Por qué creo en el infierno
Por: D.J. Kennedy
Y el que no se
halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego. Apocalipsis
20:15
¡Por qué creo en
el infierno! Ningún tema del mundo es tan repugnante para la mente humana como
éste; sin embargo, ningún tema es de mayor importancia.
Jesús lloró
cuando previo la destrucción de Jerusalén. El mismo Dios dice: "… no
quiero la muerte del impío" (Ezequiel 33:11). Ningún cristiano puede
regocijarse al pensar en la morada final de los impenitentes. Sin embargo, es
nuestro deber, como fieles ministros de Jesucristo, proclamar todo el consejo
de Dios. Creo que sería un falso amigo de cualquier pecador, si no le
advirtiera, como las Escrituras lo hacen repetidamente, en cuanto al peligro de
su condición.
Es bien conocido
el hecho de que los hombres suprimen aquello que odian o temen. En
consecuencia, hay numerosas personas que, en vez de considerar seriamente el
asunto de la condenación, simplemente critican al que les llama la atención
sobre el particular. Aunque un ministro tenga media docena de títulos
académicos, aun así es vituperado como un obscurantista que no se debe tener en
cuenta, si predica sobre este tema. He observado que los argumentos de los
incrédulos consisten en una cosa: emocionalismo, desplegado mediante un brote
de hostilidad e indisposición para considerar racionalmente un asunto que es de
suprema importancia para su bienestar eterno.
Algunas personas
parecen estar bajo el engaño de que el infierno se ha evaporado, o por lo menos
de que todas las personas inteligentes han dejado de creer en él. Antes de
continuar con tales ideas, le ruego a usted que considere las siguientes
palabras del gran teólogo de Princeton, A. A. Hodge: "El Antiguo Testamento
estuvo en manos de los judíos varios siglos antes de que Cristo viniera. Ellos
entendieron uniformemente que las Escrituras enseñan que los impíos han de
sufrir para siempre." El historiador Josefo declara que éste era también
el entendimiento de los fariseos de su tiempo. Como cristianos, hemos tenido
las Escrituras durante casi 20 siglos. Leemos que "todos los grandes
padres de la iglesia, los reformadores y las iglesias históricas, con sus
revisiones y traducciones de las Sagradas Escrituras, sus liturgias e himnos;
todos los grandes teólogos y eruditos bíblicos evangélicos, con sus gramáticas,
diccionarios, comentarios y sistemas clásicos, han estado uniformemente de
acuerdo en su comprensión de la enseñanza de las Sagradas Escrituras con
respecto a los interminables sufrimientos futuros para todos los que mueren
impenkentes. Y esto ha acontecido contra la corriente universal e impetuosa de
temores y simpatías de los humanos."[i]
La Biblia nos
dice que el incrédulo irá al castigo eterno. ¿Es contrario esto a la conclusión
que cualquier persona racional, que piense bien, sacaría de lo que conocemos
como teología natural, es decir, la revelación que Dios nos da de sí mismo en
este mundo, en el gobierno moral que ejerce sobre él, en nuestra propia
constitución y en la naturaleza? ¡De ningún modo! Joseph Stiles nos señala que
las leyes de nuestra naturaleza demandan que haya un infierno: "Fije sus
ojos en el pecador más vil de la tierra. A través de la muerte, en este
instante, páselo al cielo: con todas sus pasiones, mentiras, odio y corazón
perverso. ¿Puede él estar feliz allí? Por una ley de su naturaleza, la
felicidad está en la correspondencia que hay entre la mente y su objeto. Por
otra ley de su naturaleza, existe miseria en la oposición que hay entre la mente
y su objeto. Este corazón impío siente, y tiene que sentir por siempre, la más
profunda aversión hacia todo lo que exista o acontezca en el santo cielo."[ii]
Nuestra propia
naturaleza moral exige un lugar como el infierno. La conciencia humana también
lo demanda. Todos los hombres creen que hay diferencia entre la virtud y el
vicio, y que en cuanto a carácter, éstos son opuestos morales. Y siempre los
tratamos como tales: aprobamos la virtud y condenamos el vicio. Recompensamos
la virtud para promoverla, y castigamos el vicio para suprimirlo. Esto también
se confirma en los gobiernos morales de cualquier nación moral: las leyes se
han aprobado porque el pueblo sabe que la virtud conduce a la felicidad de la
comunidad.
