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Entrégale a Dios tu amor, y él te dará lo que más deseas. Pon tu vida en sus manos; confía plenamente en él, y él actuará en tu favor. Salmo 37:4 BLS

lunes, 30 de junio de 2014

Por qué creo en el infierno

Por qué creo en el infierno
Por: D.J. Kennedy 




Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego. Apocalipsis 20:15

¡Por qué creo en el infierno! Ningún tema del mundo es tan repugnante para la mente humana como éste; sin embargo, ningún tema es de mayor importancia.

Jesús lloró cuando previo la destrucción de Jerusalén. El mismo Dios dice: "… no quiero la muerte del impío" (Ezequiel 33:11). Ningún cristiano puede regocijarse al pensar en la morada final de los impenitentes. Sin embargo, es nuestro deber, como fieles ministros de Jesucristo, proclamar todo el consejo de Dios. Creo que sería un falso amigo de cualquier pecador, si no le advirtiera, como las Escrituras lo hacen repetidamente, en cuanto al peligro de su condición.

Es bien conocido el hecho de que los hombres suprimen aquello que odian o temen. En consecuencia, hay numerosas personas que, en vez de considerar seriamente el asunto de la condenación, simplemente critican al que les llama la atención sobre el particular. Aunque un ministro tenga media docena de títulos académicos, aun así es vituperado como un obscurantista que no se debe tener en cuenta, si predica sobre este tema. He observado que los argumentos de los incrédulos consisten en una cosa: emocionalismo, desplegado mediante un brote de hostilidad e indisposición para considerar racionalmente un asunto que es de suprema importancia para su bienestar eterno.

Algunas personas parecen estar bajo el engaño de que el infierno se ha evaporado, o por lo menos de que todas las personas inteligentes han dejado de creer en él. Antes de continuar con tales ideas, le ruego a usted que considere las siguientes palabras del gran teólogo de Princeton, A. A. Hodge: "El Antiguo Testamento estuvo en manos de los judíos varios siglos antes de que Cristo viniera. Ellos entendieron uniformemente que las Escrituras enseñan que los impíos han de sufrir para siempre." El historiador Josefo declara que éste era también el entendimiento de los fariseos de su tiempo. Como cristianos, hemos tenido las Escrituras durante casi 20 siglos. Leemos que "todos los grandes padres de la iglesia, los reformadores y las iglesias históricas, con sus revisiones y traducciones de las Sagradas Escrituras, sus liturgias e himnos; todos los grandes teólogos y eruditos bíblicos evangélicos, con sus gramáticas, diccionarios, comentarios y sistemas clásicos, han estado uniformemente de acuerdo en su comprensión de la enseñanza de las Sagradas Escrituras con respecto a los interminables sufrimientos futuros para todos los que mueren impenkentes. Y esto ha acontecido contra la corriente universal e impetuosa de temores y simpatías de los humanos."[i]

La Biblia nos dice que el incrédulo irá al castigo eterno. ¿Es contrario esto a la conclusión que cualquier persona racional, que piense bien, sacaría de lo que conocemos como teología natural, es decir, la revelación que Dios nos da de sí mismo en este mundo, en el gobierno moral que ejerce sobre él, en nuestra propia constitución y en la naturaleza? ¡De ningún modo! Joseph Stiles nos señala que las leyes de nuestra naturaleza demandan que haya un infierno: "Fije sus ojos en el pecador más vil de la tierra. A través de la muerte, en este instante, páselo al cielo: con todas sus pasiones, mentiras, odio y corazón perverso. ¿Puede él estar feliz allí? Por una ley de su naturaleza, la felicidad está en la correspondencia que hay entre la mente y su objeto. Por otra ley de su naturaleza, existe miseria en la oposición que hay entre la mente y su objeto. Este corazón impío siente, y tiene que sentir por siempre, la más profunda aversión hacia todo lo que exista o acontezca en el santo cielo."[ii]

Nuestra propia naturaleza moral exige un lugar como el infierno. La conciencia humana también lo demanda. Todos los hombres creen que hay diferencia entre la virtud y el vicio, y que en cuanto a carácter, éstos son opuestos morales. Y siempre los tratamos como tales: aprobamos la virtud y condenamos el vicio. Recompensamos la virtud para promoverla, y castigamos el vicio para suprimirlo. Esto también se confirma en los gobiernos morales de cualquier nación moral: las leyes se han aprobado porque el pueblo sabe que la virtud conduce a la felicidad de la comunidad.

