Los beneficios de la lectura de la Biblia
Por: A. W. Pink
Por: A. W. Pink
Las Escrituras y la Obediencia
Todos los cristianos profesos están de
acuerdo, por lo menos en teoría, que el deber de aquellos que llevan el nombre
de Cristo es honrarle y glorificarle en este mundo. Pero, hay grandes
diferencias de opinión con respecto a la manera de hacerlo, y a lo que se
requiere para conseguirlo. Muchos suponen que el honrar a Cristo simplemente
significa unirse a alguna «iglesia», tomar parte en las actividades de la misma
y apoyarlas. Otros piensan que el honrar a Cristo significa hablar de Él a
otros y dedicarse diligentemente a hacer «obra personal». Otros parecen
imaginarse que honrar a Cristo significa poco más que hacer contribuciones
generosas a su causa. Hay pocos que se
den cuenta que Cristo es honrado sólo cuando vivimos santamente en El, y esto,
andando en sujeción a su voluntad revelada. Pocos, verdaderamente, creen las
palabras: «El obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que
la grosura de los carneros» (1ª Samuel 15:22). No somos cristianos si no nos
hemos rendido plenamente a Jesús y le hemos «recibido como Señor» (Colosenses
2:6). Quisiera que consideraras esta afirmación con diligencia. Satán enseña a muchos hoy en día haciéndoles
creer que confían en Dios para salvación en la «obra consumada» de Cristo,
mientras que sus corazones permanecen sin cambiar y el yo gobierna sus vidas.
Escucha la Palabra de Dios: «Dios está de los impíos la salvación, porque no
buscan tus estatutos» (Salmo 119:155). ¿Buscas realmente sus estatutos?
¿Escudriñas con diligencia su Palabra para descubrir lo que ordena? «El que
dice: Yo he llegado a conocerle, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso
y la verdad no está en él» (1ª Juan 2A). ¿Es posible decirlo de modo más claro?
«¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis
las cosas que os mando? » (Lucas 6:46). La obediencia al Señor en la vida, no
meramente las palabras placenteras de los labios, es lo que Cristo requiere.
¡Qué palabra más solemne y qué advertencia más directa la de Santiago 1:221
«Sed hacedores de la Palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a
vosotros mismos.» Hay muchos «oidores» de la Palabra, oidores regulares,
oidores reverentes, oidores interesados; pero, ¡ay!, lo que oyen no está
incorporado a su vida, no regula sus caminos. Y Dios dice que los que no son
hacedores de la Palabra ¡se engañan a sí mismos!
Por desgracia, ¡cuántos hay en la Cristiandad
así, hoy en día! No es que sean verdaderos hipócritas, pero están engañados.
Suponen que por el hecho de ver tan claro que la salvación es por la gracia
solamente, ya están salvos. Suponen que por el hecho de que se hallan bajo el
ministerio de un hombre que «ha hecho de la Biblia un nuevo libro» para ellos,
ya han crecido en la gracia. Suponen que debido a que su almacén de
conocimiento bíblico ha aumentado, son más espirituales. Suponen que el mero
escuchar a un siervo de Dios o leer sus escritos, es alimentarse de la Palabra.
¡No hay tal! Nos «alimentamos» de la Palabra solamente cuando nos apropiamos
personalmente, masticamos y asimilamos en nuestras vidas todo lo que hemos oído
o leído. Donde no hay una conformidad creciente del corazón y la vida a la
Palabra de Dios, este conocimiento incrementado sólo va a servir para una mayor
condenación. «Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se
preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes» (Lucas 12:47).
«Siempre están aprendiendo, y nunca pueden
llegar al conocimiento pleno de la verdad» (2ª Timoteo 3:7). Esta es una de las
características prominentes de los «tiempos peligrosos» en los cuales estamos
viviendo ahora. La gente escucha a un predicador después de otro, asiste a
convenciones y más convenciones, lee libro tras libro sobre temas bíblicos, y
nunca alcanza un conocimiento vital y práctico de la verdad, de modo que se
produzca una impresión de su poder y eficacia en sus almas. Hay algo que se
llama hidropesía espiritual, y las multitudes sufren de ella. Cuanto más oyen,
más quieren ír; beben los sermones y los mensajes ávidamente, pero sus vidas no
cambian. Están hinchados de conocimiento, pero no humillados al polvo delante
de Dios. La fe del elegido de Dios es «conocimiento pleno de la verdad que es
según la piedad» (Tito 1: l), pero a esta fe, la vasta mayoría son totalmente
extraños.
