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Entrégale a Dios tu amor, y él te dará lo que más deseas. Pon tu vida en sus manos; confía plenamente en él, y él actuará en tu favor. Salmo 37:4 BLS

martes, 6 de mayo de 2014

Por qué creo en el cielo

Por qué creo en el cielo
Por: D.J. Kennedy 


Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los ¡tambres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque tas primeras cosas pasaron. Apocalipsis 21:3, 4

Ninguna pregunta ha atormentado en forma más continua y universal la mente de hombres y mujeres que la que hizo Job hace muchísimos siglos. El libro más antiguo de la Biblia se hace eco de esta pregunta que ha brotado de los corazones de innumerables personas desde entonces: de un esposo y esposa que tomados de las manos, se han quedado mirando la cara fría de su hijito tendido en un ataúd; de los amigos, al ver el cuerpo destrozado de un soldado en acción de armas. En cada familia donde hay una silla vacía, inescapablemente han brotado de los corazones las palabras de Job: "Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?" (14:14).

Hace más de 1300 años llegaron los primeros misioneros cristianos a la región de Inglaterra llamada Northumbria. Acudieron a la corte del rey Edwin de Northumbria, y en el gran vestíbulo iluminado con la luz de muchas antorchas, con inmensos leños ardiendo en la chimenea y rodeados de canosos dignatarios, esos misioneros cristianos dieron su primer discurso sobre la fe cristiana. Cuando terminaron, uno de aquellos principales preguntó: "¿Puede esta religión nueva decirnos algo de lo que sucede después de la muerte? El alma del hombre es como un gorrión que vuela por este iluminado vestíbulo. Entra por una puerta procedente de la oscuridad externa, revolotea a través de la luz y del suave calor, y sale por la parte final internándose de nuevo en la oscuridad. ¿Puede esta nueva religión resolvernos este misterio?"[i]

Yo, al menos, estoy convencido de que esta nueva religión, que ahora es vieja, es la única que puede ofrecernos una explicación segura y cierta con respecto a la vida posterior a la muerte. Creo en la inmortalidad; creo en el cielo. Las razones son múltiples. No todas tienen el mismo peso en mi mente ni en la de cualesquiera otros individuos, por supuesto, pero en conjunto constituyen los hilos de lo que creo que es una cuerda sumamente fuerte.

En primer lugar, consideremos un argumento procedente del campo científico. La primera ley de la termodinámica establece que la energía o la materia no pueden ser creadas ni destruidas. Las mismas pueden ser transformadas una en la otra, pero no pueden ser destruidas. Esto fue establecido por Einstein y fue demostrado conclusivamente en Hiroshima. Burris Jenkins lo expresó de la siguiente manera: "Según los científicos, ni un solo átomo de la creación puede dejar de existir; sólo cambia de forma. No podemos quemar nada hasta consumirlo del todo; simplemente lo cambiamos de un estado sólido a uno gaseoso. Tampoco se destruye jamás ninguna energía o fuerza; sólo se cambia de una forma a otra."[ii] Si el hombre deja de existir, sería la única cosa en el universo que hace eso. Por tanto, para comenzar, hay la probabilidad de que continuemos existiendo.

En segundo lugar, consideramos la siguiente analogía de la naturaleza. Probablemente nunca se ha expresado mejor de lo que lo hizo William Jennings Bryan, en su obra Analogies of Nature (Analogías de la naturaleza): "Cristo nos dio pruebas de la inmortalidad, pero, con todo, no parece necesario que alguien se levante de entre los muertos para convencernos de que la tumba no es el fin. Si el Padre se digna tocar con su poder divino el corazón frío y carente de pulso de la bellota enterrada y la hace irrumpir hacia una nueva vida, ¿dejará abandonada en la tierra el alma del hombre, que fue hecha a imagen de su Creador? Si El se inclina para dar al rosal cuyas flores marchitas flotan en la brisa otoñal, la dulce seguridad de otra primavera, ¿negará El las palabras de esperanza a los hijos de los hombres cuando lleguen las escarchas del invierno? Si la materia, muda e inanimada, aunque transformada por las fuerzas de la naturaleza en una multitud de formas, no puede morir nunca, ¿sufrirá aniquilación el espíritu del hombre cuando haya cumplido su breve visita como huésped real a esta morada de barro? No, ¡estoy convencido de que hay otra vida, como lo estoy de la que vivo hoy!"[iii]

