Por qué creo en los principios morales absolutos
Por: D.J. Kennedy
¡Ay de los que a
lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las
tinieblas Im; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!
Isaías 5:20
Aun el examen más
superficial de la época en que vivimos, nos revela una enorme decadencia y
desintegración de las normas morales del mundo occidental; la evidencia está en
todas partes. Muchos observadores sagaces creen que no hay esperanza para
nuestra civilización, a menos que se haga algo al respecto.
El doctor Cari F.
H. Henry, una de las mentes más agudas de nuestro siglo, dice: "Destellos
de señales de angustia adornan todo el campo de la conducta humana. La
barricada milenaria del cristianismo contra el resurgimiento del paganismo se
está debilitando ante los asaltos de la iniquidad. Poderosas fuerzas aspiran a
alterarla, desacreditarla y aun reemplazarla. Como resultado, la fuerza de las
lealtades cristianas protege cada vez menos la conducta del hombre; la
formalidad moral en casi todas partes se detiene indecisamente en las
encrucijadas en que se encuentran los caminos cristianos con los paganos. En
nuestra década, se han desviado tantos parroquianos de Sodoma a la mitad
'civilizada' del mundo, como a la 'no civilizada'."[i]
El hecho de
quitar de la vida la ética moral, en el sentido de cualesquiera principios
absolutos, tal como fue introducido en nuestro sistema educativo por John Dewey
y otros naturalistas, ha traído una angustiosa situación a nuestro mundo, la
cual está empeorando a medida que el hombre se hunde más profundamente en el
pantano de su propia depravación.
Hace poco,
mientras viajaba yo en avión, me dediqué a ponerme al corriente de las noticias
leyendo la última edición de la revista Newsweek. La misma enfocaba la
situación moral actual, especialmente la proliferante inundación de pornografía
explícita. A través de los años, muchos centenares de personas han venido a mi
oficina para hablar conmigo, y muchas de ellas comienzan diciéndome:
"Mire, probablemente le voy a causar un sobresalto." Siempre he
sonreído más o menos, y he pensado que había oído cosas diez veces peores que
lo que me iba a decir esa persona. Que si alguien en la oficina iba a
escandalizarse, ése no sería yo. Pensaba yo que ya estaba a prueba de
sobresaltos. ¡Pero lo que vi en esa revista, sí que me sobresaltó!
A través de las
últimas décadas, las normas morales han descendido hasta alarmantes niveles
bajos. Antes, la discusión de cualquier tipo de acto sexual ilícito se
consideraba chocante aun entre solteros; ahora el adulterio se ha convertido en
un tema común de las revistas, las películas y las series de televisión de la
mañana y de la tarde. La homosexualidad también ha comenzado a ocupar el
escenario; pero la más corriente obsesión por la bestialidad amenaza con
usurparle el lugar. Lo que encuentro verdaderamente chocante es la creciente
moda de las revistas pornográficas explícitas. Muchas de ellas tratan, nada
menos que de niños y niñas de entre seis a once años de edad, y muestran a
estos niños y niñas realizando actos tanto heterosexuales como homosexuales.
¡La parálisis moral parece haberse apoderado del mundo civilizado!
El doctor Henry
dice que la actual desintegración de la cultura occidental representa una
considerable incapacidad para reconciliar las demandas de moralidad que
compiten. En el actual parloteo de voces, cada una de las cuales afirma su
propia verdad, el hombre moderno no está convencido de la verdad de ningún
postulado moral. En consecuencia, parece incapaz de formular claramente ningún
sentido del "deber". Constantemente estamos expuestos a diversos
sistemas éticos y morales; infortunadamente, son pocos los que comprenden
claramente lo que son esos sistemas. Confundidos por ellos, no saben cómo
responderles.
Recientemente oí
una charla por radio, en la cual un hombre defendía su homosexualidad. Al
hacerlo, estaba exponiendo un completo sistema de ética moral. Yo me preguntaba
cuántas personas de las que lo estaban escuchando tendrían alguna comprensión
de los fundamentos éticos básicos en los cuales él se estaba basando, o de las
falacias de ese sistema. Presentó un caso tan convincente, que el anfitrión del
programa parecía incapaz de arreglárselas con el caso.
