Un tal Jesús
Jesús sanador
Jesús y los enfermos
Jesús tenía por los enfermos la misma preferencia que mostró por los pobres. Fue por ello que presentó el hecho de que muchos eran sanados como signo de la llegada de su reino a los emisarios de Juan el Bautista que vinieron a preguntarle si era él el esperado Mesías o debían aguardar a otro. "Vayan y cuéntenle a Juan lo que están viendo y oyendo: Los ciegos ven, los cojos andan, los que tienen lepra son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia las buenas nuevas" (Mateo 11:1-6).
Lucas resume en una frase lo esencial del ministerio de Jesús: ". . . anduvo haciendo el bien y sanando..." (Hechos 10:38). Salud de alma y cuerpo para todos fue y sigue siendo preocupación de Jesús. Y quienes nos confesamos como sus seguidores no podemos admitir la injusta situación en que se encuentra hoy el cuidado de la salud del pueblo. Ya no es más un servicio, sino un negocio descarnado y cruel. Se trafica con la salud de la gente; y quien no cuenta con recursos materiales carece en buena parte de derechos de salud.
Jesús dio, sin embargo, como criterio de selección y condición de admisión en su reino eterno, la atención y el cuidado de los enfermos.
Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: Vengan ustedes, a quienes mi Padre ha bendecido; reciban su herencia, el reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer, tuve sed, y ustedes me dieron de beber; fui forastero, y me dieron alojamiento; necesité ropa y me vistieron; estuve enfermo y me atendieron; estuve en la cárcel, y me visitaron.
Mateo 25:34
Problemas de salud en tiempos de Jesús
En tiempos de Jesús abundaban las enfermedades y la esperanza de vida promedio no superaba los cuarenta años. La medicina estaba en su etapa rudimentaria: no había hospitales ni clínicas, ni existía la medicina preventiva. Gran parte de los remedios eran caseros y se hacía amplio uso de la medicina natural. Existía un gran número de enfermedades incurables; y muchas de las que hoy se curan con unas inyecciones o pastillas de penicilina, en esos tiempos eran necesariamente mortales o terminales. Por eso, en gran parte, el remedio a los males de la salud era la muerte; por una u otra razón existían muchos ciegos, cojos, paralíticos, sordomudos, y abundaban las enfermedades de la piel. Como los diagnósticos eran erráticos y las causas de los males eran en gran parte desconocidas, existía la tendencia a atribuir las enfermedades a la acción o posesión de los demonios y espíritus malignos. A estos agentes diabólicos les atribuían enfermedades e impedimentos como la mudez, la sordera, la epilepsia, la locura. No ocurría lo mismo con otras enfermedades: nunca vemos en los Evangelios, por ejemplo, que se atribuyera a los "espíritus" la lepra, la ceguera, las hemorragias, la fiebre o la atrofia de un miembro. Ser impedido o minusválido significaba la mayoría de las veces ser pobre de solemnidad o mendigo. Para estos desafortunados la única posibilidad de subsistencia estaba en pedir limosna. Para muchos dentro de las religiones tradicionales, la enfermedad era un castigo de Dios por los pecados propios o de los antepasados. Por eso se les consideraba impuros y se les permitía entrar solamente hasta las puertas exteriores o la explanada del templo. Jesús se opone a esta interpretación (Juan 9:1-5).
Jesús y los médicos de su tiempo
No gozaban de muy buena fama los médicos en tiempos de Jesús. Eran más bien como una clase de artesanos, barberos sangradores, o cirujanos. Por otra parte, eran inaccesibles a los pobres. Y en general, de no mucho éxito en sus diagnósticos y recetas. Marcos nos menciona, por ejemplo, a la mujer que sufría de hemorragias, la que "había sufrido mucho a manos de varios médicos, y se había gastado todo lo que tenía sin que le hubiera servido de nada ..." (Marcos 5:25-26). Algunos autores contemporáneos de Jesús mencionan a los médicos junto con los ladrones, ya que preferían a los ricos y engañaban a los pobres porque no podían pagar mucho. El pasaje anterior de Marcos y la expresión registrada en Lucas 4:23: "¡Médico, cúrate a ti mismo!" revelan poca simpatía por la profesión de la medicina.
Cristo en cambio ganó enorme popularidad y fama como médico, sanador de innumerables males. De un total de treinta y dos milagros que encontramos registrados en los Evangelios, veintidós son curaciones. Más específicamente, Jesús hizo cuatro curaciones de ciegos, cuatro de paralíticos, dos de leprosos, cinco de endemoniados, cinco curaciones varias; dos curaciones a distancia. Hizo además varias curaciones masivas, como las narradas en Lucas 4:40-41; 6:18-19; 7:21-23 y 9:1.
Jesús unió siempre su ministerio de la sanidad del cuerpo al anuncio de la llegada del reino; y requirió siempre de los que se beneficiaban de sus milagros un acto de fe en su persona, y en su poder sobrenatural como Hijo de Dios. Este poder lo ejerció siempre en favor del pueblo y lo delegó a sus discípulos. Y estos lo entendieron así (Lucas 9:1-10). De esta manera sus curaciones se constituyeron en signos mesiánicos.