En tercer lugar, hay un ansia universal en el ser humano por la eternidad. Puede que algunas personas nunca hayan considerado que tal anhelo no existe en el corazón de ninguna parte de la creación bruta. En su libro After Death — What? (Después de la muerte, ¿qué?), el doctor Madison C. Pelers dice: "Los rebaños y los hatos que están sobre mil colinas, las miríadas de formas de vida de insectos, todos los seres alados y los escarabajos armoniosos, los peces que alegremente se recrean y retozan en los ríos y en los mares, todos pueden hallar el fin de su ser; ni un solo pensamiento de anhelo futuro perturba su perfecta tranquilidad. Pero jamás es así con el hombre. Es el único que nunca está satisfecho, no importa cuál sea su riqueza, o fama, o conocimiento, o poder, o cuáles sean sus placeres terrenales. Desde el rey hasta el mendigo, 'el hombre nunca se siente dichoso, sino que siempre espera serlo'."

¿Cuál es la explicación? Creo que la Escritura nos dice claramente el hecho de que Dios puso inmortalidad — eternidad — en el pecho del hombre. De toda la creación de Dios, el hombre es el único que anhela la vida eterna. Este anhelo se halla en todas partes. Es una experiencia universal de la humanidad, que le impide aceptar ninguna otra solución para el enigma de la vida. Emerson dijo: "La evidencia deslumbrante de la inmortalidad es nuestra insatisfacción con ninguna otra solución.”4[iv]

A dondequiera que los hombres han ido en el mundo, han hallado ciertas ideas innatas en el corazón y en la mente humanos. Estas ideas no surgen de la experiencia; están allí, son innatas; y estas ideas innatas son las que corresponden a los instintos de los animales. ¿Qué son? En todas partes hay una creencia en Dios. En todas partes hay una creencia en lo bueno y lo malo. Hay una creencia en la causa y el efecto. Hay una creencia en el tiempo y el espacio. Y hay una creencia en la inmortalidad que se halla universalmente. Ha habido algunos que han negado este hecho. El doctor Edwards hizo una exhaustiva investigación para tratar de hallar alguna tribu, aunque fuera remota, que no tuviera alguna clase de creencia en la inmortalidad. Tal creencia puede estar deformada; puede no ser más que un leve reflejo de la gloria que realmente representa esa creencia; sin embargo, por pervertida o deformada que estuviese, cada caso que halló en que algún grupo parecía no tener ninguna creencia en la inmortalidad, se resolvió a la luz del examen posterior.

No ha habido ninguna raza de hombres sobre esta tierra, ni en el profundo corazón del África, ni en los mares del Sur, ni en las altas montañas, que no haya tenido fe en alguna clase de vida futura: bien sean los felices campos de caza de los indios norteamericanos, o algún palacio en el cielo, o alguna morada sensual como la de los musulmanes. ¿Cuál es la explicación? Mucho tiempo antes que se hubieran reunido las evidencias de la creencia universal, Cicerón dijo: "En todo, el consentimiento de todas las naciones debe tener en cuenta la ley de la naturaleza, y resistirla es resistir la voz de Dios."[v]

Esto se ha verificado no sólo con respecto al salvaje bruto, al supersticioso y al ignorante, sino también con respecto a las mentes filosóficas más grandes de la historia. Critón le preguntó a Sócrates, la noche de la muerte de este último: "¿Pero de qué modo quiere usted que lo sepultemos?" Sócrates replicó: "En cualquier forma que usted quiera, sólo que tiene que agarrarme bien, y tener el cuidado de que no me escape de usted." Platón, en su obra Fedón, presenta poderosos argumentos a favor de la creencia en la inmortalidad, como también lo hizo el filósofo Shelling y otros, tan numerosos que no es dable mencionarlos.6[vi]

