Por qué creo en Cristo
Por: D.J. Kennedy
Por: D.J. Kennedy
Porque en él
habita corporalmente toda la plenitud de
la Deidad.
Colosenses 2:9
¿Por qué la gente
cree en Cristo? ¿Será por causa de alguna emoción, de alguna predisposición
peculiar, de algún deseo de creer con el corazón lo que con la mente se sabe
que no es verdad? ¿Hay alguna evidencia real?
El cristianismo
es la única religión en el mundo que se basa en evidencias históricas. La
Biblia nunca nos llama a una fe ciega, sino a la fe en aquello que ha sido
establecido por las evidencias. Las evidencias que existen con respecto a
Jesucristo son absolutamente abrumadoras. Nadie puede descreer en Cristo por
falta de evidencia.
Consideremos
algunas de las razones por las cuales creemos en Jesucristo. En este gran
debate de los siglos, Johann Wolfgang Goethe, tal vez el más elevado de los
poetas y literatos alemanes, dijo: "El conflicto entre la fe y la
incredulidad sigue siendo el apropiado, el único, el más profundo tema de la
historia del mundo y de la humanidad, al cual todos los demás están
subordinados." De modo que el gran asunto de la lucha de este mundo es si
creemos o no creemos en Jesucristo. El doctor Philip Schaff, eminente
historiador y profesor de la Universidad de Yale, nos hace la siguiente
advertencia: "Los incrédulos raras veces se convencen mediante el
argumento; porque los resortes de la incredulidad están en el corazón, y no en
la cabeza."[i]
Una mente y un corazón reprobados producen palabras, obras y acciones de
carácter impío.
Un hermano en la
fe de Cristo y yo estábamos en medio de varios hombres impíos de cuyas bocas
fluía una constante efusión de inmundicia. Al retirarnos, mi amigo me dijo:
"La mente reprobada; en enemistad con Dios." ¡Cuan cierto es esto! El
doctor Schaff continúa: "Pero los investigadores honrados y los escépticos
sinceros, como Natanael y Tomás, que aman la verdad y sólo desean apoyo
tangible para su débil fe, nunca se negarán cuando se les presentan las
evidencias, a abrazarlas con regocijo y gratitud, y a adorar al Dios
encarnado."[ii]
Para los que sinceramente buscan la verdad, hay abundantes evidencias.
Jesucristo: ¿qué
diremos acerca de El? El es el fundador de la religión más grande en la
historia del mundo. El cristianismo dobla en número a su más cercano
competidor. Actualmente hay 1320 millones de personas que afirman ser
cristianas.
¿Qué diremos de
Jesús? Algunos dicen que El sólo fue un mito; que en realidad nunca existió. Es
ésta una posibilidad que pudiéramos considerar.
Un historiador
escribió que los más sabios oponentes del cristianismo han abandonado la
hipótesis legendaria por considerarla absolutamente incompatible. El
historiador J. Gilchrist Lawson dice: "La teoría legendaria, o mítica,
sobre la existencia de Cristo no es sostenida por ninguno que sea digno de
llamarse erudito. Las evidencias históricas de la existencia de Cristo son
mucho mayores que las que apoyan cualquier otro evento de la historia antigua.
Ningún erudito sincero podría rechazarlas sin renunciar también a su fe en
todos los eventos registrados en la historia antigua."[iii]
Las evidencias en cuanto a la historicidad de Cristo son tan grandes, que no
conozco a ningún historiador del mundo libre que se atreva a exponer su
reputación, negando que Jesucristo existió alguna vez.
¿Cómo sabemos que
El existió? ¿Simplemente porque la Biblia nos lo dice? Esa es una razón.
Tenemos cuatro biografías de Cristo en la Escritura, y el testimonio de los
historiadores de los Evangelios es mucho más exacto y detallado que el de
cualquier historiador secular, como ya lo hemos estudiado en anteriores
capítulos de este libro.
