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Entrégale a Dios tu amor, y él te dará lo que más deseas. Pon tu vida en sus manos; confía plenamente en él, y él actuará en tu favor. Salmo 37:4 BLS

lunes, 30 de junio de 2014

El juicio del Calvario

El juicio del Calvario
Por Watchman Nee
 

La muerte entró en el mundo por medio de la caída del hombre. Aquí se hace referencia a la muerte espiritual que separa al hombre de Dios. Entró por medio del pecado al principio y ha seguido haciéndolo desde entonces. La muerte siempre llega a través del pecado. Fijémonos en lo que nos dice Romanos 5:12 sobre este asunto. En primer lugar, que «el pecado entró en el mundo por medio de un hombre». Adán pecó e introdujo el pecado en el mundo. Segundo, que «la muerte (entró en el mundo) a través del pecado». La muerte es el resultado invariable del pecado. Y, finalmente, que como consecuencia «la muerte se extendió a todos los hombres porque todos los hombres pecaron». La muerte no «se extendió a» o «pasó a» los hombres simplemente, sino que literalmente «pasó por todos los hombres». La muerte ha impregnado el espíritu, el alma y el cuerpo de todos los hombres. No hay ninguna parte de un ser humano por la que no haya pasado.

Por eso es indispensable que el hombre reciba la vida de Dios. La salvación no puede llegar por una reforma humana porque «la muerte» es irreparable. El pecado tiene que ser juzgado antes de que pueda haber rescate de la muerte para los hombres. Esto es exactamente lo que ha hecho la salvación del Señor Jesús.

El hombre que peca debe morir. Esto está anunciado en la Biblia. Ningún animal ni ningún ángel pueden sufrir el castigo del pecado en lugar del hombre. Es la naturaleza del hombre la que peca, por eso es el hombre el que debe morir. Sólo lo humano puede expiar por la humano. Pero como el pecado está en su humanidad, la muerte del mismo hombre no puede expiar por su pecado. El Señor Jesús vino a tomar la naturaleza del hombre para poder ser juzgado El en lugar de la humanidad. No corrompida por el pecado, su santa naturaleza humana pudo de este modo expiar por la humanidad pecadora por medio de la muerte. Murió como sustituto, sufrió todo el castigo del pecado y ofreció su vida como rescate por muchos. Como consecuencia, todo el que cree en Él ya no será juzgado (Jn. 5:24).

Cuando el Verbo se hizo carne, El llevaba consigo a toda carne. Así como la acción de un hombre, Adán, representa la acción de toda la humanidad, la obra de un hombre, Cristo, representa la obra de todos. Tenemos que ver lo completa que es la obra de Cristo antes de poder comprender lo que es la redención. ¿Por qué el pecado de un hombre, Adán, es juzgado como el pecado de todos los hombres pasados y presentes? Adán es la cabeza de la humanidad de la que han venido al mundo todos los demás hombres. De una forma similar, la obediencia de un hombre, Cristo, se hace justicia de muchos, pasados y presentes, puesto que Cristo constituye la cabeza de una nueva humanidad originada por un nuevo nacimiento.

Hebreos 7 puede ilustrar este punto. Para demostrar que el sacerdocio de Melquisedec es mayor que el sacerdocio de Leví, el escritor recuerda a sus lectores que una vez Abraham ofreció un diezmo a Melquisedec y recibió una"bendición de él y por eso concluye que la bendición y la ofrenda del diezmo de Abraham eran de Leví. ¿Cómo? Porque él (Leví) aún estaba en los lomos de su antepasado (Abraham) cuando Melquisedec le conoció» (v. 10). Sabemos que Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob y Jacob a Leví. Leví era el bisnieto de Abraham. Cuando Abraham ofreció el diezmo y recibió una bendición, Leví aún no había nacido, ni siquiera su padre ni su abuelo. No obstante, la Biblia considera que el diezmo y la bendición son de Leví. Puesto que Abraham es inferior a Melquisedec, Leví también es de menor importancia que Melquisedec. Este hecho puede ayudáronos a comprender por qué se interpreta el pecado de Adán como pecado de todos los hombres y por qué se considera la sentencia hecha sobre Cristo como sentencia sobre todos. Es simplemente porque cuando Adán pecó todos los hombres estaban en sus lomos. De la misma manera, cuando Cristo fue juzgado, todos los que serán regenerados estaban presentes en Cristo. Por eso se considera la sentencia de Cristo como la sentencia de ellos, y todos los que han creído en Cristo ya no serán juzgados.

Como la humanidad tiene que ser juzgada, el Hijo de Dios —el hombre Jesucristo— sufrió en su espíritu, alma y cuerpo sobre la cruz por los pecados del mundo.