Otros autores y poetas, como Thomas Cariyie, Thomas Jefferson, Heinrich Heine, también se expresaron sobre el tema. Goethe lo expresó de la siguiente manera: "Por muy fuertemente que estemos encadenados y atados a esta tierra por millares de apariencias, cierto anhelo íntimo nos obliga a levantar los ojos hacia el cielo; porque un sentimiento profundo e inexplicable nos da la convicción de que somos ciudadanos de otro mundo, que brilla sobre Porque aunque fuera de nuestro límite de tiempo y lugar la inundación lejos pueda llevarme, cara a cara a mi Piloto espero ver cuando haya cruzado la barrera.7[vii]

Byron dijo lo siguiente: Siento que mi inmortalidad barre para siempre todos los dolores, lágrimas y temores, y hace resonar, como los truenos eternos del abismo, en mis oídos esta verdad: "¡Tú vives para siempre!"8[viii]

En todas partes, desde las islas Fiji hasta los cuartos de los Filósofos, se ha creído que el hombre continuará viviendo. Addison resumió la confianza del hombre en la vida eterna: El alma, segura de su existencia, sonríe ante la desenfundada daga y desafía su punta. Las estrellas palidecerán; el mismo Sol se opaca con la edad, y la naturaleza se hunde entre los años; pero tú florecerás en juventud inmortal, ileso, entre las luchas de los elementos, los restos de la materia y la destrucción de los mundos.[ix]

¡Fuimos hechos para la eternidad! Sin embargo, aunque tal creencia existe en toda religión antigua, desde la egipcia hasta la persa, la asiría, la babilónica, la china y la hindú, en todas partes ha esperado que Jesucristo le dé la certidumbre que ninguna otra cosa puede otorgar.

El profesor Adolf von Harnack dijo: "La tumba de Cristo fue el lugar de nacimiento de una fe indestructible en que la muerte fue derrotada y que hay vida eterna. Es inútil citar a Platón; es inútil señalar la religión persa y las ideas y la literatura del judaísmo posterior. Todo eso hubiera perecido; pero la certidumbre de la resurrección y de una vida eterna que se relaciona con el sepulcro que fue labrado en el huerto de José, no ha perecido; y sobre la convicción de que Jesús vive, aún basamos nuestras esperanzas de ciudadanía en una ciudad eterna, lo cual hace que nuestra vida terrenal sea digna de vivir y tolerable. El libró a los que, por el temor de la muerte, estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre."10[x] "El resucitó", es la esperanza cierta y segura de todos los que confían en El. No sólo tenemos el testimonio universal de la humanidad, sino también el testimonio de Jesucristo y de su resurrección.

El doctor Simón Greenleaf, Profesor de Leyes de la Universidad de Harvard, una de las mayores autoridades sobre evidencias legales que el mundo haya conocido jamás, dirigió la vasta luz escrutadora de su inmenso conocimiento de evidencias sobre la evidencia de la resurrección de Jesucristo, y expuso todos los hilos de esa evidencia a la más escudriñadora crítica. Llegó a la conclusión de que esta evidencia era tan abrumadora, que en cualquier tribunal de justicia desprejuiciado del mundo, la resurrección sería declarada como un hecho histórico.

Todo fragmento de evidencia de la resurrección de Cristo es evidencia de vida eterna en el cielo. Porque el mismo Jesús dijo: "Yo soy... el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos… Porque yo vivo, vosotros también viviréis... Voy, pues, a preparar lugar para vosotros" (Apocalipsis 1:18; Juan 14:19; Juan 14:2).

