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Entrégale a Dios tu amor, y él te dará lo que más deseas. Pon tu vida en sus manos; confía plenamente en él, y él actuará en tu favor. Salmo 37:4 BLS

lunes, 30 de junio de 2014

No luches contigo - Joyce Meyer


No luches contigo

Por Joyce Meyer



Nosotros podemos ser cambiados mientras adoramos y contemplamos a Dios; no en cómo nos vemos a nosotros mismos, lo que destacaría nuestras muchas flaquezas, sino en cómo lo vemos a Él.



Cuando comenzamos a hacer guerra espiritual, debemos recordar que los adversarios con quienes luchamos son Satanás y sus demonios, no sangre y carne: es decir, no son otras personas. Probablemente nuestra mayor guerra es la que hacemos contra nosotros mismos, el conflicto que nace de comparar el lugar donde estamos espiritualmente con aquel donde consideramos que deberíamos estar.


Podemos lidiar, pensando que debimos haber alcanzado más de lo que hemos logrado en la vida; sentir que hemos fracasado en lo financiero y otras cosas más. Pero la realidad es ésta: No cambiaremos nada frustrándonos o peleando. Sólo Dios puede pelear nuestras batallas y triunfar. Estas luchas son diferentes, pero no dejan de ser batallas y deben ser manejadas de la misma forma que se maneja el resto de ellas.


Se hace muy difícil llegar al punto donde podamos ser honestos con nosotros mismos acerca de nuestras faltas y pecados, nuestras incapacidades y fragilidades. Y a la vez saber que estamos bien con Dios, porque Jesús nos hizo perfectos cuando se entregó, murió y se levantó de los muertos por nosotros. Quiénes somos en Cristo es diferente de lo que hacemos, y una cosa no se debe confundir con la otra.


La salvación es la más grande de nuestras bendiciones. Aunque creo que muchos cristianos irán al ciélo sólo porque han nacido de nuevo, pero que nunca disfrutarán del viaje, pues no aprendieron a disfrutar ni de sus propias vidas ni de Dios.


La razón por la que nunca disfrutan de Dios, es porque sienten que Dios no está complacido con ellos, y que hasta está enojado por sus flaquezas. Luchan continuamente consigo mismos.


Nosotros podemos ser cambiados mientras adoramos y contemplamos a Dios; no en cómo nos vemos a nosotros mismos, lo que destacaría nuestras muchas flaquezas, sino en cómo lo vemos a Él.


Yo anhelo cambiar y estoy segura de que usted también lo desea. Quiero ver cambios en mi conducta. Quiero tener un continuo progreso. Por ejemplo, tener más estabilidad emocional, una mayor medida de amor cristiano, y todo lo demás que constituye el fruto del Espíritu. Quiero ser amable y benigna con las personas, aunque no me sienta bien o no tenga un día particularmente bueno. Aun cuando las cosas se tornen contra mí y nada me salga bien en la vida, quiero seguir siendo una persona estable y reflejar el carácter de Cristo Jesús. (No podemos hacerlo en nuestras fuerzas, pero se nos ha dado al Espíritu Santo para auxiliamos en nuestro empeño de ser como Jesús. Recuerde que nosotros nada podemos hacer.

Mediante el poder del Espíritu Santo que está en nosotros, podemos ser capaces de reflejar dulzura, bondad y amabilidad, aunque las cosas no sean como esperamos. Somos capaces de mantener la calma cuando todo a nuestro alrededor parece darse vuelta, cuando todo parece conspirar contra nosotros para hacemos impacientar, enojar y perder la serenidad.

No malgaste su vida tratando de cobrarle a alguien lo que esa persona no podrá pagarle. Dios nos dice que Él será nuestro Defensor, Galardón y nuestra Recompensa. Inclusive, promete resarcimos de nuestros problemas pasados con doble bendición, pero debemos poner nuestra confianza en Él y no tratar de solucionar las cosas por nosotros mismos.


La cantidad de tiempo que requieren los cambios dependerá de:

1) cuánto tiempo nos tome reconocer ante Dios que tenemos el problema que Él dice que tenemos;
2) cuánto tiempo nos lleve dejar de dar excusas o de echarles la culpa a otros;
3) cuánto tiempo le demos vueltas a la situación, tratando de cambiarla nosotros mismos;
4) cuánto tiempo pasemos estudiando Su Palabra y adorando.


Él hará un buen trabajo si nos ponemos en Sus manos.

“Al que cree, todo le es posible”

Es mejor doblar rodillas, para mantenerse de pie! 

Fuente: un mail que me envio mi amiga Priscila... muchas gracias

El juicio del Calvario

El juicio del Calvario
Por Watchman Nee
 

La muerte entró en el mundo por medio de la caída del hombre. Aquí se hace referencia a la muerte espiritual que separa al hombre de Dios. Entró por medio del pecado al principio y ha seguido haciéndolo desde entonces. La muerte siempre llega a través del pecado. Fijémonos en lo que nos dice Romanos 5:12 sobre este asunto. En primer lugar, que «el pecado entró en el mundo por medio de un hombre». Adán pecó e introdujo el pecado en el mundo. Segundo, que «la muerte (entró en el mundo) a través del pecado». La muerte es el resultado invariable del pecado. Y, finalmente, que como consecuencia «la muerte se extendió a todos los hombres porque todos los hombres pecaron». La muerte no «se extendió a» o «pasó a» los hombres simplemente, sino que literalmente «pasó por todos los hombres». La muerte ha impregnado el espíritu, el alma y el cuerpo de todos los hombres. No hay ninguna parte de un ser humano por la que no haya pasado.

Por eso es indispensable que el hombre reciba la vida de Dios. La salvación no puede llegar por una reforma humana porque «la muerte» es irreparable. El pecado tiene que ser juzgado antes de que pueda haber rescate de la muerte para los hombres. Esto es exactamente lo que ha hecho la salvación del Señor Jesús.

El hombre que peca debe morir. Esto está anunciado en la Biblia. Ningún animal ni ningún ángel pueden sufrir el castigo del pecado en lugar del hombre. Es la naturaleza del hombre la que peca, por eso es el hombre el que debe morir. Sólo lo humano puede expiar por la humano. Pero como el pecado está en su humanidad, la muerte del mismo hombre no puede expiar por su pecado. El Señor Jesús vino a tomar la naturaleza del hombre para poder ser juzgado El en lugar de la humanidad. No corrompida por el pecado, su santa naturaleza humana pudo de este modo expiar por la humanidad pecadora por medio de la muerte. Murió como sustituto, sufrió todo el castigo del pecado y ofreció su vida como rescate por muchos. Como consecuencia, todo el que cree en Él ya no será juzgado (Jn. 5:24).

Cuando el Verbo se hizo carne, El llevaba consigo a toda carne. Así como la acción de un hombre, Adán, representa la acción de toda la humanidad, la obra de un hombre, Cristo, representa la obra de todos. Tenemos que ver lo completa que es la obra de Cristo antes de poder comprender lo que es la redención. ¿Por qué el pecado de un hombre, Adán, es juzgado como el pecado de todos los hombres pasados y presentes? Adán es la cabeza de la humanidad de la que han venido al mundo todos los demás hombres. De una forma similar, la obediencia de un hombre, Cristo, se hace justicia de muchos, pasados y presentes, puesto que Cristo constituye la cabeza de una nueva humanidad originada por un nuevo nacimiento.

