Un tal Jesús
Jesús abogado
Dotes retóricas de Jesús
Es indudable que Jesús poseía una sorprendente capacidad de argumentación. Sus planteamientos y discursos resisten el más severo análisis de los expertos en las leyes de la retórica. Era incisivo, preciso y certero en sus juicios y respuestas, especialmente para con los fariseos y doctores de la ley que una y otra vez quisieron tenderle trampas insidiosas y acorralarlo con preguntas maliciosas y sofismas. Pero sus dotes de hábil argumentador y brillante apologista lucen de manera especial cuando se constituye en defensor de los pobres, los humildes y los pecadores arrepentidos. Uno de los ejemplos más elocuentes de su papel de abogado lo tenemos en la cruz al momento de su muerte. Su primera palabra es a la vez defensa y acusación: "¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!" En esta expresión descubrimos a Jesús en su papel de abogado e intercesor. Su argumento en defensa de quienes ejecutan su sentencia de muerte es la ignorancia. Sus razones están de acuerdo con los principios éticos clásicos, encarnados en las viejas sentencias de la sabiduría oriental: "Si los pecadores te quieren engañar, no consientas" (Proverbios 1:10), que tuvieron su última expresión en los planteamientos éticos de los filósofos griegos del siglo de oro de la cultura helenística, cuando resaltaron luminarias filosóficas de la talla de Sócrates, Platón y Aristóteles. Todos ellos sentaron las bases del pensamiento y la filosofía occidental que, bautizada por el cristianismo, produjo la ética y moral de nuestro tiempo. Uno de sus principios es el de que para ser culpable de falta o de pecado es necesario una plena advertencia y un pleno consentimiento, y es precisamente el argumento usado por Jesús para pedir perdón para quienes participan en su crucifixión. Sólo que este argumento no es válido para los que sí sabían lo que estaban haciendo, y contribuyeron a su crucifixión conscientes del crimen que estaban cometiendo. Para estos, más que defensa, las palabras de Cristo son una acusación.
Defensor de los débiles
Sorprendemos con frecuencia a Jesús sacando la cara por personas que en el marco social y legal de su tiempo aparecían como indefensas. Citemos tres casos interesantes y elocuentes:
La mujer adúltera (Juan 8:1-11). Esta pobre mujer no tenía quien la defendiera. La ley era bien clara: hombre o mujer sorprendidos en adulterio, debían morir apedreados (Levítico 20:10; Deuteronomio 22:22-24). Fue este el argumento que los maestros de la ley y los fariseos alegaron cuando se la llevaron a Jesús. La escena no podía ser más patética: una pobre mujer humillada, llena de pavor ante la inminencia de una muerte atroz; un grupo de soberbios leguleyos doctores de la ley, que ya disfrutaban de su triunfo sobre el Jesús a quien odiaban; una multitud inquieta y curiosa, ávida de presenciar el dramático desenlace del encuentro entre Jesús y sus enemigos; y un Jesús apacible que se yergue en toda la dignidad de su sabiduría y en toda la profundidad de su conocimiento del alma humana, y hace más dramática la escena al inclinarse para escribir en el polvo con un dedo, posiblemente —dicen algunos— los pecados de los presentes.
Según el evangelista, Jesús era consciente de que le estaban tendiendo una trampa. Y se defiende y defiende a la mujer, tendiéndoles él mismo una trampa a los acusadores. Su voz debió resonar clara y sonora en medio del murmullo del pueblo que se convirtió en silencio expectante cuando escucharon el desafío del Maestro: "¡El de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra!" En buena retórica esto se llama un argumento "ad hominem", que consiste en devolver al adversario sus propios argumentos convirtiéndolo de acusador en acusado. Todos conocemos el desenlace del incidente. "Al oír a Jesús —dice el evangelista— se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos [que seguramente eran los que tenían más pecados] hasta dejar a Jesús solo con la mujer, que aún seguía allí" (Juan 8:9). Podríamos catalogar este pasaje como un triunfo total de la "abogacía" inteligente y misericordiosa de Jesús.
