Un tal Jesús
Jesús misionero
Vocación misionera de Jesús
Jesús fue misionero desde siempre. Su vocación misionera se dio en el seno de la misma Trinidad. Juan describe este proceso de la vocación eterna de Jesús en el prólogo de su Evangelio, cuando habla del "Verbo que estaba desde el principio con Dios ... y era Dios"; y por designios inescrutables del Padre "se hizo hombre [carne] y habitó entre nosotros", para que aquellos que creen en su nombre lleguen a ser "hijos de Dios" (Juan 1:1-14).
La carta a los Hebreos dramatiza la respuesta de Cristo al llamamiento del Padre: "Aquí me tienes, como está escrito de mí en el libro: He venido, oh Dios, a hacer tu voluntad" (10:7). Y para cumplir la voluntad misionera del Padre, Cristo llegó a la tierra como el "enviado del Padre", en misión de reconquista del hombre para Dios: misión de salvación. Esto ocurrió, como dicen las Escrituras, en la plenitud de los tiempos. "Cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos" (Gálatas 4:4-5).
Todo el tiempo anterior fue de preparación, según lo describe el Antiguo Testamento. El ministerio misionero de Jesucristo fue vislumbrado en el paraíso, después del pecado (Génesis 3:15); presentido en la vida y el testimonio de los patriarcas; y prenunciado en las visiones de los profetas, en el canto y la oración de los sacerdotes.
Contextualización misionera
Para ejercer su misión entre los hombres, la sabiduría y misericordia divinas se inventaron el más sorprendente e insospechado proceso de contextualización misionera: "El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros ..." (Juan 1:14). Dios se hizo hombre y se llamó Jesucristo. En Cristo, el poder, la sabiduría, el amor y la misericordia infinitos de Dios tomaron forma y acción humanas. La Palabra eterna se revistió de letras y sonidos inteligibles al hombre. Todos pudimos conocer de cerca a Dios, escuchar su voz, conocer su voluntad, sentir su presencia; hacerlo nuestro amigo, fortalecernos con su poder, recibir su perdón y arroparnos con su gracia. Todas estas maravillas tienen un nombre: Jesucristo. Todas ellas formaron parte de su ministerio misionero en medio de los hombres. En Jesucristo no sólo se da una "contextualización", sino una "identificación". "Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado" (Hebreos 4:15).
Operación rescate, objetivo: el hombre
El encargo misionero de Jesús tuvo objetivos y características claros y específicos. El hombre fue su objetivo: TODO el hombre y TODOS los hombres. Cristo, el misionero, vino a redimir la totalidad del hombre. Su misión apuntaba tanto al cuerpo como al alma; a las necesidades mentales, sociales, físicas, morales y espirituales de la humanidad perdida y adolorida. Él mismo lo enunció así en el sermón inaugural de su ministerio desde la sinagoga de Nazaret: "El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los presos y dar vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año del favor del Señor" (Lucas 4:18-19).
La misión de Cristo tuvo, sin embargo, sus preferencias y prioridades. Sin despreciar lo material y temporal, Jesús dio prioridad a lo espiritual y eterno; y debía ser así ya que su misión se extendía desde la eternidad y hasta la eternidad. Y sabía muy bien que en último término los bienes perdurables son los del espíritu. Tal es el mensaje que quiso dejar bien en claro cuando en Betania, en casa de su amigo Lázaro, habló de la "mejor parte" refiriéndose a la diligencia de atender a su Palabra por parte de María, en contraste con la preocupación exagerada por las tareas domésticas de Marta (Lucas 10:38-42). Otra preferencia clara de Cristo fueron los extraviados, los no alcanzados aún por la gracia; los indigentes-de perdón y salvación, aquellos que él señala como "las ovejas descarriadas del pueblo de Israel" (Mateo 10:6). Para ellos en primer lugar es su misión y a ellos primordialmente dedica su ministerio.
