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martes, 1 de julio de 2014

Por qué creo en los principios morales absolutos

Por qué creo en los principios morales absolutos
Por: D.J. Kennedy





¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas Im; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!
Isaías 5:20

Aun el examen más superficial de la época en que vivimos, nos revela una enorme decadencia y desintegración de las normas morales del mundo occidental; la evidencia está en todas partes. Muchos observadores sagaces creen que no hay esperanza para nuestra civilización, a menos que se haga algo al respecto.

El doctor Cari F. H. Henry, una de las mentes más agudas de nuestro siglo, dice: "Destellos de señales de angustia adornan todo el campo de la conducta humana. La barricada milenaria del cristianismo contra el resurgimiento del paganismo se está debilitando ante los asaltos de la iniquidad. Poderosas fuerzas aspiran a alterarla, desacreditarla y aun reemplazarla. Como resultado, la fuerza de las lealtades cristianas protege cada vez menos la conducta del hombre; la formalidad moral en casi todas partes se detiene indecisamente en las encrucijadas en que se encuentran los caminos cristianos con los paganos. En nuestra década, se han desviado tantos parroquianos de Sodoma a la mitad 'civilizada' del mundo, como a la 'no civilizada'."[i]

El hecho de quitar de la vida la ética moral, en el sentido de cualesquiera principios absolutos, tal como fue introducido en nuestro sistema educativo por John Dewey y otros naturalistas, ha traído una angustiosa situación a nuestro mundo, la cual está empeorando a medida que el hombre se hunde más profundamente en el pantano de su propia depravación.

Hace poco, mientras viajaba yo en avión, me dediqué a ponerme al corriente de las noticias leyendo la última edición de la revista Newsweek. La misma enfocaba la situación moral actual, especialmente la proliferante inundación de pornografía explícita. A través de los años, muchos centenares de personas han venido a mi oficina para hablar conmigo, y muchas de ellas comienzan diciéndome: "Mire, probablemente le voy a causar un sobresalto." Siempre he sonreído más o menos, y he pensado que había oído cosas diez veces peores que lo que me iba a decir esa persona. Que si alguien en la oficina iba a escandalizarse, ése no sería yo. Pensaba yo que ya estaba a prueba de sobresaltos. ¡Pero lo que vi en esa revista, sí que me sobresaltó!

A través de las últimas décadas, las normas morales han descendido hasta alarmantes niveles bajos. Antes, la discusión de cualquier tipo de acto sexual ilícito se consideraba chocante aun entre solteros; ahora el adulterio se ha convertido en un tema común de las revistas, las películas y las series de televisión de la mañana y de la tarde. La homosexualidad también ha comenzado a ocupar el escenario; pero la más corriente obsesión por la bestialidad amenaza con usurparle el lugar. Lo que encuentro verdaderamente chocante es la creciente moda de las revistas pornográficas explícitas. Muchas de ellas tratan, nada menos que de niños y niñas de entre seis a once años de edad, y muestran a estos niños y niñas realizando actos tanto heterosexuales como homosexuales. ¡La parálisis moral parece haberse apoderado del mundo civilizado!

El doctor Henry dice que la actual desintegración de la cultura occidental representa una considerable incapacidad para reconciliar las demandas de moralidad que compiten. En el actual parloteo de voces, cada una de las cuales afirma su propia verdad, el hombre moderno no está convencido de la verdad de ningún postulado moral. En consecuencia, parece incapaz de formular claramente ningún sentido del "deber". Constantemente estamos expuestos a diversos sistemas éticos y morales; infortunadamente, son pocos los que comprenden claramente lo que son esos sistemas. Confundidos por ellos, no saben cómo responderles.

Recientemente oí una charla por radio, en la cual un hombre defendía su homosexualidad. Al hacerlo, estaba exponiendo un completo sistema de ética moral. Yo me preguntaba cuántas personas de las que lo estaban escuchando tendrían alguna comprensión de los fundamentos éticos básicos en los cuales él se estaba basando, o de las falacias de ese sistema. Presentó un caso tan convincente, que el anfitrión del programa parecía incapaz de arreglárselas con el caso.

