
hay un ansia universal en el ser humano por la eternidad. Puede que algunas
personas nunca hayan considerado que tal anhelo no existe en el corazón de
ninguna parte de la creación bruta. En su libro After Death — What? (Después de
la muerte, ¿qué?), el doctor Madison C. Pelers dice: "Los rebaños y los
hatos que están sobre mil colinas, las miríadas de formas de vida de insectos,
todos los seres alados y los escarabajos armoniosos, los peces que alegremente
se recrean y retozan en los ríos y en los mares, todos pueden hallar el fin de
su ser; ni un solo pensamiento de anhelo futuro perturba su perfecta
tranquilidad. Pero jamás es así con el hombre. Es el único que nunca está
satisfecho, no importa cuál sea su riqueza, o fama, o conocimiento, o poder, o
cuáles sean sus placeres terrenales. Desde el rey hasta el mendigo, 'el hombre
nunca se siente dichoso, sino que siempre espera serlo'."
¿Cuál es la
explicación? Creo que la Escritura nos dice claramente el hecho de que Dios
puso inmortalidad — eternidad — en el pecho del hombre. De toda la creación de
Dios, el hombre es el único que anhela la vida eterna. Este anhelo se halla en
todas partes. Es una experiencia universal de la humanidad, que le impide
aceptar ninguna otra solución para el enigma de la vida. Emerson dijo: "La
evidencia deslumbrante de la inmortalidad es nuestra insatisfacción con ninguna
otra solución.”4[iv]
A dondequiera que
los hombres han ido en el mundo, han hallado ciertas ideas innatas en el
corazón y en la mente humanos. Estas ideas no surgen de la experiencia; están
allí, son innatas; y estas ideas innatas son las que corresponden a los
instintos de los animales. ¿Qué son? En todas partes hay una creencia en Dios.
En todas partes hay una creencia en lo bueno y lo malo. Hay una creencia en la
causa y el efecto. Hay una creencia en el tiempo y el espacio. Y hay una
creencia en la inmortalidad que se halla universalmente. Ha habido algunos que
han negado este hecho. El doctor Edwards hizo una exhaustiva investigación para
tratar de hallar alguna tribu, aunque fuera remota, que no tuviera alguna clase
de creencia en la inmortalidad. Tal creencia puede estar deformada; puede no
ser más que un leve reflejo de la gloria que realmente representa esa creencia;
sin embargo, por pervertida o deformada que estuviese, cada caso que halló en
que algún grupo parecía no tener ninguna creencia en la inmortalidad, se
resolvió a la luz del examen posterior.
No ha habido
ninguna raza de hombres sobre esta tierra, ni en el profundo corazón del
África, ni en los mares del Sur, ni en las altas montañas, que no haya tenido
fe en alguna clase de vida futura: bien sean los felices campos de caza de los
indios norteamericanos, o algún palacio en el cielo, o alguna morada sensual
como la de los musulmanes. ¿Cuál es la explicación? Mucho tiempo antes que se
hubieran reunido las evidencias de la creencia universal, Cicerón dijo:
"En todo, el consentimiento de todas las naciones debe tener en cuenta la
ley de la naturaleza, y resistirla es resistir la voz de Dios."[v]
Esto se ha
verificado no sólo con respecto al salvaje bruto, al supersticioso y al
ignorante, sino también con respecto a las mentes filosóficas más grandes de la
historia. Critón le preguntó a Sócrates, la noche de la muerte de este último:
"¿Pero de qué modo quiere usted que lo sepultemos?" Sócrates replicó:
"En cualquier forma que usted quiera, sólo que tiene que agarrarme bien, y
tener el cuidado de que no me escape de usted." Platón, en su obra Fedón,
presenta poderosos argumentos a favor de la creencia en la inmortalidad, como
también lo hizo el filósofo Shelling y otros, tan numerosos que no es dable
mencionarlos.6[vi]