Debemos tener en
mente que todo programa de televisión, todo noticiero, toda revista, toda novela,
toda película, se basa en alguna presuposición ética, derivada de entre una
gran variedad de sistemas éticos. Desafortunadamente (y esto es irritante para
mí), muchos cristianos simplemente no quieren cansarse la cabeza estudiando
tales sistemas; en consecuencia, son totalmente incapaces de hacerle frente a
esta ola de inmoralidad, basada en fundamentos éticos espurios que están
inundando nuestro país. Todo lo que hacemos se basa en alguna consideración
ética y moral, y me temo que la mayoría de nosotros operamos sólo bajo los
conceptos más confusos de lo que realmente somos.
Echemos una
mirada a todo este asunto de la "ética". Es importante saber, ante
todo, que hay dos grandes divisiones en los sistemas éticos. Uno de estos
sistemas éticos se basa en la revelación. Es un sistema que Dios reveló en las
Escrituras del Antiguo y el Nuevo Testamentos. Fue dado por Dios. En palabras
de la teología, un sistema gobernado por Dios, una ley de Dios. La otra
división principal, llamada ética especulativa, es un sistema completamente
diferente. Este es un sistema inventado por el hombre. Es de naturaleza
humanista y autónoma. Viene desde abajo hacia arriba, en tanto que el otro
viene de arriba. La mayoría de los estudiantes universitarios, en sus estudios
de filosofía, entrarán en aquella rama filosófica que se conoce como la ética.
En la mayoría de los casos, hallarán que se ignora totalmente a la ética
revelada, y que la ética humana especulativa ocupa todo el campo de esta
disciplina.
Echemos una
mirada a los sistemas éticos sobre los cuales opera el mundo no regenerado, e
infortunadamente, muchísimos cristianos también, de manera inadvertida.
En la esfera
especulativa de la ética, hay dos grandes divisiones. Ante todo, está el
naturalismo, que comienza con la premisa de que el hombre es totalmente
materia. Que es animal complejo y su bienestar envuelve cierto ajuste con el
universo físico en el cual existe. Toda clase de sistemas éticos brotan de este
concepto.
La otra gran
división de la ética especulativa es el idealismo. Comienza con una premisa
totalmente opuesta: que hay una realidad básica inmaterial, una realidad
espiritual, una realidad mental, una realidad racional, si se quiere, que es
primaria, preexistente a la materia, y de mucha más importancia que la materia.
De esta base idealista han evolucionado varios sistemas racionalistas, tales
como los sostenidos por Platón, Sócrates y otros, como también todos los
sistemas panteístas.
De estas dos
divisiones principales brotan varios diferentes sistemas de ética. Uno de ellos
es el pragmatismo, que opera basado en el principio de que si algo funciona,
entonces es bueno. Obviamente, este sistema no tiene fundamento moral. Hitler
estaba teniendo bastante éxito en la destrucción de todos los judíos de Europa.
Cuando ese sistema estaba funcionando' bastante bien, su aparente éxito habría
sido una garantía de que era moralmente bueno. El que asalta un banco puede
tener éxito, pero eso no prueba que asaltar bancos es bueno. Un comerciante
puede tener un tremendo éxito en su negocio, pero el hecho de su éxito no
significa que lo que está haciendo es bueno.
Otro sistema es
el egoísmo. Esta palabra viene de ego, y significa: "Buscaré aquello que
sea bueno para mí." El altruismo dice: "Lo que debemos hacer es el bien
de los demás." Así, hallamos el individualismo basado en el egoísmo. El
comunismo y el socialismo, entre otros, se basan en la idea de que el bien del
hombre es para el estado y el interés de ellos es la sociedad, y no el
individuo. Muchos otros sistemas brotan de estos fundamentos básicos. Todos
estos sistemas contienen ciertos conflictos o antítesis, polaridades opuestas,
con las cuales luchan. Todos ellos son iguales en el sentido de que son
incompletos e inadecuados. Ninguno de ellos está tan bien redondeado como el
sistema bíblico, el cual abarca todas las necesidades básicas de la humanidad y
de la sociedad.