Debemos tener en mente que todo programa de televisión, todo noticiero, toda revista, toda novela, toda película, se basa en alguna presuposición ética, derivada de entre una gran variedad de sistemas éticos. Desafortunadamente (y esto es irritante para mí), muchos cristianos simplemente no quieren cansarse la cabeza estudiando tales sistemas; en consecuencia, son totalmente incapaces de hacerle frente a esta ola de inmoralidad, basada en fundamentos éticos espurios que están inundando nuestro país. Todo lo que hacemos se basa en alguna consideración ética y moral, y me temo que la mayoría de nosotros operamos sólo bajo los conceptos más confusos de lo que realmente somos.

Echemos una mirada a todo este asunto de la "ética". Es importante saber, ante todo, que hay dos grandes divisiones en los sistemas éticos. Uno de estos sistemas éticos se basa en la revelación. Es un sistema que Dios reveló en las Escrituras del Antiguo y el Nuevo Testamentos. Fue dado por Dios. En palabras de la teología, un sistema gobernado por Dios, una ley de Dios. La otra división principal, llamada ética especulativa, es un sistema completamente diferente. Este es un sistema inventado por el hombre. Es de naturaleza humanista y autónoma. Viene desde abajo hacia arriba, en tanto que el otro viene de arriba. La mayoría de los estudiantes universitarios, en sus estudios de filosofía, entrarán en aquella rama filosófica que se conoce como la ética. En la mayoría de los casos, hallarán que se ignora totalmente a la ética revelada, y que la ética humana especulativa ocupa todo el campo de esta disciplina.

Echemos una mirada a los sistemas éticos sobre los cuales opera el mundo no regenerado, e infortunadamente, muchísimos cristianos también, de manera inadvertida.

En la esfera especulativa de la ética, hay dos grandes divisiones. Ante todo, está el naturalismo, que comienza con la premisa de que el hombre es totalmente materia. Que es animal complejo y su bienestar envuelve cierto ajuste con el universo físico en el cual existe. Toda clase de sistemas éticos brotan de este concepto.

La otra gran división de la ética especulativa es el idealismo. Comienza con una premisa totalmente opuesta: que hay una realidad básica inmaterial, una realidad espiritual, una realidad mental, una realidad racional, si se quiere, que es primaria, preexistente a la materia, y de mucha más importancia que la materia. De esta base idealista han evolucionado varios sistemas racionalistas, tales como los sostenidos por Platón, Sócrates y otros, como también todos los sistemas panteístas.

De estas dos divisiones principales brotan varios diferentes sistemas de ética. Uno de ellos es el pragmatismo, que opera basado en el principio de que si algo funciona, entonces es bueno. Obviamente, este sistema no tiene fundamento moral. Hitler estaba teniendo bastante éxito en la destrucción de todos los judíos de Europa. Cuando ese sistema estaba funcionando' bastante bien, su aparente éxito habría sido una garantía de que era moralmente bueno. El que asalta un banco puede tener éxito, pero eso no prueba que asaltar bancos es bueno. Un comerciante puede tener un tremendo éxito en su negocio, pero el hecho de su éxito no significa que lo que está haciendo es bueno.

Otro sistema es el egoísmo. Esta palabra viene de ego, y significa: "Buscaré aquello que sea bueno para mí." El altruismo dice: "Lo que debemos hacer es el bien de los demás." Así, hallamos el individualismo basado en el egoísmo. El comunismo y el socialismo, entre otros, se basan en la idea de que el bien del hombre es para el estado y el interés de ellos es la sociedad, y no el individuo. Muchos otros sistemas brotan de estos fundamentos básicos. Todos estos sistemas contienen ciertos conflictos o antítesis, polaridades opuestas, con las cuales luchan. Todos ellos son iguales en el sentido de que son incompletos e inadecuados. Ninguno de ellos está tan bien redondeado como el sistema bíblico, el cual abarca todas las necesidades básicas de la humanidad y de la sociedad.