Otros autores y
poetas, como Thomas Cariyie, Thomas Jefferson, Heinrich Heine, también se
expresaron sobre el tema. Goethe lo expresó de la siguiente manera: "Por
muy fuertemente que estemos encadenados y atados a esta tierra por millares de
apariencias, cierto anhelo íntimo nos obliga a levantar los ojos hacia el
cielo; porque un sentimiento profundo e inexplicable nos da la convicción de
que somos ciudadanos de otro mundo, que brilla sobre Porque aunque fuera de nuestro
límite de tiempo y lugar la inundación lejos pueda llevarme, cara a cara a mi
Piloto espero ver cuando haya cruzado la barrera.7[vii]
Byron dijo lo
siguiente: Siento que mi inmortalidad barre para siempre todos los dolores,
lágrimas y temores, y hace resonar, como los truenos eternos del abismo, en mis
oídos esta verdad: "¡Tú vives para siempre!"8[viii]
En todas partes,
desde las islas Fiji hasta los cuartos de los Filósofos, se ha creído que el
hombre continuará viviendo. Addison resumió la confianza del hombre en la vida
eterna: El alma, segura de su existencia, sonríe ante la desenfundada daga y
desafía su punta. Las estrellas palidecerán; el mismo Sol se opaca con la edad,
y la naturaleza se hunde entre los años; pero tú florecerás en juventud
inmortal, ileso, entre las luchas de los elementos, los restos de la materia y
la destrucción de los mundos.[ix]
¡Fuimos hechos
para la eternidad! Sin embargo, aunque tal creencia existe en toda religión
antigua, desde la egipcia hasta la persa, la asiría, la babilónica, la china y
la hindú, en todas partes ha esperado que Jesucristo le dé la certidumbre que
ninguna otra cosa puede otorgar.
El profesor Adolf
von Harnack dijo: "La tumba de Cristo fue el lugar de nacimiento de una fe
indestructible en que la muerte fue derrotada y que hay vida eterna. Es inútil
citar a Platón; es inútil señalar la religión persa y las ideas y la literatura
del judaísmo posterior. Todo eso hubiera perecido; pero la certidumbre de la
resurrección y de una vida eterna que se relaciona con el sepulcro que fue
labrado en el huerto de José, no ha perecido; y sobre la convicción de que
Jesús vive, aún basamos nuestras esperanzas de ciudadanía en una ciudad eterna,
lo cual hace que nuestra vida terrenal sea digna de vivir y tolerable. El libró
a los que, por el temor de la muerte, estaban durante toda la vida sujetos a
servidumbre."10[x]
"El resucitó", es la esperanza cierta y segura de todos los que
confían en El. No sólo tenemos el testimonio universal de la humanidad, sino
también el testimonio de Jesucristo y de su resurrección.
El doctor Simón
Greenleaf, Profesor de Leyes de la Universidad de Harvard, una de las mayores
autoridades sobre evidencias legales que el mundo haya conocido jamás, dirigió
la vasta luz escrutadora de su inmenso conocimiento de evidencias sobre la
evidencia de la resurrección de Jesucristo, y expuso todos los hilos de esa
evidencia a la más escudriñadora crítica. Llegó a la conclusión de que esta
evidencia era tan abrumadora, que en cualquier tribunal de justicia desprejuiciado
del mundo, la resurrección sería declarada como un hecho histórico.
Todo fragmento de
evidencia de la resurrección de Cristo es evidencia de vida eterna en el cielo.
Porque el mismo Jesús dijo: "Yo soy... el que vivo, y estuve muerto; mas
he aquí que vivo por los siglos de los siglos… Porque yo vivo, vosotros también
viviréis... Voy, pues, a preparar lugar para vosotros" (Apocalipsis 1:18;
Juan 14:19; Juan 14:2).
También debemos
considerar que las evidencias de la inspiración de las Escrituras son una
revelación de Dios. También constituyen una evidencia para el hecho de la vida
eterna. Esas evidencias mismas son tan poderosas que no se pueden contradecir.
