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jueves, 17 de abril de 2014

Por qué creo en la Biblia

Por qué creo en la Biblia

Por: D.J. Kennedy 
 

Profeta les levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare. Deuteronomio 18:18

Existen muchas razones por las cuales creo en la Biblia. La primera es la que el mismo Dios da: "Profeta les levantaré ... y pondré mis palabras en su boca" (Deuteronomio 18:18). Muchas personas han afirmado estar hablando en nombre de Dios; ¿pero realmente hablan en nombre de Dios, o son falsos profetas? Dios dice que hay una manera de poder saberlo: "Si el profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el tal profeta; no tengas temor de él" (Deuteronomio 18:22). "Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho" (Isaías 46:9, 10). "En esto conoce­réis… " Es un asunto de profecía predictiva.

La Escritura dice: "No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno" (1 Tesalonicenses 5:20, 21). Muchas personas han despreciado las profecías de Dios, por cuanto nunca las han examina­do ni probado para determinar si son confiables y ciertas. Tal vez esto se debe a que las personas suponen que la profecía no es real ni genuina, o que es algo que se hace todo el tiempo. Las profecías bíblicas son muy específicas, reales y genuinas; son únicas, por cuanto no existen en ninguna otra parte.

En todos los escritos de Buda, Confucio y Lao-tse, no hallará usted un sólo ejemplo de profecía predictiva. En el Corán (los escritos de Mahoma), hay un ejemplo de profecía específica, en la cual el mismo Mahoma profetiza que regresará a la Meca. Muy diferente de la profecía de Jesús, quien dijo que regresaría del sepulcro. La primera se cumple fácil­mente; la otra es imposible para cualquier ser hu­mano.

Pensemos en algunos de los que hoy hacen profe­cías. Jeane Dixon probablemente es la más famosa profetisa de los Estados Unidos de América hoy. ¿Predice ella el futuro? Ella hace algunas adivina­ciones hábiles, ¿pero se cumplen con exactitud así como se cumplen las profecías de la Biblia? En la década que transcurrió entre 1950 y 1960, hubo tres elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América: en 1952, en 1956 y en 1960. Durante ese tiempo, Jeane Dixon profetizó quién sería el candidato de cada uno de los dos principales partidos, en las tres elecciones, y quién ganaría. ¿Cómo le fue a ella en sus predicciones? Falló en cuanto a los candidatos, en cuanto a los partidos y en cuanto a los ganadores en las tres elecciones.

Mi esposa guardó un artículo de la revista National Enquirer de hace dos años, que contenía las prediccio­nes de los diez principales videntes o profetas del mundo de hoy, con respecto a los eventos que debían de ocurrir durante los últimos seis meses de ese año.[i] Yo examiné cuidadosamente todas y cada una de esas 61 profecías. ¿Sabe usted cuántas se cumplieron realmente? ¡Ninguna! Me parece que, si una persona predice 61 eventos, debiera tener suficiente suerte para que se cumpla por lo menos una. Tal vez Dios quiso mostrarle al pueblo cuan incapaces son ellos para predecir el futuro.

Un gran historiador, el doctor John H. Gerstner, dijo que los historiadores saben cuan difícil es prede­cir el futuro, porque las ruedas del futuro se mueven sobre muchas condiciones que se expresan con la conjunción "si..." ¿Pero qué diremos de la Biblia? Sólo en el Antiguo Testamento hay 2000 profecías predictivas; no unas pocas adivinaciones de suerte. Alguien dirá: "Bueno, simplemente son cierta clase de vagas generalidades, como los dichos del oráculo de Delfos, o como los oráculos sibilinos." Se dice que Majencio, el emperador romano, acudió a uno de los oráculos sibilinos y le preguntó qué ocurriría si atacaba al ejército de Constantino que se acercaba a Roma por el otro lado del río Tíber. El oráculo respondió: "Ese día, el enemigo de Roma será destrui­do." Así que, confiado en la victoria, atacó al ejército de Constantino, pero el que resultó destruido fue Majencio. El oráculo falló en definir quién era real­mente el enemigo de Roma. Así, según el patrón de la mayor parte de las declaraciones de los oráculos, la profecía se cumplía, sin importar cuál fuera el resul­tado.