Vemos otro argumento en la vida de Jesucristo y en su carácter. Cristo, quien vino manso y humilde para salvarnos del dolor y del sufrimiento, fue el que habló más acerca del infierno que cualquiera otra persona de las que se mencionan en la Escritura. ¿Vino El, que es la Verdad encarnada, que es el santo Hijo de Dios, a implantar en las mentes de los hombres un temor que duraría más de 19 siglos sobre algo inexistente? Tal pensamiento es una infamia para el carácter de Jesucristo. Algunas personas dicen: "¡Pero Dios es amor! Y El nunca castigará a nadie en el infierno." Es muy peligroso estructurar una doctrina sobre una premisa falsa. En efecto, la Biblia enseña que Dios es amor, amor infinitamente compasivo. Pero la misma Biblia nos enseña que el mismo Dios es santo y justo y recto; que El es de ojos tan puros que no puede mirar la iniquidad y que castigará nuestras transgresiones con la vara y nuestra iniquidad con azotes; que de ningún modo dará por inocente al culpable.

Mucho tiempo antes que se manifestara plenamente el amor de Dios en la Escritura, el único gran pensamiento que se inculcaba en las mentes del pueblo hebreo era el siguiente: "Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos" (Isaías 6:3). El fundamento mismo de su trono era la santidad, y ningún pecado podía jamás llegar a su presencia, sin que inevitablemente fuera consumido por su ira.

Hay algunos que quieren que creamos que ellos saben algo acerca de Dios que no sabemos nosotros y, por tanto, el asunto de la condenación eterna no pudiera ser cierto. El universalista declara que Dios, en su amor, debe inevitablemente recibir a todos. Este individuo se acercaría osadamente al Todopoderoso y extendería un ala de condescendencia sobre la debilidad del Dios omnipotente, al decirnos que Dios no se entiende muy bien a sí mismo, y ciertamente no quiere dar a entender lo que dice, y realmente está gravemente equivocado con respecto- a este asunto. Esta persona piensa que sabe más acerca de Dios, que lo que Dios sabe de sí mismo. Este es el blasfemo que declara que Dios es una clase de tonto fanfarroneador que no habla en serio lo que dice; que, aunque a través de toda la revelación, desde el Génesis hasta el fin, Dios declaró que el impío morirá en sus pecados y no hallará la paz, ahora ha dado marcha atrás. Este hombre no comprende que la Escritura dice que los caminos de Dios no son nuestros caminos, y sus pensamientos no son nuestros pensamientos (Isaías 55:8); que sus caminos y pensamientos son inescrutables (Romanos 11:33). Sin embargo, este blasfemo declara confiadamente que los caminos de Dios son nuestros caminos y sus pensamientos son los nuestros, y que ha descubierto plenamente los caminos de Dios. Este hombre traería sobre sí la exclamación de Dios, quien de hecho dijo: "Pensabas que de cierto sería yo como tú" (ver Salmos 50:21). El es el santo Dios, que ha declarado que no tolerará el pecado. Los impenitentes se meten violentamente en la presencia de El con gran necedad, y con consecuencias interminables.

Otros han dicho: "Ciertamente, nuestros pecados no merecerían algo así como un castigo sin fin." Permítaseme volver a citar a Hodge, el gran teólogo de Princeton:" Nosotros mismos somos los malhechores. Es evidente que el egoísmo, aquella ceguera y dureza moral, hace que todo criminal sea para siempre absolutamente incompetente para juzgar la medida de culpa que le corresponde por sus propias fechorías. Toda la experiencia prueba esto en la jurisprudencia criminal y en la vida privada. Si esto es verdad cuando juzgamos la perversidad de nuestras ofensas contra nuestros prójimos, ¡cuánto más tiene que viciar nuestros criterios en cuanto a la perversidad de nuestros pecados contra el Dios infinitamente santo!"[iii] Otro autor nos ha dicho que el fin del castigo por nuestros pecados tiene que ser cuando cese la influencia de estos "pecados. Pero si la influencia de los pecados de los hombres pervive todo el tiempo, entonces los hombres son responsables de esas influencias a través de todo el tiempo. El hombre no puede menos que ser castigado en proporción a su culpa hasta que el tiempo no sea más. Jesús dijo claramente que todo ser humano sobre la tierra, o recoge hombres y mujeres, niños y niñas hacia el mismo Cristo, o los desparrama. Los incrédulos, que han pasado toda la vida esparciendo la gente y apartándola de Jesucristo, serán parcialmente responsables de muchas de las personas que van a parar en el infierno.