Muchos sistemas
contienen conflictos entre lo religioso y lo ético. Ha habido diferentes
enfoques religiosos de la vida que no han tenido en cuenta los aspectos éticos
de ella, y se han concentrado simplemente en las cosas espirituales. Ha habido,
por otra parte, sistemas que han hecho hincapié únicamente en los aspectos
éticos de la vida, y no han tenido en cuenta los religiosos. Ambos grupos creyeron
que tenían alguna clase de sistema ético, pero cada uno de ellos era sólo
parcial.
Infortunadamente,
muchísimas personas operan según sistemas éticos no claros ni simples, que
nunca han analizado críticamente. La mayoría de ellos resultan ser pobres
imágenes de algún sistema pagano, o pequeñas partes de alguna porción mayor del
sistema cristiano. Para hacer más compleja la confusión, parece haber la idea
errónea de que, por el hecho de que un "sistema" sea tan simple que
haya sido comprendido, automáticamente lleva el imprimátur divino.
He conocido a
muchas personas que piensan que, si sólo tratan de guardar la segunda tabla de
la ley, que trata de la relación del hombre con su prójimo, pueden pasar por
alto la primera, que trata de la relación del hombre con Dios, o viceversa. He
conocido a otros que suponen que por el hecho de que han sido honrados y han
sido fieles a sus respectivas esposas y amables con sus vecinos, de alguna
manera están bien con Dios. Desafortunadamente, tienen una moralidad estilo
cafetería, según la cual escogen y eligen los mandamientos que prefieren tratar
de guardar y descartan los demás.
Tal vez usted
conozca a alguien cuyo sistema ético es más o menos el siguiente: "Mi
norma de vida es ésta: 'Nunca le haré intencionalmente mal a nadie.'"
O tal vez haya
oído a alguien decir: "Bueno, realmente yo nunca le hecho mal a nadie, así
que estoy seguro de que voy a quedar bien con Dios." ¡Qué necedad tan
absoluta! La primera declaración no tiene la intención de incluir a Dios. La
segunda descarta por completo el hecho de que debemos adorar a Dios, aprender
acerca de El y servirlo. La persona que no ha hecho ninguna de estas cosas, ha
omitido la parte más importante de la ley de Dios.
Numerosos
sistemas éticos han hecho hincapié en los conceptos libertarios del libre
albedrío del hombre; es decir, en que todas nuestras decisiones éticas se basan
en la libre voluntad del hombre. Por otra parte, ha habido los que han hecho
hincapié en el determinismo y en la necesidad, que decían que el hombre no es
libre, sino que está controlado por alguna fuerza externa. El fatalismo dice
que ciertos destinos impersonales controlan nuestra vida. Usted dirá:
"Bueno, eso es muy antiguo. ¿La gente realmente cree eso hoy?" Sí. Y
hay millones de ellos en América, que consultan las tablas astrológicas porque
están convencidos de que alguna fuerza de los cielos controla sus vidas, en la
misma forma en que la Luna controla las mareas.
La forma más
popular de psicología hoy, el behaviorismo o conductismo, es completamente
determinista. Según ella, el hombre está determinado por lo que come, por todas
las cosas que inciden en él; no sólo su cuerpo físico, sino sus ideas y su
moralidad están determinados por el ambiente en que vive. Por tanto, al cambiar
su ambiente, cambiará el hombre. Este sistema determinista es tan prevaleciente
que controla gran parte del pensamiento de la sociedad de nuestro día. La
mayoría de las personas ni siquiera se dan cuenta de con qué clase de sistema
están tratando, ni por qué la gente sostiene, como lo hace, por ejemplo, que lo
único que necesitamos hacer es eliminar un barrio marginal a fin de que el
pueblo cambie hacia lo mejor. Unos estudios recientes han demostrado que el
ambiente de una persona no es de ningún modo el factor decisivo en el tipo de
vida que vive.
Luego está el
conflicto entre los sistemas éticos teleológicos y los no ideológicos. Este
término viene de la palabra griega telos, que significa "el fin". Lo
ideológico pertenece al estudio del fin, al resultado final. El sistema no
teleológico también se llama ateleológico. El prefijo a significa
"apartado de", de modo que la palabra tiene el significado de que no
tiene en cuenta el fin. Algunos sistemas dicen que el más importante factor
determinante en la ética es: ¿cuál será el resultado final de mi acción? Las
personas que adoptan este punto de vista, actúan como si la única consideración
para que una acción sea moral o inmoral, es el fin que la misma ha de tener.
