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Entrégale a Dios tu amor, y él te dará lo que más deseas. Pon tu vida en sus manos; confía plenamente en él, y él actuará en tu favor. Salmo 37:4 BLS

jueves, 7 de mayo de 2009

Hermeneutica 1.2

Hermeneutica

I. Generalidades (continuación)

2 Justificación

2.1 Enfoques equivocados

Hay en ocasiones una resistencia a leer y estudiar la Palabra de Dios, justificada por enfoques equivocados acerca del contenido de las Escrituras, así como existen conceptos erróneos sobre la utilidad de estudiar la Biblia. Observemos algunos:

2.1.1 La Biblia es difícil de entender.

En su tratado sobre cómo estudiar e interpretar la Biblia, R.C Sproul señala esta equivocación como un mito que impide el acercamiento a la riqueza de la Palabra de Dios y que se convierte en excusa para evitar la lectura y el análisis continuos de las Escrituras. Hay quienes sostienen que la Biblia es tan difícil de entender que sólo los teólogos con muchos conocimientos y preparación técnica pueden manejar las Escrituras. Nada más alejado de la realidad. Dios nos ha entregado su Palabra para que TODOS, sin excepción, la entendamos.

¿Qué clase de dios sería aquel que se revele para que solamente lo entiendan unos cuantos privilegiados o escogidos? Nuestro Dios es Universal y su mensaje está al alcance de todos sus hijos.

2.1.2 La Biblia es aburrida

A la excusa de no entender, se le añade muchas veces la del poco interés que puedan tener algunos apartes de la Escritura.

La Biblia es vida porque es la voz de un Dios vivo. Puede parecer anticuado el contenido, o los personajes, como anticuado el lenguaje utilizado.

Los personajes de los distintos libros de la Biblia vivieron situaciones similares a las que vive cualquier persona de hoy, aunque en escenarios y en épocas diferentes. La Biblia tiene respuestas para esas situaciones de hoy, así como Dios les respondió a los personajes y a los interrogantes de otras épocas relacionadas en las Escrituras.

2.2 Importancia de las versiones actualizadas de las Escrituras. La NVI.

Todo escritor, todo autor, entrega una obra para que su público la lea y la comprenda. El autor de la Biblia es el Espíritu Santo y su intención como la de todo autor es que todo el contenido de su obra sea conocido, entendido y practicado por sus destinatarios. M.S. Terry dice: "El objeto primordial que un autor se propone al escribir es que se le escudriñe diligentemente, porque con frecuencia acontece que a la luz de su propósito principal se entienden más claramente los detalles de su composición. Junto con el objeto de un libro debe estudiarse también la forma de su estructura, así como debe discernirse la relación lógica de sus varias partes. Y añade: Es bien seguro que los escritores bíblicos no tuvieron el propósito ni el deseo de ser mal entendidos. Ni tampoco es razonable suponer que las Sagradas Escrituras, dadas por inspiración de Dios, tengan la naturaleza de un enigma a fin de ejercitar la ingenuidad del lector".

2.3 Por qué leer y estudiar las Sagradas Escrituras?

En el común de la gente se escuchan razones para leer la Biblia, que no corresponden al propósito real de la Revelación. Se dice que da suerte, que tiene historias lindas, que enseña a orar; pero no se identifican los objetos fundamentales de estudiarla.

Las razones para leer, estudiar y comprender el mensaje contenido en la Palabra de Dios, están en la misma Biblia. El estudio hermenéutico es inherente a la naturaleza misma de la Biblia y debe ir unido a la condición básica del creyente.

2.3.1 La Biblia es un regalo de Dios

33 "Éste es el pacto que después de aquel tiempo haré con el pueblo de Israel afirma el Señor: Pondré mi *ley en su *mente, y la escribiré en su *corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. 34 Ya no tendrá nadie que enseñar a su prójimo, ni dirá nadie a su hermano: ¡Conoce al Señor!, porque todos, desde el más pequeño hasta el más grande, me conocerán afirma el Señor. Yo les perdonaré su iniquidad, y nunca más me acordaré de sus pecados." Jeremías 31:33-34

Pacto unilateral de Dios. Por su voluntad soberana, Dios pone su palabra en nuestra mente y en nuestro corazón; la constituye en parte de nuestra vida. Es su voluntad que lo conozcamos. Nos anuncia Su perdón.