Dios nos ha dado su Palabra, no sólo con el
objetivo de instruirnos, sino con el propósito de dirigirnos: de hacemos conocer
lo que El quiere que hagamos. Lo primero que necesitamos es un conocimiento
claro y distinto de nuestro deber, y lo primero que Dios nos exige es una
práctica concienzuda del mismo, según nuestro conocimiento. «Oh hombre, te ha
sido declarado lo que es bueno, qué pide Jehová de ti: solamente hacer
justicia, y amar la misericordia, y caminar humildemente ante tu Dios» (Miqueas
6:8). «La conclusión de todo el discurso oído es ésta: Teme a Dios, y guarda
sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre.» (Eclesiastés 12:13). El
Señor Jesús afirmó lo mismo cuando dijo: «Vosotros sois mis amigos, si hacéis
las cosas que yo os mando» (Juan 15:14).
1. Un
hombre se beneficia de la Palabra a medida que descubre lo que Dios le exige;
sus exigencias invariables, porque El no cambia. Es un
grave error suponer que, en esta dispensación presente, Dios ha rebajado sus
exigencias, porque esto implicaría por necesidad que sus exigencias previas
eran duras e injustas. ¡De ninguna manera! «La ley a la verdad es santa, y el
mandamiento santo, justo y bueno» (Romanos 7:12). El resumen de lo que Dios
exige es: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y
con toda tu fuerza» (Deuteronomio 6:5); y el Señor Jesús repitió lo mismo en
Mateo 22:37. El apóstol Pablo volvió a decir lo mismo cuando escribió: «Si
alguno no ama al Señor Jesús, sea anatema» (1ª Corintios 16:22).
2. Un
hombre se beneficia de la Palabra cuando descubre de qué modo tan completo y
entero ha fallado en llegar a la altura de las exigencias de Dios. Y déjeseme indicar para cualquiera que pueda haber estado en
desacuerdo con el párrafo anterior de que ningún hombre puede ver cuán pecador
es, ¡cuán corto se ha quedado de llegar al estándar de Dios, hasta que ha
tenido una visión clara de las altas exigencias que Dios hace sobre él! En la
misma medida que los predicadores rebajan los Standard de lo que Dios requiere
del ser humano, en la misma medida sus lectores obtendrán un concepto falso e
inadecuado de su pecaminosidad, y tanto menos se darán cuenta de su necesidad
de un Salvador todopoderoso. Pero, una vez el alma ha percibido realmente
cuáles son las exigencias que Dios le hace, de qué modo tan completo y
constante ha fallado en rendirle lo que es suyo, entonces reconoce en qué
desesperada situación se encuentra. La ley debe ser predicada antes de que
nadie esté preparado para el Evangelio.
3. Una
persona se beneficia de la Palabra cuando ésta le enseña que Dios, en su gracia
infinita, ha provisto para que su pueblo pueda satisfacer, lo que El nos exige. Sobre este punto, también, gran parte de la predicación de hoy día es
seriamente defectuosa. Se predica lo que puede decirse más o menos una «mitad
del Evangelio», pero que en realidad es virtualmente una negación del verdadero
Evangelio. Cristo entra en el cuadro, pero sólo como una especie de contrapeso.
Es una verdad bendita que Dios ha llenado las exigencias de Dios en lugar de
todos aquellos que creen en El, pero esto es sólo parte de la verdad. El Señor
Jesús no sólo ha satisfecho de modo vicario los requerimientos de la justicia
de por su pueblo, sino que también nos ha dado garantías que los suyos los
satisfarán ellos mismos personalmente. Cristo ha procurado el Espíritu Santo
para que obre en ellos lo que el Redentor obró por ellos.
El milagro grande y glorioso de la salvación
es que los salvos son regenerados. En ellos tiene lugar una obra transformadora.
Su conocimiento es iluminado, su corazón es cambiado, su voluntad es renovada.