Por otra parte, las profecías de la Biblia son increíblemente específicas y detalladas. Tienen que cumplirse exactamente. No puede caber la posibili­dad de que las profecías sean sólo adivinaciones, porque se relacionaban con cosas de las cuales no había (ni hay) probabilidad de que acontecieran alguna vez. Los profetas bíblicos predijeron exacta­mente lo opuesto de las expectaciones naturales de los seres humanos. No pudieron haberse escrito después de los eventos y haberlas presentado como profecías, pues en centenares de casos, el cumplimiento de la profecía no ocurrió hasta centenares de años después de la muerte del profeta. En muchos casos, el cumplimiento vino después de haberse terminado de escribir el Antiguo Testamento, y aun su traducción al griego en el año 150 a.C.

¿Cuáles son algunas de estas profecías increíble­mente específicas y sorprendentes? Ya se han cumpli­do unas 2000 profecías específicas. Por ejemplo, se relacionan con veintenas de ciudades con las cuales tenía tratos Israel, y con docenas de naciones conti­guas o cercanas a Israel. Todo el futuro de esas naciones y ciudades se describe en el Antiguo Testa­mento, y su exactitud la puede verificar cualquiera que tenga una buena enciclopedia.

Consideremos las profecías concernientes a Tiro y Sidón, las dos grandes ciudades de la costa oriental del Mediterráneo. Tiro era para el mar lo que Babilonia era para la tierra. La gran ciudad de Cartago fue simplemente una de las hijas de Tiro. Y sin embargo, cuando Tiro se hallaba en su apogeo, el profeta del Antiguo Testamento declaró que esa ciudad sería destruida, y que nunca más sería recons­truida, y nunca volvería a ser habitada (Ezequiel 26:19-21). El profeta advirtió a la ciudad de Sidón que sus habitantes serían diezmados, pero que la ciudad continuaría (Ezequiel 28:21-23). Se produje­ron los hechos: la ciudad de Sidón fue atacada, fue traicionada por su propio rey, 40.000 de sus habitan­tes fueron asesinados, pero la ciudad de Sidón continúa hasta hoy.

¿Qué le ocurrió a la ciudad de Tiro? He aquí algunas de las profecías específicas con respecto a ella. Ezequiel declaró cuando Tiro estaba en su apogeo: "Y demolerán los muros de Tiro, y derriba­rán sus torres; barreré de ella hasta su polvo, y la dejaré como una peña lisa. Tendedero de redes será en medio del mar, porque yo he hablado, dice Jehová el Señor… y pondrán tus piedras y tu madera y tu polvo en medio de las aguas… Y te pondré como una peña lisa… nunca más serás edificada; porque yo Jehová he hablado" (Ezequiel 26:4, 5; 12-14). Unos pocos años después de haberse escrito esta profecía, el gran Nabucodonosor de Babilonia trajo su ejército contra Tiro y sitió la ciudad. Durante 13 años la ciudad de Tiro resistió los esfuerzos del rey de Babilonia. Finalmente, los muros de la ciudad se derrumbaron y las huestes del ejército babilonio entraron en la ciudad y mataron al resto de sus habitantes a filo de espada. Millares de ellos, sin embargo, habían huido mar adentro en embarcacio­nes, para formar la nueva ciudad de Tiro en una isla situada a menos de un kilómetro en el Mediterráneo. Por tanto, la profecía se cumplió sólo en parte.