Esto provee la base para el utilitarismo, que dice: "Nuestra meta debe ser
el mayor bien para el mayor número, y la finalidad es lo que determina si algo
es bueno o malo."
Eso pudiera sonar
muy plausible, pero hay un problema: ¿Cómo podemos computar si la finalidad es
buena o no? Por ejemplo, usted decide darle un libro a alguien. ¿Sabe usted
cuál será el resultado final? Un cristiano muy devoto le dio a un joven
graduado en teología el libro The Principies of Geology (Los principios de la
geología), por Lyell. El hombre a quien se lo entregó era Carlos Darwin. ¿Cuál
fue el resultado? El control de las universidades del mundo por el pensamiento
evolucionista. Todo comenzó cuando alguien le dio un libro a un hombre que
estaba a punto de salir en viaje de alcance mundial. Ninguno de nosotros puede
computar los resultados que puedan tener nuestras acciones. Cuando les hacemos
algo a nuestros hijos, no sabemos lo que pueda ocurrir tres o cuatro
generaciones después a causa de esa acción. Esta es la razón por la cual la
ética ideológica siempre falla. Un par de ejemplos de la ética ideológica son
el socialismo y el comunismo.
Una forma de la
ética egoísta dice: "Lo importante para mí es simplemente considerar si
cierta acción me aportará placer o no." Hedonismo es el nombre de esta
idea, según la cual la meta de la vida es el placer. El hedonismo egoísta
consiste en la idea de que yo debo buscar algo que me produzca placer. Cuando
usted se come un trozo de pastel a la moda, ¿eso le traerá placer o dolor? Está
pensando en cometer adulterio con alguien. ¿Eso le va a traer placer o dolor?
¿Qué ocurrirá como resultado de ello a través de las generaciones? Toda acción
tiene ramificaciones eternas; por tanto, es imposible que alguien pueda alguna
vez establecer un principio moral basado en la ética ideológica.
La ética
ateleológica hace hincapié, no en el fin, sino en el principio: en el motivo.
El único asunto de importancia es que el motivo tiene que ser correcto. Muchas
veces oímos decir: "Si alguien es sincero, luego eso tiene que ser
correcto. No importa cuál religión abraza uno, con tal que sea sincero."
Bueno, la madre era perfectamente sincera a las tres de la mañana, cuando le
dio a su hijo la medicina para la tos; sin embargo, a la mañana siguiente notó
que le había administrado mercurocromo y que el niño estaba muerto. Ella fue
sincera, pero la gente puede estar sinceramente equivocada.
La base íntegra
del moderno sistema ético prevaleciente, la "nueva moralidad" o moral
de situación, es la siguiente: lo único que importa es nuestro motivo, que debe
ser el amor. Eso suena plausible, ¿no es verdad? Luego, uno lee algunos de los
casos que se presentan en sus libros, por ejemplo: Aquí está una pobre joven.
No tiene amigos varones y se siente completamente cohibida emocionalmente.
Ahora bien, si usted sólo tuviera una aventura amorosa con esta joven,
probablemente la libraría de todas sus inhibiciones y la iniciaría en una nueva
vida. Así, con el motivo del amor, usted quebranta uno de los mandamientos de
Dios. Podemos ver que tanto la ética ideológica como la ateleológica siempre
fallan en sí mismas.
Habiendo hecho
este breve resumen de algunos de los sistemas éticos prevalecientes hoy,
quisiera advertir a usted que tenga el cuidado de recordar tres cosas con
respecto a cada uno de estos sistemas. En primer lugar, todos los sistemas
especulativos son precisamente eso: especulaciones. Son racionalistas. Rechazan
la revelación, y todo el peso de su apoyo lo basan simplemente en los conceptos
de la mente humana. Por tanto, sus limitaciones deben ser obvias de inmediato.