La mujer en casa de Simón. Otro caso interesante es el de la mujer que ungió a Jesús en casa de Simón, que algunos evangelistas apodan "el leproso", y otros lo identifican como fariseo. Ella usó un perfume de mucho valor, acción que fue criticada por varios de los comensales invitados como de mal gusto y como un inútil despilfarro (Marcos 14:1-9). Jesús sale en su defensa empleando un argumento de profundo valor humano: resalta la delicadeza de la mujer que manifiesta su amor agradecido, y sabe valorar al Maestro con un gesto de cariño que Jesús mismo califica de "hermoso" (Marcos 14:6).
Mas no para aquí la defensa de Jesús. El ve más allá que los miopes aristócratas, compañeros de mesa, y su planteamiento se convierte en teológico cuando argumenta que el gesto de la mujer al derramar perfume en su cabeza, no es más que un anticipo de lo que ocurrirá con su cuerpo después de muerto. Se puede además sacar una conclusión válida de toda esta acción de la mujer y de la defensa de Jesús que la acompaña: los valores intangibles son superiores a los tangibles. Hay cosas más valiosas que el oro, el perfume y las esencias, por caras que éstas sean. El amor sentido y espontáneo de un corazón sincero compra más amor y compasión que mil atenciones y regalos. Hablando del caso, Lucas dice que Jesús defiende a la mujer con la siguiente perorata dirigida al fariseo Simón.
¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa no me diste agua para los pies, pero ella me ha bañado los pies con lágrimas, y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me besaste, pero ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con aceite, pero ella me ungió los pies con perfume. Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama.
Lucas 7:44-47
Y parece que con esto terminó la discusión.
Cristo defensor de sus discípulos
Varias veces sacó Jesús la cara por sus discípulos. Mateo nos refiere (9:14-17) cómo los fariseos y los mismos discípulos de Juan el Bautista se escandalizaban porque los discípulos de Jesús no ayunaban como ellos. La pregunta tiene su veneno, porque de alguna manera puede exhibir a Jesús como enemigo del ayuno. Jesús esquiva de manera inteligente y sutil la acusación. Defiende a sus discípulos, sin mostrarse contrario al ayuno. Él de ninguna manera es enemigo del ayuno; de hecho, él mismo ayunó muchas veces. Pero como dice el libro del Eclesiastés "todo tiene su tiempo y su hora" (3:1). Ya llegará el tiempo del ayuno. Ahora es tiempo de ñesta, porque el novio está presente. La respuesta de Jesús implica que hemos ingresado a una nueva era de la gracia que se llama Nuevo Testamento. Los fariseos y hasta los discípulos de Juan vivían todavía en el Antiguo Pacto, sometidos a la antigua ley. Jesús lo dice utilizando hermosas figuras y símbolos de puro sabor semita:
Nadie remienda un vestido viejo con un retazo de tela nueva, porque el remiendo fruncirá el vestido y la rotura se hará peor. Ni tampoco se echa vino nuevo en odres viejos. De hacerlo así se reventarán los odres, se derramará el vino y los odres se arruinarán. Más bien el vino nuevo se echa en odres nuevos y así ambos se conservan.
Mateo 9:16-17
Jesús trae novedades en su evangelio de salvación y gracia que no pueden encerrarse en las viejas formas. Para entender y vivir plenamente este evangelio debemos cambiar de corazón, renacer, sufrir lo que el mismo Jesús llama una "metanoia", un cambio total. Convertirnos en odres nuevecitos que resistan el poder de la gracia y guarden intacta la nueva herencia de la santidad dejada por el Ejecutor del Nuevo Pacto. Pablo lo presenta de esta manera en la carta a los Efesios:
Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad.
Efesios 4:22-24
Otro caso de defensa de sus discípulos nos lo refieren tanto Mateo (12:1-8) como Marcos (2:23-28). En esta ocasión los discípulos son acusados de arrancar espigas para comer, en día sábado. Jesús exhibe sus conocimientos de la historia de Israel y del Antiguo Testamento arguyendo el caso de David que tuvo que calmar el hambre de sus soldados tomando del templo los panes reservados, según la ley, a los sacerdotes. Pero como buen abogado y teólogo, aprovecha el incidente para asentar doctrina y formular principios que son irrebatibles, pues son casi de sentido común: "El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado. Y el Hijo del hombre es Señor incluso del sábado" (Marcos 2:27-28).
