Los beneficios de la lectura de la Biblia
Por: A. W. Pink
Por: A. W. Pink
Las Escrituras y el Amor
En los capítulos anteriores hemos procurado
indicar algunas de las maneras en que podemos discernir si nuestra lectura y
estudio de las Escrituras ha sido de bendición o no para nuestras almas. Muchos
se engañan en este asunto, confundiendo un deseo para adquirir conocimiento con
un amor espiritual de la Verdad (2ª Tesalonicenses 2:10), no dándose cuenta de
que la adición de conocimiento no es lo mismo que el crecimiento de la gracia.
Gran parte depende del objetivo que nos proponemos cuando nos dirigimos a la
Palabra de Dios. Si es simplemente el familiarizarnos con su contenido para
estar mejor versados en sus detalles, es muy probable que el jardín de nuestras
almas permanezca sin flores; pero si es el deseo, en oración, de ser corregidos
y enmendados por la Palabra, de ser escudriñados por el Espíritu, de ser
conformados en nuestro corazón por sus santos requerimientos, entonces podemos
esperar una bendición divina.
En los capítulos precedentes nos hemos
esforzado para indicar las cosas vitales por medio de las cuales podemos
descubrir qué progreso estamos haciendo en nuestra piedad personal. Se han dado
varios criterios, los cuales han de ser usados por el autor y por el lector
sinceramente, para medirse con ellos. Hemos insistido en pruebas como: ¿Crece
en mí el aborrecimiento al pecado, y la liberación práctica de su poder y
contaminación? ¿Estoy progresando en la intensidad el conocimiento de Dios y de
Jesucristo? ¿Es mi vida de oración más sana? ¿Son mis buenas obras más
abundantes? ¿Es mi obediencia más fácil y alegre? ¿Vivo más separado del mundo
y sus afectos y caminos? ¿Estoy aprendiendo a hacer un uso recto y provechoso
de las promesas de Dios, me deleito en El, y es su gozo mi fuerza cada día? A
menos que pueda decir que estas cosas son mi experiencia, por lo menos en
cierta medida, es de temer que mi estudio de las Escrituras no me beneficia
poco ni mucho.
No parecería apropiado terminar estos
capítulos sin dedicar uno a la consideración del amor cristiano. La extensión
en la cual cultivo esta gracia espiritual me ofrece todavía un modo de medir
hasta qué punto mi lectura de la Palabra de Dios me ha ayudado espiritualmente.
Nadie puede leer las Escrituras con un poco de atención sin descubrir lo mucho
que tienen que decir sobre el amor, y por tanto nos corresponde a cada uno el
discernir, con cuidado y en oración, si hay en nosotros realmente amor
espiritual, y si su estado es sano y es ejercido propiamente.
El tema del amor cristiano es demasiado
extenso para que lo podamos considerar en sus varias fases dentro del espacio
de un capítulo. Deberíamos empezar, propiamente contemplando el ejercicio de
nuestro amor hacia Dios y hacia Cristo, pero esto ya lo hemos tocado, por lo
menos, en los capítulos precedentes, y no vamos a insistir. Se puede decir
mucho, también, acerca de la naturaleza del amor natural que debemos a los que
pertenecen a la misma familia que nosotros pero, hay menos necesidad de hablar
de esto que de otro tema, o sea, el del amor espiritual a lo hermanos, los
hermanos en Cristo.
1. Nos
beneficiamos de la Biblia, cuando percibimos la gran importancia del amor
cristiano. En ninguna parte se hace más énfasis sobre
esto que en el capítulo trece de 1ª Corintios. Allí el Espíritu Santo nos dice
que aunque un cristiano profeso pueda hablar con elocuencia de las cosas
divinas, si no tiene amor, es como un címbalo que retiñe, o sea un ruido, sin
vida. Que aunque pueda profetizar, comprender los misterios y tener sabiduría,
y tenga fe para obrar milagros, si carece de amor, espiritualmente es como si
no existiera. Es más, si con altruismo diera todas sus posesiones para
alimentar a los pobres, si entregara su cuerpo a una muerte de mártir, con
todo, si no tiene amor, no le aprovecha para nada. ¡Cuán alto es el valor que
se pone sobre el amor, y cuán esencial para mí es el poseerlo!
Dijo nuestro Señor: «En esto conocerá el mundo
que sois mis discípulos, en que os améis los unos a los otros» (Juan 13:35).
Por el hecho de que Cristo hiciera del amor la marca distintiva del discipulado
cristiano podemos darnos cuenta de la gran importancia del amor. Es una prueba
esencial de autenticidad en nuestra profesión: no podemos amar a Cristo a menos
que amemos a los hermanos, porque todos estamos atados en el mismo «haz de
vida» (1ª Samuel 25:29) con El. El amor a aquellos que El ha redimido es una
evidencia segura del amor espiritual y sobrenatural al Señor Jesús mismo. Donde
el Espíritu Santo ha obrado el nacimiento sobrenatural, El sacará esta
naturaleza para que se ejercite, producirá en los corazones, vida y conducta de
los santos las gracias sobrenaturales, una de las cuales es amar a los que son
de Cristo, por amor a Cristo.