2.3.2 Se debe leer y estudiar la Biblia, porque es MANDATO de Dios

4 "Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. 5 Ama al Señor tu Dios con todo tu *corazón y con toda tu *alma y con todas tus fuerzas. 6 Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. 7 Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. 8 Átalas a tus manos como un signo; llévalas en tu frente como una marca; 9 escríbelas en los postes de tu casa y en los *portones de tus ciudades. Deuteronomio 6:4-9

Dios entregó su Palabra para que se cumpla, se aplique y se difunda.

8 Recita siempre el libro de la ley y medita en él de día y de noche; cumple con cuidado todo lo que en él está escrito. Así prosperarás y tendrás éxito. 9 Ya te lo he ordenado: ¡Sé fuerte y valiente! ¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el Señor tu Dios te acompañará dondequiera que vayas. Josué 1:8-9

Mandato de escuchar, de leer, de grabar en la mente, de cumplir. Hay promesa de recompensa.

14 Pero tú, permanece firme en lo que has aprendido y de lo cual estás convencido, pues sabes de quiénes lo aprendiste. 15 Desde tu niñez conoces las Sagradas Escrituras, que pueden darte la sabiduría necesaria para la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. 16 Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir y para instruir en la justicia, 17 a fin de que el siervo de Dios esté enteramente capacitado para toda buena obra. 2Timoteo 3:14-17

El mandato es para siempre (permanece firme). Hay que ser conscientes del origen divino de la Escritura. UTILIDAD de la Biblia.

2.3.3 Se debe estudiar CORRECTAMENTE

En todas sus cartas se refiere a estos mismos temas. Hay en ellas algunos puntos difíciles de entender, que los ignorantes e inconstantes tergiversan, como lo hacen también con las demás Escrituras, para su propia perdición. 2 Pe.3:16

Combatir la ignorancia. La falsa interpretación lleva a la perdición.

La Biblia puede parecer un libro más; es como otro libro, salvo por su contenido profundo para el cristiano. Si la Biblia no se lee y se estudia atendiendo al propio mandato bíblico, puede quedar como otro libro cualquiera. Adrián Rogers dijo en una enseñanza sobre la importancia de leer permanentemente la Palabra de Dios, que una moneda de oro y una de un centavo valen exactamente lo mismo si caen al fondo del mar y que, en ese mismo sentido, la Biblia puede quedar equiparada a un libro cualquiera si no la leemos y la estudiamos conforme al propio mandato de Dios.

La Palabra de Dios debe:

2.3.3.1 Leerse

2.3.3.2 Memorizarse

8 Por último, hermanos, consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio. Filipenses 4:8

16 En tus decretos hallo mi deleite, y jamás olvidaré tu palabra. Salmos 119:16

Pablo les dijo a los colosenses: "La palabra de Cristo more ricamente en vosotros en toda sabiduría" (Col. 3:16). Para que la palabra de Cristo more en nosotros ricamente, debemos por lo menos memorizar las Escrituras. Por supuesto, la memorización sola no hace que la Palabra de Dios more en nosotros, pero podemos decir que si uno no memoriza la Biblia, no será posible que ésta more en uno ricamente. Si simplemente memoriza las Escrituras, pero no abre el corazón a Dios y no es sumiso ni manso, dicha memorización no hará que la Palabra de Dios more en su corazón. Por otro lado, si una persona piensa que no necesita memorizar la Palabra de Dios y que basta con ser mansa, sumisa y abierta a Dios, tampoco hará que la Palabra de Dios more en su corazón. (Nee, 1949)