Muchos sistemas contienen conflictos entre lo religioso y lo ético. Ha habido diferentes enfoques religiosos de la vida que no han tenido en cuenta los aspectos éticos de ella, y se han concentrado simplemente en las cosas espirituales. Ha habido, por otra parte, sistemas que han hecho hincapié únicamente en los aspectos éticos de la vida, y no han tenido en cuenta los religiosos. Ambos grupos creyeron que tenían alguna clase de sistema ético, pero cada uno de ellos era sólo parcial.

Infortunadamente, muchísimas personas operan según sistemas éticos no claros ni simples, que nunca han analizado críticamente. La mayoría de ellos resultan ser pobres imágenes de algún sistema pagano, o pequeñas partes de alguna porción mayor del sistema cristiano. Para hacer más compleja la confusión, parece haber la idea errónea de que, por el hecho de que un "sistema" sea tan simple que haya sido comprendido, automáticamente lleva el imprimátur divino.

He conocido a muchas personas que piensan que, si sólo tratan de guardar la segunda tabla de la ley, que trata de la relación del hombre con su prójimo, pueden pasar por alto la primera, que trata de la relación del hombre con Dios, o viceversa. He conocido a otros que suponen que por el hecho de que han sido honrados y han sido fieles a sus respectivas esposas y amables con sus vecinos, de alguna manera están bien con Dios. Desafortunadamente, tienen una moralidad estilo cafetería, según la cual escogen y eligen los mandamientos que prefieren tratar de guardar y descartan los demás.

Tal vez usted conozca a alguien cuyo sistema ético es más o menos el siguiente: "Mi norma de vida es ésta: 'Nunca le haré intencionalmente mal a nadie.'"

O tal vez haya oído a alguien decir: "Bueno, realmente yo nunca le hecho mal a nadie, así que estoy seguro de que voy a quedar bien con Dios." ¡Qué necedad tan absoluta! La primera declaración no tiene la intención de incluir a Dios. La segunda descarta por completo el hecho de que debemos adorar a Dios, aprender acerca de El y servirlo. La persona que no ha hecho ninguna de estas cosas, ha omitido la parte más importante de la ley de Dios.

Numerosos sistemas éticos han hecho hincapié en los conceptos libertarios del libre albedrío del hombre; es decir, en que todas nuestras decisiones éticas se basan en la libre voluntad del hombre. Por otra parte, ha habido los que han hecho hincapié en el determinismo y en la necesidad, que decían que el hombre no es libre, sino que está controlado por alguna fuerza externa. El fatalismo dice que ciertos destinos impersonales controlan nuestra vida. Usted dirá: "Bueno, eso es muy antiguo. ¿La gente realmente cree eso hoy?" Sí. Y hay millones de ellos en América, que consultan las tablas astrológicas porque están convencidos de que alguna fuerza de los cielos controla sus vidas, en la misma forma en que la Luna controla las mareas.

La forma más popular de psicología hoy, el behaviorismo o conductismo, es completamente determinista. Según ella, el hombre está determinado por lo que come, por todas las cosas que inciden en él; no sólo su cuerpo físico, sino sus ideas y su moralidad están determinados por el ambiente en que vive. Por tanto, al cambiar su ambiente, cambiará el hombre. Este sistema determinista es tan prevaleciente que controla gran parte del pensamiento de la sociedad de nuestro día. La mayoría de las personas ni siquiera se dan cuenta de con qué clase de sistema están tratando, ni por qué la gente sostiene, como lo hace, por ejemplo, que lo único que necesitamos hacer es eliminar un barrio marginal a fin de que el pueblo cambie hacia lo mejor. Unos estudios recientes han demostrado que el ambiente de una persona no es de ningún modo el factor decisivo en el tipo de vida que vive.

