Un tal Jesús
El Rey que vendrá
Cambio de gobierno
El tema que ahora nos ocupa es el de un cambio de gobierno. No se asuste. No se trata de un golpe de estado como los que estuvieron en boga hace algunos años en éste y otros continentes. Aunque viéndolo bien, es algo bastante cercano a eso: un golpe de estado definitivo, pero para provecho y bien de muchos. Y es que, ante el rotundo fracaso de los hombres en el gobierno de los pueblos, ya es tiempo de cambiar el gobierno de los hombres por algo superior. Para ello debo hablarles de quién ejercerá el gobierno. Se trata de un Rey muy peculiar. Un gran dirigente mundial que está por venir.
El profeta Isaías lo llama "Jefe y Maestro" (55:4); Daniel, "Mesías y Príncipe" (9:26); el apóstol Pablo, "Rey eterno, inmortal, invisible, el único Dios..." (1 Timoteo: 1:17); y Juan, el teólogo, lo identifica como "... el soberano de los reyes de la tierra" (Apocalipsis 1:5), y declara que vio la expresión "Rey de reyes y Señor de señores" escrita en sus vestiduras, a su regreso a la tierra (Apocalipsis 19:16).
Cómo será este Rey
Será un rey diferente. Traerá una filosofía de servicio. Sorprendente, pues contradice la de todos los reyes y líderes terrenales. No llevará a cabo ningún acto de orgullo. No utilizará autoridad o fuerza arbitrariamente. No se jactará de sus hechos. Deseará servir, más que ser servido.
Como ustedes saben, —se le escuchó decir alguna vez a sus seguidores— los gobernantes de las naciones oprimen a los subditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de los demás; así como el Hijo del hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos.
Mateo 25:25-28
Nadie debe temer una monarquía con semejante Soberano en el trono, deseoso de servir a su pueblo y dispuesto a dar su vida en rescate de sus subditos.
Ejercerá un liderato de humildad y abnegación. Este Rey peculiar y único dejó su trono en los cielos y aceptó la más humilde posición de maestro y predicador en la tierra, naciendo de una mujer humilde y desconocida en un pequeño pueblo perdido en la geografía polvorienta del Oriente. Apareció, en el momento oportuno, predicando un camino de regeneración y santidad a un mundo y una sociedad decadentes que se desintegraban en medio de la idolatría y la corrupción. En un acto admirable de abnegación, se desprendió de su gloria para venirse a vivir entre nosotros y procurarnos así la salvación. Un antiquísimo himno cristiano, que Pablo recogió en una de sus cartas, describe así este paso supremo de su sacrificio redentor:
Siendo por naturaleza Dios,
no consideró el ser igual a Dios
como algo a qué aferrarse.
Por el contrario, se rebajó voluntariamente,
tomando la naturaleza de siervo
y haciéndose semejante a los seres humanos.
Y al manifestarse como hombre,
se humilló a sí mismo
y se hizo obediente hasta la muerte,
¡y muerte de cruz!
Filipenses 2:6-8
Quiere compartir su trono. Esta insólita decisión se la manifestó al autor del último libro de la Biblia: "Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono" (Apocalipsis 3:21). ¿Quién oyó jamás semejante desafuero de boca de un rey? Todos los reyes y líderes buscan protegerse, asegurarse, fortificarse, excluir y hasta eliminar a los posibles rivales, y proclamarse absolutos. Para lograrlo, se rodean de incondicionales y validos cortesanos, de fuerzas de seguridad, policía secreta y muchos otros recursos y artilugios.
Nosotros mismos cuidamos celosamente lo que consideramos nuestro propio "reinecito": En mi casa, "yo soy el que mando"; en la oficina o el taller, "yo soy el jefe"; en la iglesia, "yo el dirigente"; y entre mis amigos, "el cabecilla o líder". Pero nuestro Rey dice: "Vengan, únanse a mí, y reinaremos juntos."
Busca identificarse plenamente con la humanidad. La Biblia dice: "Hecho semejante a los seres humanos." Y no fue una identificación transitoria, mientras pasó por la tierra. Después de su muerte, resucitó y asumió el mismo cuerpo humano con el cual subió a lo Alto, a disfrutar de la gloria que había tenido antes de la creación. Desde entonces hay un hombre en el trono de Dios, el cual regresará, como hombre, a ser el juez de vivos y muertos. Veremos en las plantas de sus pies y en las palmas de sus manos las cicatrices de los clavos. El profeta Habacuc, en un vistazo asombroso del futuro, escribió: "Su brillantez es la del relámpago; rayos brotan de sus manos; ¡tras ellos se esconde su poder!" (3:4).