Al dirigirse a los efesios, Pablo les dijo: "Recuerden las palabras del Señor Jesús que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir" (Hch. 20:35). Para recordar las palabras del Señor, tenemos que memorizarlas. Si no la memorizamos, no nos será posible recordarla. El Señor Jesús memorizó las Escrituras cuando estuvo en la tierra. El pudo citar las palabras de Deuteronomio cuando fue tentado por Satanás (Mt. 4:1-10). Cuando entró en la sinagoga de Nazaret, pudo abrir el libro de Isaías y proclamar los mandamientos y la comisión que El había recibido de Dios (Le. 4:16-21) Esto nos muestra que nuestro Señor conocía las Escrituras. Por esta razón tenemos que ser mucho más diligentes en el estudio y la memorización de la Palabra. Si no la memorizamos olvidaremos lo que leemos, y cosecharemos pocos resultados. Especialmente los jóvenes deberían tratar de memorizarla y recitarla después de leerla con una mente escudriñadora. Debemos dedicar tiempo durante los primeros años de nuestra vida cristiana a la memorización de las Escrituras. Hay muchos pasajes de la Palabra que debemos memorizar, como por ejemplo: el salmo 23, el salmo 91, Mateo 5—7, Juan 15, Lucas 15,1 Corintios 13, Romanos 2—3 y Apocalipsis 2—3. Quienes tienen una buena memoria pueden memorizar más de diez versículos al día, y quienes no, pueden memorizar por lo menos un versículo por día. Todo lo que tenemos que hacer es dedicar cinco o diez minutos al día para estudiar un versículo, escudriñarlo y memorizarlo. En unos seis meses habremos terminado un libro como Gálatas o Efesios. Filipenses se puede concluir en cuatro meses, y Hebreos en diez meses. Los evangelios requerirán más tiempo. El evangelio de Juan se puede memorizar en dieciocho meses. Si los hermanos y hermanas jóvenes estudian la Biblia diligentemente desde el comienzo de su vida cristiana y memorizan por lo menos un versículo por día, podrían recitar los versículos más importantes del Nuevo Testamento en cuatro años. Nos dirigimos a aquellos que tienen mala memoria. Quienes tienen mejor memoria pueden hacer más. Pero aun los que tienen mala memoria pueden memorizar un versículo al día durante los primeros cuatro años de su vida cristiana. Si hacen esto, establecerán un cimiento sólido para sí mismos en su entendimiento del Nuevo Testamento.

Si nuestro corazón está abierto a Dios y somos mansos y si nuestra mente está puesta constantemente en la Palabra del Señor, nos será muy fácil memorizar las Escrituras. Si aprovechamos cada oportunidad para memorizar las Escrituras, la palabra de Cristo morará ricamente en nosotros. Si no permitimos que las Escrituras moren en nuestro corazón, será muy difícil que el Espíritu Santo nos hable. Siempre que Dios nos concede una revelación, lo hace usando la Biblia. Si no memorizamos las Escrituras, será muy difícil que la revelación de Dios llegue a nosotros. Por esta razón debemos mantener la Palabra de Dios en nuestra mente siempre. Memorizar las Escrituras no tiene como único fin grabarlas en la memoria, ya que también deseamos que establezcan el cimiento que nos permita recibir revelación. Si memorizamos con frecuencia las Escrituras, podremos fácilmente recibir revelación e iluminación, y el Espíritu Santo podrá hablarle a nuestro espíritu. Por esta razón tenemos que dedicar tiempo para memorizar la Palabra, no sólo bosquejos, sino el texto mismo. Tenemos que memorizar con exactitud y esmero.

Además de los pasajes cruciales que mencionamos, debemos reunir otros pasajes importantes y memorizarlos en conjunto. Por ejemplo: el recorrido que hicieron los israelitas contiene información muy importante; el viaje que Eliseo hizo cuando siguió a Elias, el viaje que se relaciona con la predicación de Pedro, y los viajes que hizo Pablo para predicar el evangelio, también son importantes. Es bueno memorizar todos estos hechos. Si podemos recordar la cantidad de lugares de Judea y de Galilea donde el Señor Jesús estuvo, tendremos una idea más clara de la obra del Señor en conjunto, según se narra en los Evangelios. La obra del Señor se divide en dos secciones, la primera la llevó a cabo en Judea, y la segunda, en Galilea. También es necesario dedicar tiempo para memorizar las siete fiestas y las seis ofrendas de Levítico. Estas son verdades básicas. Una vez que las memoricemos, veremos las riquezas que contiene la Palabra de Dios. Sería bueno memorizar las dos oraciones de Pablo en Efesios y las diez alusiones al Espíritu Santo en dicho libro. Podemos encontrar versículos similares a éstos en toda la Biblia, y sería muy provechoso memorizarlos todos. Si hallamos un pasaje crucial, debemos memorizar todo el capítulo. Si hay algunos versículos aislados, los debemos memorizar. También tenemos que memorizar la secuencia de los sesenta y seis libros de la Biblia.