Luego está el conflicto entre los sistemas éticos teleológicos y los no ideológicos. Este término viene de la palabra griega telos, que significa "el fin". Lo ideológico pertenece al estudio del fin, al resultado final. El sistema no teleológico también se llama ateleológico. El prefijo a significa "apartado de", de modo que la palabra tiene el significado de que no tiene en cuenta el fin. Algunos sistemas dicen que el más importante factor determinante en la ética es: ¿cuál será el resultado final de mi acción? Las personas que adoptan este punto de vista, actúan como si la única consideración para que una acción sea moral o inmoral, es el fin que la misma ha de tener. Esto provee la base para el utilitarismo, que dice: "Nuestra meta debe ser el mayor bien para el mayor número, y la finalidad es lo que determina si algo es bueno o malo."

Eso pudiera sonar muy plausible, pero hay un problema: ¿Cómo podemos computar si la finalidad es buena o no? Por ejemplo, usted decide darle un libro a alguien. ¿Sabe usted cuál será el resultado final? Un cristiano muy devoto le dio a un joven graduado en teología el libro The Principies of Geology (Los principios de la geología), por Lyell. El hombre a quien se lo entregó era Carlos Darwin. ¿Cuál fue el resultado? El control de las universidades del mundo por el pensamiento evolucionista. Todo comenzó cuando alguien le dio un libro a un hombre que estaba a punto de salir en viaje de alcance mundial. Ninguno de nosotros puede computar los resultados que puedan tener nuestras acciones. Cuando les hacemos algo a nuestros hijos, no sabemos lo que pueda ocurrir tres o cuatro generaciones después a causa de esa acción. Esta es la razón por la cual la ética ideológica siempre falla. Un par de ejemplos de la ética ideológica son el socialismo y el comunismo.

Una forma de la ética egoísta dice: "Lo importante para mí es simplemente considerar si cierta acción me aportará placer o no." Hedonismo es el nombre de esta idea, según la cual la meta de la vida es el placer. El hedonismo egoísta consiste en la idea de que yo debo buscar algo que me produzca placer. Cuando usted se come un trozo de pastel a la moda, ¿eso le traerá placer o dolor? Está pensando en cometer adulterio con alguien. ¿Eso le va a traer placer o dolor? ¿Qué ocurrirá como resultado de ello a través de las generaciones? Toda acción tiene ramificaciones eternas; por tanto, es imposible que alguien pueda alguna vez establecer un principio moral basado en la ética ideológica.

La ética ateleológica hace hincapié, no en el fin, sino en el principio: en el motivo. El único asunto de importancia es que el motivo tiene que ser correcto. Muchas veces oímos decir: "Si alguien es sincero, luego eso tiene que ser correcto. No importa cuál religión abraza uno, con tal que sea sincero." Bueno, la madre era perfectamente sincera a las tres de la mañana, cuando le dio a su hijo la medicina para la tos; sin embargo, a la mañana siguiente notó que le había administrado mercurocromo y que el niño estaba muerto. Ella fue sincera, pero la gente puede estar sinceramente equivocada.

La base íntegra del moderno sistema ético prevaleciente, la "nueva moralidad" o moral de situación, es la siguiente: lo único que importa es nuestro motivo, que debe ser el amor. Eso suena plausible, ¿no es verdad? Luego, uno lee algunos de los casos que se presentan en sus libros, por ejemplo: Aquí está una pobre joven. No tiene amigos varones y se siente completamente cohibida emocionalmente. Ahora bien, si usted sólo tuviera una aventura amorosa con esta joven, probablemente la libraría de todas sus inhibiciones y la iniciaría en una nueva vida. Así, con el motivo del amor, usted quebranta uno de los mandamientos de Dios. Podemos ver que tanto la ética ideológica como la ateleológica siempre fallan en sí mismas.

Habiendo hecho este breve resumen de algunos de los sistemas éticos prevalecientes hoy, quisiera advertir a usted que tenga el cuidado de recordar tres cosas con respecto a cada uno de estos sistemas. En primer lugar, todos los sistemas especulativos son precisamente eso: especulaciones. Son racionalistas. Rechazan la revelación, y todo el peso de su apoyo lo basan simplemente en los conceptos de la mente humana. Por tanto, sus limitaciones deben ser obvias de inmediato.