2. Nos
beneficiamos de la Biblia, cuando discernimos las distorsiones del amor
cristiano. Como el agua no puede levantarse por sí
sola del nivel en que se encuentra, el hombre natural es incapaz de comprender,
y aún menos apreciar, lo que es espiritual (1ª Corintios 2:14). Por tanto no
debernos sorprendernos cuando hay profesores no regenerados que confunden el
sentimentalismo humano y los placeres de la carne con el amor espiritual. Pero,
es triste ver que algunos del pueblo de Dios viven en un plano tan bajo que
confunden la amabilidad y afabilidad humanas con la reina de las gracias
cristianas. Aunque es verdad que el amor espiritual se caracteriza por la
mansedumbre y la ternura, sin embargo es algo muy diferente y muy superior a la
cortesía y delicadezas de la carne.
¡Cuántos padres que idolatraban a sus hijos
les han evitado la vara de la corrección, bajo la falsa idea de que el afecto
real y el disciplinarlos eran algo incompatible! ¡Cuántas madres imprudentes
han desdeñado el castigo corporal y proclamado que el «amor» es la norma de su
hogar! Una de las experiencias más tristes del autor, en sus extensos viajes,
ha sido el pasar algunos días en lugares en que los hijos eran mimados hasta el
absurdo. Es una nociva perversión de la palabra «amor» el aplicarla a la
flojedad y laxitud moral por parte de los padres. Pero, esta misma perniciosa
idea rige en la mente de muchas personas en otros aspectos y relaciones. Si un
siervo de Dios reprime los caminos de la carne y del mundo, si insiste en los
derechos estrictos de Dios, se le acusa de «carecer de amor». ¡Oh, cuán
terrible que haya multitudes engañadas por Satán en este importante punto!
3. Nos
hemos beneficiado de la Biblia, cuando nos ha enseñado la verdadera naturaleza
del amor cristiano. El amor cristiano es una gracia
espiritual que permanece en las almas de los santos junto con la fe y la
esperanza (1ª Corintios 13:13). Es una santa disposición obrada en los que han
sido regenerados (1ª Juan 5:1). No es nada menos que el amor de Dios derramado
en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Romanos 5:5). Es un principio de
rectitud que busca el mayor bien posible para los otros. Es exactamente lo
opuesto al principio del egoísmo y la indulgencia en favor de uno mismo. No es
sólo una mirada afectuosa a todos los que llevan la imagen de Cristo, sino
también un deseo poderoso de fomentar su bienestar. No es un sentimiento
frívolo que se ofende fácilmente, sino una fuerza dinámica que «las muchas
aguas» de la fría indiferencia, ni las «avenidas» de los ríos no podrán apagar
ni ahogar (Cantares 8:7). Aunque en un grado menos elevado es en esencia el
mismo amor del que leemos: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo,
los amó hasta el fin» (Juan 13:1).
No hay una manera más segura de formarse un
concepto claro de la naturaleza del amor cristiano que estudiándolo en su
perfecto ejemplo, en Cristo y por Cristo. Cuando decimos un «estudio
concienzudo» queremos decir que hacemos un reconocimiento de todo lo que los
cuatro Evangelios nos dicen de El, y no nos limitamos a unos pocos pasajes o
incidentes predilectos. Cuando hacemos esto nos damos cuenta que este amor no
sólo era benevolente y magnánimo, dulce y cuidadoso, generoso y dispuesto al
sacrificio, paciente e inmutable, sino que había aún muchos otros elementos en
él. Era amor que podía negar una petición urgente (Juan 11:6), reprender a su
madre (Juan 2:4), echar mano de un azote (Juan 2:15), regañar severamente a sus
discípulos que dudaban (Lucas 24:25), apostrofar a los hipócritas (Mateo
23:13-33). Era amor severo a veces (Mateo 16:23), incluso airado (Marcos 3:5).
El amor espiritual es algo sagrado: es fiel a Dios; no hace componendas con
nada malo.
4. Nos
beneficiamos de la Biblia, cuando descubrimos que el amor cristiano es una
comunicación divina: «Nosotros sabemos que hemos pasado
de la muerte a la vida, en que amamos a los hermanos» 1ª Juan 3:14). «El amor a
los hermanos es el fruto y efecto de un nacimiento nuevo y sobrenatural, obrado
en nuestras almas por el Espíritu Santo, es una bendita evidencia de que hemos
sido escogidos en Cristo por el Padre Celestial, antes que el mundo fuese. El
amar a Cristo y a los suyos, nuestros hermanos en El, es congruente con lo que
la divina naturaleza que ha hecho que seamos partícipes de su Santo Espíritu...