Son hechos « nuevas criaturas en Cristo Jesús» (2ª Corintios 5:17). Dios se
refiere a este milagro de gracia de la siguiente manera: «Pondré mis leyes en
su mente, y las escribiré en su corazón» (Hebreos 8:10). El corazón ahora está
inclinado hacia la ley de Dios: se le ha comunicado una disposición que
responde a las exigencias de la ley; hay el sincero deseo de guardarla. De esta
manera el alma vivificada puede decir: «Cuando dices: Buscad mi rostro, mi
corazón responde: Tu rostro buscaré, oh Jehová» (Salmo 27:8).
Cristo observó no sólo una perfecta obediencia
de la ley para la justificación de su pueblo que cree, sino que también ganó
para ellos la provisión de su Espíritu, que era esencial para su santificación,
y que era lo único que podía transformar a las criaturas carnales y hacerles
posible el rendir obediencia aceptable a Dios. Aunque Cristo murió por los
«impíos» (Romanos 5:6), aunque encuentra a los impíos (Romanos 4:5) cuando los
justifica, sin embargo no los deja en su abominable estado. Al contrario, de un
modo efectivo les enseña, por Su Espíritu a negar la impiedad y los deseos
carnales (Tito 2:12). De la misma manera que el peso no se puede separar de una
piedra, o el calor del fuego, tampoco se puede separar la justificación de la
santificación.
Cuando Dios perdona realmente a un pecador en
el tribunal de su conciencia, bajo el sentido de esta gracia asombrosa el
corazón es purificado, la vida es rectificada, y el hombre entero es
santificado. Cristo «se dio a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda
iniquidad y purificar para sí un pueblo de su propiedad, celoso de buenas
obras» (Tito 2:14). De la misma manera que la sustancia y sus propiedades, causas
y efectos necesarios están inseparablemente conectados, también lo están una fe
salvadora y una obediencia concienzuda a Dios. De aquí que leemos de la
-«obediencia de la fe» (Romanos 16:26).
Dijo el Señor Jesús: «El que tiene mis
mandamientos y los guarda, éste es el que me ama» (Juan 14:21). Ni en el
Antiguo Testamento, ni en los Evangelios ni en las Epístolas admite Dios que
acepta el amor de nadie que no guarda sus mandamientos. El amor es algo más que un sentimiento o una emoción; es un principio
de acción, y se expresa en algo más que expresiones dulzainas, es decir,
requiere actos que agraden al objeto amado. «Porque éste es el amor de
Dios, que guardemos sus mandamientos » (1ª Juan 5:3). Oh, lector, te engañas si
crees que amas a Dios y no tienes un deseo profundo y no haces un esfuerzo real
para andar en obediencia delante de El.
Pero, ¿qué es la obediencia a Dios? Es más que
la ejecución mecánica de ciertos deberes. Puede que' uno haya sido criado por
padres cristianos, y bajo ellos haya adquirido ciertos hábitos morales, y sin
embargo, el que uno se abstenga de tomar el nombre del Señor en vano, y el ser
inocente de robar, no significa que obedezca el tercer y el octavo mandamiento.
Otra vez, la obediencia a Dios es mucho más que el actuar conforme a la
conducta de su pueblo. Puedo ser huésped de una casa en la cual se observa
estrictamente el día del Señor, y por respeto a ellos, o porque yo creo que es
bueno y prudente descansar un día a la semana, me abstengo de trabajar en este
día, y sin embargo ¡no estoy guardando el cuarto mandamiento! La obediencia no
es sólo la sujeción a la ley externa, sino el rendir la voluntad a la voluntad
de otro. Así, pues, la obediencia a Dios es el reconocimiento en el corazón de
su soberanía; de su derecho a ordenar y mi deber de cumplir. Es la completa
sujeción del alma al bendito yugo de Cristo.
Esta obediencia que Dios requiere puede
proceder sólo de un corazón que ama a Dios. «Todo lo que hagáis, hacedlo de
corazón, como para el Señor» (Colosenses 3:23). La obediencia que procede del
deseo de obtener favores de Dios es egoísta y carnal. Pero, la obediencia
espiritual y aceptable es dada con agrado: es la respuesta espontánea del
corazón y la gratitud por el cuidado y amor de Dios por nosotros que son inmerecidos.