Algunos pudieran decir que Ezequiel escribió esta profecía después de ocurridos los eventos, pero eso sería imposible. Pasaron los siglos. Unos 250 años después, cuando ya hacía tiempo que Ezequiel se había vuelto polvo en su sepulcro, la mayoría de los muros de Tiro aún se elevaban hacia el cielo: mudo testimonio de que la profecía no se había cumplido. Millones de toneladas de piedras, escombros y made­ra quedaban, y sin embargo, Dios había dicho que la ciudad quedaría pelada como una roca lisa; que las piedras, la madera y el mismo polvo de la ciudad serían echados al mar. ¿Qué loco hubiera podido presentarse 250 años después para completar el cumplimiento de esta profecía? Parecía que Dios se hubiera equivocado. Sin embargo, la Biblia había declarado; "… yo Jehová he hablado."

Luego, como un llamado de clarín, llegó una conmoción de terror procedente del norte, cuando apareció en el horizonte un poderoso conquistador. Alejandro Magno estaba acampado frente al estrecho de los Dardanelos, preparando su ataque contra el dominante imperio persa. Cruzó el estrecho y le propinó al rey de Persia su primera derrota demole­dora. El poderoso ejército persa retrocedió y huyó hacia el sur, luego tierra adentro hacia el este, siendo perseguido ardientemente por Alejandro. Sin embar­go, antes de internarse tierra adentro para perseguir al ejército que huía, Alejandro, como gran estratega, decidió anular los efectos de la poderosa armada persa. Cerró completamente todos los puertos del Mediterráneo oriental. Una tras otra, las ciudades capitularon y se rindieron. Finalmente, Alejandro liego a la nueva Tiro, que había sido construida con murallas inexpugnables a menos de un kilómetro fuera de la costa del Mediterráneo. Ordenó a la ciudad que se rindiera. Cuando los habitantes se rieron por el mandato de Alejandro, éste, con un principal ingeniero, Diades, concibió el más osado y atrevido plan de toda la historia de la guerra: construirían una calzada a través de casi un kilómetro del mar Mediterráneo, hasta la isla en que estaba la nueva Tiro. ¿Dónde hallarían los materiales para semejante calzada? El gran rey dio la orden: "Derri­bad los muros de Tiro, tomad las maderas y las piedras, los escombros y los leños, echadlos al mar." Así el gran ejército de Alejandro obedientemente comenzó a cumplir la palabra de Dios.

Hace unos años, compré un librito que versa sobre Alejandro Magno, escrito por Charles Mercer, con la asesoría de Cornelius C. Vermeule III, el encargado de Artes Clásicas en el Museo de Bellas Artes de Bostón. Este libro contiene la más asombrosa descrip­ción de los eventos relacionados con Tiro: "La ciudad de Tiro que estaba en tierra firme fue arrasada, y sus materiales fueron llevados al sitio de construcción. Entre tanto, se traían a rastras grandes troncos de árboles desde los bosques del Líbano, y se abrían canteras en las montañas para proveer las piedras para la fabulosa carretera de Diades… El mismo Alejandro llevó piedras al hombro."[ii] ¡Polvo, madera, piedras! Estos son los mismos materiales de que habló el profeta Ezequiel hace miles de años. Las piedras y la madera y el polvo fueron llevados y echados en el mar. La historia nos dice que incluso rasparon el sitio mismo de la ciudad para sacar cuanto pudieran para hacer esta calzada, a fin de destruir la nueva ciudad de Tiro. Al fin la nueva ciudad fue sitiada, destruida y arrasada.

Pero la profecía no se había cumplido aún por completo. Dios había dicho que destruirían los muros de Tiro y que El la pondría como una peña lisa. Había dicho que se convertiría en un tendedero de redes. Un miembro de mi iglesia visitó recientemente el sitio de la antigua ciudad de Tiro y regresó con fotografías de la que fue la nueva ciudad de Tiro. En las foto­grafías se ven redes tendidas sobre la roca lisa que una vez había sido la orgullosa ciudad de Tiro. "Por­que yo he hablado, dice Jehová el Señor" (Ezequiel 26:5). ¡Que algún incrédulo explique estas profecías!