En segundo lugar, se centran en el hombre, y el hombre llega a ser su propio dios. En cada uno de estos sistemas, es el hombre el que decide lo que va a hacer. Así Dios queda expulsado de su universo, y el Creador no tiene derecho de decir a la criatura lo que debe hacer. El hombre ha llegado a ser una ley para sí mismo, el hombre autónomo.

En tercer lugar, todos los sistemas éticos humanos son una voluntariosa rebelión contra el Dios todopoderoso. Intentan permitir que el hombre viva sin el control de Dios ni de su ley, pero aun así se justifique como un ser ético y moral.

En la Escritura tenemos un sistema ético perfectamente equilibrado que satisfará todas las necesidades del corazón humano. Ante todo se relaciona con el motivo del hombre. Habiendo acudido a Jesucristo y hallado el perdón, el hombre está libre de la carga y la esclavitud de la culpa y del temor. Se le permite servir a Dios por gratitud y amor. Pablo dijo: "Porque el amor de Cristo nos constriñe" (2 Corintios 5:14). La gratitud del corazón hace que los que han sido redimidos y han recibido el don gratuito de la vida eterna, quieran vivir para Dios; por tanto, el motivo se hace correcto.

No sólo el motivo es correcto, sino también el fin. En la tradición hebreo-cristiana está obviamente claro el hecho de que el bien esté inevitablemente relacionado con Dios, quien es el Bien último y el dador de todo bien y de todo don perfecto. Todos los sistemas humanos tratan de hallar el bien del hombre fuera de Dios, y así caen a tierra. ¡Nuestro supremo bien es conocer a Dios, ser como El, amarlo, glorificarlo y disfrutarlo para siempre!

El sistema ético de las Escrituras no sólo nos ofrece el motivo apropiado y el fin apropiado, sino que nos ofrece una instrucción fácilmente aplicable a nuestra vida diaria en la ley que Dios nos dio. Esta ley ha de ser obedecida, no por un temor servil, como el esclavo obedece a su señor, sino con un corazón de amor filial, como el niño obedece a su querido padre.

La ley que Dios nos dio hace varias cosas. El primer propósito que debemos ver claramente es que establece una norma de lo que Dios quiere que seamos; una norma perfecta de lo que nuestra vida debe ser. No tenemos que andar a tientas en la oscuridad para saber si algo es bueno o malo.

En segundo lugar, y esto a menudo se pasa por alto, la ley fue dada para convencernos de que no podemos cumplirla. Por la ley es el conocimiento del pecado. La ley convence. Martín Lutero comparó a la ley con un espejo; cuando nos miramos en el espejo de la ley de Dios, vemos todas nuestras arrugas y lunares y otras desfiguraciones: toda nuestra culpa, nuestro pecado, nuestra impureza. Lutero también comparó la ley con un martillo: un martillo que hace añicos nuestra justicia propia.

Cuando una persona hace su propio código ético, siempre elabora un sistema que piensa que ha guardado. En la ley de Dios, hallamos una ley que hace pedazos a nuestra justicia propia, elimina toda la confianza en nuestra propia bondad y nos convence de que somos pecadores. La ley de Dios nos deja con las manos sobre la boca y nuestros rostros en el polvo. Nos hace humillarnos delante de Dios y convencernos de que somos culpables de haber transgredido la ley. Lutero dijo: "La ley es un látigo que nos conduce hacia la cruz." Pero Dios no nos deja en nuestra impureza, ni nos deja en nuestro envilecido estado de culpabilidad y corrupción. El nos conduce a la cruz, la fuente de gracia, para que miremos al rostro de Jesucristo. Allí hallaremos al que nos limpiará, al que nos quitará toda la culpa, al que nos puede dar poder por medio de su Espíritu para que nos esforcemos en guardar su ley de allí en adelante. Este es el propósito de la ley de Dios.