Vemos otro
argumento en la vida de Jesucristo y en su carácter. Cristo, quien vino manso y
humilde para salvarnos del dolor y del sufrimiento, fue el que habló más acerca
del infierno que cualquiera otra persona de las que se mencionan en la
Escritura. ¿Vino El, que es la Verdad encarnada, que es el santo Hijo de Dios,
a implantar en las mentes de los hombres un temor que duraría más de 19 siglos
sobre algo inexistente? Tal pensamiento es una infamia para el carácter de
Jesucristo. Algunas personas dicen: "¡Pero Dios es amor! Y El nunca castigará
a nadie en el infierno." Es muy peligroso estructurar una doctrina sobre
una premisa falsa. En efecto, la Biblia enseña que Dios es amor, amor
infinitamente compasivo. Pero la misma Biblia nos enseña que el mismo Dios es
santo y justo y recto; que El es de ojos tan puros que no puede mirar la
iniquidad y que castigará nuestras transgresiones con la vara y nuestra
iniquidad con azotes; que de ningún modo dará por inocente al culpable.
Mucho tiempo
antes que se manifestara plenamente el amor de Dios en la Escritura, el único
gran pensamiento que se inculcaba en las mentes del pueblo hebreo era el
siguiente: "Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos" (Isaías
6:3). El fundamento mismo de su trono era la santidad, y ningún pecado podía
jamás llegar a su presencia, sin que inevitablemente fuera consumido por su
ira.
Hay algunos que
quieren que creamos que ellos saben algo acerca de Dios que no sabemos nosotros
y, por tanto, el asunto de la condenación eterna no pudiera ser cierto. El
universalista declara que Dios, en su amor, debe inevitablemente recibir a
todos. Este individuo se acercaría osadamente al Todopoderoso y extendería un
ala de condescendencia sobre la debilidad del Dios omnipotente, al decirnos que
Dios no se entiende muy bien a sí mismo, y ciertamente no quiere dar a entender
lo que dice, y realmente está gravemente equivocado con respecto- a este
asunto. Esta persona piensa que sabe más acerca de Dios, que lo que Dios sabe
de sí mismo. Este es el blasfemo que declara que Dios es una clase de tonto
fanfarroneador que no habla en serio lo que dice; que, aunque a través de toda
la revelación, desde el Génesis hasta el fin, Dios declaró que el impío morirá
en sus pecados y no hallará la paz, ahora ha dado marcha atrás. Este hombre no
comprende que la Escritura dice que los caminos de Dios no son nuestros
caminos, y sus pensamientos no son nuestros pensamientos (Isaías 55:8); que sus
caminos y pensamientos son inescrutables (Romanos 11:33). Sin embargo, este
blasfemo declara confiadamente que los caminos de Dios son nuestros caminos y
sus pensamientos son los nuestros, y que ha descubierto plenamente los caminos
de Dios. Este hombre traería sobre sí la exclamación de Dios, quien de hecho
dijo: "Pensabas que de cierto sería yo como tú" (ver Salmos 50:21).
El es el santo Dios, que ha declarado que no tolerará el pecado. Los
impenitentes se meten violentamente en la presencia de El con gran necedad, y
con consecuencias interminables.
Otros han dicho:
"Ciertamente, nuestros pecados no merecerían algo así como un castigo sin
fin." Permítaseme volver a citar a Hodge, el gran teólogo de
Princeton:" Nosotros mismos somos los malhechores. Es evidente que el
egoísmo, aquella ceguera y dureza moral, hace que todo criminal sea para
siempre absolutamente incompetente para juzgar la medida de culpa que le
corresponde por sus propias fechorías. Toda la experiencia prueba esto en la
jurisprudencia criminal y en la vida privada. Si esto es verdad cuando juzgamos
la perversidad de nuestras ofensas contra nuestros prójimos, ¡cuánto más tiene
que viciar nuestros criterios en cuanto a la perversidad de nuestros pecados
contra el Dios infinitamente santo!"[iii]
Otro autor nos ha dicho que el fin del castigo por nuestros pecados tiene que
ser cuando cese la influencia de estos "pecados. Pero si la influencia de
los pecados de los hombres pervive todo el tiempo, entonces los hombres son
responsables de esas influencias a través de todo el tiempo. El hombre no puede
menos que ser castigado en proporción a su culpa hasta que el tiempo no sea
más. Jesús dijo claramente que todo ser humano sobre la tierra, o recoge
hombres y mujeres, niños y niñas hacia el mismo Cristo, o los desparrama. Los
incrédulos, que han pasado toda la vida esparciendo la gente y apartándola de
Jesucristo, serán parcialmente responsables de muchas de las personas que van a
parar en el infierno.