Ningún escéptico ha podido jamás derribar ni trastornar las evidencias sobre la
inspiración de las Escrituras. Tales evidencias son también apoyo adicional
para el hecho de la vida eterna en el cielo, pues esas mismas Escrituras
declaran de la manera más cierta, que los que creen en Cristo vivirán para
siempre. Recordemos también que las evidencias de la existencia de Dios son
evidencias de la vida eterna. Cada una de esas evidencias es también otro pilar
para la gran doctrina de la vida eterna. Porque ese Dios que nos ha hecho
habitar "por un poco de tiempo en esta morada de barro", no nos
engañará. Ninguno de nosotros ha comenzado siquiera a desarrollar los talentos
que Dios le ha dado. Nadie sabe ni siquiera la más pequeña fracción de aquel
reino de la vida, o de la naturaleza, o del arte que ha tomado para sí como
estudio. Mientras más aprendemos, más comprendemos que sólo hemos tocado el
borde del vestido; que Dios nos ha dado toda la eternidad para que
desarrollemos esos talentos.
Otra evidencia se
basa en lo que ocurre en el momento de morir. En mi biblioteca hay un número de
libros que contienen las últimas palabras de miles de personas famosas, cuando
llegaron al momento de la muerte. Hay una cosa que está absolutamente clara:
los que creían en Jesucristo murieron de una manera notablemente diferente de
aquella en que murieron los que no creían. Un siquiatra incrédulo oyó la
presentación de las evidencias de la resurrección de Cristo. Este hombre dijo
que "había visto morir a suficientes personas como para saber que hay
diferencia entre la muerte de un cristiano evangélico y la de cualquiera otra
persona."
Uno puede ver eso
en los escritos que contienen las últimas palabras. En una página de un libro
que se refiere a cómo nos enfrentamos a la muerte, hallamos las palabras de un
notable incrédulo, Edward Gibbon: "Todo está oscuro." En otra página
están las palabras de Augustus Toplady, autor del himno "Roca de la
eternidad": "¡Todo es luz, luz, luz!"[xi]
A miles y miles
de personas se les ha concedido algún presentimiento de lo que iba a venir. Han
percibido un gusto anticipado de la gloria que les pertenecía; han visto a los
que han muerto y se han marchado antes, y en los momentos Finales antes de
partir de este mundo, el cielo se les abrió y les concedió una visión del mundo
al cual estaban a punto de marcharse. Para otros, el infierno también ha abierto
su boca para tragarlos. "Hay demonios en la habitación y están a punto de
empujarme hacia abajo", gritó el incrédulo Adams. Las últimas palabras de
los escépticos y ateos más famosos del mundo son suficientes para hacer que se
nos hiele la sangre.
La doctora
Elisabeth Kübler-Ross y el doctor Raymond Moody, dos siquiatras, nos han
ofrecido nuevas evidencias que nos llevan aún más allá. Cuando la doctora
Kübler-Ross presentó al mundo las evidencias de sus estudios, se descubrió a sí
misma como una persona no religiosa. Esta mujer, considerada por muchos como la
primera autoridad del mundo en lo que respecta a la muerte y el morir, ha
atendido a miles y miles de pacientes en la fase terminal de su enfermedad. En
su trabajo, comenzó a encontrar el fenómeno de individuos que eran declarados
clínicamente muertos, pero que fueron vueltos a la vida por resucitación: al
principio, dos o tres, luego, más y más. Entre estos individuos, ella y el
doctor Moody han examinado a más de 500 personas que murieron y volvieron a
vivir.
Al volver a la
vida, algunas de esas personas describieron un lugar de belleza, maravilla,
gozo y paz; y otras, algo terrible. Esas personas salieron flotando de sus
cuerpos, y aun fuera del cuerpo tenían cuerpos reales, y aunque estuvieran
ciegas, podían ver cuando los médicos las declaraban "muertas". Esos
individuos dicen quiénes entraron en la habitación, cómo eran y qué hicieron.
Sin embargo, al volver a la vida, el que era ciego no podía ver. Un médico me
contó recientemente la experiencia que tuvo al atender a un hombre que había
sido declarado clínicamente muerto. Al aplicarle el método de resucitación,
tuvo éxito en volverlo a la vida. Este hombre demandó al médico por haberle
devuelto de la gloria que había experimentado a esta existencia miserable Una
mujer, al describir su situación después que sufrió un paro respiratorio, dijo
que los médicos estaban tratando de resucitarla dándole fuertes masajes en el
cuerpo, mientras ella estaba por encima de ellos, mirándolos y diciéndoles: "¡Déjenme
tranquila"12[xii]
Tal era la paz, la integridad, la felicidad, el gozo y el amor, como nunca
antes los habían experimentado. Esta es una evidencia que tal vez ha dado Dios
en estos días de incredulidad, para convencer aun al más escéptico.