Algunos suponen
que, fuera de los Evangelios, ningún escritor antiguo menciona a Jesucristo.
Están muy equivocados. Entre los historiadores y escritores seculares de la
antigüedad que se refieren a Cristo y al cristianismo están los siguientes:
Tácito, el historiador romano; Suetonio; Plinio el joven; Epicteto; Luciano;
Arístides; Galeno; Lampridio; Diocasio; Hinerio; Libanio; Amiano; Marcelino; Eunapio;
Zósimo. Otros escribieron libros enteros contra el cristianismo, entre ellos
Luciano, Celso, Porfirio, Hierocles y Julián el Apóstata. Otros muchos
escritores, incluso algunos judíos, escribieron acerca de Jesucristo.
Tan abundante es
el testimonio con respecto a Cristo, que el doctor Schaff dice: "Parado
sobre esta roca, me siento seguro contra todos los ataques de los incrédulos.
La persona de Cristo es para mí el más grande y más seguro de todos los hechos;
tan cierto como mi propia existencia personal."[iv]
Poncio Pilato, el
procurador de Judea que condenó a Cristo a la muerte, escribió acerca de esas
extraordinarias actividades a Tiberio César, en un documento aparentemente bien
conocido, al cual han hecho referencia otros personajes históricos. Un
apologista cristiano, al recibir a otro César algunos años después, lo estimuló
a que revisara sus propios archivos y descubriera en el informe de Poncio
Pilato que estas cosas fueron ciertas. En ese largo informe, luego de describir
los milagros de Cristo, Pilato afirma: "Y Heredes y Arquelao y Felipe,
Anas y Caifas, con todo el pueblo, me lo entregaron, haciendo un gran tumulto
contra mí para que yo lo juzgara (a Cristo). Por tanto, habiéndolo azotado
primero, y no habiendo hallado contra él ninguna causa de malas acusaciones u
obras, ordené que fuera crucificado. Y cuando fue crucificado, hubo tinieblas
sobre todo el mundo, oscureciéndose el sol a mediodía, y apareciendo las
estrellas, pero en ellas no apareció fulgor; y la Luna, como si se hubiera convertido
en sangre, no dio su luz."[v]
Talo, otro
escritor secular, en el año 52 d.C., escribió acerca del hecho de que el Sol no
dio su luz desde el mediodía hasta las tres de la tarde, y dice que eso tuvo
que haber sido un eclipse. Sin embargo, sabemos que Cristo fue crucificado en
el tiempo de la pascua, que era el tiempo de la luna llena, y no puede haber un
eclipse de Sol en el tiempo de luna llena.[vi]
Sin embargo, este escritor pensó que tenía que ofrecer alguna explicación
naturalista del fenómeno en que el Sol dejó de dar su luz.
F. F. Bruce,
profesor de crítica y exégesis bíblicas en la Universidad de Manchester, dice:
"Algunos escritores pueden jugar con la fantasía de un ‘Cristo mítico’,
pero no pueden hacerlo basados en las evidencias históricas. La historicidad de
Cristo es tan axiomática para el historiador desprejuiciado, como la
historicidad de Julio César. No son los historiadores los que propagan las
teorías sobre un 'Cristo mítico'."[vii]
Tácito, al discutir el intento que hizo Nerón para cubrir el hecho de que él
incendió a Roma, escribió lo siguiente: "Por tanto, para suprimir el
rumor, falsamente acusó de ser culpables a las personas que comúnmente se
llaman cristianos, que eran odiados por sus perversidades, y los castigó con
las más exquisitas torturas. Cristo, el fundador de ese nombre, fue sentenciado
a muerte por Poncio Pilato, procurador de Judea en el reinado de Tiberio; pero
la perniciosa superstición, reprimida por un tiempo, brotó de nuevo, no sólo en
toda Judea, donde se originó ese mal, sino también por toda la ciudad de
Roma."[viii]
Así nos recuerda Tácito que Cristo fue crucificado por Poncio Pilato durante el
reinado de Tiberio César. También nos recuerda que fue Cristo el fundador de la
religión cristiana, que, para ese tiempo, se había difundido por toda Judea y
en todo el trayecto hasta Roma. Plinio el joven, quien estaba condenando a
muerte a los cristianos — hombres y mujeres, niños y niñas— finalmente le
escribió al emperador Trajano, para pedirle consejo. Quería saber si debía matar
a todos los cristianos, o sólo algunos de ellos. En la misma carta, dice:
"Ellos afirmaban, sin embargo, que toda su culpa, o su error, consistía en
que ellos tenían el hábito de reunirse en cierto día determinado, antes de
amanecer, y cantaban en voz alternada un himno a Cristo como a un dios, y se
obligaban con solemne juramento, a no hacer obras perversas."[ix]
Así que, por lo que escribió Plinio, descubrimos que los cristianos creían que
Jesucristo era Dios, y que se reunían muy temprano cada semana, y lo adoraban.