Las cicatrices recordarán a su pueblo que voluntariamente fue a la muerte por todos, y con su sangre los redimió del pecado y les consiguió eterna salvación. Y allí estará el secreto de su poder; el poder de su amor infinito y eterno. Ante las señales evidentes de su amor, ¿podrá alguien temer su reinado, ejercido en amor y sacrificio? Por eso en su coronación habrá gozo y todos gritarán, y nosotros con ellos, si es que ya hemos aceptado su reinado:
¡Digno es el Cordero, que ha sido sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y la honra, la gloria y la alabanza!
Apocalipsis 5:12
Y todo lo creado se unirá a las voces de los ángeles y bienaventurados, para cantar:
¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos.
Apocalipsis 5:13
Todos tendrán que reconocerlo. Los historiadores hablan del celo batallador de Alejandro, de la integridad de Aníbal, de la bondad de Carlomagno, del genio guerrero de Napoleón y del carisma e inteligencia de un Churchill, un Kennedy o un Charles de Gaulle. Todos ellos desaparecerán en la bruma de la historia, mientras nuestro Rey será permanente y eterno. Nuestro Rey está por encima de los más sabios, valientes, nobles y poderosos, como lo afirma el apóstol Pablo:
¡Cuan incomparable es la grandeza del poder de Dios a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y autoridad, poder y dominio y de cualquier otro nombre que se invoque, no sólo en este mundo sino también en el venidero.
Efesios 1:19-21
¡Ese es nuestro Rey! El gran dirigente que vendrá desde las esferas celestes a gobernar el mundo. Él mismo lo ha prometido. Y sus promesas nunca fallaron: "¡Yo vendré otra vez!" (Juan 14:3).
Todos tenemos una cita con el Rey
Tal vez usted no lo sepa, pero tiene una cita con el gran Rey. Todos la tenemos. ¿Cómo es eso? Pablo responde: "Porque es necesario que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba lo que le corresponda, según lo bueno o malo que haya hecho mientras vivió en el cuerpo" (2 Corintios 5:10).
Esto dijo Pablo a los de Corinto; a los de Roma agregó: "Así que cada uno de nosotros tendrá que dar cuenta de sí a Dios" (Romanos 4:12). .
Es ineludible esta cita. Aunque usted no lo quiera. Por eso debe prepararse desde ahora para presentarse a esta entrevista.
No tema; se trata, es verdad, del personaje más poderoso y sabio, más encumbrado e importante del universo. Pero es a la vez el personaje más asequible, amable y sencillo. Él mismo ha dicho: "¡El que a mí viene, no lo rechazo!" (Juan 6:37). Por eso el autor de la carta a los Hebreos nos invita a acercarnos "confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos" (Hebreos 4:16). Y la invitación del mismo Rey es clara y estimulante: "Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y. mi carga liviana" (Mateo 11:28-29). Invitación admirable de un Rey que pronto gobernará el mundo.
Usted debe prepararse para la cita con el Rey
¿Cómo? Debe aprender a conocerlo y reconocerlo aquí abajo, para tomar parte de su reino en la eternidad. Él ha dicho: "Cualquiera que me reconozca delante de los demás, yo también lo reconoceré delante de mi Padre que está en el cielo. Pero a cualquiera que me desconozca delante de los demás, yo también lo desconoceré delante de mi Padre que está en el cielo" (Mateo 10:32-33).
Para este reconocimiento necesitamos más que los sentidos y las facultades naturales. Necesitamos de la facultad sobrenatural de la fe. Esta es un regalo de Dios, una gracia que nos habilita para descubrir primeramente que solos no podemos salvarnos, librarnos del pecado, convertirnos, cambiar de rumbo a nuestra vida y comenzar a caminar en la dirección que nos señala la voluntad divina. Al convencernos de esta realidad, estaremos entonces listos para reconocer en Jesucristo a nuestro Rey y Salvador que sí puede cambiarnos; y quien nos dará todas las fuerzas para mantenernos en el bien, progresar en la virtud y vivir su vida de santidad. De esa manera entraremos a formar parte de su reino, y estaremos preparados para presentarnos a su presencia y reinar con él, cuando él venga.