Hebreos 7 puede ilustrar este punto. Para demostrar que el sacerdocio de Melquisedec es mayor que el sacerdocio de Leví, el escritor recuerda a sus lectores que una vez Abraham ofreció un diezmo a Melquisedec y recibió una"bendición de él y por eso concluye que la bendición y la ofrenda del diezmo de Abraham eran de Leví. ¿Cómo? Porque él (Leví) aún estaba en los lomos de su antepasado (Abraham) cuando Melquisedec le conoció» (v. 10). Sabemos que Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob y Jacob a Leví. Leví era el bisnieto de Abraham. Cuando Abraham ofreció el diezmo y recibió una bendición, Leví aún no había nacido, ni siquiera su padre ni su abuelo. No obstante, la Biblia considera que el diezmo y la bendición son de Leví. Puesto que Abraham es inferior a Melquisedec, Leví también es de menor importancia que Melquisedec. Este hecho puede ayudáronos a comprender por qué se interpreta el pecado de Adán como pecado de todos los hombres y por qué se considera la sentencia hecha sobre Cristo como sentencia sobre todos. Es simplemente porque cuando Adán pecó todos los hombres estaban en sus lomos. De la misma manera, cuando Cristo fue juzgado, todos los que serán regenerados estaban presentes en Cristo. Por eso se considera la sentencia de Cristo como la sentencia de ellos, y todos los que han creído en Cristo ya no serán juzgados.

Como la humanidad tiene que ser juzgada, el Hijo de Dios —el hombre Jesucristo— sufrió en su espíritu, alma y cuerpo sobre la cruz por los pecados del mundo.

Examinemos primero sus sufrimientos físicos. El hombre peca por medio de su cuerpo, y en éste disfruta el placer temporal del pecado. En consecuencia, el cuerpo tiene que ser el destinatario del castigo. ¿Quién puede sondear los sufrimien-tos físicos del Señor Jesús en la cruz? ¿Acaso los sufrimientos de Cristo en el cuerpo no están claramente predichos en los textos mesiánicos? «Me han traspasado las manos y los pies» (Sal. 22:16). El profeta Zacarías llamó la atención sobre «el que ha sido traspasado» (12:10). Sus manos, sus pies, su frente, su costado, su corazón, todos fueron traspasados por los hombres, traspasados por la humanidad pecadora y traspasados para la humanidad pecadora. Muchas fueron sus heridas y mucho le subió la fiebre, porque con el peso de todo su cuerpo colgando en la cruz sin ningún apoyo su sangre no podía circular libremente. Pasó mucha sed y por eso gritó: «La lengua se me pega a la boca.» «Como tenía sed me dieron vinagre para beber» (Sal. 22:15; 69:21). Las manos tienen que ser clavadas porque se van tras el pecado. La boca tiene que sufrir porque se complace en pecar. Los pies tienen que ser traspasados porque pecan a gusto. La frente tiene que ser coronada con una corona de espinas porque también quiere pecar. Todo lo que el cuerpo humano tenía que sufrir se cumplió en su cuerpo. De esta manera sufrió físicamente hasta la muerte. Estaba en su mano librarse de estos sufrimientos, pero voluntariamente ofreció su cuerpo para soportar todas las insondables pruebas y dolores sin acobardarse ni un momento hasta que supo que «ya todo estaba consumado» (Jn. 19:28). Sólo entonces entregó su espíritu.

No sólo su cuerpo; también sufrió su alma. El alma es el órgano de la consciencia de uno mismo. Antes de ser crucificado, a Cristo le dieron vino mezclado con mirra como calmante para mitigar el dolor, pero Él lo rechazó porque no estaba dispuesto a aceptar ningún sedante sino a ser plenamente consciente del sufrimiento. Las almas humanas han disfrutado plenamente del placer de los pecados; por consiguiente, Jesús iba a soportar en su alma el dolor de estos pecados. Prefirió beber la copa que le dio Dios que la copa que le obnubilaría su consciencia.

¡Qué vergonzoso era el castigo de la cruz! Se utilizaba para ejecutar a los esclavos huidos. Un esclavo no tenía propiedades ni derechos. Su cuerpo pertenecía a su dueño, y en consecuencia podía ser castigado con la cruz más vergonzosa. El Señor Jesús tomó el lugar de un esclavo y fue crucificado. Isaías le llamó «el siervo», y Pablo dijo que tomó la forma de un esclavo. Sí, vino como un esclavo a rescatarnos a los que estamos bajo la esclavitud perpetua del pecado y de Satanás. Somos esclavos de la pasión, del temperamento, de las costumbres y del mundo. Estamos a merced del pecado. Sin embargo, El murió por nuestra esclavitud y cargó con todo nuestro oprobio.

La Biblia deja constancia de que los soldados se quedaron la ropa del Señor Jesús (Jn. 19:23). Estaba casi desnudo cuando le crucificaron. Ésta es una de las vergüenzas de la cruz. El pecado nos quita nuestro vestido radiante y nos deja desnudos. Nuestro Señor fue desnudado ante Pilato y luego de nuevo en el Calvario. ¿Cómo reaccionó su santa alma ante semejante maltrato? ¿Acaso no era un insulto a la santidad de su personalidad y una vergüenza? ¿Quién puede sondear sus sentimientos en aquel trágico momento? Como todos los hombres habían disfrutado de la gloria aparente del pecado, el Salvador tenía que soportar la auténtica vergüenza del pecado. Verdaderamente «Tú (Dios) me has cubierto de vergüenza... con la cual mis enemigos se burlan, oh Señor, ridiculizan los pasos de tus ungidos»; aun así «soportó la cruz, despreciando la vergüenza» (Sal. 89:45, 51; He. 12:2).

Nadie podrá jamás constatar lo mucho que sufrió el alma del Salvador en la cruz. Contemplamos a menudo sus sufrimientos físicos, pero pasamos por alto los sentimientos de su alma. Una semana antes de Pascua se le oyó decir: «Ahora mi alma está turbada» (Jn. 12:27). Esto señala a la cruz. En el Jardín de Getsemaní se le oyó de nuevo decir: «Mi alma está muy afligida, hasta la muerte» (Mt. 26:38). Si no fuera por estas palabras apenas podríamos pensar que su alma había sufrido. Isaías 53 menciona tres veces que su alma fue ofrecida por el pecado, que su alma sufrió y que derramó su alma hasta la muerte (w. 10-12). Puesto que Jesús soportó la maldición y la vergüenza de la cruz, el que cree en Él ya no será maldito ni avergonzado.

Su espíritu también sufrió terriblemente. El espíritu es la parte del hombre que le equipa para comunicarse íntimamente con Dios. El Hijo de Dios era santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores. Su espíritu estaba unido al Espíritu Santo en perfecta unidad. Nunca tuvo su espíritu un momento de perturbación ni de duda, porque siempre tuvo la presencia de Dios con Él. Jesús dijo: «No soy yo solo, sino yo y el que me envió... Y el que me envió está conmigo» (Jn. 8:16, 29). Por eso pudo orar: «Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Sé que siempre me escuchas» (Jn. 11:41,42). Mientras colgaba de la cruz —y si hubo algún día que el Hijo de Dios necesitase desesperadamente la presencia de Dios debe haber sido ese día— gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt. 27:46). Su espíritu estaba separado de Dios. ¡Qué intensamente sintió la soledad, el abandono, la separación! El Hijo aún estaba cediendo, el Hijo aún estaba obedeciendo la voluntad del Padre-Dios; sin embargo, el Hijo había sido abandonado: no por causa de Él, sino por causa de los demás.

El pecado afecta muy profundamente al espíritu y, por consiguiente, aunque el Hijo de Dios era santo, tenía que ser arrancado del Padre porque llevaba el pecado de los demás. Es cierto que desde los incontables días de la eternidad «yo y el Padre somos uno» (Jn. 10:30). Incluso durante su estancia en la tierra eso siguió siendo cierto, porque su humanidad no podía ser una causa de separación de Dios. Sólo el pecado podía separarlos, aunque ese pecado sea de los demás. Jesús sufrió esta separación espiritual por nosotros para que nuestro espíritu pudiera volver a Dios.