2.3.3.3 Estudiarse

12 ¡Bendito seas, Señor! ¡Enséñame tus decretos! 13 Con mis labios he proclamado todos los juicios que has emitido. 14 Me regocijo en el *camino de tus estatutos más que en todas las riquezas. 15 En tus preceptos medito, y pongo mis ojos en tus sendas… 32-3 Corro por el camino de tus mandamientos, porque has ampliado mi modo de pensar. Enséñame, Señor, a seguir tus decretos, y los cumpliré hasta el fin. Salmos 119:12-15; 32-33

Juan 5:39 dice: "Escudriñad las Escrituras". Hechos 17:11 dice: "Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra ... escudriñando cada día las Escrituras..." Lo primero que debemos hacer cuando estudiamos la Biblia es escudriñarla. Escudriñar significa indagar. Es decir, si queremos extraer algo de la Biblia, tenemos que examinar las Escrituras. Debemos hacer como cuando buscamos en nuestro armario una prenda de vestir que se nos ha perdido. Sacamos muchas cosas con el propósito de hallar una sola. Entre las muchas palabras que Dios ha hablado, hay una que necesitamos en ese preciso momento. Hay una palabra que nos va a ayudar espiritualmente en ese momento particular y en esa ocasión particular. Puede ser que hayamos recibido una revelación, y necesitemos hallar el pasaje que la expresa y la explica en las Escrituras. Para encontrar estas cosas, tenemos que escudriñar toda la Palabra de Dios. Debemos acercarnos a la Biblia con una mente escudriñadora. Escudriñar significa leer deliberadamente y dedicar tiempo a la lectura. Tenemos que estudiar cada pasaje hasta que lo entendamos. Mientras leemos debemos preguntarnos: "¿Cuándo fue escrito esto? ¿Quién lo escribió? ¿A quién está dirigido? ¿En qué circunstancias se escribió? ¿Qué sentimiento hay detrás de este pasaje? ¿Por qué y para qué se escribió?" Debemos hacernos estas preguntas una por una, buscar la respuesta cuidadosamente y no detenernos hasta encontrar lo que buscamos. (Nee, 1949)

Muchas veces, para contestar una pregunta, tenemos que buscar tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo, elementos relacionados con el tema. Debemos examinar cuidadosamente toda la Biblia para que no perdamos nada importante. Algunas veces sabemos lo que buscamos en la Palabra de Dios, pero otras veces no; quizá en un estudio sólo busquemos una cosa, pero en otro tal vez busquemos muchas. Al escudriñar tenemos que ser extremadamente cuidadosos y meticulosos. No debemos permitir que una sola palabra o frase se nos escape. Tengamos presente que la Biblia es dada por el aliento de Dios (2 Ti. 3:16). Esto significa que cada palabra y frase es la palabra de Dios y está llena de vida. Tenemos que dedicar toda nuestra atención al leerla.

Se necesita paciencia para leer la Biblia. Si no entendemos algo, debemos regresar una segunda vez y leerlo hasta que entendamos lo que dice. Si Dios nos alumbra y abre nuestros ojos la primera vez, debemos darle las gracias por eso, pero si no nos ilumina ni abre nuestros ojos la primera vez, debemos regresar al pasaje en cuestión y estudiar cuidadosamente por segunda, tercera o centésima vez. Si encontramos algo en la Biblia que no entendemos, no debemos preocuparnos ni es necesario que nos forcemos mentalmente para comprenderlo. Tampoco necesitamos exigir que se nos dé luz. Lo que proviene de la cabeza no produce un "amén" en el espíritu. Las doctrinas que la mente formula son rechazadas por el espíritu. No debemos estudiar la Palabra de Dios valiéndonos de nuestro intelecto. Debemos ser pacientes y escudriñar con mucho detenimiento. Cuando llega el momento de Dios, El nos muestra algo.

Muchas personas cometen el gran error de no escudriñar las Escrituras por sí mismas. No debemos buscar siempre la ayuda de los demás, pues así descuidamos la lectura de la Biblia por nuestra cuenta. Por una parte, no menospreciamos las profecías, pues necesitamos la edificación de los profetas tanto como la de los demás ministerios, pero por otra, tenemos que estudiar la Biblia por nuestra cuenta. No podemos limitarnos a recibir la ayuda de los demás sin leer nosotros mismos.