4. Nos
beneficiamos de la Palabra cuando no sólo vemos como un deber el obedecer a
Dios, sino que en nosotros es obrado amor para sus mandamientos... «Bienaventurado el varón... que en la ley de Jehová tiene su delicia y
en su ley medita de día y de noche» (Salmo 1:1,2). Otra vez leemos:
«Bienaventurado el hombre que teme a Jehová, y en sus mandamientos se deleita
en gran manera» (Salmo 112:1). Es una verdadera prueba para el corazón el
encararse sinceramente con estas preguntas: ¿Doy realmente tanta importancia a
sus «mandamientos» como a sus promesas? ¿No debería ser así? Sin duda, porque
tanto los unos como los otros proceden de su amor. El cumplimiento en el
corazón de la voz de Cristo es el fundamento de toda la santidad práctica.
Aquí quisiéramos de nuevo pedir al lector que
con amor y sinceridad se fije bien en este punto. Todo hombre que cree que es
salvo y que no tiene amor genuino a los mandamientos de Dios se está engañando.
Dijo el salmista «¡Cuánto amo yo tu ley!» (Salmo 119:97). Y también: «Por eso
amo yo tus mandamientos. Más que el oro; más que el oro muy fino» (Salmo
119:127). Si alguien objetara que esto era bajo el Antiguo Testamento,
preguntamos: ¿Suponéis que el Espíritu Santo produce menos cambio en los
corazones de aquellos que son regenerados ahora que antaño? Pero un santo del
Nuevo Testamento nos ha dejado su testimonio también: «Me deleito en la ley de
Dios según el hombre interior» (Romanos 7: 22). Y, querido lector, a menos que
tu corazón se deleite en la «ley de Dios», hay algo que va, mal en ti; sí, es
de temer que estés muerto espiritualmente.
5. Un
hombre se beneficia de la Palabra cuando su corazón y su voluntad se han
entregado a todo los mandamientos de Dios. La
obediencia parcial no es ninguna obediencia. Una mente santa renuncia a todo lo
que Dios prohíbe, y escoge y practica todo lo que Dios requiere, sin ninguna
excepción. Si nuestra mente no se somete a Dios en todos sus mandamientos, no
nos sometemos a su autoridad en nada de lo que nos manda. Si no aprobamos nuestro
deber en toda su extensión, estamos muy equivocados si nos imaginamos que nos
gusta alguna parte de ellos. Una persona que no tiene principio de santidad en
él, puede no sentirse inclinada a muchos vicios y sentirse atraída a practicar
muchas virtudes, porque percibe que los primeros son acciones inapropiadas, y
las últimas son, en sí, acciones hermosas, pero la desaprobación del vicio y
aprobación de la virtud no proceden de la disposición de someterse a la
voluntad de Dios.
La verdadera obediencia espiritual es
imparcial. Un corazón renovado no escoge entre los mandamientos de Dios: el
hombre que lo hace no ejecuta la voluntad de Dios, sino la propia. No nos
hagamos ilusiones sobre este punto; si no deseamos sinceramente agradar a Dios
en todas las cosas, no queremos agradarle verdaderamente en ninguna. El yo debe
ser negado; no meramente algunas de las cosas que quiere, ¡sino el yo en sí! La
indulgencia voluntaria de algún pecado conocido quebranta toda la ley (Santiago
2:10,11). «Entonces no sería yo avergonzado, cuando considerase tus
mandamientos (Salmo 119:16). Dijo el Señor Jesús: «Vosotros sois mis amigos, si
hacéis todas las cosas que yo os mando» (Juan15:14): si no soy su amigo,
entonces he de ser su enemigo, puesto que no hay otra alternativa según Lucas
19:27.
6. Nos
beneficiamos de la Palabra, cuando el alma es encaminada a orar fervorosamente
pidiendo gracia para poder obrar. En la regeneración,
el Espíritu Santo comunica una naturaleza adecuada para la obediencia a la
Palabra. El corazón ha sido ganado por Dios. Hay ahora un deseo profundo y
sincero de agradar a Dios. Pero, la nueva naturaleza no posee ningún poder
inherente, y la vieja naturaleza o «carne» lucha contra ella, y el diablo se
opone. Por ello el cristiano exclama: « Porque el querer el bien lo ~ tengo a
mi alcance, pero no el hacerlo» (Romanos 7:18). Esto no significa que es un
esclavo del pecado, como era antes de la conversión; pero, significa que, no
encuentra cómo realizar plenamente sus aspiraciones espirituales. Por ello ora:
«Guíame por la senda de tus mandamientos, porque en ella tengo mi complacencia»
(Salmo 119:35). Y otra vez: «Afianza mis pasos con tu palabra, y ninguna
iniquidad se enseñoree de mí» (Salmo 119:133).