Las Escrituras declaran que, si los efectos de nuestros pecados son eternos, entonces el castigo por nuestros pecados también será eterno. La principal razón por la cual creemos en el infierno es que Jesucristo declaró que eso es así. Se nos dice que el pecador mora "con las llamas eternas" (Isaías 33:14); sin embargo, "nunca más verá la luz" (Salmos 49:19);  "se consumieron de terrores" (Salmo 73:19); "muertos son" (Isaías 26:14); "el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga" (Marcos 9:44); "me destrocen sin que haya quien me libre" (Salmo 7:2). Cuando el pecador llame, nadie le responderá; cuando busque, nunca hallará. En pocas palabras, se hunde en una muerte que está fuera del alcance de la oración; en una condenación que está más allá del perdón; y en un juicio que está fuera del alcance de Cristo.

En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea que se empleó con el significado de "eterno" es olam, junto con sus términos afines y derivados. En el Nuevo Testamento, la palabra griega paralela es aion, aionios, y todos sus términos afínes, que se derivan de aei, que significa "siempre". Un autor ha afirmado que toda palabra hebrea y griega que se usa para describir la eternidad de la existencia de Dios y la eternidad de la bienaventuranza de los redimidos en el cielo, también se usa para describir la eternidad de los sufrimientos de los perdidos en el infierno.[iv] Si el castigo del impío es temporal, entonces vendrá el día en que Dios se extinguirá, pues los mismos términos se usan en los dos casos. Si estos términos no describen la eternidad, entonces no hay palabra en hebreo ni en griego que signifique eternidad; y esto es imposible. Se uso oda palabra que pudiera tener la posibilidad de ser usado.

Sería bueno que consideráramos por un momento la eternidad de nuestras almas, que vivirán en la bienaventuranza y felicidad del paraíso, o en el bien merecido castigo del infierno. ¿Durante cuánto tiempo será eso? William Munsey nos describe algo del significado de la eternidad, algo que a menudo los hombres echan de sus mentes: "La eternidad no puede definirse. Sin principio ni fin, no puede medirse; no puede aumentarse su pasado, ni disminuirse su futuro. No tiene pasado, no tiene futuro, no tiene términos, no tiene parte media, no tiene partes: es una unidad tremenda, que no puede analizarse. Si todas las montañas de todos los mundos estuvieran haciendo presión sobre el cerebro, no podrían pesar más sobre él que en el menor concepto sobre la eternidad… Este concepto no tiene origen, ni principio, ni fin, ni medida; es imperecedero, indescriptible, indefinible. Sólo él mismo es su propia definición. Si se nos pregunta: ¿Qué es la eternidad? sólo podemos responder: 'Eternidad'; y en la respuesta confesamos nuestra debilidad e ignorancia."[v] Es un círculo infinito que nunca puede medirse.

Concebiblemente, pudiéramos medir el círculo de la tierra, o el círculo de nuestra galaxia, o aun de un modo conceptible, el círculo del universo, la gran eclíptica que abarca los inmensos enjambres de galaxias que rodean el mundo. Dice Munsey: "Monte usted en el carro solar de Febo, y siéntese junto al conductor, y busque el fin de la eclíptica. Aplique el látigo ardiente, y vea a los briosos corceles de patas aladas e ígneas crines pasar como bólidos a través de las constelaciones: mundos admirables que sobresalen de la trayectoria del carro, y abismos del espacio que bostezan debajo de usted; y continúe la fantástica carrera hasta que las ruedas del carro se estremezcan, y sus ejes desgastados se rompan, y mueran de fatiga los corceles, y usted se encuentre perdido donde ningún ángel pueda hallar sus huesos; y no hallará el fin del círculo etéreo. Pero estos círculos son finitos."[vi]