2.3.3.4 Comprenderse

18 Ábreme los ojos, para que contemple las maravillas de tu ley… 27 Hazme entender el *camino de tus preceptos, y meditaré en tus maravillas. Salmos 119:18, 27

Tanto Josué 1:8 como Salmos 1:2 dicen que debemos meditar y permanecer continuamente en la Palabra del Señor. En nuestra vida cotidiana (como por ejemplo, cuando no estamos leyendo la Biblia), debemos meditar en la Palabra del Señor. Debemos aprender a moldear nuestros pensamientos de acuerdo a los pensamientos de la Biblia. Debemos meditar cuando estemos leyendo la Palabra y cuando no lo estemos haciendo. Romanos 8:6 habla de "la mente puesta en el espíritu". Esto indica que debemos pensar en el espíritu, poner nuestra mente en el espíritu y mantenerla ahí. Este versículo significa que no sólo debemos poner nuestra mente en el espíritu, sino que también debemos tener la mente del espíritu. No basta con concentrarnos en el espíritu, sino que debemos tener una concentración que sea del espíritu. Es decir, cada vez que nuestra mente se vuelva, debe volverse a la Palabra de Dios. No importa cuáles sean las circunstancias, nuestra mente debe mantenerse fija en la Palabra de Dios. No me refiero a un esfuerzo artificial por recordar, sino a una meditación espontánea. Por lo general, nuestra mente debe estar puesta en la Palabra continuamente, no solamente cuando estamos pensando en ella. Debemos acudir a la Palabra de Dios de una manera espontánea. (Nee, 1949)

Nuestra meditación tiene dos aspectos. Por una parte, meditamos cuando leemos la Biblia; por otra, meditamos continuamente. Cuando estamos leyendo la Biblia, nuestra mente debe meditar en la Palabra de Dios, y cuando no lo hacemos, también debemos estar activamente usando una mente adiestrada. No tenemos que forzarnos a pensar en las Escrituras. El Espíritu Santo dirigirá nuestros pensamientos en esta dirección, lo cual se convertirá en parte de nuestro hábito. Cuando desarrollemos tal hábito, llegaremos a ser ricos en el Señor.

2.3.3.5 Personalizarse

24 Tus estatutos son mi deleite; son también mis consejeros… 31 Yo, Señor, me apego a tus estatutos; no me hagas pasar vergüenza. Salmos 119:24, 31

2.3.3.6 Verbalizarse (COMPARTIR)

13 Con mis labios he proclamado todos los juicios que has emitido. Salmos 119:13

El estudio y comprensión de la Biblia deben responder a la voluntad de Dios plasmada en las Escrituras.

No se puede separar la Palabra de Dios del Dios de la palabra.

2.4 Beneficios espirituales al leer la Biblia

Por A. W. Pink[1]

Un individuo se beneficia espiritualmente, cuando:

2.4.1 La Palabra le redarguye o convence de pecado.

Esta es su primera misión: revelar nuestra corrupción, exponer nuestra bajeza, hacer notoria nuestra maldad. La vida moral de un hombre puede ser irreprochable, sus tratos con los demás impecables, pero cuando el Espíritu Santo aplica la Palabra a su corazón y a su conciencia, abriendo sus ojos cegados por el pecado para ver su relación y actitud hacia Dios, exclama: «¡Ay de mí, que estoy muerto! » Es así que toda alma verdaderamente salvada es llevada a comprender su necesidad de Cristo. «Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos» (Lucas 5:31). Sin embargo no es hasta que el Espíritu aplica la Palabra con poder divino que el individuo comprende y siente que está enfermo, enfermo de muerte.

Esta convicción que le hace comprender que la destrucción que el pecado ha realizado en la constitución humana, no se restringe a la experiencia inicial que precede inmediatamente a la conversión. Cada vez que Dios bendice su Palabra en mi corazón, me hace sentir cuán lejos estoy, cuán corto me quedo del estándar que ha sido puesto delante de mí. «Sed santos en toda vuestra manera de vivir» (1ª Pedro 1: 15). Aquí, pues, se aplica la primera prueba: cuando leo las historias de los fracasos deplorables que se encuentran en las Escrituras, ¿me hace comprender cuán tristemente soy como uno de ellos? Cuando leo sobre la vida perfecta v bendita de Cristo, ¿no me hace reconocer cuán lamentablemente soy distinto de Él?