Examinemos primero sus sufrimientos físicos. El hombre peca por medio de su cuerpo, y en éste disfruta el placer temporal del pecado. En consecuencia, el cuerpo tiene que ser el destinatario del castigo. ¿Quién puede sondear los sufrimien-tos físicos del Señor Jesús en la cruz? ¿Acaso los sufrimientos de Cristo en el cuerpo no están claramente predichos en los textos mesiánicos? «Me han traspasado las manos y los pies» (Sal. 22:16). El profeta Zacarías llamó la atención sobre «el que ha sido traspasado» (12:10). Sus manos, sus pies, su frente, su costado, su corazón, todos fueron traspasados por los hombres, traspasados por la humanidad pecadora y traspasados para la humanidad pecadora. Muchas fueron sus heridas y mucho le subió la fiebre, porque con el peso de todo su cuerpo colgando en la cruz sin ningún apoyo su sangre no podía circular libremente. Pasó mucha sed y por eso gritó: «La lengua se me pega a la boca.» «Como tenía sed me dieron vinagre para beber» (Sal. 22:15; 69:21). Las manos tienen que ser clavadas porque se van tras el pecado. La boca tiene que sufrir porque se complace en pecar. Los pies tienen que ser traspasados porque pecan a gusto. La frente tiene que ser coronada con una corona de espinas porque también quiere pecar. Todo lo que el cuerpo humano tenía que sufrir se cumplió en su cuerpo. De esta manera sufrió físicamente hasta la muerte. Estaba en su mano librarse de estos sufrimientos, pero voluntariamente ofreció su cuerpo para soportar todas las insondables pruebas y dolores sin acobardarse ni un momento hasta que supo que «ya todo estaba consumado» (Jn. 19:28). Sólo entonces entregó su espíritu.

No sólo su cuerpo; también sufrió su alma. El alma es el órgano de la consciencia de uno mismo. Antes de ser crucificado, a Cristo le dieron vino mezclado con mirra como calmante para mitigar el dolor, pero Él lo rechazó porque no estaba dispuesto a aceptar ningún sedante sino a ser plenamente consciente del sufrimiento. Las almas humanas han disfrutado plenamente del placer de los pecados; por consiguiente, Jesús iba a soportar en su alma el dolor de estos pecados. Prefirió beber la copa que le dio Dios que la copa que le obnubilaría su consciencia.

¡Qué vergonzoso era el castigo de la cruz! Se utilizaba para ejecutar a los esclavos huidos. Un esclavo no tenía propiedades ni derechos. Su cuerpo pertenecía a su dueño, y en consecuencia podía ser castigado con la cruz más vergonzosa. El Señor Jesús tomó el lugar de un esclavo y fue crucificado. Isaías le llamó «el siervo», y Pablo dijo que tomó la forma de un esclavo. Sí, vino como un esclavo a rescatarnos a los que estamos bajo la esclavitud perpetua del pecado y de Satanás. Somos esclavos de la pasión, del temperamento, de las costumbres y del mundo. Estamos a merced del pecado. Sin embargo, El murió por nuestra esclavitud y cargó con todo nuestro oprobio.

La Biblia deja constancia de que los soldados se quedaron la ropa del Señor Jesús (Jn. 19:23). Estaba casi desnudo cuando le crucificaron. Ésta es una de las vergüenzas de la cruz. El pecado nos quita nuestro vestido radiante y nos deja desnudos. Nuestro Señor fue desnudado ante Pilato y luego de nuevo en el Calvario. ¿Cómo reaccionó su santa alma ante semejante maltrato? ¿Acaso no era un insulto a la santidad de su personalidad y una vergüenza? ¿Quién puede sondear sus sentimientos en aquel trágico momento? Como todos los hombres habían disfrutado de la gloria aparente del pecado, el Salvador tenía que soportar la auténtica vergüenza del pecado. Verdaderamente «Tú (Dios) me has cubierto de vergüenza... con la cual mis enemigos se burlan, oh Señor, ridiculizan los pasos de tus ungidos»; aun así «soportó la cruz, despreciando la vergüenza» (Sal. 89:45, 51; He. 12:2).

Nadie podrá jamás constatar lo mucho que sufrió el alma del Salvador en la cruz. Contemplamos a menudo sus sufrimientos físicos, pero pasamos por alto los sentimientos de su alma. Una semana antes de Pascua se le oyó decir: «Ahora mi alma está turbada» (Jn. 12:27). Esto señala a la cruz. En el Jardín de Getsemaní se le oyó de nuevo decir: «Mi alma está muy afligida, hasta la muerte» (Mt. 26:38). Si no fuera por estas palabras apenas podríamos pensar que su alma había sufrido. Isaías 53 menciona tres veces que su alma fue ofrecida por el pecado, que su alma sufrió y que derramó su alma hasta la muerte (w. 10-12). Puesto que Jesús soportó la maldición y la vergüenza de la cruz, el que cree en Él ya no será maldito ni avergonzado.