Al contemplar la muerte de Lázaro, quizá Jesús estaba pensando en su propia muerte cercana y por eso «estaba profundamente conmovido en espíritu y preocupado» (Jn. 11:33). Al anunciar que sería traicionado y que moriría en la cruz estaba otra vez «inquieto en espíritu» (Jn. 13:21). Esto nos explica por qué cuando recibió la sentencia de Dios en el Calvario gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Porque: «Pienso en Dios, y gimo; medito, y mi espíritu se desmaya» (Mt. 27:46, citando Sal. 22:1; Sal. 77:3). Se le privó del poderoso fortalecimiento del Espíritu Santo en su espíritu (Ef. 3:16) porque su espíritu había sido arrancado del Espíritu de Dios. Por eso suspiró: «Me derramo con el agua, y todos mis huesos están descoyuntados; mi corazón es como cera, se ha derretido en mi pecho; mi fuerza se ha secado como el serrín y la lengua se me pega a la boca; me has dejado en el polvo de la muerte» (Sal. 22:14,15).

Por un lado, el Espíritu Santo de Dios le abandonó. Por el otro, el espíritu diabólico de Satanás le ridiculizó. Parece que el Salmo 22:11-13 se refiere a esta fase: «No te alejes de mí... no hay nadie que me ayude. Me rodean muchos toros, fuertes toros de Basan me cercan; abrieron la boca sobre mí, como un león salvaje y rugiente.»

Por un lado su espíritu soportó el abandono de Dios y por el otro resistió la burla del espíritu diabólico. El espíritu humano del hombre se ha separado tanto de Dios, exaltándose a sí mismo y siguiendo el espíritu diabólico, que el espíritu del hombre tiene que ser quebrantado del todo para que no pueda seguir oponiéndose a Dios y estando aliado con el enemigo. Él Señor Jesús se hizo pecado por nosotros en la cruz. Su santa humanidad interior fue completamente aniquilada al juzgar Dios a la humanidad impía. Abandonado por Dios, Cristo sufrió, pues, el más amargo dolor del pecado, soportando en la oscuridad la ira castigadora de Dios sobre el pecado sin el apoyo del amor de Dios o la luz de su rostro. Ser abandonado por Dios es la consecuencia del pecado. •

Ahora nuestra humanidad pecadora ha sido juzgada totalmente porque fue juzgada en la humanidad sin pecado del Señor Jesús. En El la humanidad santa ha ganado su victoria. Toda sentencia sobre el cuerpo, el alma y el espíritu de los pecadores ha sido arrojada sobre Él. Él es nuestro representante. Por fe estamos unidos a El. Su muerte es considerada como nuestra muerte, y su sentencia como nuestra sentencia. Nuestro espíritu, alma y cuerpo han sido juzgados y castigados en Él. Sería lo mismo que si hubiésemos sido castigados en persona. «Así pues, ahora no hay ninguna condenación para los que están en Cristo Jesús» (Ro. 8:1).

Esto es lo que Él ha hecho por nosotros y ésta es ahora nuestra posición ante Dios. «Porque el que ha muerto está libre del pecado» (Ro. 6:7). Nuestra posición real es que ya hemos muerto en el Señor Jesús, y ahora sólo falta que el Espíritu Santo traslade este hecho a nuestra experiencia. La cruz es donde el pecador —su espíritu, alma y cuerpo— es juzgado. Es por medio de la muerte y la resurrección del Señor que el Espíritu Santo de Dios puede transmitirnos la naturaleza de Dios. La cruz ostenta el juicio del pecador, proclama la ausencia de valor del pecador, crucifica al pecador y proporciona la vida del Señor Jesús. Desde entonces, cualquiera que acepta la cruz nacerá de nuevo por el Espíritu Santo y recibirá la vida del Señor Jesús.

Por qué creo en el infierno

Por qué creo en el infierno
Por: D.J. Kennedy 




Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego. Apocalipsis 20:15

¡Por qué creo en el infierno! Ningún tema del mundo es tan repugnante para la mente humana como éste; sin embargo, ningún tema es de mayor importancia.

Jesús lloró cuando previo la destrucción de Jerusalén. El mismo Dios dice: "… no quiero la muerte del impío" (Ezequiel 33:11). Ningún cristiano puede regocijarse al pensar en la morada final de los impenitentes. Sin embargo, es nuestro deber, como fieles ministros de Jesucristo, proclamar todo el consejo de Dios. Creo que sería un falso amigo de cualquier pecador, si no le advirtiera, como las Escrituras lo hacen repetidamente, en cuanto al peligro de su condición.

Es bien conocido el hecho de que los hombres suprimen aquello que odian o temen. En consecuencia, hay numerosas personas que, en vez de considerar seriamente el asunto de la condenación, simplemente critican al que les llama la atención sobre el particular. Aunque un ministro tenga media docena de títulos académicos, aun así es vituperado como un obscurantista que no se debe tener en cuenta, si predica sobre este tema. He observado que los argumentos de los incrédulos consisten en una cosa: emocionalismo, desplegado mediante un brote de hostilidad e indisposición para considerar racionalmente un asunto que es de suprema importancia para su bienestar eterno.

Algunas personas parecen estar bajo el engaño de que el infierno se ha evaporado, o por lo menos de que todas las personas inteligentes han dejado de creer en él. Antes de continuar con tales ideas, le ruego a usted que considere las siguientes palabras del gran teólogo de Princeton, A. A. Hodge: "El Antiguo Testamento estuvo en manos de los judíos varios siglos antes de que Cristo viniera. Ellos entendieron uniformemente que las Escrituras enseñan que los impíos han de sufrir para siempre." El historiador Josefo declara que éste era también el entendimiento de los fariseos de su tiempo. Como cristianos, hemos tenido las Escrituras durante casi 20 siglos. Leemos que "todos los grandes padres de la iglesia, los reformadores y las iglesias históricas, con sus revisiones y traducciones de las Sagradas Escrituras, sus liturgias e himnos; todos los grandes teólogos y eruditos bíblicos evangélicos, con sus gramáticas, diccionarios, comentarios y sistemas clásicos, han estado uniformemente de acuerdo en su comprensión de la enseñanza de las Sagradas Escrituras con respecto a los interminables sufrimientos futuros para todos los que mueren impenkentes. Y esto ha acontecido contra la corriente universal e impetuosa de temores y simpatías de los humanos."[i]

La Biblia nos dice que el incrédulo irá al castigo eterno. ¿Es contrario esto a la conclusión que cualquier persona racional, que piense bien, sacaría de lo que conocemos como teología natural, es decir, la revelación que Dios nos da de sí mismo en este mundo, en el gobierno moral que ejerce sobre él, en nuestra propia constitución y en la naturaleza? ¡De ningún modo! Joseph Stiles nos señala que las leyes de nuestra naturaleza demandan que haya un infierno: "Fije sus ojos en el pecador más vil de la tierra. A través de la muerte, en este instante, páselo al cielo: con todas sus pasiones, mentiras, odio y corazón perverso. ¿Puede él estar feliz allí? Por una ley de su naturaleza, la felicidad está en la correspondencia que hay entre la mente y su objeto. Por otra ley de su naturaleza, existe miseria en la oposición que hay entre la mente y su objeto. Este corazón impío siente, y tiene que sentir por siempre, la más profunda aversión hacia todo lo que exista o acontezca en el santo cielo."[ii]

Nuestra propia naturaleza moral exige un lugar como el infierno. La conciencia humana también lo demanda. Todos los hombres creen que hay diferencia entre la virtud y el vicio, y que en cuanto a carácter, éstos son opuestos morales. Y siempre los tratamos como tales: aprobamos la virtud y condenamos el vicio. Recompensamos la virtud para promoverla, y castigamos el vicio para suprimirlo. Esto también se confirma en los gobiernos morales de cualquier nación moral: las leyes se han aprobado porque el pueblo sabe que la virtud conduce a la felicidad de la comunidad.