2.4.2 La Biblia le hace sentir triste por su pecado.

Del oyente como el terreno pedregoso se nos dice que «oye la palabra y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí mismo» (Mateo 13:20, 21); pero de aquellos que fueron convictos de pecado bajo la predicación de Pedro se nos dice que «se compungieron de corazón» (Hechos 2:37). El mismo contraste existe hoy. Muchos escuchan un sermón florido, o un mensaje sobre «la verdad dispensacional» que despliega poderes de oratoria o exhibe la habilidad intelectual del predicador, pero que, en general, contiene poco material aplicable a escudriñar la conciencia. Se recibe con aprobación, pero la conciencia no es humillada delante de Dios o llevada a una comunión más íntima con El por medio del mensaje. Pero cuando un fiel siervo de Dios (que por la gracia no está procurando adquirir reputación por su «brillantez») hace que la enseñanza de la Escritura refleje sobre el carácter y la conducta, exponiendo los tristes fallos de incluso los mejores en el pueblo de Dios, y aunque muchos oyentes desprecien al que da el mensaje, el que es verdaderamente regenerado estará agradecido por el mensaje que le hace gemir delante de Dios y exclamar: «Miserable hombre de mí.» Lo mismo ocurre en la lectura privada de la Palabra. Cuando el Espíritu Santo la aplica de tal manera que me hace ver y sentir la corrupción interna es cuando soy realmente bendecido.

¡Qué palabras se hallan en Jeremías 31:19!: «Me castigué a mí mismo; me avergoncé y me confundí.» ¿Tienes alguna idea, querido lector, de una experiencia semejante? ¿Te produce el estudio de la Palabra un arrepentimiento así y te conduce a humillarte delante de Dios? ¿Te redarguye de pecado de tal manera que eres llevado a un arrepentimiento diario delante de El? El cordero pascua¡ tenía que ser comido con «hierbas amargas» (Exodo 12:8); y del mismo modo, a los que nos alimentamos de la Palabra, el Santo Espíritu nos la hace «amarga» antes de que se vuelva dulce al paladar. Nótese el orden en Apocalipsis 10:9: «Y me fui hacia el ángel diciéndole que me diese el librito. Y él me dijo: Toma, y cómetelo entero; y te amargará el vientre, pero en tu boca será dulce como la miel.» Esta es siempre la experiencia: debe haber duelo antes del consuelo (Mateo 5:4); humillación antes de ensalzamiento (1ª Pedro 5:6).

2.4.3 La Palabra le conduce a la confesión de pecado.

Las Escrituras son beneficiosas por «corregir» (2ª Timoteo 3:16), y un alma sincera re conocerá sus faltas. Se dice de los que son carnales: «Porque todo aquel que obra el mal, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean redargüidas» (Juan 3:20). «Dios, sé propicio a mi pecador» es el grito de un corazón renovado, y cada vez que somos avivados por la Palabra (Salmo 119) hay una nueva revelación y un nuevo confesar nuestras transgresiones ante Dios. «El que encubre su pecado no prosperará: pero el que lo confiesa y se enmienda alcanzará misericordia» (Proverbios 28:13). No puede haber prosperidad o fruto espiritual (Salmo 1:3), mientras escondemos en nuestro pecho nuestros secretos culpables; sólo cuando son admitidos libremente ante Dios, y en detalle, podemos alcanzar misericordia.

No hay verdadera paz para la conciencia y no hay descanso para el corazón cuando enterramos en él la carga de un pecado no confesado. El alivio llega cuando abrimos nuestro seno a Dios. Notemos bien la experiencia de David: «Mientras callé, se consumieron mis huesos, en mi gemir de todo el día. Porque de día y de noche pesaba sobre mí tu mano; se volvió mi verdor en sequedades de estío» (Salmo 313, 4). ¿Es este lenguaje figurativo, aunque vivo, algo ininteligible para ti? ¿0 más bien cuenta tu propia historia espiritual? Hay muchos versículos de la Escritura que no son interpretados satisfactoriamente por ningún comentario, excepto el de la experiencia personal. Bendito verdaderamente es lo que sigue a continuación, que dice: «Mi pecado te declaré y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y Tú perdonaste la maldad de mi pecado» (Salmo 32:5).