Las Escrituras
declaran que, si los efectos de nuestros pecados son eternos, entonces el
castigo por nuestros pecados también será eterno. La principal razón por la
cual creemos en el infierno es que Jesucristo declaró que eso es así. Se nos
dice que el pecador mora "con las llamas eternas" (Isaías 33:14); sin
embargo, "nunca más verá la luz" (Salmos 49:19); "se consumieron de terrores" (Salmo
73:19); "muertos son" (Isaías 26:14); "el gusano de ellos no
muere, y el fuego nunca se apaga" (Marcos 9:44); "me destrocen sin
que haya quien me libre" (Salmo 7:2). Cuando el pecador llame, nadie le
responderá; cuando busque, nunca hallará. En pocas palabras, se hunde en una
muerte que está fuera del alcance de la oración; en una condenación que está
más allá del perdón; y en un juicio que está fuera del alcance de Cristo.
En el Antiguo
Testamento, la palabra hebrea que se empleó con el significado de
"eterno" es olam, junto con sus términos afines y derivados. En el
Nuevo Testamento, la palabra griega paralela es aion, aionios, y todos sus
términos afínes, que se derivan de aei, que significa "siempre". Un
autor ha afirmado que toda palabra hebrea y griega que se usa para describir la
eternidad de la existencia de Dios y la eternidad de la bienaventuranza de los
redimidos en el cielo, también se usa para describir la eternidad de los
sufrimientos de los perdidos en el infierno.[iv]
Si el castigo del impío es temporal, entonces vendrá el día en que Dios se
extinguirá, pues los mismos términos se usan en los dos casos. Si estos
términos no describen la eternidad, entonces no hay palabra en hebreo ni en
griego que signifique eternidad; y esto es imposible. Se uso oda palabra que
pudiera tener la posibilidad de ser usado.
Sería bueno que
consideráramos por un momento la eternidad de nuestras almas, que vivirán en la
bienaventuranza y felicidad del paraíso, o en el bien merecido castigo del
infierno. ¿Durante cuánto tiempo será eso? William Munsey nos describe algo del
significado de la eternidad, algo que a menudo los hombres echan de sus mentes:
"La eternidad no puede definirse. Sin principio ni fin, no puede medirse;
no puede aumentarse su pasado, ni disminuirse su futuro. No tiene pasado, no tiene
futuro, no tiene términos, no tiene parte media, no tiene partes: es una unidad
tremenda, que no puede analizarse. Si todas las montañas de todos los mundos
estuvieran haciendo presión sobre el cerebro, no podrían pesar más sobre él que
en el menor concepto sobre la eternidad… Este concepto no tiene origen, ni
principio, ni fin, ni medida; es imperecedero, indescriptible, indefinible.
Sólo él mismo es su propia definición. Si se nos pregunta: ¿Qué es la
eternidad? sólo podemos responder: 'Eternidad'; y en la respuesta confesamos
nuestra debilidad e ignorancia."[v] Es
un círculo infinito que nunca puede medirse.
Concebiblemente,
pudiéramos medir el círculo de la tierra, o el círculo de nuestra galaxia, o
aun de un modo conceptible, el círculo del universo, la gran eclíptica que
abarca los inmensos enjambres de galaxias que rodean el mundo. Dice Munsey:
"Monte usted en el carro solar de Febo, y siéntese junto al conductor, y
busque el fin de la eclíptica. Aplique el látigo ardiente, y vea a los briosos
corceles de patas aladas e ígneas crines pasar como bólidos a través de las
constelaciones: mundos admirables que sobresalen de la trayectoria del carro, y
abismos del espacio que bostezan debajo de usted; y continúe la fantástica
carrera hasta que las ruedas del carro se estremezcan, y sus ejes desgastados
se rompan, y mueran de fatiga los corceles, y usted se encuentre perdido donde
ningún ángel pueda hallar sus huesos; y no hallará el fin del círculo etéreo.