¿Cómo podemos cumplir ésta que es la norma de la perfección? Jesús dijo: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto" (Mateo 5:48). El sistema ético de Dios demanda perfección. A menos que tengamos registros éticos y morales perfectos, nunca llegaremos al cielo. Si ofendemos en un punto, somos culpables de todo; en un pensamiento, en una palabra, en una obra; por comisión o por omisión. Dios es de ojos tan puros que no puede siquiera mirar a la iniquidad, y NINGÚN PECADO entrará jamás en el cielo. ¿Cómo, entonces, podemos tener jamás la esperanza de vivir en conformidad con esta perfecta norma que Dios nos dio? He aquí la respuesta: NO PODEMOS, pero DIOS SI PUDO. El camino del hombre consiste en bajar la norma de Dios hasta el punto en que el hombre pueda estar sobre ella. El camino de Dios fue el de bajar El mismo hasta la cruz y hasta el infierno mismo, a fin de pagar la deuda que teníamos por nuestros pecados — para poder levantarnos hasta su perfecta norma.

Todos en el mundo parecen confiar básicamente en la obediencia de una o dos personas. Si nos preguntáramos: "¿En qué baso mis esperanzas de vida eterna?" podríamos responder: "Nunca le he hecho mal a nadie. He tratado de seguir la Regla de Oro. He tratado de guardar los Mandamientos. He asistido a la iglesia. He orado. He dado dinero a los pobres. He sido bondadoso con mi prójimo." Si así lo hacemos, estamos confiando en nuestra propia justicia para llegar al cielo. El problema es el siguiente: "No hay justo, ni aun uno" (Romanos 3:10)."… somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapos de inmundicia" (Isaías 64:6). El pecado contamina todos los días de nuestra vida. Por tanto, mientras confiemos en nosotros mismos, nunca lo lograremos. Necesitamos confiar en la obediencia de otra persona: la de Jesucristo, el único que siempre vivió en conformidad con la perfecta norma de Dios; el único que nunca pecó; el único que no tiene mancha, que fue tentado en todo, según nuestra semejanza, pero sin pecado.

La Biblia dice que la vida perfecta de Jesucristo no sólo fue un ejemplo para nosotros (que muchas personas comprenden), sino que también fue una vida sustitutiva. Cristo vivió una vida perfecta en nuestro lugar, y está dispuesto a vestirnos con su obediencia, para que comparezcamos sin mancha delante de Dios, vestidos con la justicia de Jesucristo. Uno de los nombres que se le dieron a Jehová en el Antiguo Testamento fue "Jehová, justicia nuestra" (Jeremías 23:6). Cristo es nuestra justicia. El vivió en nuestro lugar. La Escritura dice: "… por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos" (Romanos 5:19).

Nos presentaremos delante de Dios vestidos con nuestra propia justicia (cuando las luces se enciendan, veremos que estamos vestidos con trapos de inmundicia), o vestidos con la justicia de Jesucristo, el único perfecto. ¿En la bondad de quién confiaremos? ¿En la nuestra, o en la de Cristo?

Me asombra saber cuántas personas se sientan en la iglesia año tras año, y suponen que todo lo que el cristianismo tiene que decirle a la gente es lo siguiente: "Sean buenos; esfuércense más; hagan todo lo posible." No entienden en absoluto ni siquiera el mensaje más básico y elemental del cristianismo: que en nosotros mismos no hay esperanza; que nuestra justicia, en la cual tantísimo confían, es simplemente trapos de inmundicia. Pablo describe su propia justicia como "basura" (Filipenses 3:8).

Tenemos que ser hallados en Cristo por la fe en él. Al creer y confiar en lo que El hizo, podemos ser vestidos con su justicia, y así nos presentaremos sin mancha ante el trono de Dios. Estas son las gloriosas buenas nuevas — el mensaje del Evangelio —: aunque usted y yo somos pecadores — inmundos, indignos, merecedores de lo malo, merecedores del infierno — Cristo, el único Digno de todo, vivió y murió por nosotros en nuestro lugar. Si creemos y confiamos en El, no recibiremos lo que merecemos, sino lo que El merece: el paraíso.


[i] Cari F.H. Henry, Christian Personal Ethics (Etica cristiana personal). Grand Rapids, Michigan, Wm. B. Eerdmans 1957, pág. 13.

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