Un primitivo
escritor sirio, Mará Bar Serapion, alrededor del año 73 d.C., escribió a su
hijo para advertirle que no se involucrara en malas acciones, y para recordarle
las terribles consecuencias que venían sobre las personas por matar a hombres
piadosos. También le dijo: "¿Qué provecho obtuvieron los judíos al
ejecutar a su sabio Rey? Fue precisamente después de eso, que el reino de ellos
fue abolido. Dios vengó justamente a esos hombres sabios, los judíos, arruinados y echados de su
tierra, viven en completa dispersión."[x]
Pero las enseñanzas de su sabio Rey permanecen.
Juliano el
Apóstata se empeñó en destruir al cristianismo. Escribió un libro entero contra
el mismo. Pero en ese libro, en vez de destruir el cristianismo, afirma que
Jesús nació durante el reinado de Augusto, en el tiempo que Cirenio hizo el
censo de Judea. El también confirma el hecho de que la religión cristiana
comenzó a surgir en el tiempo de los emperadores Tiberio y Claudio. Afirma la
autenticidad de los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, como fuentes
auténticas de la religión cristiana. Ese mismo Juliano fue a Jerusalén para
refutar la Biblia, pero fracasó. Cuando destruyó el muro de Babilonia, sin
saberlo confirmó la profecía bíblica. Cuando finalmente le llegó el momento de
la muerte, levantando su daga hacia el cielo contra Jesús, recogió su sangre,
pues había sido herido en la batalla, y la tiró hacia arriba el aire y dijo:
"Has vencido, galileo."[xi]
Juliano no dejó ni huellas del paganismo que él se esforzó por restablecer.
Todos sus esfuerzos se evaporaron ante el poder del galileo.
Muchos otros
escritores hablaron acerca de Cristo. Josefo, el famoso historiador judío, nos
dice que en ese tiempo se levantó un gran hombre, a quien los líderes de su
pueblo condenaron a muerte por mano de Poncio Pilato, y ése era el Cristo.[xii]
Algunos han dicho
que ésta es una interpolación; que Josefo nunca habría dicho que Jesús fue el
Cristo, y nunca habría dicho que "nuestros líderes cometieron una acción
perversa al condenarlo a muerte". Josefo cambió de partido, se rindió a
los romanos y vivió en Roma acogido a los beneficios de César. ¿Y quién sabe si
en realidad él aceptó a Cristo, o no? Los que tratan de deshacerse de este
pasaje, están respaldados únicamente por sus propios prejuicios, pues cada
manuscrito de los escritos de Josefb contiene ese pasaje, como también
menciones de Jacobo, el hermano de Jesús, de Juan el Bautista y de otras cosas
que se hallan en el Nuevo Testamento. Así que la historicidad de Cristo es algo
que no puede atacarse; ¡no es un mito ni una leyenda!