Aquí contestaremos a una pregunta que las
afirmaciones anteriores ha sugerido en algunas mentes: ¿Se afirma aquí que Dios
requiere obediencia perfecta por nuestra parte en esta vida? Contestamos: ¡Sí!
Dios no establece Standard más bajos delante de nosotros que éste (ver 1ª Pedro
1: 15). Entonces, ¿alcanza estos Standard el cristiano? ¡Sí y no! Sí, en el
corazón, y es al corazón que Dios mira (1ª Samuel 16:7). En su corazón, toda
persona regenerada que tiene amor verdadero a los mandamientos de Dios y desea,
de modo genuino, conservarlos completamente. Es en este sentido, y sólo en
éste, que el cristiano es experimentalmente «perfecto». La palabra «perfecto»,
tanto en el Antiguo Testamento (Job 1:1 y Salmo 37:37) y en el Nuevo Testamento
(Filipenses 3:15), significa «recto», «sincero», en contraste con «hipócrita».
«El deseo de los humildes escuchas, oh Jehová;
Tú confortas su corazón, y tienes atento tu oído» (Salvo 10:17). Los «deseos»
del santo son el lenguaje del alma, y la promesa es: «El cumplir el deseo de
los que le temen» (Salmo 145:19). El deseo del cristiano es obedecer a Dios en
todas las cosas, para ser conformado a la imagen de Cristo. Pero, esta voluntad
sólo puede ser realizada en la resurrección. Entretanto, Dios, por la gracia de
Cristo, acepta la voluntad por el hecho (1ª Pedro 2:5). El conoce nuestro corazón y ve en su hijo un amor genuino a sus
mandamientos y un deseo sincero de cumplirlos, y acepta el ferviente deseo y el
cordial esfuerzo en lugar de la ejecución precisa (2ª Corintios 8:12). Pero
que nadie que viva en desobediencia voluntaria saque una falsa paz y pervierta
para su propia destrucción lo que ha sido dicho para el consuelo de aquellos
que desean de todo corazón agradar a Dios en todos los detalles de sus vidas.
Si alguien pregunta: ¿Cómo puedo saber si mis
«deseos» son realmente los que corresponden a una alma regenerada?,
contestaremos: La gracia salvadora es la comunicación al corazón de una.
disposición habitual para actos santificados. Los «deseos» del lector deben ser
probados así: ¿Son sinceros y fervientes de manera que realmente «aspiras a la
justicia» (Mateo 5:6) y «suspiras por Dios» (Salmo 42:1)? ¿Son operantes y
eficaces? Muchos desean escapar del infierno; sin embargo, sus deseos no son
bastante fuertes para llevarlos a odiar lo que inevitablemente les llevará al
infierno, es decir la voluntad de pecar contra Dios. No aborreciéndolo, tampoco
se apartan de ello. Muchos desean ir al cielo, pero no de tal forma que entren
por la puerta estrecha y sigan «el camino estrecho» que conduce allí. Los verdaderos «deseos» espirituales usan
los medios de gracia y no se ahorran esfuerzo para ponerlos por obra, y
continuamente y en oración siguen adelante hacia el blanco que tienen delante.
7. Nos
beneficiamos de la Palabra cuando, incluso ahora, disfrutamos del premio de la
obediencia. «La piedad para todo aprovecha» (1.a
Timoteo 4:8). Por medio de la obediencia purificamos nuestras almas (1ª Pedro
1:21). Por medio de la obediencia conseguimos que Dios nos escuche (1ª Juan
3:22), de la misma manera que la desobediencia es una barrera a nuestras
oraciones Isaías 59:2; Jeremías: 5:25). Por medio de la obediencia obtenemos
manifestaciones preciosas e íntimas de Jesucristo para el alma (Juan 14:21).
Cuando andamos por el camino de la sabiduría (la completa sumisión a Dios)
descubrimos que «sus caminos son caminos deleitosos, y todas sus veredas, paz»
(Proverbios 3:17). «Sus mandamientos no son gravosos» (1ª Juan 5:3), y «en
guardarlos hay gran galardón» (Salmo 19: 11).
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