2.4.4 La Palabra produce en él un profundo aborrecimiento al pecado.

«Jehová ama a los que aborrecen el mal» (Salmo 97:10). «No podemos amar a Dios sin aborrecer aquello que El aborrece. No sólo debemos aborrecer el mal y rehusar continuar en él, sino que debemos tomar armas contra él, y adoptar ante él una actitud de sana indignación» (C. H. Spurgeon). Una de las pruebas más seguras a aplicar a la supuesta conversión es la actitud del corazón respecto al pecado. Cuando el principio de la santidad ha sido bien implantado, habrá necesariamente un odio a todo lo que sea impuro. Si nuestro odio al mal es genuino, estamos agradecidos cuando la Palabra corrige incluso el mal que no habíamos sospechado.

Esta fue la experiencia de David: «Por tus mandamientos he adquirido inteligencia; por eso odio todo camino de mentira» (Salmo 119:104). Fijémonos bien, que no dice «abstenerse» sino «odiar». «Por eso me dejo guiar por todos tus mandamientos sobre todas las cosas, y aborrezco todo camino de mentira» (Salmo 119:128). Pero lo que hace el malvado es completamente opuesto: «Pues tú aborreces la corrección y echas a tu espalda mis palabras» (Salmo 50:17). En Proverbios 8:13, leemos: «El temor de Jehová es aborrecer el mal» y este temor procede de leer la Palabra de Dios: véase Deuteronomio 17:18, 19. Con razón se ha dicho: «Hasta que se odia el pecado, no puede ser mortificado; nunca gritarás contra él, como los judíos hicieron contra Cristo: Crucifícale, crucifícale, hasta que el pecado te sea tan aborrecible como El era a ellos» (Edward Reyner, 1635).

2.4.5 La Palabra le hace abandonar el pecado.

«Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo» (2ª Timoteo 2:19). Cuanto más se lee la Palabra con el objetivo definido de descubrir lo que agrada y lo que desagrada al Señor, más conoceremos cuál es su voluntad; y si nuestros corazones son rectos respecto a El, más se conformarán nuestros caminos a su voluntad. Habrá un «andar en la verdad» (3ª Juan 4). Al final de 2ª Corintios 6 hay unas preciosas promesas para aquellos que se separan de los infieles. obsérvese, aquí, la aplicación que el Espíritu Santo hace de ellas. No dice: «Así que, hermanos, puesto que tenemos estas promesas, consolémonos y tengamos satisfacción en las mismas», sino que lo que dice es: «limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2ª Corintios 7: 1).

«Vosotros estáis ya limpios por la palabra que os he hablado» (Juan 15:3). Aquí hay otra regla importante con la cual deberíamos ponernos frecuentemente a prueba nosotros mismos: ¿Produce la lectura y el estudio de la Palabra de Dios en mí una limpieza en mis caminos? Antaño se hizo la pregunta: « ¿Con qué limpiará el joven su camino?», y la divina respuesta fue «con guardar tu Palabra». Sí, no simplemente con leerla, creerla o aprenderla de memoria, sino con la aplicación personal de la Palabra a su «camino». Es guardando exhortaciones como: «Huye de la fornicación» (1ª Corintios 6: 18); «Huye de la idolatría» (1ª Corintios 10: 14); «Huye de estas cosas»: (el amor al dinero); «Huye de las pasiones juveniles» (2ª Timoteo 2:22), que el cristiano es llevado a una separación práctica del mal; porque el pecado ha de ser no sólo confesado sino «abandonado» (Proverbios 28:13).

2.4.6 La Palabra lo fortifica contra el pecado.

Las Sagradas Escrituras nos han sido dadas no sólo con el propósito de revelarnos nuestra pecaminosidad innata, y las muchas maneras por las que «estamos destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23), sino también para enseñarnos cómo obtener liberación del pecado, cómo evitar el desagradar a Dios. «En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti» (Salmo 119: 11). Esto es lo que se requiere de nosotros. «Recibe la instrucción de su boca y pon sus palabras en tu corazón» (Job 22:22). Son particularmente los mandamientos, las advertencias, las exhortaciones que necesitamos hacer nuestras y guardar como un tesoro; aprenderlas de memoria, meditar en ellas, orar sobre ellas y ponerlas en práctica. La única manera efectiva de tener un huerto libre de hierbas, es poner plantas y cuidarlas: «Vence con el bien el mal» (Romanos 12:21). Para que la Palabra de Cristo habite en nosotros más «abundantemente » (Colosenses 3: 16), es necesario que haya menos oportunidad para el ejercicio del pecado en nuestros corazones y en nuestras vidas.