¿Y qué diremos
del carácter único de Este que sabemos que existió? Estudiando muchas
biografías, he hallado algo que todos los historiadores han descubierto: cuanto
más uno estudia a cualquier ser humano, tanto más palidece su fulgor. No
importa cuan grande haya sido el héroe, si uno lo examina de cerca, le ve los
pies de barro; le ve todas las fragilidades y puntos vulnerables. El doctor
Schaff dice que toda la grandeza humana disminuye cuando se examina más de
cerca; pero el carácter de Cristo se hace aún más puro, más sagrado y más
amable, a medida que lo conocemos mejor.
Toda la gama de
la historia y de la ficción no ofrece ningún paralelo a su carácter. Nunca ha
habido nadie como Jesucristo. Cuanto más estudiemos su vida, tanto más nos
impresiona. Sólo las personas que ignoran cómo fue la vida de El, pudieran
decir algo para despreciarla. Cuando examinamos su vida, lo vemos como el
absolutamente amable; El es el Cristo incomparable; El es el Cristo transparente.
Como lo dijera Sidney Lanier: "¿Qué hallaríamos en El para perdonar? El es
el único que nunca hizo nada indebido; el único en quien nadie jamás ha podido
hallar falta alguna; el único que pudo decir: '¿Quién de vosotros me redarguye
de pecado?' "El es el Hombre perfecto, el Ejemplo perfecto de la
humanidad.
A veces hay
quienes dicen: "Sólo la gente ignorante creería que Cristo fue una gran
persona." Escuchemos a algunas de las mentes más brillantes que jamás
hayan vivido. Jean Jacques Rousseau, uno de los más grandes intelectos de
Francia y un gran opositor del cristianismo, en la última parte de su vida
admitió en su obra Emile, que no podría haber la menor comparación entre
Sócrates y Cristo; como no la hay entre un sabio y Dios. Goethe, ese genio
sublime de Alemania, dijo que Jesús fue "el Hombre Divino", "el
Santo". Jean Paúl Triedrich Richter dijo: "El es el más puro entre
los poderosos, y el más poderoso entre los puros." Ernesto Renán, el gran
orientalista, lingüista, erudito y crítico francés, quien trató de hacer añicos
la Biblia, luego de todos sus intentos, dijo que Cristo era ''un hombre
incomparable, para quien la conciencia universal ha decretado el título de Hijo
de Dios, y eso con justicia, pues El hizo que la religión diera un paso de
avance incomparablemente mayor que cualquier otro en el pasado, y probablemente
mayor que cualquier otro en el futuro." Renán termina su obra Vida de
Jesús con esta notable concesión: "Cualesquiera que sean las sorpresas del
futuro, Jesús jamás será sobrepasado."[xiii]
Rousseau también dijo: "¿Supondremos que la historia evangélica es una
mera ficción? En realidad, no tiene indicios de ficción… Por el contrario, la historia de Sócrates, la
cual nadie se atreve a poner en duda, no está tan bien atestiguada como la de
Jesucristo"[xiv]
Usted habrá oído
el famoso testimonio que Napoleón Bonaparte dio en la isla de Santa Elena:
"Conozco a los hombres; y les digo que Jesucristo no es un hombre."
Después de una vida impía, Napoleón llegó a sus últimos días allí en una isla
desierta. Leyendo las Escrituras cada día, llegó a las siguientes conclusiones:
"Las mentes superficiales ven un parecido entre Cristo y los fundadores de
los imperios, entre El y los dioses de otras religiones. Ese parecido no
existe. Existe entre el cristianismo y cualesquiera otras religiones una
distancia de infinitud. Podemos decir a los autores de todas las otras
religiones: 'Vosotros no sois dioses ni agentes de la Deidad. No sois sino
emisarios de la falsedad, moldeados con el mismo barro con que fueron moldeados
el resto de los mortales. Fuisteis hechos con todas las pasiones y los vicios
que son inseparables de ellos. Vuestros templos y sacerdotes proclaman vuestro
origen. Tal será el criterio, la exclamación de la conciencia, de cualquiera que
examine los dioses y los templos del paganismo." Pero Jesucristo, dijo él,
lo asombró y lo llenó de temor.[xv]
William
Shakespeare, tal vez el más grande genio literario de todos los tiempos,
escribió en su testamento: "Encomiendo mi alma en las manos de Dios, mi
Creador, esperando y creyendo sin vacilación que, por los méritos de Jesucristo
mi Salvador, seré hecho participante de la vida eterna." Lord Byron dijo:
"Si alguna vez el hombre fue Dios, o Dios hombre, Jesucristo fue ambas
cosas." Y James Greenleaf Whittier: "La base de la esperanza para mí
mismo y para la humanidad está en aquella divina plenitud de amor que se
manifestó en la vida, las enseñanzas y el sacrificio de Cristo. En la infinita
misericordia de Dios así revelada, y no en ningún valor o mérito de nuestra
naturaleza, yo, humildemente y, sin embargo lleno de esperanza, confío."