Vemos otro argumento en la vida de Jesucristo y en su carácter. Cristo, quien vino manso y humilde para salvarnos del dolor y del sufrimiento, fue el que habló más acerca del infierno que cualquiera otra persona de las que se mencionan en la Escritura. ¿Vino El, que es la Verdad encarnada, que es el santo Hijo de Dios, a implantar en las mentes de los hombres un temor que duraría más de 19 siglos sobre algo inexistente? Tal pensamiento es una infamia para el carácter de Jesucristo. Algunas personas dicen: "¡Pero Dios es amor! Y El nunca castigará a nadie en el infierno." Es muy peligroso estructurar una doctrina sobre una premisa falsa. En efecto, la Biblia enseña que Dios es amor, amor infinitamente compasivo. Pero la misma Biblia nos enseña que el mismo Dios es santo y justo y recto; que El es de ojos tan puros que no puede mirar la iniquidad y que castigará nuestras transgresiones con la vara y nuestra iniquidad con azotes; que de ningún modo dará por inocente al culpable.

Mucho tiempo antes que se manifestara plenamente el amor de Dios en la Escritura, el único gran pensamiento que se inculcaba en las mentes del pueblo hebreo era el siguiente: "Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos" (Isaías 6:3). El fundamento mismo de su trono era la santidad, y ningún pecado podía jamás llegar a su presencia, sin que inevitablemente fuera consumido por su ira.

Hay algunos que quieren que creamos que ellos saben algo acerca de Dios que no sabemos nosotros y, por tanto, el asunto de la condenación eterna no pudiera ser cierto. El universalista declara que Dios, en su amor, debe inevitablemente recibir a todos. Este individuo se acercaría osadamente al Todopoderoso y extendería un ala de condescendencia sobre la debilidad del Dios omnipotente, al decirnos que Dios no se entiende muy bien a sí mismo, y ciertamente no quiere dar a entender lo que dice, y realmente está gravemente equivocado con respecto- a este asunto. Esta persona piensa que sabe más acerca de Dios, que lo que Dios sabe de sí mismo. Este es el blasfemo que declara que Dios es una clase de tonto fanfarroneador que no habla en serio lo que dice; que, aunque a través de toda la revelación, desde el Génesis hasta el fin, Dios declaró que el impío morirá en sus pecados y no hallará la paz, ahora ha dado marcha atrás. Este hombre no comprende que la Escritura dice que los caminos de Dios no son nuestros caminos, y sus pensamientos no son nuestros pensamientos (Isaías 55:8); que sus caminos y pensamientos son inescrutables (Romanos 11:33). Sin embargo, este blasfemo declara confiadamente que los caminos de Dios son nuestros caminos y sus pensamientos son los nuestros, y que ha descubierto plenamente los caminos de Dios. Este hombre traería sobre sí la exclamación de Dios, quien de hecho dijo: "Pensabas que de cierto sería yo como tú" (ver Salmos 50:21). El es el santo Dios, que ha declarado que no tolerará el pecado. Los impenitentes se meten violentamente en la presencia de El con gran necedad, y con consecuencias interminables.

Otros han dicho: "Ciertamente, nuestros pecados no merecerían algo así como un castigo sin fin." Permítaseme volver a citar a Hodge, el gran teólogo de Princeton:" Nosotros mismos somos los malhechores. Es evidente que el egoísmo, aquella ceguera y dureza moral, hace que todo criminal sea para siempre absolutamente incompetente para juzgar la medida de culpa que le corresponde por sus propias fechorías. Toda la experiencia prueba esto en la jurisprudencia criminal y en la vida privada. Si esto es verdad cuando juzgamos la perversidad de nuestras ofensas contra nuestros prójimos, ¡cuánto más tiene que viciar nuestros criterios en cuanto a la perversidad de nuestros pecados contra el Dios infinitamente santo!"[iii] Otro autor nos ha dicho que el fin del castigo por nuestros pecados tiene que ser cuando cese la influencia de estos "pecados. Pero si la influencia de los pecados de los hombres pervive todo el tiempo, entonces los hombres son responsables de esas influencias a través de todo el tiempo. El hombre no puede menos que ser castigado en proporción a su culpa hasta que el tiempo no sea más. Jesús dijo claramente que todo ser humano sobre la tierra, o recoge hombres y mujeres, niños y niñas hacia el mismo Cristo, o los desparrama. Los incrédulos, que han pasado toda la vida esparciendo la gente y apartándola de Jesucristo, serán parcialmente responsables de muchas de las personas que van a parar en el infierno.

Las Escrituras declaran que, si los efectos de nuestros pecados son eternos, entonces el castigo por nuestros pecados también será eterno. La principal razón por la cual creemos en el infierno es que Jesucristo declaró que eso es así. Se nos dice que el pecador mora "con las llamas eternas" (Isaías 33:14); sin embargo, "nunca más verá la luz" (Salmos 49:19);  "se consumieron de terrores" (Salmo 73:19); "muertos son" (Isaías 26:14); "el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga" (Marcos 9:44); "me destrocen sin que haya quien me libre" (Salmo 7:2). Cuando el pecador llame, nadie le responderá; cuando busque, nunca hallará. En pocas palabras, se hunde en una muerte que está fuera del alcance de la oración; en una condenación que está más allá del perdón; y en un juicio que está fuera del alcance de Cristo.

En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea que se empleó con el significado de "eterno" es olam, junto con sus términos afines y derivados. En el Nuevo Testamento, la palabra griega paralela es aion, aionios, y todos sus términos afínes, que se derivan de aei, que significa "siempre". Un autor ha afirmado que toda palabra hebrea y griega que se usa para describir la eternidad de la existencia de Dios y la eternidad de la bienaventuranza de los redimidos en el cielo, también se usa para describir la eternidad de los sufrimientos de los perdidos en el infierno.[iv] Si el castigo del impío es temporal, entonces vendrá el día en que Dios se extinguirá, pues los mismos términos se usan en los dos casos. Si estos términos no describen la eternidad, entonces no hay palabra en hebreo ni en griego que signifique eternidad; y esto es imposible. Se uso oda palabra que pudiera tener la posibilidad de ser usado.

Sería bueno que consideráramos por un momento la eternidad de nuestras almas, que vivirán en la bienaventuranza y felicidad del paraíso, o en el bien merecido castigo del infierno. ¿Durante cuánto tiempo será eso? William Munsey nos describe algo del significado de la eternidad, algo que a menudo los hombres echan de sus mentes: "La eternidad no puede definirse. Sin principio ni fin, no puede medirse; no puede aumentarse su pasado, ni disminuirse su futuro. No tiene pasado, no tiene futuro, no tiene términos, no tiene parte media, no tiene partes: es una unidad tremenda, que no puede analizarse. Si todas las montañas de todos los mundos estuvieran haciendo presión sobre el cerebro, no podrían pesar más sobre él que en el menor concepto sobre la eternidad… Este concepto no tiene origen, ni principio, ni fin, ni medida; es imperecedero, indescriptible, indefinible. Sólo él mismo es su propia definición. Si se nos pregunta: ¿Qué es la eternidad? sólo podemos responder: 'Eternidad'; y en la respuesta confesamos nuestra debilidad e ignorancia."[v] Es un círculo infinito que nunca puede medirse.