La eternidad es un círculo infinito. Por cuanto es infinito, su centro es el gran imponderable y portentoso "ahora". Es un círculo infinito cuyo centro está en cualquier parte dentro de la circunferencia de aquel círculo. Esto desconcierta la mente, puesto que no tiene circunferencia y su centro está en cualquier parte. "La eternidad —dice Munsey— es una línea infinita. El ángel que tenga más fuertes alas y que hienda el éter ilimitado, puede recorrerla, y recorrerla por siempre; sin embargo, no podrá hallar su fin, así como no podrá hallar la cuna ni la tumba de Dios… Es un día sin amanecer, un día sin anochecer: un eterno mediodía. Simplemente era mediodía cuando el mundo fue hecho; y aún será mediodía cuando sea destruido: un alto mediodía por siempre. ¡0h eternidad! Esta idea se profundiza, se amplía y se eleva, hasta que la mente humana, confundida y agobiada, se encoge a una pequeñez infinita."[vii]

Por siempre jamás. Cuando el pecador haya estado en el infierno durante centenares de miles de millones, billones de evos de siglos, no tendrá ni un segundo menos para estar allí; para estar perdido para siempre. Estará en absoluta oscuridad, huyendo de un lado para otro, sin encontrar nunca otra alma inmortal con la cual conversar, sin que jamás un ángel se cruce en su camino, yendo hacia este lado y hacia el otro, para arriba y para abajo, sobre el mismo plano en todos los sentidos, por siempre jamás: perdido, perdido, dando alaridos, perdido, para siempre jamás, donde ningún eco se burlará jamás de su miseria. El alma inmortal perdida, perdida en una oscuridad infinita, volando continuamente en un viaje que sólo habría de terminar si pudiera llegar a doblar sus alas sobre la lápida sepulcral de Dios, para siempre. ¿Dónde pasará usted la eternidad? Aunque la Escritura declara esta doctrina en mil pasajes, y Jesús afirmó denodadamente que es cierta, puede haber algunos que aún no creen en el infierno. He oído el testimonio de un hombre que fue al infierno. Es un hombre que vive, y su testimonio está grabado. El mismo me dio permiso para usarlo de la manera que yo lo deseara. Se describió a sí mismo como un ateo. No creía en el alma, ni en el espíritu, ni en ángeles, ni en Dios. "Cuando uno muere — decía él —, muere como un perro." Un día planeó arrastrarse adentro de un hoyo, y él mismo cerrar la tapa sobre si. No creía en el cielo, ni en el infierno, ni en Dios.

Pero entonces sí creyó, de una manera muy esclarecedora: ¡murió! No hace mucho, tuvo un paro cardíaco, y los médicos lo declararon clínicamente muerto. (Más o menos durante el año pasado, numerosos científicos informaron de más de 500 personas que, después de ser declaradas clínicamente muertas, fueron resucitadas. No podemos comprender plenamente cuál es el significado de esto, pero los informes que traen de vuelta a la vida, han convencido a los científicos de que hay vida después de la muerte.) Posteriormente él fue resucitado, pero me dijo que durante su "muerte" experimentó lo siguiente: Se hundió en un reino de tinieblas, un lugar de oscuras sombras. Sin embargo, aún tenía cuerpo. Se halló en gran agonía empujando una inmensa piedra hacia un abismo. (La Biblia habla acerca de un abismo.) Sentía un gran dolor, y no podía hacer nada para disminuirlo.

Si a uno le dan un tiro en el brazo — dijo él —, por lo menos puede agarrarse el brazo y lograr una leve disminución del dolor; pero no era así con aquello.

— ¿En qué parte le dolía? — le pregunté —, ¿Estaba localizado el dolor?

— No — respondió —, me dolía en todas partes. Estoy muy seguro de que, si me hubiera cortado la garganta, no habría disminuido ese dolor en absoluto.

Cuando le pregunté si era muy severo el dolor, me (fijo: — Era peor que cualquier cosa que haya experimentado nunca en este mundo.

Pensé que tal vez él nunca había conocido mucho dolor. Así que le pregunté:

— ¿Alguna vez ha sufrido usted realmente algún dolor en este mundo?

— Bueno — dijo — cuando yo tenía nueve años de edad, un tren de carga me pasó sobre una pierna y me la dejó colgando de un tendón. De algún modo, la recogí, me arrastré hasta un cruce de caminos, y finalmente fui recogido por un hombre en un auto. Nunca perdí el conocimiento, pero mi sangre que salía a chorros salpicó todo el parabrisas de su auto mientras me llevaba al hospital. Nunca estuve inconsciente.

— ¿Qué comparación puede hacer entre ese dolor y el que sintió cuando el médico lo declaró muerto? — le pregunté.