En segundo lugar,
se centran en el hombre, y el hombre llega a ser su propio dios. En cada uno de
estos sistemas, es el hombre el que decide lo que va a hacer. Así Dios queda
expulsado de su universo, y el Creador no tiene derecho de decir a la criatura
lo que debe hacer. El hombre ha llegado a ser una ley para sí mismo, el hombre
autónomo.
En tercer lugar,
todos los sistemas éticos humanos son una voluntariosa rebelión contra el Dios
todopoderoso. Intentan permitir que el hombre viva sin el control de Dios ni de
su ley, pero aun así se justifique como un ser ético y moral.
En la Escritura
tenemos un sistema ético perfectamente equilibrado que satisfará todas las
necesidades del corazón humano. Ante todo se relaciona con el motivo del
hombre. Habiendo acudido a Jesucristo y hallado el perdón, el hombre está libre
de la carga y la esclavitud de la culpa y del temor. Se le permite servir a
Dios por gratitud y amor. Pablo dijo: "Porque el amor de Cristo nos
constriñe" (2 Corintios 5:14). La gratitud del corazón hace que los que
han sido redimidos y han recibido el don gratuito de la vida eterna, quieran
vivir para Dios; por tanto, el motivo se hace correcto.
No sólo el motivo
es correcto, sino también el fin. En la tradición hebreo-cristiana está obviamente
claro el hecho de que el bien esté inevitablemente relacionado con Dios, quien
es el Bien último y el dador de todo bien y de todo don perfecto. Todos los
sistemas humanos tratan de hallar el bien del hombre fuera de Dios, y así caen
a tierra. ¡Nuestro supremo bien es conocer a Dios, ser como El, amarlo,
glorificarlo y disfrutarlo para siempre!
El sistema ético
de las Escrituras no sólo nos ofrece el motivo apropiado y el fin apropiado,
sino que nos ofrece una instrucción fácilmente aplicable a nuestra vida diaria
en la ley que Dios nos dio. Esta ley ha de ser obedecida, no por un temor
servil, como el esclavo obedece a su señor, sino con un corazón de amor filial,
como el niño obedece a su querido padre.
La ley que Dios
nos dio hace varias cosas. El primer propósito que debemos ver claramente es
que establece una norma de lo que Dios quiere que seamos; una norma perfecta de
lo que nuestra vida debe ser. No tenemos que andar a tientas en la oscuridad
para saber si algo es bueno o malo.
En segundo lugar,
y esto a menudo se pasa por alto, la ley fue dada para convencernos de que no
podemos cumplirla. Por la ley es el conocimiento del pecado. La ley convence.
Martín Lutero comparó a la ley con un espejo; cuando nos miramos en el espejo
de la ley de Dios, vemos todas nuestras arrugas y lunares y otras
desfiguraciones: toda nuestra culpa, nuestro pecado, nuestra impureza. Lutero
también comparó la ley con un martillo: un martillo que hace añicos nuestra
justicia propia.
Cuando una
persona hace su propio código ético, siempre elabora un sistema que piensa que
ha guardado. En la ley de Dios, hallamos una ley que hace pedazos a nuestra
justicia propia, elimina toda la confianza en nuestra propia bondad y nos
convence de que somos pecadores. La ley de Dios nos deja con las manos sobre la
boca y nuestros rostros en el polvo. Nos hace humillarnos delante de Dios y
convencernos de que somos culpables de haber transgredido la ley. Lutero dijo:
"La ley es un látigo que nos conduce hacia la cruz." Pero Dios no nos
deja en nuestra impureza, ni nos deja en nuestro envilecido estado de
culpabilidad y corrupción. El nos conduce a la cruz, la fuente de gracia, para
que miremos al rostro de Jesucristo. Allí hallaremos al que nos limpiará, al
que nos quitará toda la culpa, al que nos puede dar poder por medio de su
Espíritu para que nos esforcemos en guardar su ley de allí en adelante. Este es
el propósito de la ley de Dios.
¿Cómo podemos
cumplir ésta que es la norma de la perfección? Jesús dijo: "Sed, pues,
vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto"
(Mateo 5:48). El sistema ético de Dios demanda perfección. A menos que tengamos
registros éticos y morales perfectos, nunca llegaremos al cielo. Si ofendemos
en un punto, somos culpables de todo; en un pensamiento, en una palabra, en una
obra; por comisión o por omisión. Dios es de ojos tan puros que no puede
siquiera mirar a la iniquidad, y NINGÚN PECADO entrará jamás en el cielo.