Concebiblemente, pudiéramos medir el círculo de la tierra, o el círculo de nuestra galaxia, o aun de un modo conceptible, el círculo del universo, la gran eclíptica que abarca los inmensos enjambres de galaxias que rodean el mundo. Dice Munsey: "Monte usted en el carro solar de Febo, y siéntese junto al conductor, y busque el fin de la eclíptica. Aplique el látigo ardiente, y vea a los briosos corceles de patas aladas e ígneas crines pasar como bólidos a través de las constelaciones: mundos admirables que sobresalen de la trayectoria del carro, y abismos del espacio que bostezan debajo de usted; y continúe la fantástica carrera hasta que las ruedas del carro se estremezcan, y sus ejes desgastados se rompan, y mueran de fatiga los corceles, y usted se encuentre perdido donde ningún ángel pueda hallar sus huesos; y no hallará el fin del círculo etéreo. Pero estos círculos son finitos."[vi]

La eternidad es un círculo infinito. Por cuanto es infinito, su centro es el gran imponderable y portentoso "ahora". Es un círculo infinito cuyo centro está en cualquier parte dentro de la circunferencia de aquel círculo. Esto desconcierta la mente, puesto que no tiene circunferencia y su centro está en cualquier parte. "La eternidad —dice Munsey— es una línea infinita. El ángel que tenga más fuertes alas y que hienda el éter ilimitado, puede recorrerla, y recorrerla por siempre; sin embargo, no podrá hallar su fin, así como no podrá hallar la cuna ni la tumba de Dios… Es un día sin amanecer, un día sin anochecer: un eterno mediodía. Simplemente era mediodía cuando el mundo fue hecho; y aún será mediodía cuando sea destruido: un alto mediodía por siempre. ¡0h eternidad! Esta idea se profundiza, se amplía y se eleva, hasta que la mente humana, confundida y agobiada, se encoge a una pequeñez infinita."[vii]

Por siempre jamás. Cuando el pecador haya estado en el infierno durante centenares de miles de millones, billones de evos de siglos, no tendrá ni un segundo menos para estar allí; para estar perdido para siempre. Estará en absoluta oscuridad, huyendo de un lado para otro, sin encontrar nunca otra alma inmortal con la cual conversar, sin que jamás un ángel se cruce en su camino, yendo hacia este lado y hacia el otro, para arriba y para abajo, sobre el mismo plano en todos los sentidos, por siempre jamás: perdido, perdido, dando alaridos, perdido, para siempre jamás, donde ningún eco se burlará jamás de su miseria. El alma inmortal perdida, perdida en una oscuridad infinita, volando continuamente en un viaje que sólo habría de terminar si pudiera llegar a doblar sus alas sobre la lápida sepulcral de Dios, para siempre. ¿Dónde pasará usted la eternidad? Aunque la Escritura declara esta doctrina en mil pasajes, y Jesús afirmó denodadamente que es cierta, puede haber algunos que aún no creen en el infierno. He oído el testimonio de un hombre que fue al infierno. Es un hombre que vive, y su testimonio está grabado. El mismo me dio permiso para usarlo de la manera que yo lo deseara. Se describió a sí mismo como un ateo. No creía en el alma, ni en el espíritu, ni en ángeles, ni en Dios. "Cuando uno muere — decía él —, muere como un perro." Un día planeó arrastrarse adentro de un hoyo, y él mismo cerrar la tapa sobre si. No creía en el cielo, ni en el infierno, ni en Dios.

Pero entonces sí creyó, de una manera muy esclarecedora: ¡murió! No hace mucho, tuvo un paro cardíaco, y los médicos lo declararon clínicamente muerto. (Más o menos durante el año pasado, numerosos científicos informaron de más de 500 personas que, después de ser declaradas clínicamente muertas, fueron resucitadas. No podemos comprender plenamente cuál es el significado de esto, pero los informes que traen de vuelta a la vida, han convencido a los científicos de que hay vida después de la muerte.) Posteriormente él fue resucitado, pero me dijo que durante su "muerte" experimentó lo siguiente: Se hundió en un reino de tinieblas, un lugar de oscuras sombras. Sin embargo, aún tenía cuerpo. Se halló en gran agonía empujando una inmensa piedra hacia un abismo. (La Biblia habla acerca de un abismo.) Sentía un gran dolor, y no podía hacer nada para disminuirlo.

Si a uno le dan un tiro en el brazo — dijo él —, por lo menos puede agarrarse el brazo y lograr una leve disminución del dolor; pero no era así con aquello.

— ¿En qué parte le dolía? — le pregunté —, ¿Estaba localizado el dolor?

— No — respondió —, me dolía en todas partes. Estoy muy seguro de que, si me hubiera cortado la garganta, no habría disminuido ese dolor en absoluto.

Cuando le pregunté si era muy severo el dolor, me (fijo: — Era peor que cualquier cosa que haya experimentado nunca en este mundo.

Pensé que tal vez él nunca había conocido mucho dolor. Así que le pregunté:

— ¿Alguna vez ha sufrido usted realmente algún dolor en este mundo?

— Bueno — dijo — cuando yo tenía nueve años de edad, un tren de carga me pasó sobre una pierna y me la dejó colgando de un tendón. De algún modo, la recogí, me arrastré hasta un cruce de caminos, y finalmente fui recogido por un hombre en un auto. Nunca perdí el conocimiento, pero mi sangre que salía a chorros salpicó todo el parabrisas de su auto mientras me llevaba al hospital. Nunca estuve inconsciente.

— ¿Qué comparación puede hacer entre ese dolor y el que sintió cuando el médico lo declaró muerto? — le pregunté.

— Fue insignificante — contestó — Ni siquiera lo compararía.

— Una vez — continué — me quemé una mano de una manera bastante grave, y experimenté un dolor como ningún otro que yo haya conocido antes o después de eso. ¿Alguna vez se quemó usted?

— Sí — respondió —, una vez tumbé del anaquel una lata de gasolina, que cayó sobre una vela encendida y de allí sobre mi pierna y la incendió. Como resultado pasé varias semanas en el hospital. Se levantó la enfermera y me señaló las cicatrices.

— No conozco nada en este mundo — le dije — que se pueda comparar con el dolor de una quemadura. ¿Qué comparación puede hacer usted entre el dolor que experimentó cuando murió y el de la quemadura?

— ¡Aquel dolor — respondió — fue mil veces peor que el que sentí cuando se me incendió la pierna! Traté por todos los medios que conocía de darle alguna explicación, pero todo se desvanecía ante mis intentos de hacerlo. Yo no creía en el infierno antes, ni quería creer entonces. Sobre la faz de esta tierra, no importa por lo que usted haya pasado, no creo que usted haya podido experimentar el dolor que experimenté en aquel hospital.

— ¿Qué piensa usted que era ese dolor? —le pregunté.

— Bueno, pienso que definidamente tuvo que ser algo de fuera de esta tierra, así que lo único que puedo pensar es que tiene que haber un infierno, y yo estaba en él.

Me dijo que cuando se puso a pensar acerca de esto, luego de haber salido del hospital, comenzó a temblar de manera incontrolable.

¡El infierno es real! El creía que no existía en absoluto, en la misma forma como creen algunos de los que están leyendo esto. Pensó que el infierno era un mito. No creía en Cristo, ni en Dios, ni en la Biblia. Pero murió, ¡y ahora lo cree! Trágicamente, algunos sólo lo creerán cuando lo experimenten, y entonces será demasiado tarde. Si la Biblia enseña algo en absoluto, es que hay un "demasiado tarde" de consecuencias eternas; que vendrá un momento cuando será eternamente demasiado tarde, cuando las puertas de la gracia se habrán cerrado de golpe para siempre. Entonces el pecador daría el universo mismo por sólo un minuto para arrepentirse y volverse a Jesucristo.

