Por qué creo en el nuevo nacimiento
Por: D.J. Kennedy
De cierto, de
cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.
Juan 3:3
Junto con John y
Charles Wesley, el famoso clérigo anglicano George Whiteñeld tuvo mucho que ver
con la transfiguración de Inglaterra y con el gran despertamiento espiritual
que tuvo lugar en los Estados Unidos. En una carta que escribió a Benjamín
Franklin, quien solía deleitarse en acudir a escuchar a Whitefield, le dijo:
"Al ver que usted se está haciendo más y más famoso en el mundo de las
letras, recomiendo a su diligente y desprejuiciado estudio el misterio del
nuevo nacimiento. Es un estudio sumamente importante, y cuando lo haya
dominado, solucionará copiosamente todas sus dificultades. Le pido, amigo mío,
que recuerde que Aquel ante cuyo tribunal tendremos que comparecer los dos,
declaró solemnemente que sin ese nuevo nacimiento no veremos de ningún modo su
reino."[i]
Fue una muy sabia recomendación para un hombre que fue notable en la historia
del mundo como hombre sabio: Benjamín Franklin. La historia, sin embargo, no
nos ofrece ninguna evidencia de que Franklin prestó atención a esas palabras.
Jesucristo dijo:
"Os es necesario nacer de nuevo" (Juan 3:7). Esta es la razón primaria
por la que creo en el nuevo nacimiento: porque Cristo lo afirmó. Lo declaró
osada e imperiosamente; lo aseveró: "… el que no naciere de nuevo, no
puede ver el reino de Dios" (Juan 3:3). Por tanto, yo quisiera, de una
manera tan solemne y seria como lo hizo Whitefield, poner encarecidamente en
los corazones, las mentes y las conciencias en el día de hoy esta pregunta: ¿Ha
nacido usted de nuevo?
Jesucristo nos
dice que, a menos que hayamos nacido de nuevo, no sólo no entraremos en el
reino de los cielos, sino que ni siquiera lo veremos. "Os es
necesario" (tenéis que) son palabras de un rey; y Cristo es el Rey de
reyes y del reino de Dios. Y Cristo dice: "Os es necesario nacer otra
vez." En teología, a esta doctrina se le da el nombre de regeneración. El
mensaje de toda la Biblia pudiera resumirse en tres palabras: creación (o
generación), degeneración y regeneración. Este es el mensaje de la Biblia desde
un cabo hasta el otro. Dios hizo al hombre perfecto. El hombre cayó en pecado,
y tiene que ser hecho de nuevo a la imagen de Dios mediante el poder del
Espíritu de Dios que obra por medio del Evangelio de Jesucristo.
En segundo lugar,
creo en el nuevo nacimiento porque no sólo Cristo lo enseñó, sino que en todas
partes de la Escritura, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, se lo
enseña constantemente como un hecho y una necesidad. Se nos dice que debemos
nacer de agua y del Espíritu. Se lo describe como una vivificación, como una
dación de vida. "Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en
vuestros delitos y pecados" (Efesios 2:1). Es pasar de muerte a vida. Es
una resurrección de los muertos. Es un comenzar de nuevo. Es un dar a luz. Es
nacer de Dios. Es volver a ser engendrado, no de simiente corruptible, sino de
incorruptible, por la Palabra de Dios. Es ser engendrado otra vez para una
esperanza viva.'E-s ¿\'\waTOWs\\v> ^t^^YS'^^'28^^^^'''1'^8^'^-don del
Espíritu Santo.
En el Antiguo
Testamento se lo llama la circuncisión del corazón. "Y circuncidará Jehová
tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu
Dios con todo tu corazón y con toda tu alma, a fin de que vivas"
(Deuteronomio 30:6). La Escritura dice en el Nuevo Testamento: "El que no
amare al Señor Jesucristo, sea anatema. El Señor viene" (1 Corintios
16:22). Las últimas palabras de este versículo en el original, anathema
maranatha, significan: "sea maldito hasta que el Señor venga" esto
es, si no ama con sinceridad al Señor Jesucristo. No es suficiente la
religiosidad, ni la piedad, ni la moralidad. A menos que tengamos un corazón
que haya sido transformado para que amemos a Dios en verdad, con todo nuestro
corazón y con toda nuestra alma, no veremos a Dios, ni viviremos.