Su espíritu también sufrió terriblemente. El espíritu es la parte del hombre que le equipa para comunicarse íntimamente con Dios. El Hijo de Dios era santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores. Su espíritu estaba unido al Espíritu Santo en perfecta unidad. Nunca tuvo su espíritu un momento de perturbación ni de duda, porque siempre tuvo la presencia de Dios con Él. Jesús dijo: «No soy yo solo, sino yo y el que me envió... Y el que me envió está conmigo» (Jn. 8:16, 29). Por eso pudo orar: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Sé que siempre me escuchas» (Jn. 11:41,42). Mientras colgaba de la cruz —y si hubo algún día que el Hijo de Dios necesitase desesperadamente la presencia de Dios debe haber sido ese día— gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt. 27:46). Su espíritu estaba separado de Dios. ¡Qué intensamente sintió la soledad, el abandono, la separación! El Hijo aún estaba cediendo, el Hijo aún estaba obedeciendo la voluntad del Padre-Dios; sin embargo, el Hijo había sido abandonado: no por causa de Él, sino por causa de los demás.

El pecado afecta muy profundamente al espíritu y, por consiguiente, aunque el Hijo de Dios era santo, tenía que ser arrancado del Padre porque llevaba el pecado de los demás. Es cierto que desde los incontables días de la eternidad «yo y el Padre somos uno» (Jn. 10:30). Incluso durante su estancia en la tierra eso siguió siendo cierto, porque su humanidad no podía ser una causa de separación de Dios. Sólo el pecado podía separarlos, aunque ese pecado sea de los demás. Jesús sufrió esta separación espiritual por nosotros para que nuestro espíritu pudiera volver a Dios.

Al contemplar la muerte de Lázaro, quizá Jesús estaba pensando en su propia muerte cercana y por eso «estaba profundamente conmovido en espíritu y preocupado» (Jn. 11:33). Al anunciar que sería traicionado y que moriría en la cruz estaba otra vez «inquieto en espíritu» (Jn. 13:21). Esto nos explica por qué cuando recibió la sentencia de Dios en el Calvario gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Porque: «Pienso en Dios, y gimo; medito, y mi espíritu se desmaya» (Mt. 27:46, citando Sal. 22:1; Sal. 77:3). Se le privó del poderoso fortalecimiento del Espíritu Santo en su espíritu (Ef. 3:16) porque su espíritu había sido arrancado del Espíritu de Dios. Por eso suspiró: «Me derramo con el agua, y todos mis huesos están descoyuntados; mi corazón es como cera, se ha derretido en mi pecho; mi fuerza se ha secado como el serrín y la lengua se me pega a la boca; me has dejado en el polvo de la muerte» (Sal. 22:14,15).

Por un lado, el Espíritu Santo de Dios le abandonó. Por el otro, el espíritu diabólico de Satanás le ridiculizó. Parece que el Salmo 22:11-13 se refiere a esta fase: «No te alejes de mí... no hay nadie que me ayude. Me rodean muchos toros, fuertes toros de Basan me cercan; abrieron la boca sobre mí, como un león salvaje y rugiente.»

Por un lado su espíritu soportó el abandono de Dios y por el otro resistió la burla del espíritu diabólico. El espíritu humano del hombre se ha separado tanto de Dios, exaltándose a sí mismo y siguiendo el espíritu diabólico, que el espíritu del hombre tiene que ser quebrantado del todo para que no pueda seguir oponiéndose a Dios y estando aliado con el enemigo. Él Señor Jesús se hizo pecado por nosotros en la cruz. Su santa humanidad interior fue completamente aniquilada al juzgar Dios a la humanidad impía. Abandonado por Dios, Cristo sufrió, pues, el más amargo dolor del pecado, soportando en la oscuridad la ira castigadora de Dios sobre el pecado sin el apoyo del amor de Dios o la luz de su rostro. Ser abandonado por Dios es la consecuencia del pecado. •

Ahora nuestra humanidad pecadora ha sido juzgada totalmente porque fue juzgada en la humanidad sin pecado del Señor Jesús. En El la humanidad santa ha ganado su victoria. Toda sentencia sobre el cuerpo, el alma y el espíritu de los pecadores ha sido arrojada sobre Él. Él es nuestro representante. Por fe estamos unidos a El. Su muerte es considerada como nuestra muerte, y su sentencia como nuestra sentencia. Nuestro espíritu, alma y cuerpo han sido juzgados y castigados en Él. Sería lo mismo que si hubiésemos sido castigados en persona. «Así pues, ahora no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús» (Ro. 8:1).

Esto es lo que Él ha hecho por nosotros y ésta es ahora nuestra posición ante Dios. «Porque el que ha muerto está libre del pecado» (Ro. 6:7). Nuestra posición real es que ya hemos muerto en el Señor Jesús, y ahora sólo falta que el Espíritu Santo traslade este hecho a nuestra experiencia. La cruz es donde el pecador —su espíritu, alma y cuerpo— es juzgado. Es por medio de la muerte y la resurrección del Señor que el Espíritu Santo de Dios puede transmitirnos la naturaleza de Dios. La cruz ostenta el juicio del pecador, proclama la ausencia de valor del pecador, crucifica al pecador y proporciona la vida del Señor Jesús. Desde entonces, cualquiera que acepta la cruz nacerá de nuevo por el Espíritu Santo y recibirá la vida del Señor Jesús.

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