— Fue insignificante — contestó — Ni siquiera lo compararía.

— Una vez — continué — me quemé una mano de una manera bastante grave, y experimenté un dolor como ningún otro que yo haya conocido antes o después de eso. ¿Alguna vez se quemó usted?

— Sí — respondió —, una vez tumbé del anaquel una lata de gasolina, que cayó sobre una vela encendida y de allí sobre mi pierna y la incendió. Como resultado pasé varias semanas en el hospital. Se levantó la enfermera y me señaló las cicatrices.

— No conozco nada en este mundo — le dije — que se pueda comparar con el dolor de una quemadura. ¿Qué comparación puede hacer usted entre el dolor que experimentó cuando murió y el de la quemadura?

— ¡Aquel dolor — respondió — fue mil veces peor que el que sentí cuando se me incendió la pierna! Traté por todos los medios que conocía de darle alguna explicación, pero todo se desvanecía ante mis intentos de hacerlo. Yo no creía en el infierno antes, ni quería creer entonces. Sobre la faz de esta tierra, no importa por lo que usted haya pasado, no creo que usted haya podido experimentar el dolor que experimenté en aquel hospital.

— ¿Qué piensa usted que era ese dolor? —le pregunté.

— Bueno, pienso que definidamente tuvo que ser algo de fuera de esta tierra, así que lo único que puedo pensar es que tiene que haber un infierno, y yo estaba en él.

Me dijo que cuando se puso a pensar acerca de esto, luego de haber salido del hospital, comenzó a temblar de manera incontrolable.

¡El infierno es real! El creía que no existía en absoluto, en la misma forma como creen algunos de los que están leyendo esto. Pensó que el infierno era un mito. No creía en Cristo, ni en Dios, ni en la Biblia. Pero murió, ¡y ahora lo cree! Trágicamente, algunos sólo lo creerán cuando lo experimenten, y entonces será demasiado tarde. Si la Biblia enseña algo en absoluto, es que hay un "demasiado tarde" de consecuencias eternas; que vendrá un momento cuando será eternamente demasiado tarde, cuando las puertas de la gracia se habrán cerrado de golpe para siempre. Entonces el pecador daría el universo mismo por sólo un minuto para arrepentirse y volverse a Jesucristo.

Creo absolutamente que hay un infierno, porque Jesucristo no sólo lo enseñó, sino que lo experimentó. Leemos en la Escritura que, en la cruz del Calvario, Cristo tomó sobre sí el pecado del mundo; El fue hecho pecado por nosotros, y nuestra culpa le fue imputada a El. Dios el Padre miró desde arriba a su amado Hijo, a quien había amado eternamente, en quien tenía complacencia, y lo vio como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y Dios derramó la caldera de su ira contra el pecado mismo, y toda ella cayó sobre Jesucristo, quien clamó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46), y luego descendió al infierno.

En esa oscuridad del mediodía. Cristo sufrió un infinito castigo, colgado en la cruz en nuestro lugar. El dijo: "Consumado es." Los que creen en El, pueden oír sus palabras en el sentido de que, aunque la paga del pecado es la muerte, eso lo pagó Cristo para siempre. Y los que ponen su fe y su confianza en El, tienen su palabra de que nunca perecerán. La verdad que presenta la Escritura es que un día la ira de Dios caerá sobre nuestros pecados. La única pregunta es ésta: ¿Caerá sobre nosotros en el infierno para siempre? ¿O caerá sobre Jesucristo en la cruz? Esa elección es nuestra. ¡Viviremos para siempre... en alguna parte!


[i] A.A. Hodge, Popular Lectures on Theological The-mes (Charlas populares sobre temas teológicos). Filadelfia, Presbyterian Board of Publications, 1887, págs. 456, 457.
[ii] Joseph C. Stiles, Future Punishment (Castigo futuro). St. Louis, Missouri, sin indicación de casa editorial, 1868, pág. 4.
[iii] Hodge, Popular Lectures (Charlas populares), pág.454).
[iv] William Elbert Munsey, Etemal Retribution (Eterna retribución). Murfreesboro, Tennessee, Sword ofthe Lord Publishers, 1951, pág. 65
[v] Ibíd., pág. 62
[vi] Ibíd., pág. 63.
[vii] Ibíd.

1 comentario:

  1. Cristo viene pronto, no dejemos de predicar su palabra
    Bendiciones desde mi blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com

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