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martes, 7 de febrero de 2012

Un tal Jesús: Jesús y las mujeres

Un tal Jesús



Jesús y las mujeres

Una mujer en la vida de Jesús

Nadie como Jesús valoró a las mujeres. Con él, el sexo femenino adquirió prestancia y dignidad. Es más, fueron muchas las mujeres enlistadas de una u otra forma en su ministerio y que tuvieron influencia en su vida.
Como niño, Jesús estuvo sometido a su madre María tanto como lo estuvo a José, su padre. María fue la primer testigo de su venida al mundo y la primera en comprender su grandeza divina y los alcances de su misión redentora, aun antes de su nacimiento. Es éste el sentimiento y la convicción que campean en su canto del Magníficat: "Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador" (Lucas 1:46-55). Fue María además la promotora del crecimiento de Jesús "en sabiduría y estatura", observando cada día cómo maduraba su hijo, gozando "cada vez más del favor de Dios y de toda la gente" (Lucas 2:51-52). Fue ella la que cuidó la inocencia y frescura de su infancia; la que vigiló los cambios difíciles de su adolescencia, y acompañó, con cariño y consejo, la maduración progresiva de su juventud hasta que Jesús fue un hombre adulto, atesorando en su corazón de madre y de mujer todas estas cosas (Lucas 2:19).
A ruego de María Jesús realizó su primer milagro en Cana (Juan 2:1-2). Y "cuando llegó su hora", lo dejó irse sin poner obstáculos a su ministerio. Permaneció siempre en la penumbra, sin sobreponer su figura o influencia a la acción o palabra de Jesús. Nunca la vemos reclamarle por sus largas ausencias del hogar. Como mujer creyente, que había comprendido temprano la sublime misión de su hijo, su oración constante fue el mejor respaldo que pudo dar a su trabajo misionero. Lo acompañó además con su amor y presencia en muchos pasajes cruciales de su vida: desde su nacimiento en Belén (Lucas, cap. 2), hasta su muerte en la cruz (Juan 19:25-27).

Otras mujeres en la vida de Jesús

Parecería que las mujeres fueron hasta cierto punto más sensibles que los mismos hombres a la presencia y acción de Cristo. Elisabet, prima de María y madre del Bautista, comprendió, inclusive antes de nacer Jesucristo, el papel trascendental que Jesús venía a desempeñar en la tierra. Y cuando María, que estaba ya encinta, fue a visitarla, se hizo la primer testigo de la grandeza de la misión de Aquél que ella llamó "mi Señor" (Lucas 1:39-45). Ana, la profetisa de Jerusalén, estuvo en la presentación de Jesús en el templo a los ocho días de su nacimiento, y vislumbró la formidable empresa que venía a realizar (Lucas 2:36-38).
En Betania, no muy lejos de Jerusalén, Jesús tenía en Lázaro, Marta y María una familia de amigos íntimos. Muchas veces hizo Jesús de este hogar su lugar de reposo y solaz. Marta se desvelaba siempre por atenderlo, tenerle cama y alimentos. María, más contemplativa y mística, daba otra clase de atención al Maestro. Se sentaba con él, le conversaba y, sobre todo, lo escuchaba con atención e interés. Quien diga que estas dos mujeres no fueron importantes en la vida y el ministerio de Cristo es porque no ha experimentado lo importante y necesario que es para los siervos y ministros del Señor contar con el apoyo y estímulo moral y espiritual, físico y material de los demás; ser acogidos con amor y delicadeza por personas y hogares hospitalarios; y gozar de la atención y simpatía de familias cristianas.

Santas y pecadoras

No fue ciertamente muy selectivo Jesús en el trato con las mujeres. Su ministerio no le permitía discriminar, aunque lo acusaran de ser amigo de gente de mala fama (Mateo 11:19). En casa de Simón el fariseo, a donde fuera invitado a comer, Jesús fue el único de los invitados que apreció el gesto de la mujer de mala vida que manifestó su arrepentimiento vertiendo un frasco de perfume valioso en los pies y la cabeza del Maestro. Esta mujer dio oportunidad a Jesús de enseñar una seria y clara lección de lo que es el perdón y de revelarnos una vez más su alma sensible y receptiva a cualquier gesto de gentileza, atención o buena voluntad (Lucas 7:36-50).
A la mujer adúltera también tuvo que defenderla, aunque con más riesgo, de los detractores fariseos defensores de la ley que querían apedrearla. La actitud y las palabras de Jesús en este pasaje entronizan una nueva doctrina de la igualdad de los sexos delante de la ley. Al enrostrarles sus propios pecados a los hombres acusadores de la pecadora, Jesús parecía decirles que tan dignos de ser apedreados eran ellos como pudiera serlo la mujer. El resultado de todo fue una mujer más reivindicada como mujer y restablecida en su dignidad por el amor y la compasión del Maestro (Juan 8:1-11).

Una mujer evangelista

Lo de la samaritana (Juan, cap. 4) fue otra historia. También hubo sorpresa y escándalo de parte de sus discípulos. Aun la misma mujer se sorprendió de que aquel judío forastero le hablara a ella con tal atención y propiedad. Fue a buscar agua al pozo y encontró la salvación y una nueva vida. El método socrático, casi sicoanalítico usado por Jesús, dio resultados sorprendentes. Preguntando y preguntando, no sólo convenció a la mujer de sus erradas convicciones teológico-sociales, sino de su desarreglada vida moral y emocional: "Bien has dicho que no tienes esposo. Es cierto que has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu esposo" (Juan 4:17). Esta mujer fue restablecida por Cristo en una vida más equilibrada y sana. Tanto que, agradecida, se hizo seguidora del Maestro y trajo a todo el pueblo para que lo conocieran y lo escucharan. "Muchos de los samaritanos que vivían en aquel pueblo creyeron en Jesús por el testimonio que daba la mujer" (Juan 4:39). ¿Quién dijo que no había mujeres en las filas del ministerio cristiano? Ahí tenemos una, la samaritana.

Jesús y el alma femenina

Los pasajes citados y muchos más que encontramos en el Evangelio nos comprueban que Jesús tuvo de verdad mucho éxito en el ministerio con las mujeres. Todo porque comprendía muy bien el alma femenina. Penetró profundo en su delicada y sutil psicología. Las trató con gentileza y respeto. Las enalteció en su dignidad y valor. Reclamó para ellas los mismos derechos en su reino, que para los hombres. E inclusive las enlistó en su ministerio. Es equivocado pensar en un Cristo "misógino" que huyera de lo femenino. Por el contrario, nadie más apreciativo que el Maestro de las sanas y nobles cualidades del sexo erróneamente llamado "débil". Las mujeres contribuyeron con eficiencia a dar proyección y sentido a la misión de Cristo. Por lo menos, en los momentos supremos de su muerte y de su resurrección, las mujeres fueron mayoría y mostraron más decisión, valentía y fidelidad, acompañando a Jesús al pie de la cruz hasta su último suspiro y siendo las primeras en visitar el sepulcro, el día de la resurrección.
Para terminar, digamos que una mujer, María, fue la primera en saber en la tierra del misterio de la encarnación del Hijo de Dios, en sus propias entrañas (Lucas 1:26-38). Y otra mujer, de nombre también María, fue la primera en escuchar la voz y ver la persona del Jesús resucitado y recibir el encargo de anunciar al resto del colegio apostólico la resurrección del Señor (Juan 20:10-18).

Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.

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