Pero estos círculos son finitos."[vi]
La eternidad es
un círculo infinito. Por cuanto es infinito, su centro es el gran imponderable
y portentoso "ahora". Es un círculo infinito cuyo centro está en
cualquier parte dentro de la circunferencia de aquel círculo. Esto desconcierta
la mente, puesto que no tiene circunferencia y su centro está en cualquier
parte. "La eternidad —dice Munsey— es una línea infinita. El ángel que
tenga más fuertes alas y que hienda el éter ilimitado, puede recorrerla, y
recorrerla por siempre; sin embargo, no podrá hallar su fin, así como no podrá
hallar la cuna ni la tumba de Dios… Es un día sin amanecer, un día sin
anochecer: un eterno mediodía. Simplemente era mediodía cuando el mundo fue
hecho; y aún será mediodía cuando sea destruido: un alto mediodía por siempre. ¡0h
eternidad! Esta idea se profundiza, se amplía y se eleva, hasta que la mente
humana, confundida y agobiada, se encoge a una pequeñez infinita."[vii]
Por siempre
jamás. Cuando el pecador haya estado en el infierno durante centenares de miles
de millones, billones de evos de siglos, no tendrá ni un segundo menos para
estar allí; para estar perdido para siempre. Estará en absoluta oscuridad,
huyendo de un lado para otro, sin encontrar nunca otra alma inmortal con la
cual conversar, sin que jamás un ángel se cruce en su camino, yendo hacia este
lado y hacia el otro, para arriba y para abajo, sobre el mismo plano en todos
los sentidos, por siempre jamás: perdido, perdido, dando alaridos, perdido,
para siempre jamás, donde ningún eco se burlará jamás de su miseria. El alma
inmortal perdida, perdida en una oscuridad infinita, volando continuamente en
un viaje que sólo habría de terminar si pudiera llegar a doblar sus alas sobre
la lápida sepulcral de Dios, para siempre. ¿Dónde pasará usted la eternidad?
Aunque la Escritura declara esta doctrina en mil pasajes, y Jesús afirmó
denodadamente que es cierta, puede haber algunos que aún no creen en el
infierno. He oído el testimonio de un hombre que fue al infierno. Es un hombre
que vive, y su testimonio está grabado. El mismo me dio permiso para usarlo de
la manera que yo lo deseara. Se describió a sí mismo como un ateo. No creía en
el alma, ni en el espíritu, ni en ángeles, ni en Dios. "Cuando uno muere —
decía él —, muere como un perro." Un día planeó arrastrarse adentro de un
hoyo, y él mismo cerrar la tapa sobre si. No creía en el cielo, ni en el
infierno, ni en Dios.
Pero entonces sí
creyó, de una manera muy esclarecedora: ¡murió! No hace mucho, tuvo un paro
cardíaco, y los médicos lo declararon clínicamente muerto. (Más o menos durante
el año pasado, numerosos científicos informaron de más de 500 personas que,
después de ser declaradas clínicamente muertas, fueron resucitadas. No podemos
comprender plenamente cuál es el significado de esto, pero los informes que
traen de vuelta a la vida, han convencido a los científicos de que hay vida
después de la muerte.) Posteriormente él fue resucitado, pero me dijo que
durante su "muerte" experimentó lo siguiente: Se hundió en un reino
de tinieblas, un lugar de oscuras sombras. Sin embargo, aún tenía cuerpo. Se
halló en gran agonía empujando una inmensa piedra hacia un abismo. (La Biblia
habla acerca de un abismo.) Sentía un gran dolor, y no podía hacer nada para
disminuirlo.
Si a uno le dan
un tiro en el brazo — dijo él —, por lo menos puede agarrarse el brazo y lograr
una leve disminución del dolor; pero no era así con aquello.
— ¿En qué parte
le dolía? — le pregunté —, ¿Estaba localizado el dolor?
— No — respondió
—, me dolía en todas partes. Estoy muy seguro de que, si me hubiera cortado la
garganta, no habría disminuido ese dolor en absoluto.
Cuando le
pregunté si era muy severo el dolor, me (fijo: — Era peor que cualquier cosa
que haya experimentado nunca en este mundo.
Pensé que tal vez
él nunca había conocido mucho dolor. Así que le pregunté:
— ¿Alguna vez ha
sufrido usted realmente algún dolor en este mundo?
— Bueno — dijo —
cuando yo tenía nueve años de edad, un tren de carga me pasó sobre una pierna y
me la dejó colgando de un tendón. De algún modo, la recogí, me arrastré hasta
un cruce de caminos, y finalmente fui recogido por un hombre en un auto. Nunca
perdí el conocimiento, pero mi sangre que salía a chorros salpicó todo el
parabrisas de su auto mientras me llevaba al hospital. Nunca estuve
inconsciente.
— ¿Qué
comparación puede hacer entre ese dolor y el que sintió cuando el médico lo
declaró muerto? — le pregunté.