El Antiguo
Testamento describe además la regeneración, en Ezequiel 36:26, como el dar un
nuevo corazón: "Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de
vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón
de carne". Es decir, un corazón diseñado para amar a nuestro Dios. De los
sujetos de la regeneración se dice que son vivos de entre los muertos, que son
nuevas criaturas, que son hechura de Dios. "De modo que si alguno está en
Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas
nuevas" (2 Corintios 5:17). Así como la serpiente suelta su vieja piel y
llega a ser completamente nueva, así también el hombre salvo, que nació
espiritualmente muerto, echa de sí su vida vieja y llega a ser una nueva
criatura.
Esta doctrina ha
dejado perplejos a millones de hombres. En horas de la noche la han ponderado
estando en sus propias cámaras. A-cosüAo^ ev\. sm& camas se han preguntado:
"¿Es cierto eso, es posible, que yo pueda llegar a ser una nueva
persona?" La Escritura afirma claramente que no sólo es posible, sino que
es absolutamente esencial. Cristo lo enseñó, la Escritura lo declara, y todos
los credos de la Iglesia de Cristo a través de la historia lo afirman. Se lo
enseña en todas partes. La Confesión de Fe de Westminster, que contiene las
declaraciones doctrinales de todo el mundo presbiteriano, declara la creencia
de que esta verdadera fe, que obra en el hombre mediante el oír la Palabra de
Dios y la operación del Espíritu Santo, lo regenera y lo hace un nuevo hombre,
haciendo que viva una nueva vida y librándolo de la esclavitud del pecado. Pero
no importa si son presbiterianos, reformados, anglicanos, luteranos, bautistas,
o de cualquier otro grupo evangélico: todos los símbolos, credos y formalidades
de la Iglesia han declarado expresamente la necesidad de que el hombre debe
nacer de nuevo.
También oímos
esta declaración en los himnos que cantamos en la época de Navidad. Estamos
familiarizados con las palabras de himnos que dicen: "Jesús nace en
nosotros hoy", "Viniste… a dar
vida al más vil pecador", y de otros, como el himno de Charles Wesley, que
nos dice que Cristo vino pata "darnos un nuevo nacimiento". Pero
incontables millones de personas han cantado esas palabras, sin la más débil
idea de lo que estaban cantando.
Charles Spurgeon,
el gran predicador inglés de hace un siglo, dijo que el hombre natural, el no
regenerado, no puede entender lo que es el nuevo nacimiento, o qué son las
cosas espirituales, más de lo que un caballo puede entender la astronomía.
¡Imagínese lo que sería tratar de enseñarle astronomía a un caballo!
Simplemente haríamos lo mismo al tratar de enseñar el significado de las cosas
espirituales a un hombre que no ha nacido del Espíritu de Dios. Porque la
Escritura declara: "Pero el hombre natural no percibe las cosas que no son
del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender,
porque se han de discernir espiritualmente" (1 Corintios 2:14).
Esto también se
enseña en la naturaleza: en el hecho de que la culebra muda la piel, o aun más
dramáticamente, en la metamorfosis de la oruga. Esta anda arrastrándose
repulsivamente por la tierra y por las hojas, hasta que un día se envuelve en
su oscuro capullo y finalmente sale de la crisálida para convertirse en una
bella mariposa que flota en la brisa y se posa suavemente sobre las flores. Esa
oruga no podría entender mejor las leyes, los principios y la vida a que un día
habría de entrar, que lo que el corazón no regenerado, el hombre natural, puede
entender lo que es ser una persona espiritual. Así que, yo quisiera preguntar
otra vez: ¿Ha nacido usted de nuevo?
El segundo
nacimiento también se enseña en todas las teologías, en los diccionarios y en
los compendios de obras teológico-históricas. Miles de teólogos a través de los
siglos han enseñado que es absolutamente esencial que el hombre experimente el
hecho de la regeneración. Y no sólo se enseña claramente por todas partes, sino
que la evidencia también se puede ver claramente, a menos que la persona se
ciegue voluntariamente a sí misma para no verla. A todo nuestro alrededor, a lo
largo de 20 siglos, incontables millones de personas de todos los estratos de
la vida, han experimentado este poder transformador del nuevo nacimiento. Han
llegado a ser nuevas criaturas y han sido transformadas desde las mismas
reconditeces de su ser. Todo tipo de personas: los grandes y los poderosos, los
sencillos y los humildes, los nobles y los innobles, los salvajes y los cultos,
han experimentado el poder regenerador de Dios, y de ahí en adelante han
disfrutado la misma nueva vida en Cristo.