Consideremos otras dos ciudades: Samaria y Jerusalén. Samaría fue la capital de Israel, el Reino del Norte; Jerusalén fue la capital de Judá, el Reino del Sur. Mientras ambas ciudades estaban en su plenitud, los profetas declararon que Jerusalén no sólo sería destruida y sus habitantes llevados en cautividad, sino que el muro sería destruido (Jeremías 24:9; 29:21; 35:17). Los profetas dijeron, además, que la ciudad y el muro serían reconstruidos por el pueblo que re­gresaría (Isaías 4:3-6). Con respecto a Samaría, los profetas dijeron que sus muros serían derribados; que se convertiría en tierra para plantar viñas; y que sus cimientos serían descubiertos (Miqueas 1:5, 6). ¿Y qué ocurrió con las murallas de Jerusalén? Fueron destruidas, pero fueron reconstruidas. He caminado por encima de los grandes muros de Jerusalén.

En relación con mi visita a Samaría, recuerdo tres cosas acerca de esa ciudad. Posteriormente, aprendí que éstas son las tres profecías específicas que se mencionan en la Escritura. Recuerdo que miré desde un empinado muro enclavado en una alta montaña, y en el valle vi inmensas piedras que una vez habían constituido los muros de Samaría. También recuerdo que nuestro guía nos señaló las viñas, los olivos y otros árboles. Recuerdo que vi las grandes excavaciones en la tierra, que tenían unos diez a 14 metros de profundidad, y mostraban los cimientos de la gran fortaleza que una vez había sido Samaría. "Haré, pues, de Samaría montones de ruinas, y tierra para plantar viñas; y derramaré sus piedras por el valle, y descubriré sus cimientos" (Miqueas 1:6). ¿Qué diría­mos si el muro de Jerusalén fuera destruido hoy? ¿Qué diriamos si los muros de Samaria fueran recons­truidos? Se demostraría que la profecía fue falsa.

¿Cuáles fueron las profecías concernientes a las ciudades de Edom? Edom fue una nación cercana al mar Muerto, que se opuso al pueblo de Dios; por tanto, Dios pronunció una maldición sobre ella. Dijo: "He aquí yo estoy contra ti, oh monte de Seir, y extenderé mi mano contra ti, y te convertiré en desierto y en soledad. A tus ciudades asolaré, y tú serás asolado; y sabrás que yo soy Jehová… Yo te pondré en asolamiento perpetuo, y tus ciudades nunca más se restaurarán; y sabréis que yo soy Jehová" (Ezequiel 35:3, 4, 9). Alexander Keith ha coleccionado declaraciones de algunos escépticos con respecto a estas profecías. (Esos escépticos no tenían ninguna idea de que estaban haciendo referencia a profecías, sino sólo a estos lugares.) Constantine Volney, el escéptico que fue responsable del escepti­cismo de Lincoln, dijo con respecto a Edom: "…uno se encuentra los vestigios de muchas ciudades. En el presente, todo este país es un desierto." El notable explorador y viajero suizo John L. Burkhardt declara que todo el llano presenta a la vista una expansión de arenas movedizas. Esteban, un cristiano que se paró entre las ruinas de Petra, una de las grandes ciudades de Edom, declara: "Si el escéptico se parase, como yo me paré, entre las ruinas de esta ciudad, entre las rocas, y allí abriese el Sagrado Libro, y leyese las palabras del inspirado escritor, escritas cuando este lugar desolado era una de las ciudades más grandes del mundo, yo podría ver cómo se detiene la burla, cómo palidecen sus mejillas, cómo sus labios tiemblan y su corazón se sacude de temor, pues las ruinas de la ciudad le hablarían con una voz alta y poderosa, como si alguien se hubiera levantado de entre los muertos. Aunque no creyera a Moisés ni a los profetas, creería la escritura del mismo Dios en la desolación y ruina perpetua que lo circundarían."