Creo absolutamente que hay un infierno, porque Jesucristo no sólo lo enseñó, sino que lo experimentó. Leemos en la Escritura que, en la cruz del Calvario, Cristo tomó sobre sí el pecado del mundo; El fue hecho pecado por nosotros, y nuestra culpa le fue imputada a El. Dios el Padre miró desde arriba a su amado Hijo, a quien había amado eternamente, en quien tenía complacencia, y lo vio como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y Dios derramó la caldera de su ira contra el pecado mismo, y toda ella cayó sobre Jesucristo, quien clamó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" (Mateo 27:46), y luego descendió al infierno.

En esa oscuridad del mediodía. Cristo sufrió un infinito castigo, colgado en la cruz en nuestro lugar. El dijo: "Consumado es." Los que creen en El, pueden oír sus palabras en el sentido de que, aunque la paga del pecado es la muerte, eso lo pagó Cristo para siempre. Y los que ponen su fe y su confianza en El, tienen su palabra de que nunca perecerán. La verdad que presenta la Escritura es que un día la ira de Dios caerá sobre nuestros pecados. La única pregunta es ésta: ¿Caerá sobre nosotros en el infierno para siempre? ¿O caerá sobre Jesucristo en la cruz? Esa elección es nuestra. ¡Viviremos para siempre... en alguna parte!


[i] A.A. Hodge, Popular Lectures on Theological The-mes (Charlas populares sobre temas teológicos). Filadelfia, Presbyterian Board of Publications, 1887, págs. 456, 457.
[ii] Joseph C. Stiles, Future Punishment (Castigo futuro). St. Louis, Missouri, sin indicación de casa editorial, 1868, pág. 4.
[iii] Hodge, Popular Lectures (Charlas populares), pág.454).
[iv] William Elbert Munsey, Etemal Retribution (Eterna retribución). Murfreesboro, Tennessee, Sword ofthe Lord Publishers, 1951, pág. 65
[v] Ibíd., pág. 62
[vi] Ibíd., pág. 63.
[vii] Ibíd.

sábado, 7 de junio de 2014

Deleitarse en el Señor

Deleitarse en el Señor

Por: Juan Sebastian Ramirez Navas (03/2007)



“Deléitate en el Señor, y el te concederá los deseos de tu corazón. Encomienda al Señor tu camino; confía en él, y él actuará” Sal. 37:4-5

Cierto día leyendo el Salmo 37, pensé que el Espíritu Santo me estaba invitando a deleitarme en Dios, y comprobar que las maravillas de Dios también son para mí, sin embargo se me dificultó comprender la palabra “deleitate”.

Para entender el pasaje solicité ayuda de varios líderes y pastores, pero ninguna de sus explicaciones me satisfacía. Así que decidí leer varias versiones de la Biblia: Nueva Versión Internacional (NVI), Reina Valera (RV) y Dios habla hoy (DHH). Encontré que la NVI decía lo mismo que la RV, así que o me daban mayor claridad. Pero al leer la DHH Dios tocó mucho mi corazón. En esa versión el pasaje dice que para que Dios conceda los deseos de mi corazón yo debo amarlo tiernamente, y esto me permitió entender lo que significa deléitarse.

Deleitarse va más allá del simple concepto que me pueda ofrecer un diccionario. Implica entregarme totalmente a amar a Dios, hacerlo con ternura y para eso es necesario despojarme de muchas cosas que dañan esa relación de amor.  

Dios quiere de mí mi entrega total, desinteresada, motivada por el amor a Él y que como regalo a esa entrega, entonces, Él podría darme los anhelos de mi corazón. Ese “darse” que Él demanda no debe existir egoísmos (1Co.13), sino una compenetración mutua. 

También pude comprender que si existe ese amor puro hacia Dios, mis anhelos tomarán otro rumbo, serán anhelos que me llevarán a mejorar mi relación con Él y a encaminar correctamente mi vida; ya que mis anhelos estarán conformes a su voluntad (1Jn.5:14). Y entonces, Él se gozará en dármelos, para que de mi boca brote un cántico de alabanza donde proclame la grandeza de mi Señor y Salvador.

En conclusión, Dios debe ser el primero en mi vida, y para que Dios me de los anhelos de mi corazón yo debo amarlo tiernamente y dejar en sus manos mi camino y así Él se complacerá en bendecirme.

viernes, 6 de junio de 2014

Por qué creo en el regreso de Cristo

Por qué creo en el regreso de Cristo
Por: D.J. Kennedy



He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él. Sí, amén. Apocalipsis 1:7

¡E1 mundo se ha vuelto frenético! Esta es la conclusión a que han llegado muchos de los más grandes pensadores del mundo secular de nuestro tiempo. Paul Johnson, uno de los competentes nuevos hombres de estado de Londres, al examinar la situación caótica que se está produciendo en todo el mundo, llegó a la siguiente conclusión: "Hay veces cuando pienso que le daría la bienvenida a una invasión de Marte"[i] El mundo ha quedado fuera de control. Puedo asegurarle a usted que habrá una invasión, pero no será de Marte. Vendrá de mucho más allá, pues será la invasión del Hijo de Dios, el Creador que regresará a su creación. ¡Jesucristo vendrá otra vez!

Este tema es sumamente apropiado en estos tiempos decisivos. ¿Por qué creo en el regreso de Cristo? Primero, y ante todo, por la sencilla razón de que el mismo Jesucristo declaró que El vendría otra vez. El dijo: "No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros, Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (Juan 14:1-3). Jesús viene otra vez!

Durante casi 2000 años, la Iglesia ha estado declarando en sus credos que Jesucristo vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Ha habido algunos charlatanes que le han dado mala fama a toda esta doctrina, al hacer de ella un superénfasis; sin embargo, no debemos permitir que eso nos haga perder de vista el hecho de que toda la Iglesia cristiana histórica ha creído enfáticamente en que Jesucristo regresará a este mundo. Esta creencia se halla en el Credo de los Apóstoles, en el Credo Niceno, en el Credo Constantinopolitano, y en todos los antiguos credos ecuménicos de la iglesia. Se halla también en la Confesión de Fe de Westminster, así como en los 39 Artículos de la Iglesia de Inglaterra, que son las normas anglicanas, y en la Confesión de Augsburgo, de los luteranos. ¡A través de toda la cristiandad, hallamos el consenso unánime de que Jesucristo volverá a este mundo!

Ha habido burladores que han dicho: "¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación" (2 Pedro 3:4). Los burladores ignoran voluntariamente este hecho. Dios no está retardando hi es negligente con respecto a su promesa, sino que desea que los hombres se arrepientan, se vuelvan de sus pecados y sean salvos. Ha esperado pacientemente por casi 2000 años. La Escritura lo declara; el Antiguo Testamento lo proclama; los apóstoles lo afirmaron. Este hecho se afirma más de 300 veces en los Testamentos de la Biblia: Jesucristo vendrá otra vez. El apóstol Juan dijo: "… todo ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él... Sí, ven, Señor Jesús" (Apocalipsis 1:7; 22:20).

¿Quiere usted saber si realmente es cristiano? Pregúntese si sinceramente puede hacer esta oración: "Sí, ven, Señor Jesús." Si no pertenecemos a El, en nces no podemos decir esto, porque su venida llenar dft indecibles presagios a los que no saben que pertenece   El.

Además, creo que Jesucristo regresará, porque el total concepto cristiano de la historia lo exige. Los antiguos griegos creían que la historia ocurría en ciclos, y daba vueltas y vuelta, orno un eterno tiovivo. Para el cristiano, sin embargo, e. concepto bíblico de la historia es lineal. Siempre se está' moviendo hacia adelante, inexorablemente, hacia la gran conclusión culminante: la conclusión de los siglos, cuando Dios dejará caer la cortina final sobre el drama de este mundo. Jesucristo, que una vez vino en humildad, regresará en gloria, una gloria que eclipsará al Sol, con millones y millones de sus santos. Vendrá con los ángeles del cielo, con sonido de trompeta, y tomará consigo a los suyos. Los que no lo tuvieron en cuenta a El, los que lo negaron, los que pretendieron, pero nunca se arrepintieron realmente de sus pecados, serán consumidos.

