Un tal Jesús
Jesús y la política
Los dos Jesuses
En el año 62 después del nacimiento de Cristo, un profeta de origen campesino que tenía el mismo nombre de Jesús y cuyo padre se llamaba Ananías, levantó un gran revuelo al profetizar la destrucción del templo y la ciudad de Jerusalén. La aristocracia judía (líderes religiosos y sacerdotes del templo, jefes de las familias más prominentes, doctores de la ley, escribas y fariseos) lo pusieron preso, lo interrogaron en sus tribunales y, como al otro Jesús, lo entregaron a las autoridades romanas. El procurador romano, que ya no era Pilato, habló con el acusado, pero llegó a la conclusión de que el tal profeta no era más que un loco, y lo soltó.
Todos sabemos por los Evangelios que antes de este segundo Jesús, hijo de Ananías, hubo otro Jesús, de extracción campesina, procedente de Nazaret, "de donde no podía salir nada bueno" (Juan 1:47). Este primer Jesús había hecho unos treinta años antes una profecía similar acerca de Jerusalén y su templo, que el evangelista Mateo nos describe de la manera siguiente: "Jesús salió del templo y, mientras caminaba, se le acercaron sus discípulos y le mostraron los edificios del templo. Pero él les dijo: ¿Ven todo esto? Les aseguro que no quedará piedra sobre piedra, pues todo será derribado" (Mateo 24:1-2).
También a este Jesús lo pusieron preso los jefes judíos, lo condenaron en sus tribunales religiosos y lo entregaron al poder político romano representado por el. procurador Pilato, y solicitaron para él la pena de muerte. Pilato lo interrogó e inicialmente lo halló inocente, no obstante, terminó condenándolo a muerte en la cruz, por conveniencias políticas.
¿Por qué a Jesús, hijo de María, lo mataron, y a Jesús, hijo de Ananías, lo dejaron libre?
¿Por qué condenaron a Jesús?
La condena y crucifixión de Jesús es un hecho históricamente comprobado no sólo por las narraciones de los cuatro Evangelios y los Hechos de los Apóstoles, sino por fuentes paganas seculares como la del historiador romano Tácito, nacido hacia el año 55 y muerto en 120 d.C, quien en sus Anales informa acerca de los cristianos, perseguidos en Roma por el incendio de la ciudad en el año 66, y dice textualmente:
El hombre de quien se deriva este nombre de "cristianos", Cristo, fue ejecutado durante el reinado de Tiberio por orden del procurador Poncio Pilato; y la perniciosa superstición, sofocada por el momento, volvió a difundirse no sólo en Judea, país de origen de este mal, sino también en Roma, donde confluyen y se celebran abominaciones y atrocidades procedentes de todo el mundo. (Anales XV,43.3)
El historiador judío Flavio Josefo, apunta también en su historia de los judíos, Antigüedades Judías, que apareció hacia el año 90 d.C: "Por este tiempo vivió Jesús... Cuando, al ser denunciado por nuestros principales conciudadanos, Pilato lo condenó a la cruz..." (Ant. 18:63-64).
Es evidente que el conflicto de Jesús con las autoridades de Israel fue de carácter religioso-político. El mensaje de Jesús que buscaba la liberación del pueblo en muchos sentidos, chocó con la mentalidad legalista de los líderes judíos y creó temores en el liderato político de su tiempo. Llegó un momento cuando no pudieron tolerar la popularidad de este hombre de pueblo, de verbo sencillo y corazón compasivo que con sus acciones, palabras y milagros arrastraba multitudes detrás de sí. Su prédica además atacaba las injusticias, la hipocresía de los dirigentes, y atentaba contra sus intereses y posiciones privilegiadas.
La dirigencia político-religiosa de Israel vivía de la explotación del pueblo, del usufructo de las instituciones religiosas como el templo, las fiestas, la ley y las diversas posiciones de privilegio que ocupaban. Muy pronto todos ellos se dieron cuenta de que Jesús anteponía el bien y el desarrollo de las personas al sistema legal religioso-político que les aseguraba a ellos una posición cómoda y privilegiada. Se movilizaron entonces contra Jesús. Primero de manera sutil, acusándolo como "agente del demonio" (Marcos 3:22); lo acecharon por dondequiera se movía (Marcos 3:2); sembraron críticas insidiosas contra él (Mateo 9:11); lo descalificaron como "un glotón y un borracho" que se revolvía con pecadores y recaudadores de impuestos (Lucas 7:34-49). Más tarde lo confrontaron de manera más directa acusándolo de quebrantar la ley y enseñar a hacer lo mismo a sus discípulos (Mateo 15:1-9); le tendieron trampas para sorprenderlo con preguntas capciosas que lo denunciaran como políticamente peligroso y subversivo (Mateo 22:15-22); y por último, decidieron acabar con él (Marcos 11:15-18 y Juan 11:53). Otros muchos intereses políticos se movieron alrededor de la persona de Jesús. Es el caso, por ejemplo, de Herodes, la autoridad civil de Galilea, quien se alarmó mucho; y él y sus partidarios, los herodianos, quisieron eliminarlo (Lucas 13:31; Marcos 3:21).