Charles Dickens también: "Encomiendo mi alma a la misericordia de Dios,
por medio de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. De la manera más solemne,
ahora imprimo sobre vosotros la verdad y belleza de la religión cristiana, tal
como vino de Cristo mismo, y la imposibilidad de equivocaros ampliamente, si la
respetáis humilde, pero sinceramente." León Tolstoi, el gran genio de las
letras rusas, que una vez fuera ateo de la clase más frenética, dijo lo
siguiente: "Durante 35 años de mi vida fui, en la acepción propia de la
palabra, un nihilista; no un revolucionario socialista, sino un hombre que no
creía en nada. Hace cinco años me vino la fe. Creí en la doctrina de Jesús, y
toda mi vida experimentó una repentina transformación… la vida y la muerte dejaron de ser males; en
vez de la desesperación, gusté el gozo y la felicidad que la muerte no podría
quitarme."[xvi]
Goethe dijo:
"Considero los cuatro Evangelios como completamente genuinos, porque de
ellos sale el reflejado resplandor de una sublimidad procedente de
Jesucristo." George Bancroft, el gran historiador norteamericano, dice que
él ve el nombre de Jesucristo escrito a través de todas las páginas de la
historia moderna. William E. H. Lecky, el gran escéptico e incrédulo, autor de
la obra The History of Rationalism in Europe (La historia del racionalismo en
Europa), analizó toda la historia del pensamiento de Europa de todas las
épocas, y dijo: "Le estaba reservado al cristianismo presentar al mundo un
Personaje ideal, que a través de todos los cambios de 18 siglos ha llenado los
corazones de los hombres con un amor apasionado, y ha demostrado ser capaz de
actuar en todas las épocas, naciones, temperamentos y condiciones; y que no
sólo ha sido el más sublime patrón de virtud, sino el más alto incentivo para su
práctica." Ruskin, Lessing, Webster, Wagner y muchísimos más estuvieron de
acuerdo con lo antedicho.[xvii]
Hay libros que
están llenos de los millares de testimonios de las mentes más grandes que este
mundo haya producido jamás. Jesucristo mismo fue la persona más grande que este
mundo jamás haya conocido. Simplemente a partir de los escritos de aquellos que
descreyeron totalmente en el cristianismo, uno puede dar fe de que Cristo es el
ser humano más grande que jamás haya vivido en este mundo. Pilato dijo que
Cristo fue "El hombre sin delito." Diderot lo llamó "El
insuperable". Napoleón lo llamó "El emperador del amor". David
Friedrich Strauss, aquel gran crítico alemán, dijo de Cristo que era "El
más sublime modelo de religión". John Stuart Mili, cuyos escritos han
llevado a algunos a decir que este escritor fue el hombre más inteligente que
jamás haya vivido, llamó a Cristo "El guía de la humanidad". Lecky lo
llamó "El más sublime patrón de virtud" Pecant lo llamó "El
Santo delante de Dios". Martineau lo llamó "La flor divina de la
humanidad". Renán lo calificó de "El más grande entre los hijos de
los hombres". Theodore Parker lo encomió como "la juventud con Dios
en su corazón". Francis Cobb lo llamó "El regenerador de la
humanidad". Roben Owen lo calificó de "El irreprochable".