Pensemos en la magnífica ciudad de Babilonia, tal vez la ciudad más grande de los tiempos antiguos. Sus muros tenían unos 23 a 24 kilómetros por lado, o sea, más de 90 km alrededor. La ciudad tenía un área de más de 500 kilómetros cuadrados, y la más bella arquitectura, jardines colgantes y palacios, templos y torres. No abastecía sus almacenes de ningún país extraño. Inventó un alfabeto, resolvió problemas de aritmética, inventó aparatos para medir el tiempo, y en ciencia avanzó más que todos los pueblos que le precedieron. Sin embargo, cuando Babilonia era la ciudad más grande del mundo, Dios dijo de ella: "Y Babilonia, hermosura de reinos y ornamento de la grandeza de los caldeos, será como Sodoma y Gomorra, a las que trastornó Dios" (Isaías 13:19).

Hay más de cien profecías específicas concernientes al destino de Babilonia. Considérense los grandes muros de Babilonia. El historiador Herodoto nos dice que esos muros tenían torres que se elevaban a 92 metros de altura, por encima de la altura de los muros mismos que era de 61 metros. Los muros tenían 57 metros de espesor en la base, y encerraban una superficie de más de 500 kilómetros cuadrados. La ciudad de Babilonia era inexpugnable. Pero Dios dijo con respecto a esas torres y a esa ciudad: "El muro ancho de Babilonia será derribado enteramente …  este lugar …  para siempre ha de ser asolado" (Jeremías 51:58, 62). ¿Es vaga o ambigua esa profe­cía? ¡De ninguna manera!

La Gran Muralla China no es ni aproximadamente tan grande ni tan fuerte como lo fue la de Babilonia; con todo, y aunque es más vieja, aún permanece hoy. Los muros de Jerusalén aún están erguidos. ¿Pero qué les pasó a los muros de Babilonia? Major Keppel dice, en la Narrativa de sus viajes: "No descubrimos en absoluto ni huellas de los muros de la ciudad." Los muros de Babilonia fueron destruidos, pero sólo gradualmente. El profeta no hubiera tenido la posibi­lidad de escribir su predicción después del evento, pues la profecía no se cumplió por completo hasta después del tiempo de Cristo. El Antiguo Testamento se había completado y había sido traducido al griego 500 años antes del cumplimiento cabal de dicha profecía.

En el siglo cuarto d.C., Juliano el Apóstata llegó al trono de Roma. Su deseo predominante era destruir el cristianismo y restablecer las religiones paganas de Roma. Mientras se hallaba en guerra contra los persas acerca de las ruinas de Babilonia, Juliano destruyó completamente los restos de los muros de la ciudad, a fin de que en el futuro no ofrecieran protección alguna al ejército persa. Así, uno de los más grandes oponentes que la Biblia haya tenido en todos los tiempos, cumplió cabalmente la profecía.

Pero Dios había dicho mucho más con respecto a esta ciudad: "Por la ira de Jehová no será habitada, sino será asolada toda ella… nunca más será poblada ni se habitará por generaciones y generaciones" (Jeremías 50:13, 39). ¿Pudiera haber algo más especí­fico que esto? ¿Se han cumplido estas profecías.' Yo he visto fotografías de Babilonia. Es un intransitable yermo de inmensos montículos y cúmulos de tierra, habitado sólo por chacales, víboras y escorpiones. Los mismos escépticos la han descrito como nada, sino montones de tierra; nos dicen que esas ruinas son los únicos restos de Babilonia. Ruinas como las de Babilonia, compuestas por montones de escombros impregnados de nitro, no se pueden cultivar. En Babilonia, cuyos campos alrededor de la ciudad eran tan fértiles que Herodoto se negó a escribir acerca de ellos, no fuera a ser que la gente pensara que él estaba loco, ahora no crece nada, porque Dios condenó esa área a perpetua desolación, y ni una hoja de grama sobrevivirá. Es un desierto árido. Las ruinas son casi la única indicación de que fue habitada alguna vez.