¡Amigos míos,
estoy convencido de que hay otra vida después de ésta! La vida continúa; no
cesa. La pregunta no es si hemos de vivir o no, sino dónde pasaremos la
eternidad. Porque si bien hay un cielo, que la Biblia enseña clara y
abundantemente, también enseña con igual claridad que no todos van allí.
Escuche usted las palabras de Jesús: "Entrad por la puerta estrecha;
porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y
muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el
camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan" (Mateo 7:13,
14).
¡Viviremos por
siempre, en alguna parte! Algunos vivirán en la bienaventuranza y felicidad del
cielo. La mente y el corazón del hombre no han imaginado nunca las glorias que
Dios ha preparado para los que lo aman y confían en El. ¡Otros vivirán para
siempre en el infierno! Usted puede pasarlo por alto, reírse de él, reprimirlo,
suprimirlo, sin embargo, ¡esto ocurriera!
Entonces, ¿cómo
va uno al cielo? Tomás dijo: "Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues,
podemos saber el camino?" (Juan 14:5). Así, muchos siguen en el tren de
Tomás, sin conocer el camino. Jesús le respondió: "Yo soy el camino, y la
verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (versículo 6).
El camino hacia
el cielo es tan estrecho como la cruz. Sólo los que están dispuestos a
humillarse y reconocer su pecado, y a poner su fe en el Hijo de Dios, quien
murió en lugar de ellos, entrarán alguna vez por las puertas del cielo. Hay dos
verdades personales que sé acerca de mí mismo. Primera: Tengo que ir al
infierno porque eso es lo que me pertenece. De diez mil maneras, diez mil
veces, en palabra y en pensamiento, por omisión y comisión, he transgredido la
santa ley de Dios. Soy culpable delante de Dios, justamente merezco su
desagrado. Pero he aquí la segunda verdad, que también sé igualmente: Yo voy al
cielo porque, en la cruz, Jesucristo fue al infierno por mí. No tengo otra
esperanza, sino El y su don gratuito: "… el que quiera, tome del agua de
la vida gratuitamente" (Apocalipsis 22:17).
[i] Leslie D. Weatherhead, After Death (Después de la muerte). Nueva York, Abingdon Press, 1936,
pág.19.
[ii] Thomas Curtís Clark, editor, The Golden Book of Inmortality (El
libro dorado de la inmortalidad). Nueva York, Association Press, 1954, pág. 4
[iii] Madison C. Peters, After
Death-What? (Después de la muerte, ¿qué?), Nueva
York, Christian Heraid, 1908, pág. 165.
[iv] Citado en Weatherhead, After Death (Después de la muerte), pág.
22
[v] Citado en Peters, After Death —
What? (Después de la muerte, ¿qué?), pág. 25
[vi] Watson Boone Duncan, Immortality and Modem Thought (La
inmortalidad y el pensamiento moderno). Bostón, Sherman, French & Co., 1912, págs.
33, 36
[vii] Alfred Lord Tennyson,
"Crossing the Bar" (El cruce de la barrera), II. 13-16.
[viii] "Heaven and Earth" (El cielo y la tierra), II, 111-114.
[ix] Joseph Adisson, Cato, A Tragedy (Catón, una tragedia). Nueva
York, Effingham Maynard & Co., 1891, acto 5, escenas I, II. 1861-1867.
[x] Citado en Peters, After Death — What? (Después de la muerte,
¿qué?), págs, 166, 167.
[xi] S.B. Shaw, How Men Face Death (Cómo enfrentan los hombres la
muerte). Kansas City,
Missouri, Beacon Hill Press, 1964, págs. 44, 63.
[xii] Raymond A. Moody, Life After Life (Vida
después de la vida). Atlanta,
Mocking-bird Books, 1975, pág. 37.