Lord Shaftesbury, quien probablemente hizo más por la reforma social de Inglaterra que cualquier otra persona, dijo: "No creo que en los últimos 40 años yo haya vivido una sola hora consciente que no haya estado influida por la idea de la venida del Señor. Al tener esta esperanza, nos purificamos a nosotros mismos. Pues la justicia también lo exige." Es tristemente cierto que muy a menudo los justos han sido oprimidos y perseguidos. Aun ahora mismo, más de un millón de cristianos languidecen en los campamentos para presos que hay en Siberia, y eso sólo en un país. Con demasiada frecuencia los perversos prosperan; sin embargo, la Escritura dice que no tengamos envidia de ellos, sino que pensemos en su ñn, pues el mismo será de destrucción. La justicia demanda que Cristo regrese con juicio. Así se logrará la culminación de los propósitos de Dios y del reino de Dios. Creo que ésta es la única esperanza para un mundo que se ha torcido.

También creo en el regreso de Cristo, a causa de las señales que la Escritura declara que lo precederán. No soy profeta, ni tengo mucha confianza en los que se empeñan en establecer fechas específicas para el regreso de Cristo; la Escritura claramente afirma que no sabemos el día ni la hora.

Cristina Rossetti estaba observando a una gran orquesta sinfónica, y notó que de repente, en un abrir y cerrar de ojos, en un momento preciso, todas las manos se extendieron y dieron la vuelta a la página de la música. Los pensamientos de ella volaron a la Biblia, y comprendió que así precisamente sería la venida de Cristo: de repente, en un momento, todos los ojos se levantarán y todas las cabezas se volverán para ver al Señor que viene con indescriptible gloria.

La Biblia declara que hay señales de las cosas que precederán su venida. Tales señales han existido hasta cierto punto a través de los siglos; sin embargo, hoy existen de una manera atronadora. El gran cúmulo de evidencias parece señalar ineludiblemente hacia el hecho de que pronto, muy pronto, Cristo vendrá. Billy Graham visitó a los jefes de todos los estados del mundo libre, y descubrió que todos ellos, con excepción de uno, creían que no había ninguna oportunidad para este mundo más allá del fin de este siglo, en caso de que llegue hasta allá. ¡Cristo vendrá! ¿Cuáles son algunas de esas señales? La Escritura dice que habrá terremotos. Siempre ha habido terremotos, ¿entonces cuál es el significado de esto? Evidentemente significa que habrá terremotos de una manera única: en número y en fuerza. Es de considerar que sólo a partir de 1971, ¡ha habido unos 18.000 terremotos en el mundo!"

Se nos dice que los hombres desfallecerán por el temor. Bertrand Russell, el filósofo británico incrédulo, que escribió el libro Why I Am Not a Christian (Por qué no soy cristiano), dijo: "Lo mejor que podemos esperar es una inexorable desesperación." Jean Paúl Sartre, el existencialista francés, dijo lo mismo: "Inexorable desesperación, y sobre este fundamento tenemos que edificar nuestra vida.

El doctor John Wesley White, doctor en filosofía, de la Universidad de Oxford, señala un número de evidencias que indican el hecho de que el regreso de Cristo está aparentemente cercano. En una red de televisión nacional se presentó una entrevista con las autoras dramáticas vanguardistas Susan Sontag y Agnes Varda. Se señaló que en tiempos recientes, la mayoría de los filmes para la cultura juvenil había tenido un tema prevaleciente: destrucción y desesperación. Los adolescentes de 16 y 17 años de edad eran más pesimistas aún que los estudiantes universitarios.[ii] En los Estados Unidos y el Canadá, la principal causa de muerte hoy entre estudiantes universitarios es el suicidio. ¡Una nación en desesperación! Muchas personas de mayor edad no entienden esto, porque no han estado expuestos al tipo de pensamientos con los cuales son continuamente bombardeados estos jóvenes en las universidades. La juventud está buscando un escondedero, un lugar adonde largarse, un lugar al cual huir. Han huido a la cultura de las drogas, a las comunas, a las religiones místicas de Asia, tratando de hallar un lugar para esconderse.

Hay una canción juvenil que se titula: "No hay escondedero". Se nos dice que en los postreros tiempos habrá una gran explosión del saber, que las personas estarán aprendiendo continuamente y sin embargo, nunca podrán llegar a la verdad. Ahora aprendemos más en 24 horas que lo que se aprendió en 2000 años de la antigüedad. ¡Una explosión de conocimiento! Tristemente, parece que muchos son incapaces de entender el conocimiento de la verdad fundamental: de Aquel que es la verdad misma. Esta gran búsqueda de conocimiento se consideraba como una panacea y como la salvadora de la humanidad La. redentora humanista: la educación, iba a redimir di mundo de la pobreza, del crimen y de la delincuencia.

¿Ha llegado a ser esta panacea? El gobierno gastó millones de dólares en un estudio encaminado a determinar cuan efectivamente la educación disminuía el crimen. Sorprendentemente, todas las estadísticas estudiadas demostraron indiscutiblemente que la educación eleva el crimen: a más educación, más crimen. A la misma conclusión llegó el sociólogo doctor Ray Jeffrey, quien ha demostrado fuera de toda duda, que la educación, si no va acompañada de algún elevador moral o espiritual, intensifica el crimen.3[iii]

Lo que se necesita es alguna revolución moral, algún don espiritual que cambie el corazón del hombre. Los monstruos de las atrocidades del nazismo fueron, en su mayoría, hombres extraordinariamente educados. En el tiempo en que el látigo nazi irrumpió sobre la tierra, la Alemania nazi era el país mejor educado del mundo. No, la educación no es la redentora humanista que los hombres pensaban que sería. Estas conclusiones han llevado a muchas de las personas iluminadas e inteligentes de nuestro día a un gran temor, tal como lo dice la Escritura, que los hombres desfallecerán por el temor de los últimos días.

El profesor Haroíd Urey, ganador de un Premio Nobel, y uno de los científicos y evolucionistas más destacados de nuestro tiempo, en su obra Man Afraid (El hombre atemorizado), dijo: "Escribo esto para amedrentarlos a ustedes. Yo mismo soy un hombre aterrorizado. Todos los científicos que conozco están amedrentados, aterrorizados por su vida, y por la vida de ustedes."[iv] Los hombres están desfalleciendo a causa del temor. La primera causa de muerte en el mundo hoy es la insuficiencia cardiaca, tal como la Escritura había dicho que sería. Si nosotros supiéramos lo que está ocurriendo en los laboratorios de experimentación, nosotros también nos aterraríamos. Sólo nuestra dichosa ignorancia nos guarda del mismo temor de que habla el profesor Urey. Bertrand Russell, al echar una mirada retrospectiva a los años de su vida, escribió: "No pudiera pensar en nada que no sea el suicidio…  Sobre el hombre y sobre todas sus obras, sin compasión y oscura, cae la noche."[v]

Un mundo de desesperación. Hoy los científicos nos dicen que ahora ellos tienen una bomba de hidrógeno que puede encerrarse en cobalto y que, si se hace explotar sobre el Polo Norte, mataría a toda criatura viviente en todo el hemisferio norte del planeta. ¡Tres mil millones de personas! La máquina del día de juicio.