También debemos considerar que las evidencias de la inspiración de las Escrituras son una revelación de Dios. También constituyen una evidencia para el hecho de la vida eterna. Esas evidencias mismas son tan poderosas que no se pueden contradecir. Ningún escéptico ha podido jamás derribar ni trastornar las evidencias sobre la inspiración de las Escrituras. Tales evidencias son también apoyo adicional para el hecho de la vida eterna en el cielo, pues esas mismas Escrituras declaran de la manera más cierta, que los que creen en Cristo vivirán para siempre. Recordemos también que las evidencias de la existencia de Dios son evidencias de la vida eterna. Cada una de esas evidencias es también otro pilar para la gran doctrina de la vida eterna. Porque ese Dios que nos ha hecho habitar "por un poco de tiempo en esta morada de barro", no nos engañará. Ninguno de nosotros ha comenzado siquiera a desarrollar los talentos que Dios le ha dado. Nadie sabe ni siquiera la más pequeña fracción de aquel reino de la vida, o de la naturaleza, o del arte que ha tomado para sí como estudio. Mientras más aprendemos, más comprendemos que sólo hemos tocado el borde del vestido; que Dios nos ha dado toda la eternidad para que desarrollemos esos talentos.

Otra evidencia se basa en lo que ocurre en el momento de morir. En mi biblioteca hay un número de libros que contienen las últimas palabras de miles de personas famosas, cuando llegaron al momento de la muerte. Hay una cosa que está absolutamente clara: los que creían en Jesucristo murieron de una manera notablemente diferente de aquella en que murieron los que no creían. Un siquiatra incrédulo oyó la presentación de las evidencias de la resurrección de Cristo. Este hombre dijo que "había visto morir a suficientes personas como para saber que hay diferencia entre la muerte de un cristiano evangélico y la de cualquiera otra persona."

Uno puede ver eso en los escritos que contienen las últimas palabras. En una página de un libro que se refiere a cómo nos enfrentamos a la muerte, hallamos las palabras de un notable incrédulo, Edward Gibbon: "Todo está oscuro." En otra página están las palabras de Augustus Toplady, autor del himno "Roca de la eternidad": "¡Todo es luz, luz, luz!"[xi]

A miles y miles de personas se les ha concedido algún presentimiento de lo que iba a venir. Han percibido un gusto anticipado de la gloria que les pertenecía; han visto a los que han muerto y se han marchado antes, y en los momentos Finales antes de partir de este mundo, el cielo se les abrió y les concedió una visión del mundo al cual estaban a punto de marcharse. Para otros, el infierno también ha abierto su boca para tragarlos. "Hay demonios en la habitación y están a punto de empujarme hacia abajo", gritó el incrédulo Adams. Las últimas palabras de los escépticos y ateos más famosos del mundo son suficientes para hacer que se nos hiele la sangre.

La doctora Elisabeth Kübler-Ross y el doctor Raymond Moody, dos siquiatras, nos han ofrecido nuevas evidencias que nos llevan aún más allá. Cuando la doctora Kübler-Ross presentó al mundo las evidencias de sus estudios, se descubrió a sí misma como una persona no religiosa. Esta mujer, considerada por muchos como la primera autoridad del mundo en lo que respecta a la muerte y el morir, ha atendido a miles y miles de pacientes en la fase terminal de su enfermedad. En su trabajo, comenzó a encontrar el fenómeno de individuos que eran declarados clínicamente muertos, pero que fueron vueltos a la vida por resucitación: al principio, dos o tres, luego, más y más. Entre estos individuos, ella y el doctor Moody han examinado a más de 500 personas que murieron y volvieron a vivir.

Al volver a la vida, algunas de esas personas describieron un lugar de belleza, maravilla, gozo y paz; y otras, algo terrible. Esas personas salieron flotando de sus cuerpos, y aun fuera del cuerpo tenían cuerpos reales, y aunque estuvieran ciegas, podían ver cuando los médicos las declaraban "muertas". Esos individuos dicen quiénes entraron en la habitación, cómo eran y qué hicieron. Sin embargo, al volver a la vida, el que era ciego no podía ver. Un médico me contó recientemente la experiencia que tuvo al atender a un hombre que había sido declarado clínicamente muerto. Al aplicarle el método de resucitación, tuvo éxito en volverlo a la vida. Este hombre demandó al médico por haberle devuelto de la gloria que había experimentado a esta existencia miserable Una mujer, al describir su situación después que sufrió un paro respiratorio, dijo que los médicos estaban tratando de resucitarla dándole fuertes masajes en el cuerpo, mientras ella estaba por encima de ellos, mirándolos y diciéndoles: "¡Déjenme tranquila"12[xii] Tal era la paz, la integridad, la felicidad, el gozo y el amor, como nunca antes los habían experimentado. Esta es una evidencia que tal vez ha dado Dios en estos días de incredulidad, para convencer aun al más escéptico.