A Cipriano, un
noble rico que vivió en el tercer siglo, le gustaba galopar alrededor de
Cartago, en su carroza de oro adornada con joyas; para ello usaba una vestidura
fantástica tachonada de diamantes y piedras preciosas; vivía entregado a las
orgías. En una carta que envió a uno de los teólogos cristianos de su tiempo,
dijo que a él no le era posible concebir cómo podría cambiar su vida, su manera
de vivir durante tanto tiempo. Los hábitos inveterados, los gustos, los deseos
que se le habían desarrollado, los pecados que él mantenía apegados a su
regazo; ¿cómo era posible que alguna vez él abandonara estas cosas? ¿Cómo
podría él ser alguna vez como los cristianos que veía? Dijo que a él le parecía
que eso era absolutamente imposible. Sin embargo, según la misteriosa
providencia de Dios, aquello que había parecido absolutamente imposible
sucedió, y Cipriano fue transformado. Dios extendió la mano desde el cielo, y
quitó del pecho de Cipriano aquel corazón de piedra, y colocó dentro de él un
corazón de carne; un corazón afinado para amar a su Dios y cantar sus
alabanzas. Cipriano, quien llegó a ser uno de los grandes líderes cristianos de
la Iglesia primitiva, dijo que aquello'-que antes le había parecido
absolutamente imposible y misterioso y difícil de entender, se había vuelto
todo claro. Todo su problema había desaparecido.'
¿Cómo sería
discutir con una oruga los problemas del vuelo? Eso parecería tan imposible:
aletear en la brisa y posarse suavemente sobre las flores, flotar en el aire.
Bueno, esa pobre oruga difícilmente podría saltar a un centímetro de altura de
la tierra, y sin embargo, según la misteriosa obra de Dios, todas las cosas
llegan a ser nuevas; las cosas viejas pasan; y se forma una nueva creación. Del
mismo modo, Dios hace un nuevo corazón en el hombre.
Los testimonios
de que esto es así, existen en centenares y centenares de personas famosas como
William Gladstone, uno de los más grandes primeros ministros de Inglaterra cuya
vida fue transformada por Dios. Abraham Lincoln nos dice en sus cartas que en
Gettysburg, el día en que presentó su famoso discurso, él también nació de
nuevo por el Espíritu de Dios. Lulero había sido excesivamente religioso, así
como lo había sido Nicodemo, y sin embargo, no había conocido nada del nuevo
nacimiento. Pero, finalmente, su alma fue transformada. Escritores como Fyodor
Dostoievski y León Tolstoi, de Rusia, por ejemplo, describieron la obra del
Espíritu de Dios en la transformación absoluta de sus vidas. Hoy, hombres
modernos como Chuck Colson, autor del éxito de librería Born Again (Renacido),
y Haroíd E. Hughes, ex senador de los Estados Unidos de América y autor de la
obra The Man from Ida Grave (El hombre de Ida Grove), han contado cómo fueron
transformados por el Espíritu de Dios. En realidad, la oruga ha comenzado a
volar a causa de la obra del Espíritu de Dios.
Por encima de
todo, creo en el nuevo nacimiento porque lo he experimentado. Hasta el día de
hoy tengo amigos desde hace 24 años, que no entienden lo que me ocurrió. En un
tiempo hubo un joven que administraba un Estudio de Baile Arthur Murray: su
corazón y sus afectos estaban enteramente aferrados a las cosas de este mundo.
Luego, de repente, de la noche a la mañana, algo ocurrió: nació una nueva
persona, y la persona vieja murió. Aquellas cosas que una vez me parecían tan
deseables, tan atractivas, ahora me parecían como trapos de inmundicia, como
huesos de hombres muertos, cosas que no tenía ningún interés para mí. En
cambio, otras cosas, las cosas del reino de Dios, las invisibles, las eternas,
que nunca ocuparon en absoluto mis pensamientos, y a las cuales mi corazón
nunca dedicó tiempo, han llegado a ser supremamente preciosas para mí. A estas
últimas cosas se han apegado mis afectos. Como ustedes ven, amigos míos, no hay
otra explicación, sino que hace 24 años nací por completo de nuevo, tal como
Jesús lo dijo. ¿Han nacido ustedes de nuevo? Tienen que hacerlo, ya lo saben.