Transformación política fruto de la transformación espiritual
Las acciones y el mensaje de Jesús, aunque religiosos en su origen y motivación, llevaban irremediablemente una gran carga política. Todos podían entender que Jesús se oponía al manejo del estado y de las instituciones como instrumentos de opresión; que condenaba a los líderes político-religiosos de su pueblo como hipócritas y déspotas que no sólo no cumplían con la ley, sino que en nombre de la misma "ataban cargas pesadas sobre la espalda de los demás, pero ellos mismos no estaban dispuestos a mover un dedo para levantarlas" (Mateo 23:4).
Jesús, sin embargo, nunca intentó afiliarse a ningún partido, ni comprometió la causa de su evangelio con determinado movimiento político, por más que se rozó con importantes magnates de las élites de Israel, como Nicodemo, José de Arimatea y otros. Jesús conservó siempre su independencia política como fruto de su elevada calidad espiritual que lo colocaba por encima de los intereses terrenales, sobre todo de los mezquinos intereses politiqueros de los dirigentes de su pueblo.
Quizás por esto se creó poderosos enemigos en las altas esferas político-religiosas de su tiempo. De hecho, todos los grupos y fuerzas influyentes de Israel, movidos por diferentes intereses, contribuyeron de algún modo, por acción u omisión, a la muerte de Jesús. Los fariseos y escribas no podían admitir que el reino de los cielos fuera también para los marginados y para cualquier tipo de pagano o judío (Marcos 2:16-17). Jesús los escandalizaba con su prédica de salvación en la que incluía a publicanos, pecadores, descreídos, prostitutas y marginados de todo orden (Marcos 2:14-15). Los alarmaba y hasta insultaba cuando les increpaba su falta de fe, amenazándolos con la pérdida de sus privilegios que pasarían a manos de paganos (Mateo 8:10-12; 12:41-42).
Los tres grupos que integraban el sanedrín —sumos sacerdotes, ancianos y escribas— se unieron contra Jesús por la actitud que asumió ante el templo, convertido por ellos en una verdadera "cueva de ladrones" (Marcos 11:17), en un "mercado público" (Juan 2:16), instrumento de explotación y opresión del pueblo.
Aunque el mensaje de Jesús no es directamente político, ni su programa en nada se parece a una plataforma política, la aplicación de su evangelio trae irremediablemente grandes consecuencias y cambios de carácter político.
Jesús exige a sus seguidores una conversión total que implica la transformación del corazón, del interior de la persona, y debe trascender a toda la vida. Nuestro modo de pensar, desear y actuar debe sufrir un cambio drástico. Después de la conversión, el creyente debe demostrar ideales y propósitos diferentes en cualquier campo en que se desenvuelva, incluyendo el de la política.
Actitud de Jesús ante los gobernantes
Tal vez ningún pasaje nos muestra más a las claras la actitud de Jesús frente a los gobernantes políticos, que el de su juicio ante Pilato (Mateo 27:11-18; Marcos 15:2-13; Lucas 23:2-5, 13-25; Juan 18:29-40). Del estudio de estos pasajes podemos colegir lo siguiente:
1. Jesús reconoce la autoridad legítimamente establecida y se somete a ella. No encontrarnos ni en las palabras ni en las actitudes de Jesús nada que nos muestre un desconocimiento de los poderes políticos establecidos de su tiempo. Los acepta como un hecho aunque no esté de acuerdo con muchas de sus acciones. En efecto, algunos de sus discípulos se desengañaron de él cuando cayeron en cuenta de que no era el Mesías revolucionario terrenal que venía a destruir el dominio extranjero en Israel.
2. Tiene buen cuidado de hacer notar que toda autoridad viene de Dios, y es la procedencia de la autoridad la que la hace respetable, a pesar de que los que la ejerzan no lo sean tanto. Cuando Pilato le echa en cara: "Te niegas a hablarme? No te das cuenta de que tengo poder para ponerte en libertad o para mandar que te cruciñquen?", Jesús le responde: "No tendrías ningún poder sobre mí si no se te hubiera dado de arriba" (Juan 19:10-11).
3. Conserva su libertad para juzgar a los que repre sentan la autoridad, cuando no la saben ejercer o la ejercen injustamente. A Pilato no lo exime de culpa, pero afirma: "El que me puso en tus manos es culpable de un pecado más grande" (Juan 19:11). A Herodes le hace sentir su desprecio guardando absoluto silencio ante su presencia y negándose a realizar el milagro que le pedía (Lucas 23:6-12).