Un Reino dinámico
Se trata, pues, de un Reino dinámico, que está en camino; algo que inició Cristo y todavía no se ha acabado de construir. Y que sólo se realizará plenamente con la segunda venida del Rey, al fin de los tiempos. Un Reino que abarca todo y transforma todo, no sólo lo espiritual, sino lo material, lo económico, lo político y lo social: la totalidad de nuestro ser, y la totalidad de nuestro mundo, ambos son introducidos en el orden querido por Dios. Y Dios y Cristo entonces reinan.
Este reino afecta en primer lugar a la persona. Por eso Jesús exige una conversión radical, un "nuevo nacimiento". Pero la liberación que lleva al reinado de Jesús debe traer un nuevo ordenamiento del mundo, regido por las leyes del reino predicadas por Jesús, entre las cuales está en primer término la ley del amor.
Esperamos al Rey
Hace ya dos mil años que Jesús inauguró su reinado. Media humanidad lleva el nombre de "cristiana" y se dice participante de este Reino. Día a día millones de hombres y mujeres se reúnen para recordar y alabar el nombre de este Rey. Cantan, oran, comparten el pan. Y él sigue viviendo en medio de los suyos, de los que creen y saben con certeza que su Rey, aquel Hombre-Dios que nació en Belén y se crió en Nazaret y predicó sobre su Reino en toda la Palestina, por cerca de tres años, volverá. Sí, volverá algún día para mostrar la plenitud de su rostro y dar el toque final a la fundación de su Reino. Y esperan. Y siguen repitiendo, con la misma esperanza con que lo repetían los primeros cristianos: "¡Maranatha! ¡Ven, Señor Jesús!" (Apocalipsis 22:20). Porque saben que Jesús reina desde el centro de sus vidas, desde dentro de su corazón, y esperan confiados su regreso. Por eso repiten felices con Ignacio de Antioquía, un padre de la Iglesia del siglo segundo: "Hay una sola cosa importante en la vida: haber encontrado a Jesús, y dejarle reinar en nuestra vida. Esta es la única forma de vivir una vida verdadera."
Pero ¿qué reino es este que Jesús predica, qué conversión es esta de la que habla? Tratando de ser muy esquemático, digamos que Jesús viene a responder a las grandes preguntas del hombre. Antes y después de él, los hombres son —como lo dijera un poeta— "animales construidos de preguntas". Preguntas como:
¿Por qué el hombre no termina de ser feliz?
¿Qué es la muerte y qué hay al otro lado?
¿Por qué el amor parece ausente de la tierra y por qué son tantos los que se dedican a explotar y esclavizar a sus prójimos?
¿Dónde se encuentra el secreto de la felicidad?
¿Cuál es el mejor camino para encontrar a Dios?
Pero Jesús viene a algo más que a sólo responder preguntas. Conocer la verdad sobre muchas cosas es importante; y tener las respuestas a nuestras inquietudes, muy satisfactorio. Pero nada de eso salva por sí mismo. Y Jesús, el Rey encarnado, viene a salvar. A cada persona individualmente, si aprende a conocerlo y aceptarlo; y a la humanidad en su totalidad, si es que se decide a asumir su mensaje.
Pero demos un paso más: la salvación ofrecida por Jesús no es sólo algo externo. Para ingresar en el reino de Jesús se necesita sufrir una salvación transformadora. Jesús anuncia que viene a crear el hombre nuevo, la humanidad nueva. Jesús inaugura un nuevo modo de ser, de estar y de actuar en el mundo; unas nuevas relaciones entre Dios y los hombres y de los hombres entre sí.
Podemos avanzar aún más y afirmar que Jesús no hace todo esto desde fuera, como quien saca un pez de su agua y lo transporta a otra. Jesús construye su reino desde dentro de la humanidad misma, y ese reino comienza con su propia Persona, al ingresar a nuestro mundo, "a nuestra agua". Jesús es el comienzo de ese Reino. Más que respuestas teóricas a las preguntas humanas, Jesús mismo es la respuesta. Él es el fundador, el creador de una nueva humanidad, que se encarna y realiza en sí mismo primero. Y con él, un nuevo Reino se entroniza en este mundo. Un Reino de amor, de santidad, de salvación. Su Reino no es un territorio, es una realidad transformadora que puede estar en ti y en mí. Como dice el teólogo Leonardo Boff: "El reino de Jesús incluye todo: mundo, hombre y sociedad; es la totalidad de la realidad, lo que debe ser transformado."
Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.