Ninguna de estas
cosas es suficiente. ¡Jesucristo es infinitamente más que todo eso! El es el
Creador divino del universo, Aquel sin el cual nada de lo que ha sido hecho,
fue hecho; quien vino a este mundo a morir por el pecado de la criatura humana.
¡El es Dios encarnado! El es Aquel que declaró: "Antes que Abraham fuese,
yo soy" (Juan 8:58). El es el que dijo: "Mi Padre hasta ahora
trabaja, y yo trabajo" (Juan 5:17). El que declaró: "Yo y el Padre
uno somos" (Juan 10:30). El exige absoluta sumisión a su voluntad. Quiere
ser el Señor y Maestro y Rey de nuestra vida. El demanda que nos arrepintamos
de nuestros pecados y que llevemos todo pensamiento cautivo a El; que absoluta
y completamente nos rindamos a El como Señor y Salvador.
Jesucristo es
real, y un día sabremos que esto es un hecho, porque ante El se doblará toda
rodilla. ¡Todos los que hayan vivido jamás: los ateos más volubles, los escépticos
más racionalistas, los más perversos y profanos y viles, todos ellos un día
doblarán sus rodillas ante El y proclamarán que El es el Señor de todos!
Todas estas son
razones por las cuales creo en Jesucristo. Pero no fue así como llegué a
conocerlo. Llegué a conocerlo primeramente cuando lo vi levantado ante mis ojos
como el divino Salvador que me amaba y estaba muriendo por mis pecados; Aquel
cuya frente estaba traspasada por las espinas, cuyas manos estaban clavadas a
la cruz; el que dijo: "Venid a mí... y yo os haré descansar" (Mateo
11:28). Allí vi al Amante de mi alma: Aquel que me amó más que padre, o madre,
o esposa o hijo; Aquel que me amará eternamente; el único que fue una vez al
infierno por mí. Recuerdo que me deslicé de la silla y caí de rodillas, y lo
invité a que entrara en mi vida. ¿Por qué? Porque yo estaba conmovido por el
Espíritu de Dios e irresistiblemente atraído hacia El. Y así fue como llegué a
conocer al Cristo viviente, y a creer en El, mi divino Redentor.[xviii]
[i] Philip Schaff, The Person of Christ
(La Persona de Cristo). Bostón, The American Tract Society, 1865, pág. 6.
[ii] Ibíd.
[iii] J. Gilchrist Lawson, Greatest
Thoughts About Jesús Christ (Los más grandes pensamientos acerca de
Jesucristo). Nueva York, Richard R. Smith, Inc., 1919, pág. 160.
[iv] Schaff, The Person of Christ (La
Persona de Cristo), pág. 5.
[v] The Ante-Nicene Fathers (Los Padres
antenicenos), vol. 8. Grand Rapids, Michigan, Wm. B. Eerdmans, 1951, págs. 460, 461.
[vi] Citado en McDoweIl. Evidencia que exige un veredicto, pág. 86
[vii] Ibíd., pág. 83
[viii] Ibíd., pág. 84
[ix] Ibíd., págs. 85, 86.
[x] Ibíd., pág. 87
[xi] Philip Schaff, Testimonies of
Unbelievers Testimo¬nios de incrédulos). Bostón, The
American Tract Society, 1865, pág. 281.
[xii] Citado en McDoweIl, Evidencia que exige un veredicto.
[xiii] Citado en Schaff, The Peñón ofChrist (La Perso¬na de Cristo),
pág. 108.
[xiv] Ibíd., págs. 295, 296
[xv] Ibíd., págs. 316, 317
[xvi] Citado en Lawson, Greatest Thoughts (Los más grandes
pensamientos), págs. 117-120
[xvii] Ibíd., págs. 120, 121
[xviii] . Ibíd., pág. 147
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