Recuerdo al
predicador que llegó a una iglesia, y el primer domingo predicó sobre el
siguiente texto: "Os es necesario nacer de nuevo." La gente puso
atención. Algunos se retorcieron. El domingo siguiente el predicador volvió a
utilizar el mismo texto, y la gente se quedó perpleja. La semana siguiente
predicó sobre el mismo texto otra vez. Finalmente algunos de los diáconos le dijeron:
"Pastor, ¿por qué todos los domingos predica usted sobre el mismo texto:
'Os es necesario nacer de nuevo'?" El respondió: "Porque ustedes
tienen que nacer de nuevo."
Amigos, esto es
lo único que ustedes tienen que hacer durante su permanencia en este planeta;
lo único. Ni siquiera tienen que crecer. No tienen que tener éxito. No tienen
que casarse. No tienen que tener hijos. No tienen que tener una casa ni un
auto, ni nada de todas aquellas cosas que la gente piensa que tiene que tener.
Lo único que ustedes tienen que tener es un nuevo nacimiento, porque de eso
depende todo el futuro de ustedes para siempre. Tienen que nacer de nuevo. Es
un imperativo divino. Es un imperativo universal. Creo que vale la pena notar
que estas palabras le fueron dichas a Nicodemo, no a una mujer samaritana, no a
una prostituta, no a un jugador, no a un hombre profano, sino a un hombre que
era fariseo y gobernante de los judíos. Un fariseo de aquel tiempo, miembro del
Sanedrín, era un especie de combinación de ministro y senador, que pertenecía a
la clase sobresaliente de Israel. Como hombre extraordinariamente religioso
ante los ojos del pueblo él debe de haber sido absolutamente sin tacha, que no
hacía ninguna de las cosas que hacían los pecadores. Sin embargo. Jesús le dijo:
"Os es necesario nacer de nuevo."
Cristo nos está
diciendo a nosotros, los presbiterianos, los metodistas, los anglicanos, los
congregacionalistas, los católicos romanos, no importa quiénes seamos, que a
menos que el hombre nazca de nuevo, de ningún modo entrará en el reino de los
cielos. Ahora bien, podemos pasar por alto esas palabras; millones de personas
no las han tenido en cuenta, y millones no pensarán en ellas. Pero les aseguro
que un día la palabra de Jesucristo se cumplirá en aquella gran Sesión final,
cuando el hombre comparezca ante el trono de juicio de Dios. El asunto es muy
sencillo: los que hayan recibido una nueva naturaleza de Dios, serán admitidos
en el cielo; y los que no la hayan recibido, no serán admitidos. Lo que es
carne es carne. Está lleno re los agentes de su propia destrucción. Tan pronto
como llegue la muerte, la horda de invasores se desatará y en el término de
pocas horas, la corrupción se establecerá en la carne. Tenemos que tener un
nacimiento nuevo e incorruptible.
La razón por la
que necesitamos el nuevo nacimiento es el hecho de la muerte antigua. Porque la
Escritura enseña claramente que usted y yo y todas las personas de este planeta
nacimos muertos espiritualmente. El nos dio vida cuando estábamos muertos en nuestros
delitos y pecados. Claro que estábamos vivos en el sentido intelectual, y en el
emocional, estético, racional y físico; pero espiritualmente nacimos muertos, y
dentro de nosotros existe un espíritu que está muerto, corrupto, que apesta.
Dios dice que nosotros somos una hediondez en su nariz, y que El tiene que
venir y, con sus dedos que dan vida, tocar nuestras almas y hacernos nuevo otra
vez. Hay un antiguo axioma espiritual, que muchos de los grandes teólogos del
pasado solían repetir para imprimir en el pueblo esta necesidad. La Biblia
enseña que no sólo hay un segundo nacimiento, sino que también hay una segunda
muerte, además de la muerte física que todos sufriremos. Aquellos cuyos nombres
no están inscritos en el libro de la vida del Cordero, serán lanzados al lago
de fuego. ¡Esta es la muerte segunda! Condenados a tormento eterno, no tendrán
descanso ni de día ni de noche, para siempre. De modo que el axioma es muy
claro: El que nace una vez, muere dos veces; el que nace dos veces, muere una
vez. ¿En cuál de los dos casos estará usted? ¿Ha nacido usted de nuevo?