¡Amigos míos, estoy convencido de que hay otra vida después de ésta! La vida continúa; no cesa. La pregunta no es si hemos de vivir o no, sino dónde pasaremos la eternidad. Porque si bien hay un cielo, que la Biblia enseña clara y abundantemente, también enseña con igual claridad que no todos van allí. Escuche usted las palabras de Jesús: "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan" (Mateo 7:13, 14).

¡Viviremos por siempre, en alguna parte! Algunos vivirán en la bienaventuranza y felicidad del cielo. La mente y el corazón del hombre no han imaginado nunca las glorias que Dios ha preparado para los que lo aman y confían en El. ¡Otros vivirán para siempre en el infierno! Usted puede pasarlo por alto, reírse de él, reprimirlo, suprimirlo, sin embargo, ¡esto ocurriera!

Entonces, ¿cómo va uno al cielo? Tomás dijo: "Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?" (Juan 14:5). Así, muchos siguen en el tren de Tomás, sin conocer el camino. Jesús le respondió: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (versículo 6).

El camino hacia el cielo es tan estrecho como la cruz. Sólo los que están dispuestos a humillarse y reconocer su pecado, y a poner su fe en el Hijo de Dios, quien murió en lugar de ellos, entrarán alguna vez por las puertas del cielo. Hay dos verdades personales que sé acerca de mí mismo. Primera: Tengo que ir al infierno porque eso es lo que me pertenece. De diez mil maneras, diez mil veces, en palabra y en pensamiento, por omisión y comisión, he transgredido la santa ley de Dios. Soy culpable delante de Dios, justamente merezco su desagrado. Pero he aquí la segunda verdad, que también sé igualmente: Yo voy al cielo porque, en la cruz, Jesucristo fue al infierno por mí. No tengo otra esperanza, sino El y su don gratuito: "… el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente" (Apocalipsis 22:17).


[i] Leslie D. Weatherhead, After Death (Después de la muerte). Nueva York, Abingdon Press, 1936, pág.19.
[ii] Thomas Curtís Clark, editor, The Golden Book of Inmortality (El libro dorado de la inmortalidad). Nueva York, Association Press, 1954, pág. 4
[iii] Madison C. Peters, After Death-What? (Después de la muerte, ¿qué?), Nueva York, Christian Heraid, 1908, pág. 165.
[iv] Citado en Weatherhead, After Death (Después de la muerte), pág. 22
[v] Citado en Peters, After Death — What? (Después de la muerte, ¿qué?), pág. 25
[vi] Watson Boone Duncan, Immortality and Modem Thought (La inmortalidad y el pensamiento moderno). Bostón, Sherman, French & Co., 1912, págs. 33, 36
[vii] Alfred Lord Tennyson, "Crossing the Bar" (El cruce de la barrera), II. 13-16.
[viii] "Heaven and Earth" (El cielo y la tierra), II, 111-114.
[ix] Joseph Adisson, Cato, A Tragedy (Catón, una tragedia). Nueva York, Effingham Maynard & Co., 1891, acto 5, escenas I, II. 1861-1867.
[x] Citado en Peters, After Death — What? (Después de la muerte, ¿qué?), págs, 166, 167.
[xi] S.B. Shaw, How Men Face Death (Cómo enfrentan los hombres la muerte). Kansas City, Missouri, Beacon Hill Press, 1964, págs. 44, 63.
[xii] Raymond A. Moody, Life After Life (Vida después de la vida). Atlanta, Mocking-bird Books, 1975, pág. 37.

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