Con este planteamiento el legalismo farisaico de los tiempos de Jesús y el de todos los tiempos, sale mal parado.
Jesús el intercesor
Jesús no es solamente abogado de causas humanas, sino que ha llegado a la tierra para hacerse abogado e intercesor entre Dios y los hombres en la trascendental causa de la salvación eterna de todos los mortales. Esta función intercesora de Cristo la describe el apóstol Pablo de la siguiente manera: "Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros" (Romanos 8:34). Y la carta a los Hebreos concluye: "Por eso puede salvar por completo a los que por medio de él se acercan a Dios, ya que vive siempre para interceder por ellos" (7:25).
Vemos a Cristo desempeñar este papel de abogado intercesor ante su Padre en la oración sacerdotal pronunciada la víspera de su muerte, durante la última cena con sus discípulos (Juan cap. 17). En esta oración Jesús se encomienda a sí mismo al Padre antes de sus padecimientos, y encomienda también a sus discípulos y a cuantos, a través de ellos, llegarán a creer en él. Pide que el Padre los acoja dentro de su íntima unidad trinitaria. Lo que Jesús solicita para sus seguidores es nada menos que el Padre nos acoja como parte de la unidad que él y su Hijo componen junto con el Espíritu Santo.
El papel de intercesor de Cristo lo vemos repetirse muchas veces en el Evangelio. Con frecuencia vemos cómo combina su oficio de representante del Padre con el de representante de la humanidad. Pablo se pregunta: "¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? Cristo Jesús es el que murió, e incluso resucitó y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros" (Romanos 8:33-34). Y Juan afirma: "Pero si alguno peca, abogado tenemos ante el Padre: a Jesucristo, el justo. Él es el sacrificio por el perdón de nuestros pecados. Y no sólo por los nuestros sino por los de todo el mundo" (1 Juan 2:1-2).
Cristo es, pues, ante Dios, el representante de toda la humanidad, de todos sus hermanos (Hebreos 5:1-10), su abogado y defensor, el que ha tomado el caso en sus manos y se encarga de él (Hebreos 4:14-16; 9:24).
En su doble papel de representante de Dios ante nosotros, y como representante nuestro ante Dios, Jesús es la Alianza personificada. Este oficio de mediador, intercesor y abogado dimana de su calidad de Dios-Hombre. Jesús es el hombre puente: el pontífice. Y dada su naturaleza divino-humana, le queda muy fácil desempeñar esta doble función. Como Dios, Hijo del Padre y miembro de la Trinidad, conoce a la perfección la mente divina. Posee los secretos de la ciencia divina y es omnisciente como el Padre y el Espíritu Santo. Pero a su vez, como hombre completo, conoce el alma humana hasta sus más recónditos rincones, porque Cristo, como nadie, ha experimentado todas las dimensiones de lo humano: sus angustias y ansiedades; sus dolores y sufrimientos; sus alegrías y tristezas; sus dolores y esperanzas; sus luchas y triunfos. Por eso el conocimiento que Jesús tiene de los hombres es perfecto y completo. Nos conoce "desde arriba" y "desde dentro". Bien que podemos aplicar a Jesús la afirmación que el salmista reserva para Dios y que estaría bien recitar aquí como oración de admiración y acción de gracias por contar con un tan sabio y completo Redentor, Maestro, Abogado e Intercesor:
Señor, tú me examinas, Tú me conoces.
Sabes cuándo me siento
y cuándo me levanto;
aun a la distancia me lees el pensamiento.
Mis trajines y descansos los conoces;
todos mis caminos te son familiares.
No me llega aún la palabra a la lengua
cuando tú, Señor, ya la sabes toda.
Tu protección me envuelve por completo;
me cubres con la palma de tu mano.
Conocimiento tan maravilloso rebasa mi comprensión;
tan sublime es que no puedo entenderlo.
Salmo 139:1-6
Contamos, pues, en las moradas celestiales con un maravilloso abogado y defensor, "un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos ... no un pontífice incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado" (Hebreos 4:14-15). El mismo autor de la carta a los Hebreos nos presenta la conclusión práctica de toda esta realidad de intercesión y buenos oficios que Cristo ejerce en nuestro favor: "Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos" (Hebreos 4:16).
Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.
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