¿Cómo, entonces, podemos tener jamás la esperanza de vivir en conformidad con
esta perfecta norma que Dios nos dio? He aquí la respuesta: NO PODEMOS, pero
DIOS SI PUDO. El camino del hombre consiste en bajar la norma de Dios hasta el
punto en que el hombre pueda estar sobre ella. El camino de Dios fue el de
bajar El mismo hasta la cruz y hasta el infierno mismo, a fin de pagar la deuda
que teníamos por nuestros pecados — para poder levantarnos hasta su perfecta
norma.
Todos en el mundo
parecen confiar básicamente en la obediencia de una o dos personas. Si nos
preguntáramos: "¿En qué baso mis esperanzas de vida eterna?"
podríamos responder: "Nunca le he hecho mal a nadie. He tratado de seguir
la Regla de Oro. He tratado de guardar los Mandamientos. He asistido a la
iglesia. He orado. He dado dinero a los pobres. He sido bondadoso con mi
prójimo." Si así lo hacemos, estamos confiando en nuestra propia justicia
para llegar al cielo. El problema es el siguiente: "No hay justo, ni aun
uno" (Romanos 3:10)."… somos como suciedad, y todas nuestras
justicias como trapos de inmundicia" (Isaías 64:6). El pecado contamina
todos los días de nuestra vida. Por tanto, mientras confiemos en nosotros
mismos, nunca lo lograremos. Necesitamos confiar en la obediencia de otra
persona: la de Jesucristo, el único que siempre vivió en conformidad con la
perfecta norma de Dios; el único que nunca pecó; el único que no tiene mancha,
que fue tentado en todo, según nuestra semejanza, pero sin pecado.
La Biblia dice
que la vida perfecta de Jesucristo no sólo fue un ejemplo para nosotros (que
muchas personas comprenden), sino que también fue una vida sustitutiva. Cristo
vivió una vida perfecta en nuestro lugar, y está dispuesto a vestirnos con su
obediencia, para que comparezcamos sin mancha delante de Dios, vestidos con la
justicia de Jesucristo. Uno de los nombres que se le dieron a Jehová en el
Antiguo Testamento fue "Jehová, justicia nuestra" (Jeremías 23:6).
Cristo es nuestra justicia. El vivió en nuestro lugar. La Escritura dice:
"… por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos"
(Romanos 5:19).
Nos presentaremos
delante de Dios vestidos con nuestra propia justicia (cuando las luces se
enciendan, veremos que estamos vestidos con trapos de inmundicia), o vestidos
con la justicia de Jesucristo, el único perfecto. ¿En la bondad de quién confiaremos?
¿En la nuestra, o en la de Cristo?
Me asombra saber
cuántas personas se sientan en la iglesia año tras año, y suponen que todo lo
que el cristianismo tiene que decirle a la gente es lo siguiente: "Sean
buenos; esfuércense más; hagan todo lo posible." No entienden en absoluto
ni siquiera el mensaje más básico y elemental del cristianismo: que en nosotros
mismos no hay esperanza; que nuestra justicia, en la cual tantísimo confían, es
simplemente trapos de inmundicia. Pablo describe su propia justicia como
"basura" (Filipenses 3:8).
Tenemos que ser
hallados en Cristo por la fe en él. Al creer y confiar en lo que El hizo,
podemos ser vestidos con su justicia, y así nos presentaremos sin mancha ante
el trono de Dios. Estas son las gloriosas buenas nuevas — el mensaje del
Evangelio —: aunque usted y yo somos pecadores — inmundos, indignos,
merecedores de lo malo, merecedores del infierno — Cristo, el único Digno de
todo, vivió y murió por nosotros en nuestro lugar. Si creemos y confiamos en
El, no recibiremos lo que merecemos, sino lo que El merece: el paraíso.
[i] Cari F.H. Henry, Christian Personal
Ethics (Etica cristiana personal). Grand Rapids, Michigan, Wm. B. Eerdmans
1957, pág. 13.
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