Consideremos las siguientes dos profecías específi­cas, pero aparentemente contradictorias: "Subió el mar sobre Babilonia; de la multitud de sus olas fue cubierta" (Jeremías 51:42). La otra profecía describe a Babilonia como "tierra seca y desierta, tierra en que no morará nadie" (versículo 43). Ahora, notemos el sorprendente cumplimiento. Claudius James Rich, en su obra Narrativo of a Joumey to the Site of Babylon in 1811 (Narrativa de un viaje al sitio de Babilonia en 1811), señala: "Por espacio de dos meses cada año, las ruinas de Babilonia quedan inundadas por el desbor­damiento anual del Eufrates, que hace que muchas partes de ellas sean inaccesibles, pues los valles cubiertos se convierten en marismas." Después que bajan las aguas, hasta los montículos bajos vuelven a ser ruinas quemadas por el sol, y el sitio de Babilonia, como el de otras ciudades de Caldea, es un desierto seco, un llano ardiente y reseco. Pero Dios dijo que nunca se volvería a reconstruir. Esta era una profecía totalmente contraria a todas las expectaciones del pasado, cuando toda ciudad del Cercano Oriente que había sido destruida, se había vuelto a reconstruir. Babilonia se hallaba situada en la pane más fértil del valle del Eufrates; y sin embargo, 2500 años han venido y se han ido, y Babilonia permanece como un desierto deshabitado hasta el día de hoy.

Dios dijo que la ciudad no se volvería a reconstruir. Sin embargo, el hombre más poderoso que el mundo haya visto jamás, Alejandro Magno, decidió recons­truir a Babilonia. Al pasar por las ruinas de la ciudad, determinó convertirla en la capital de su imperio mundial. Dio orden para que se dieran 600.000 ra­ciones a sus soldados para que reconstruyeran la dudad de Babilonia. ¿Sería refutado Dios? La historia registra el hecho de que inmediatamente después de hacer la declaración de reconstruir a Babilonia, Ale­jandro Magno cayó muerto, y toda la empresa quedó abandonada. Porque Dios había dicho que nunca más se volvería a reconstruir.

Estas son más o menos una docena de las 2000 profecías especificas que se hallan sólo en el Antiguo Testamento. Yo creo que los que dicen que la Biblia fue escrita por hombres, simplemente expresan su propia ignorancia sobre el tema. No hay nada pareci­do a esto en toda la literatura del mundo, ni en la religiosa ni en la irreligiosa. ¡La mano que escribió estas Escrituras no fue la de ningún otro, sino la de Aquel que pudo decir: "Yo soy el primero y el último; soy el principio y el fin; soy el que sabe todas las cosas; soy el que declara las cosas que aún están por venir." Las predicciones son también promesas. Creo que Dios nos dio más de 2000 predicciones a fin de que aprendamos a creer sus promesas. Dios prometió que los muros de Jerusalén serían reconstruidos; que los muros de Babilonia nunca se volverían a reconstruir; que Tiro sería destruido; que Sidón continuaría — para que nosotros creamos sus promesas.

El también prometió que el que cree en el Hijo nunca morirá, sino que tiene vida eterna; y que el que no cree en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él. La veracidad de estas palabras y la certidumbre de su cumplimiento están confirmadas por más de 2000 profecías que ya se han cumplido. Cualquiera que las desprecie, no tiene que echarle a nadie la culpa de su propia destrucción, sino a sí mismo.


[i] Nationai Enquirer (El investigador nacional), 7 de enero de 1975, págs. 24, 25
[ii] Charles Mercer, Alexander the Great (Alejandro Magno). Nueva York, Harper & Row, 1962, pág. 61.

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