También se nos dice que habrá pestilencia. En esta década estamos viendo un brote de la peste negra, de la cual no se había oído nada desde la Edad Media; la peste bubónica está destruyendo miles de vidas en Pakistán. Otras enfermedades, que no se habían visto durante siglos, están reapareciendo. Se están produciendo especies de enfermedades venéreas que son totalmente resistentes a todos los antibióticos conocidos. Se ha informado que se han desarrollado armas bacteriológicas tan aterradoras, que si el público supiera acerca de ellas, su producción probablemente sería proscrita. Hay un arma de esa clase que, si se lanza en la atmósfera, mataría a todos los seres humanos del planeta. Hace una década se nos dijo que para 1975 ó 1976, el mundo comenzaría a ver grandes hambrunas: precisamente lo que estamos viendo. Decenas de miles de personas han muerto de hambre en Biafra, Pakistán, India, y ahora están muriendo en Camboya. Esto es sólo un preludio del hambre masiva que se espera en esta década que comenzó en 1981: hambrunas que pudieran precipitar guerras de grandes proporciones, y hasta globales como nunca hemos visto.

A pesar del hecho de que vivimos en la así llamada era de la paz, a partir del final de la Segunda Guerra Mundial, el doctor John Wesley White nos dice que se han escrito 2000 libros sobre el tema de la paz.[vi] De hecho, tenemos menos paz ahora que nunca antes. Un rabino judío, Joshua Liebman, escribió el libro Peace of Mind (Paz de la mente); el obispo católico Fulton J. Sheen escribió uno titulado Peace of Soul (Paz del alma); y Billy Graham escribió Paz con Dios. Sin embargo, por todos lados oímos de guerras y rumores de guerras. En una misma semana, Rusia hizo lo que al resto del mundo nos parecerían cosas de locos, a menos que conozcamos la filosofía de ellos. En 1971, ellos aceptaron y firmaron el tratado de paz con Canadá; luego se aparecieron en Praga para celebrar la invasión de Rusia a Checoeslovaquia y congratularse. En 1968, en una misma semana, firmaron el pacto de solidaridad con Egipto, en que prometieron ayudar a los egipcios en caso de una guerra con Israel; al mismo tiempo que hacían un llamado a los Estados Unidos de América para firmar otro tratado de proscripción de armas nucleares, estaban construyendo veintenas de silos en Rusia para bombas de hidrógeno de 25 megatones. (A propósito, una bomba de hidrógeno de 15 megatones produce un calor dos veces y media mayor que el que se halla en el centro del Sol.) No hay escondedero. Como a menudo lo dice Paúl Harvey: "Usted puede correr, pero no puede esconderse." En esa misma semana, Rusia colocó nuevas armas en Ceilán, envió misiles a Cuba, apeló a la OTAN para que retirara sus tropas de Europa y envió dos nuevos submarinos nucleares a los Dardanelos. Escuche usted lo que dijo hace 30 años uno de los principales estrategas comunistas, el secretario del Comité Ejecutivo de la Tercera Internacional: "La guerra a fondo entre el comunismo y el capitalismo es inevitable. Hoy, por supuesto, no estamos lo suficientemente fuertes para atacar. Nuestro tiempo llegará dentro de 20 ó 30 años. Para ganar, necesitaremos el elemento de la sorpresa. Tendremos que poner a dormir a los burgueses. Por tanto, comenzaremos por lanzar el más espectacular movimiento de paz que jamás se haya registrado. Habrá ofertas electrizantes y concesiones inauditas. Los países capitalistas, estúpidos y decadentes, se regocijarán en cooperar con su propia destrucción. Saltarán para aprovechar otra oportunidad de ser amigos. Tan pronto como bajen la guardia, los haremos añicos con nuestros puños cerrados."[vii] Clamarán: "Paz, paz, y no hay paz. Rusia y los Estados Unidos de América gastarán este año unos 300.000 millones de dólares en la maquinaria de guerra. Rusia gastará casi el doble de lo que gastan los Estados Unidos.

La Escritura nos dice que en los días de Noé había una conducta sexual desenfrenada. Ciertamente estamos viendo eso en nuestro tiempo. Vale la pena recordar que la destrucción de grandes partes de la humanidad por parte de Dios, siempre ha estado relacionada con la inmoralidad sexual. Así fue en el tiempo de Noé, antes que Dios destruyera casi todo por medio del diluvio. Así fue en el tiempo de Sodoma, cuando Dios hizo llover fuego y azufre sobre las ciudades de la llanura, y éstas desaparecieron bajo la parte sur del mar Muerto. También fue así con respecto a los cananeos, a quienes Dios destruyó a causa de su inmoralidad sexual, y particularmente a causa de su perversión, que hizo que la tierra los vomitara. ¿Qué debe de estar pensando Dios con respecto al mundo de hoy?

Cuando venga Jesucristo, vendrá como Salvador de los suyos y como Juez de los demás. Un reciente descubrimiento de la ciencia es otra ilustración de nuestros tiempos. Jesús dijo que por nuestras palabras seremos condenados o justificados; que el hombre dará cuenta de toda palabra ociosa. Ahora, usted me dirá: "¿Cuáles palabras hemos hablado? ¿Quién puede recordar todas las palabras que hemos dicho?" Los científicos han descubierto recientemente que ahora es posible, con instrumentos muy delicados, extraer de los sólidos conversaciones que ocurrieron cerca de ellos en cualquier tiempo del pasado. Actualmente puede ser posible, por ejemplo, recuperar de una peña contigua, la voz real de Moisés cuando le respondió a Dios en el monte Sinaí. Jesús dijo: "… si éstos callaran, las piedras clamarían" (Lucas 19:40), Toda palabra ociosa saldrá a la luz. Jesucristo viene.

Para los que no confían en El, ni lo aman, ni le pertenecen, ése será un tiempo de gran temor. Los hombres clamarán a las montañas que los cubran, que caigan sobre ellos y los escondan. Utilizarán una frase incongruente, pues pedirán a los montes que los libren de "la ira del Cordero" (Apocalipsis 6:16). El día en que un cordero se llena de ira, ése es día de temor. ¿Está usted preparado? ¿Y si ese día fuera hoy?

Trágicamente, hay millones de personas en la Iglesia que han estado satisfechas con tomar la fidelidad a la Iglesia como sustituto del cristianismo. Están satisfechas con lo externo, y nunca han tenido la realidad de Cristo dentro de sus corazones. Nunca se han arrepentido de sus pecados, ni se han rendido a Cristo como su Señor y su Maestro. Saben que aún están sentados sobre el trono de sus vidas. Hacen lo que quieren y cuando quieren. Nunca se han rendido completamente a Cristo. Nunca han puesto su fe en El. Nunca han recibido el don de la vida eterna. En consecuencia, hay un hecho ineludible. En lo profundo de su corazón saben que no tienen vida eterna. Sin embargo, la Escritura dice que podemos. Que tenemos que tener la vida eterna.

Si hemos creído en Jesucristo y lo hemos invitado para que entre en nuestro corazón y sea Señor de nuestra vida, entonces sabemos que hemos sido perdonados. Sabemos que vamos camino al cielo. Sabemos que cuando El venga, nos tomará consigo para que estemos con El para siempre en la gloria, en ese lugar que El ha preparado para nosotros.


[i] Citado en John Wesley White, Re-entry (Reingreso). Minneapolis, Worid Wide Publications, 1970, pág. 106
[ii] John Wesley White, WW III: Signs of the Impen-ding Battie of Armageddon (La tercera guerra mundial: Señales de la inminente batalla de Armagedón). Grand Rapids, Michigan, Zonder-van Publishing House, 1977,  pág. 82.
[iii] Citado en White, Re-entry (Reingreso), pág. 93.
[iv] Ibíd., pág. 104.
[v] Ibíd., pág. 100
[vi] Ibíd., pág. 96.
[vii] Ibíd., pág. 97.

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