4. No claudica ante los poderes político-religiosos, sino que temerariamente confronta a todos con la verdad sobre su persona y misión. A Pilato, que le pregunta si es de verdad rey, responde claramente: "Mi reino no es de este mundo... Pero eres tú quien dice que soy rey. Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que está de parte de la verdad escucha mi voz" (Juan 18:36-37).
Los políticos terminaron crucificando a Jesús
Jesús ciertamente entró en conflicto con el orden religioso establecido; pero la religión estaba tan involucrada en política en su patria que fueron los políticos, algunos de ellos con cargos religiosos, los que terminaron crucificándolo.
Las autoridades judías buscando el procedimiento eficaz para eliminar a Jesús, traducen su pretensión de ser el enviado de Dios, el Mesías, Hijo de Dios, a términos políticos. Por eso, después de prenderlo y retenerlo toda la noche, "tan pronto como amaneció los jefes de los sacerdotes, con los ancianos [senadores], los maestros de la ley [o jurisconsultos], y el Consejo en pleno, llegaron a una decisión. Ataron a Jesús, se lo llevaron y se lo entregaron a Pilato" (Marcos 15:1).
Y ante Pilato no mencionan para nada la motivación religiosa, sino que lo acusan de rebelde y agitador proclamándose como rey de los judíos. "Hemos descubierto a este hombre agitando a nuestra nación. Se opone al pago de impuestos al emperador y afirma que él es el Cristo, un rey... Con sus enseñanzas agita al pueblo por todo Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí" (Lucas 23:2-5).
Pilato, después de interrogar a Jesús, declara: "No encuentro que este hombre sea culpable de nada" (Lucas 23:4). Lo envía a Herodes, que se lo devuelve sin encontrar en él culpa alguna. Convoca entonces a los jefes de los sacerdotes, a los gobernantes y al pueblo y les dice: "Ustedes me trajeron a este hombre acusado de fomentar la rebelión entre el pueblo, pero resulta que lo he interrogado delante de ustedes sin encontrar que sea culpable de lo que ustedes lo acusan. Y es claro que tampoco Herodes lo ha juzgado culpable, puesto que nos lo devolvió. Como pueden ver, no ha cometido ningún delito que merezca la muerte..." (Lucas 23:13-15). Y el evangelista comenta con cierta sorna: "Porque se daba cuenta de que los jefes de los sacerdotes habían entregado a Jesús por envidia" (Marcos 15:10).
Pilato terminará cediendo a las presiones de los jefes político-religiosos de Israel que suscitaron una verdadera asonada contra Jesús, azuzando a la multitud. ¡Pura demagogia! Lucas dice que el griterío se repitió varias veces e iba creciendo: "¡Fuera con éste! ¡Suéltanos a Barrabás! ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!"
Mientras tanto, los jefes judíos no se quedaron quietos. Como buenos políticos conocían bien el chantaje al que era sensible Pilato. Juan anota que estos le gritaban: "Si dejas en libertad a este hombre, no eres amigo del emperador. Cualquiera que pretende ser rey se hace su enemigo" (Juan 19:12).
Por fin, el débil Pilato, que no quería arriesgar su puesto, cedió y "... les soltó a Barrabás; a Jesús lo mandó azotar, y lo entregó para que lo crucificaran" (Marcos 15:15).
¿Qué podemos sacar de todo este embrollo político-religioso?
La actitud de Jesús durante este triste episodio nos mueve a hacer serias reflexiones. Mencionemos sólo algunas:
Como Jesús, debemos anteponer el bien y el desarrollo del individuo, de la persona, y el bienestar general del pueblo al sistema legal religioso o político. Especialmente cuando el sistema sirve solamente para asegurar el poder hegemónico y opresivo de una élite de dirigentes privilegiados.
Al estudiar las múltiples confrontaciones que Jesús tuvo con los dirigentes de su pueblo, ¿no encontramos hoy muchas situaciones similares por las que Jesús protestaría con igual vehemencia?
¿Es nuestra actitud y posición ante la injusticia, la discriminación y el pecado tan clara y diáfana como la de Jesús? ¿No será que a veces nos parecemos más a Pilato, que sacrificamos nuestras convicciones, y fallamos al no salir decididamente en defensa del inocente vejado o perseguido?
Sabemos que Jesús no sólo protestó ante la injusticia, la hipocresía y la maldad, sino que participó activamente en la solución de los males de todo orden que salieron a su encuentro. Con su predicación y enseñanza, con su acción y milagros, buscó crear una nueva filosofía de servicio y amor al prójimo; y alivió de hecho el dolor y sufrimiento de muchos. ¿Y nosotros qué? ¿Cuál es la contribución que podemos aportar a nuestro mundo? ¿Qué podemos hacer para que el mundo en que vivimos sea un poco mejor?
Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.
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