En este contexto toman sentido sus palabras: "No son los sanos los que necesitan médico, sino los enfermos. Y yo no he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Marcos 2:17). Es así mismo bien marcada la preferencia de Cristo por los pobres, marginados y desposeídos de la fortuna. A ellos colocó al principio de sus bienaventuranzas. "Dichosos ustedes los pobres porque el reino de Dios les pertenece" (Lucas 6:20). Jesús fue especialmente duro en sus juicios con los ricos opresores de corazón insensible e injustos en el uso de sus bienes: "Ay de ustedes ricos pues ya han tenido su consuelo." La riqueza injustamente obtenida o utilizada con egoísmo no sólo endurece el corazón, sino que entorpece nuestra relación con Dios y con el prójimo y hace por consiguiente difícil el camino al cielo. A esto precisamente se refería Cristo cuando decía: "De hecho, le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos" (Mateo 19:24).
Jesús prefirió ser pobre para darnos ejemplo: nació pobre, en un establo de animales; murió pobre, despojado hasta de sus vestidos; y terminó sepultado en una tumba prestada. Esto no quiere decir que en su reino no hay lugar para los ricos. El mismo ejerció un ministerio de conquista misionera entre algunos afortunados y pudientes como Nicodemo, Zaqueo, José de Ari-matea, Simón y otros. A esta clase afortunada de ayer y de hoy propuso una estrategia para el buen uso de las riquezas, que apunta a la filosofía social cristiana de dar a las mismas una función social. "Por eso les aconsejo que se valgan de las riquezas mundanas para ganar amigos, a fin de que cuando las riquezas se acaben haya quienes los reciban a ustedes en las viviendas eternas" (Lucas 16:9).
La escuela misionera de Jesús
A Cristo se le va la vida toda haciendo misión. Su muerte misma forma parte de su acción misionera. Ni siquiera el estar colgado de la cruz de la agonía le impidió predicar, perdonar, ordenar y dirigir su empresa misionera. Cada palabra pronunciada desde la cruz tiene sentido de misión. Y después de la muerte y el sepulcro se levantó a dar los últimos toques a su trabajo misionero. Una aparición aquí para animar a los doce; un viaje de sorpresa allá para alcanzar a dos de sus misioneros derrotados que huían de Jerusalén a Emaús, y regresarlos al camino de su vocación misionera (Lucas 24:13-35); una caminata sobre las aguas del lago; y un desayuno con pescado a las orillas del mismo, para confirmar la fe tambaleante de Pedro y de los otros (Lucas 24:36-49). Y antes de irse definitivamente, "ascendido a los cielos", les renueva la promesa de su Espíritu que vendría a confirmar y fortalecer la vocación misionera de la naciente iglesia (Marcos 16:14-20).
Todo esto fue parte de la estrategia misionera de Jesús, la cual comenzó con el llamamiento de los doce y se fue perfeccionando en el entrenamiento intenso al que los sometió en su seminario teórico-práctico de tres años, con muchas conferencias, sermones, pláticas, regaños; enseñándoles, sobre todo, "como quien tenía autoridad" (Mateo 9:29); haciendo él mismo las cosas: predicación, milagros, disputas, sanidades, reuniones, encuentros, consejos, etc., y poder decirles luego con toda propiedad y razón: "Yo les he puesto el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes ..." (Juan 13:15).
Misión sin fronteras
El mandato misionero de Jesús a sus discípulos fue geográficamente universal: "Recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén, como en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra" (Hechos 1:8). Fue así mismo socialmente universal: "Vayan por todo el mundo y anuncien las buenas nuevas a toda criatura" (Marcos 16:15). No hay, pues, un evangelio particular. La labor misionera que se haga en nombre de Cristo debe ser universal, como la anunciada por los ángeles el día de su nacimiento; se trata de proclamar las buenas nuevas de salvación "que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo" (Lucas 2:10).
Exclusiones, discriminaciones, mentalidad de grupo, prejuicios o condicionamientos por particularismos sectarios, no se compadecen con la misión universalista del evangelio de Jesucristo. Los límites doctrinales de su mensaje y predicación los señala en su Palabra y en el ofrecimiento de su salvación como regalo de su gracia, al alcance de "todos los que creen", y tienen la amplitud que les marca su misericordia y amor infinitos. "El que crea y sea bautizado, será salvo; pero el que no crea, será condenado" (Marcos 16:16).
Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
gracias por tu comentario