Tenemos un
imperativo, es verdad, pero dentro de sí contiene el germen de una promesa.
Porque si es verdad que tenemos que nacer de nuevo, entonces también es verdad
que podemos nacer de nuevo. Hay una tierra donde se comienza de nuevo, una
tierra donde, al entrar, podemos descartar nuestra vida vieja como una
vestidura desgastada y entrar renovados. Podemos ser perdonados. Podemos ser
creados de nuevo. Podemos tener un nuevo corazón, nuevos afectos, nueva vida,
nuevo poder, nuevo propósito, nueva dirección, nuevo destino. Sí, podemos nacer
de nuevo. ¡Amigos míos, éstas son buenas nuevas!
En este mismo
tercer capítulo de Juan, Jesús nos describe el mecanismo por el cual el hombre
nace de nuevo. El dice: "El viento sopla de donde quiere, y oyes su
sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es
nacido del Espíritu" (versículo 8). El Espíritu Santo es el Agente de
nuestra regeneración. Notará usted que la construcción gramatical en este caso
es pasiva en lo que a nosotros concierne. No "nacimos" por nuestra
cuenta. "Somos nacidos por un agente". Somos engendrados por Dios.
Somos creados de nuevo. Somos nuevas criaturas. Somos hechura de Dios. Somos
los objetos y Dios es el Sujeto. La regeneración es algo que Dios nos hace a
nosotros con su estupendo poder. El Agente es el Espíritu Santo, y el
instrumento es la Palabra de Dios, el evangelio de Jesucristo.
En este mismo
capítulo, Cristo declara: "Y como Moisés levantó la serpiente en el
desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" (versículos 14,
15). Cristo fue levantado en la cruz, y tomó sobre sí nuestra culpa; y así llegó
a ser la serpiente, la señal del mal, el hombre más cargado de pecado, más
maldito por el pecado que jamás haya vivido; y fue nuestro pecado lo que se le
imputó a El. Vicariamente, en nuestro lugar, allí estaba crucificado mirando
arriba, hacia el rostro ceñudo de su Padre, y Dios miró hacia abajo, a su Hijo
único en el cual tenía complacencia; y Dios derramó su ira contra el pecado
sobre su propio Hijo. Y Jesús descendió, en nuestro lugar, al infierno.
Nuestros pecados serán castigados sobre nosotros en el infierno, o sobre Cristo
en la cruz; depende de si nosotros creemos en El o no. Hay vida por sólo mirar
al Crucificado. "Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la
tierra, porque yo soy Dios, y no hay más" (Isaías 45:22).
¿Ha nacido usted
de nuevo? Si así es, usted está confiando en Jesucristo, y no en sí mismo. Se
ha apartado usted de su propia justicia. El gran teólogo doctor John Gerstner,
de Pittsburgh, dijo que muy a menudo lo único que sirve de obstáculo entre Dios
y el pecador, es la virtud de éste. En realidad, el pecador no tiene ninguna
justicia, pero para él su justicia es real, sus virtudes, una ilusión. Por el
hecho de que no abandona la confianza en su propia bondad, ni reconoce su
pecado, ni cree en Cristo, estas actitudes forman una barrera impenetrable
entre el pecador y el Salvador. No tenemos nada con que podamos contribuir para
nuestra salvación, amigos míos, excepto una cosa: nuestro pecado. Esa es
nuestra contribución total. La fe y el arrepentimiento son obra de la gracia de
Dios en nuestro corazón. Nuestra contribución es simplemente nuestro pecado por
el cual Cristo sufrió y murió.
¿Quiere usted
nacer de nuevo? Nunca ha habido una persona que haya buscado eso y no lo haya
encontrado. Aun esta búsqueda es creada por el Espíritu de Dios. ¿Quiere
conocer esa nueva vida? ¿Está cansado de la vacuidad y la falta de propósito de
su vida? ¿Está cansado de los trapos de inmundicia de su propia justicia?
¿Quiere confiar en otra persona que no sea usted mismo? Entonces, mire a la
cruz de Cristo. Ponga su fe en El. Pídale que entre en su corazón y nazca en
usted hoy. Porque Jesús vino de la gloria al mundo para darnos un nuevo
nacimiento, porque es necesario que nazcamos de nuevo — TENEMOS que nacer de
nuevo.[ii]
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