Lucas dice que una vez que Jesús eligió a sus doce apóstoles, "les dio poder y autoridad para expulsar a todos los demonios y para sanar enfermedades. Entonces los envió a predicar el reino de Dios y a sanar a los enfermos" (9:2). Al entrar a un pueblo, después de sanar a los enfermos, debían decir: "El reino de Dios ya está cerca de ustedes" (Lucas 10:9).
En favor de otros
Las curaciones de Jesús fueron todas en favor de otros; especialmente de gente sencilla de pueblo, campesinos y aldeanos pobres, marginados, muchos de ellos desechados por la sociedad, como los leprosos y otros condenados de por vida a la miseria, como el inválido del estanque de Betzata, en la Puerta de las Ovejas, que llevaba enfermo treinta y ocho años (Juan 5:1-9). Por otra parte, Jesús se resistió siempre a hacer milagros o curaciones que repercutieran en su favor. Nunca se dejó presionar indebidamente, ni hizo milagros "por encargo". No era su gloria la que buscaba, sino la gloria de su Padre y el bien de los necesitados, pobres, enfermos y marginados.
Por eso, a la vez que cura y alivia los males de la humanidad ataca y condena el sistema socio-religioso que no sólo se desentiende de las necesidades del pueblo, sino que hace más cruel e inhumana la enfermedad. Para ayudar a los enfermos, hace cosas prohibidas por la ley en sábado: como fabricar barro para sanar a un ciego de nacimiento, lo que desató una agria controversia con las autoridades religiosas judías, descrita extensamente en el capítulo noveno del Evangelio de Juan; mandar a un paralítico que cargue con su camilla (Lucas 5:18-26); permitir a sus discípulos arrancar espigas de trigo para calmar el hambre. Para Jesús, satisfacer las necesidades básicas de la persona está por encima del cumplimiento de la ley. "El sábado se hizo para el hombre —afirma— y no el hombre para el sábado" (Marcos 2:27).
Jesús y la salud del pueblo
Es fácil ver cómo Jesús se mete en problemas por defender la salud del pueblo. El pasaje de la curación del hombre que tenía una mano paralizada, realizada en la sinagoga, un día de sábado, es bien significativo. Hace poner al hombre de frente a todos y para asentar de una vez por todas su principio fundamental de acción, pregunta a los asistentes: "¿Qué es lo que está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal, salvar una vida o matar?" (Marcos 3:1-6). Según el evangelista, este incidente, entre otros en los que Jesús defendió el bienestar y la salud del pueblo por encima de los legalismos de los intérpretes de la ley, le granjeó a Jesús la mala voluntad de los líderes político-religiosos de su tiempo. "Tan pronto como salieron —dice Marcos— los fariseos comenzaron a tramar con los herodianos cómo matar a Jesús" (Marcos 3:6).
Este y muchos otros pasajes nos muestran la solidaridad de Jesús con los que sufren. Frente a la acción sanadora de Jesús, que "con una sola palabra expulsaba los espíritus y sanaba a todos los enfermos", el evangelista Mateo cita a Isaías para describir el corazón compasivo de Jesús: "El tomó sobre sí nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias" (Mateo 8:17).
También en nuestro tiempo
La sociedad palestina en la que se movió Jesús se parece mucho a nuestra sociedad hoy. Son muchos los marginados y discriminados por motivos sociales, étnicos, políticos, religiosos. Aunque hoy no abundan los leprosos que debían quedarse fuera de los muros de la ciudad, hay otra clase de "leprosos", enfermos y descastados para los que la sociedad de nuestro tiempo levanta muros infranqueables de incomprensión y discriminación. Hay por otra parte en muchos una asombrosa insensibilidad ante el hambre, el abandono y el sufrimiento del prójimo.
Jesús nos enseña a acoger con bondad a todos, en particular a los que sufren, están enfermos o carecen de lo esencial para subsistir (Mateo 9:36). En Jesús descubrimos aun líder que hace el bien sin mirar a quién: ejerce sus poderes sanadores sin distingos o discriminaciones, y atiende a todos los que se allegan a él con cariño y comprensión (Marcos 1:32-34). Y en relación con los enfermos, los acepta y trata con amor y compasión; reconoce su dignidad sin importarle qué enfermedad sufren, o cuál es su categoría social o económica; y reclama y defiende el derecho a la salud de todos. Y el pueblo comprende muy bien la grandeza de su corazón compasivo. Lo siguen, a veces días enteros, por la orilla del mar, por las montañas y colinas y más allá, hasta el desierto (Mateo 15:30-33). Sus acciones provocan comentarios que revelan lo que la gente pensaba de él: "¡Jamás habíamos visto cosa igual" (Marcos 2:12). "¡Todo lo hace bien. Hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos!" (Marcos 7:37). "Y la gente estaba encantada de tantas maravillas que él hacía" (Lucas 13:17).
Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.
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