Este amor a los hermanos debe ser un amor peculiar, tal, que sólo los
regenerados pueden participar en él, y que sólo ellos pueden ejercitar, pues de
otro modo el apóstol no lo habría dicho así de un modo particular; es tal que
aquellos que no lo tienen no han sido aún regenerados; de lo que se sigue que
«el que no ama a su hermano no vive en Cristo» (S. E. Pierce).
El amor a los hermanos es muchísimo más que el
encontrar agradable la compañía de aquellos cuyos temperamentos son similares a
los nuestros y con los cuales nos avenimos. Pertenece no ya a la mera
naturaleza, sino que es algo espiritual, sobrenatural. Es el corazón que, es
atraído hacia aquellos en los cuales percibimos haber algo de Cristo. Por ello
es mucho más que un espíritu de congregación o compañía; abarca a todo! aquellos
en los que vemos la imagen del Hijo de Dios. Por tanto, es amarlos por amor de
Cristo por lo que vemos en ellos de Cristo. Es el Espíritu Santo que me atrae
para juntarme con los hermanos y hermanas en los que Cristo vive. De modo que
el amor cristiano real no es sólo un don divino, sino que depende totalmente de
Dios para su vigor y ejercicio. Hemos de orar diariamente para que el Espíritu
Santo lo ponga en acción y manifestación, hacia Dios y hacia su pueblo, este
amor que él ha derramado en nuestro corazón.
5. Nos
beneficiamos de la Biblia, cuando ponemos en práctica rectamente el amor
cristiano. Esto se hace no tratando de complacer a los
hermanos o congraciándonos con ellos, sino cuando verdaderamente procuramos su
bien. «En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios, cuando amamos a Dios,
y guardamos sus mandamientos» (1ª Juan 5:2). ¿Cuál es la prueba real de mi amor
personal a Dios? El guardar sus mandamientos (ver Juan 14:15, 21, 24; 15: 10,
14). La autenticidad y la fuerza de mi amor a Dios no han de ser medidas por
mis palabras, ni por lo robusto y sonoro de mis cánticos de alabanza, sino por
la obediencia a su Palabra. El mismo principio es válido en mis relaciones con
mis hermanos.
«En esto se conoce que amamos a los hijos de
Dios, cuando amamos a Dios, y guardamos sus mandamientos.» Si estoy haciendo
comentarios sobre las faltas de mis hermanos y hermanas, si estoy andando con
ellos en un curso en que trato de darles satisfacción, esto no significa que
«los amo». «No aborrecerás a tu hermano en tu corazón; razonarás con tu
prójimo, para que no participes de su pecado» (Levítico 19:17). El amor ha de
ser practicado de una manera divina, y nunca a expensas de mi amor a Dios; de
hecho, sólo cuando Dios tiene el lugar apropiado en mi corazón puede ser
ejercido el amor espiritual hacia los hermanos. El verdadero amor no consiste
en darles satisfacción, sino en agradar a Dios y ayudarlos; y sólo puedo
ayudarlos en el camino de los mandamientos de Dios.
El halagar a los hermanos no es amor fraternal;
el exhortarse uno a otro, instando a proseguir adelante en la carrera que
tenemos delante, las palabras que animan a «mirar a Jesús» (corroboradas por el
ejemplo de nuestra vida diaria) son de mucha más utilidad. El amor fraternal es
algo santo, no un sentimiento carnal o una indiferencia en cuanto al camino que
siguen. Los mandamientos de Dios son expresiones de su amor, así como de su
autoridad, y el no hacer caso de ellos, aun cuando sea por cariño o afecto al
otro, no es «amor» en absoluto. El ejercicio del amor ha de conformarse
estrictamente a la voluntad de Dios revelada. Hemos de amar «en verdad» (3 Juan
1).
6. Nos
beneficiamos de la Biblia, cuando nos enseña las manifestaciones variadas del
amor cristiano. El amar a los hermanos y manifestarles
el amor en su variadas formas es nuestro deber. Pero, en ningún momento podemos
hacer esto de modo más verdadero y efectivo, y con menos afectación y
ostentación que cuando tenemos comunión con ellos en el trono de la gracia. Hay
hermanos y hermanas en Cristo en los cuatro costados de la tierra, de cuyas
tribulaciones, conflictos, tentaciones y penas, yo no sé nada; a pesar de ello
puedo expresar mi amor hacia ellos, y derramar mi corazón ante Dios en favor
suyo, mediante la súplica y la intercesión. De ninguna otra manera puede el
cristiano manifestar su cuidado y afecto hacia sus compañeros de peregrinación
mejor que usando todos sus intereses en el Señor Jesús en favor suyo,
suplicando su misericordia en favor de ellos.
«Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a
su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor
de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y
en verdad» (1ª Juan 3:17,18). Muchos hijos de Dios son muy pobres en bienes de
este mundo. Algunas veces se preguntan por qué es así; es una gran prueba para
ellos. Una razón por la que Dios permite esto es que otros de sus santos puedan
tener compasión de ellos y ministrar a sus necesidades temporales de la
abundancia de la que Dios les ha provisto a ellos. El amor real es intensamente
práctico; no considera ninguna tarea demasiado baja; ninguna faena humillante,
si por medio de ella puede aliviar los sufrimientos del hermano. ¡Cuando el
Señor del amor estaba en la tierra, pensaba en el hambre física de las
multitudes y en la comodidad de los pies de los discípulos!
Pero hay algunos de los hijos de Dios que son
tan pobres que no pueden compartir lo poco que tienen con nadie. ¿Qué pueden,
pues, hacer éstos? ¡Pueden hacerse cargo de las preocupaciones espirituales de
todos los santos; interesarse en favor de ellos delante del trono de la gracia!
Conocemos por cuenta propia los sentimientos, aflicciones y quejas de que otros
santos se quejan, por haber atravesado sus mismas circunstancias. Sabemos por
experiencia propia cuán fácil es dar lugar al espíritu de descontento y de
murmuración. Pero también sabemos, que cuando hemos clamado al Señor que ponga
su mano calmante sobre nosotros, y cuando nos ha recordado alguna preciosa
promesa, ¡qué paz y sosiego ha venido a nuestro corazón! Por tanto pidamos a
Dios que dé su gracia también a todos su santos en aflicción. Procuremos hacer
nuestras sus cargas, llorar con los que lloran, así como gozarnos con los que
se gozan. De esta manera expresaremos nuestro amor real por sus personas en
Cristo, rogando al Señor suyo y nuestro que se acuerde de ellos en su
misericordia sempiterna.
Esta es la manera en que el Señor Jesús
manifiesta ahora su amor por sus santos: «Viviendo siempre para interceder por
ellos» (Hebreos 7:25). Cristo hace de la causa de ellos la suya, y ruega al
Padre en favor suyo. Cristo no olvida a nadie: toda oveja perdida se halla
cargada en el corazón del Buen Pastor. Así, expresando nuestro amor a los
hermanos en oraciones diarias suplicando por sus varias necesidades, somos
llevados a la comunión con nuestro Sumo Sacerdote. No sólo esto, pero también
sus santos se nos harán más queridos por ello: nuestro mismo rogar por ellos
como amados de Dios, aumentará nuestro amor y nuestra estima en favor de los
tales. No podemos llevarlos en nuestro corazón ante el trono de la gracia sin
tener en lo profundo de nuestro corazón un afecto real por ellos. La mejor
manera de vencer el espíritu de amargura contra un hermano que nos ha ofendido es
ocuparnos en orar por él.
7. Nos
beneficiamos de la Biblia, cuando nos enseña la manera apropiada de cultivar el
amor cristiano. Sugerimos dos o tres reglas para ello.
Primero: reconocer desde el principio que tal como hay en ti (en mí) mucho que
ha de ser una prueba severa para el amor de los hermanos, habrá también mucho
en ellos que va a hacer difícil nuestro amor a ellos. «Soportándoos con
paciencia los unos a los otros con amor» (Efesios 4:2) es una gran amonestación
sobre este tema que ninguno de nosotros debería olvidar. Es sin duda singular
que la primera cualidad del amor espiritual que se menciona en 1ª Corintios 13,
es la de «es sufrido» (versículo 4).
Segundo: la mejor manera de cultivar cualquier
virtud o gracia es ejercitarla. El hablar teorizar sobre ella no sirve para
mucho, a menos que se ponga en acción. Muchas son las quejas que se oyen hoy en
día sobre la escasez de amor evidente en muchos lugares: ¡ésta es una razón más
para que procuremos nosotros dar un mejor ejemplo! Que la frialdad y desinterés
de los otros no diluyan tu amor, sino «vence con el bien el mal» (Romanos
12:21). Considera en oración 1ª Corintios 13 por lo menos una vez cada semana.
Tercero: por encima de todo procura que tu
propio corazón se recree en la luz y calor del amor de Dios. Cuanto más te
ocupes del amor de Cristo para ti, invariable, incansable, insondable, más se
sentirá tu corazón atraído en amor a aquellos que son suyos. Una hermosa
ilustración de esto se halla en el hecho que el apóstol particular que escribió
más acerca del amor fraternal fue el que reclinó su cabeza sobre el pecho del
Maestro. El Señor conceda la gracia necesaria al lector y al autor (que tiene
de ello más necesidad que nadie), de observar estas reglas, para la alabanza y
gloria de su gracia, y para el bien de su pueblo.
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