No basta con asentir meramente a la veracidad de las Escrituras; se requiere que las recibamos en nuestros afectos. Es de la mayor solemnidad el notar que el Espíritu Santo especifica como base de apostasía el que «no recibieron el amor de la verdad para ser salvos» (2ª Tesalonicenses 2: 10). « Si se queda solo en la lengua o en la mente, es sólo asunto de habla y especulación, pronto se habrá desvanecido. La semilla que permanece en la superficie pronto es comida por las aves del cielo. Por tanto escóndela en la profundidad; que del oído vaya a la mente, de la mente al corazón; que se sature más v más. Sólo cuando prevalece como soberana en el corazón la recibimos con amor: cuando es más querida que cualquier otro deseo, entonces permanece» (Thomas Manton).

Nada más nos guardará de las infecciones de este mundo, nos librará de las tentaciones de Satán, y será tan efectivo para preservarnos del pecado como la Palabra de Dios recibida con afecto: «La ley de su Dios está en su corazón; por tanto sus pies no resbalarán» (Salmo 37:31). En tanto que la verdad se mantiene activa en nosotros, agitando nuestra conciencia, y es realmente amada, seremos preservados de caer. Cuando José fue tentado por la esposa de Potifar, dijo: «¿Cómo haría Yo este gran mal y pecaría contra Dios?» (Génesis 39:9). La Palabra estaba en su corazón, ,v por tanto tuvo poder para prevalecer sobre el deseo; la santidad inefable, el gran poder de Dios que es capaz a la vez de salvar y de destruir. Nadie sabe cuándo va a ser tentado: por tanto es necesario estar preparado contra ello. «¿Quién de vosotros dará oídos... y escuchará respecto al porvenir?» (Isaías 42:23). Sí, hemos de ver venir el futuro y estar fortalecidos contra toda eventualidad, parapetándonos con la Palabra en nuestros corazones para los casos inesperados.

2.4.7 La Palabra hace que practique lo opuesto al pecado.

«El pecado es la trasgresión de la ley» (1ª Juan 3:4). Dios dice: «Harás esto», el pecado dice: «No harás esto»; Dios dice: «No harás esto», el pecado dice: «Haz esto.» Así pues, el pecado es una rebelión contra Dios, la decisión de seguir «por su camino» (Isaías 53:6). Por tanto el pecado es una especie de anarquía en el reino espiritual, y puede hacerse semejante a hacer señales con una bandera roja a la cara de Dios. Por otra parte, lo opuesto a pecar contra Dios es el someterse a El, como lo opuesto al desenfreno y licencia es el sujetarse a la ley. Así, el practicar lo opuesto al pecado es andar en el camino de la obediencia. Esta es otra razón principal por la que se nos dieron las Escrituras: para hacer conocido el camino que es agradable a Dios. Son provechosas no sólo para reprender y corregir, sino también para «instruir en justicia».

Aquí, pues, hay otra regla importante por la que podemos ponernos a prueba nosotros mismos. ¿Son mis pensamientos formados, mi corazón controlado, y mis caminos y obras regulados por la Palabra de Dios? Esto es lo que el Señor requiere: «Sed obradores de la palabra, no solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos» (Santiago 1: 22). Es así que se expresa la gratitud y afecto a Cristo: «Si me amáis guardad mis mandamientos» (Juan 14:15). Para esto es necesario la ayuda divina. David oró: «Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi complacencia» (Salmo 119:35). «No sólo necesitamos luz para conocer el camino, sino corazón para andar en él. Es necesario tener dirección a causa de la ceguera de nuestras mentes; y los impulsos efectivos de la gracia son necesarios a causa de la flaqueza de nuestros corazones. No bastará para hacer nuestro deber el tener una noción estricta de las verdades, a menos que las abracemos y las sigamos» (Mantón). Notemos que es «el camino de tus mandamientos»: no un camino a escoger, sino definitivamente marcado; no una «carretera» pública, sino un «camino» particular.

[1] Fragmento tomado de: Los Beneficios de la Lectura de la Biblia
Continura...

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