— Fue
insignificante — contestó — Ni siquiera lo compararía.
— Una vez —
continué — me quemé una mano de una manera bastante grave, y experimenté un
dolor como ningún otro que yo haya conocido antes o después de eso. ¿Alguna vez
se quemó usted?
— Sí — respondió
—, una vez tumbé del anaquel una lata de gasolina, que cayó sobre una vela
encendida y de allí sobre mi pierna y la incendió. Como resultado pasé varias
semanas en el hospital. Se levantó la enfermera y me señaló las cicatrices.
— No conozco nada
en este mundo — le dije — que se pueda comparar con el dolor de una quemadura.
¿Qué comparación puede hacer usted entre el dolor que experimentó cuando murió
y el de la quemadura?
— ¡Aquel dolor —
respondió — fue mil veces peor que el que sentí cuando se me incendió la
pierna! Traté por todos los medios que conocía de darle alguna explicación,
pero todo se desvanecía ante mis intentos de hacerlo. Yo no creía en el
infierno antes, ni quería creer entonces. Sobre la faz de esta tierra, no
importa por lo que usted haya pasado, no creo que usted haya podido
experimentar el dolor que experimenté en aquel hospital.
— ¿Qué piensa
usted que era ese dolor? —le pregunté.
— Bueno, pienso
que definidamente tuvo que ser algo de fuera de esta tierra, así que lo único
que puedo pensar es que tiene que haber un infierno, y yo estaba en él.
Me dijo que
cuando se puso a pensar acerca de esto, luego de haber salido del hospital,
comenzó a temblar de manera incontrolable.
¡El infierno es
real! El creía que no existía en absoluto, en la misma forma como creen algunos
de los que están leyendo esto. Pensó que el infierno era un mito. No creía en
Cristo, ni en Dios, ni en la Biblia. Pero murió, ¡y ahora lo cree!
Trágicamente, algunos sólo lo creerán cuando lo experimenten, y entonces será
demasiado tarde. Si la Biblia enseña algo en absoluto, es que hay un
"demasiado tarde" de consecuencias eternas; que vendrá un momento cuando
será eternamente demasiado tarde, cuando las puertas de la gracia se habrán
cerrado de golpe para siempre. Entonces el pecador daría el universo mismo por
sólo un minuto para arrepentirse y volverse a Jesucristo.
Creo
absolutamente que hay un infierno, porque Jesucristo no sólo lo enseñó, sino
que lo experimentó. Leemos en la Escritura que, en la cruz del Calvario, Cristo
tomó sobre sí el pecado del mundo; El fue hecho pecado por nosotros, y nuestra
culpa le fue imputada a El. Dios el Padre miró desde arriba a su amado Hijo, a
quien había amado eternamente, en quien tenía complacencia, y lo vio como el
Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y Dios derramó la caldera de su
ira contra el pecado mismo, y toda ella cayó sobre Jesucristo, quien clamó:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46), y
luego descendió al infierno.
En esa oscuridad
del mediodía. Cristo sufrió un infinito castigo, colgado en la cruz en nuestro
lugar. El dijo: "Consumado es." Los que creen en El, pueden oír sus
palabras en el sentido de que, aunque la paga del pecado es la muerte, eso lo
pagó Cristo para siempre. Y los que ponen su fe y su confianza en El, tienen su
palabra de que nunca perecerán. La verdad que presenta la Escritura es que un
día la ira de Dios caerá sobre nuestros pecados. La única pregunta es ésta:
¿Caerá sobre nosotros en el infierno para siempre? ¿O caerá sobre Jesucristo en
la cruz? Esa elección es nuestra. ¡Viviremos para siempre... en alguna parte!
[i] A.A. Hodge, Popular Lectures on
Theological The-mes (Charlas populares sobre temas teológicos). Filadelfia,
Presbyterian Board of Publications, 1887, págs. 456,
457.
[ii] Joseph C. Stiles, Future Punishment (Castigo futuro). St. Louis,
Missouri, sin indicación de casa editorial, 1868, pág. 4.
[iii] Hodge, Popular Lectures (Charlas populares), pág.454).
[iv] William Elbert Munsey, Etemal Retribution (Eterna retribución).
Murfreesboro, Tennessee, Sword ofthe Lord Publishers, 1951, pág. 65
[v] Ibíd., pág. 62
[vi] Ibíd., pág. 63.
[vii] Ibíd.
Cristo viene pronto, no dejemos de predicar su palabra
ResponderEliminarBendiciones desde mi blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com