Cerdos en la sala
Los espíritus demoníacos pueden invadir y
habitar los cuerpos de los hombres. Es su objetivo hacerlo así. Al habitar una persona
obtienen una ventaja mayor para controlarla que cuando trabajan desde el
exterior. Cuando los demonios habitan a una persona se dice que “tiene”
espíritus malignos o que está “con” espíritus del mal o que está “poseída” por
demonios (Marcos 9:17; Lucas 4:33; Marcos 1:23; 5:2 y Mateo 4:24).
La palabra que se tradujo como “poseído” es el
término griego “daimonizomai”. Muchas autoridades en el idioma griego dicen que
no es una traducción precisa y que se debería haber traducido “endemoniado” o
“tener demonios”. También muchos equívocos resultan del uso de la palabra
“poseído” pues este término sugiere una posesión total. En este sentido un
cristiano nunca podría ser poseído por demonios; y no podría ser poseído por
demonios porque su dueño es Cristo.
“Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra
vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas
corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de
un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18-19).
“¿0 ignoráis que vuestro cuerpo es templo del
Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois
vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en
vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (1 Corintios
6:19-20).
El cristiano debe considerar siempre a los
demonios como invasores innecesarios e indeseables. Un invasor es una persona
que ilegalmente y a hurtadillas se apodera del territorio de otro. Los
invasores pueden continuar sus prácticas ilegales hasta cuando se les confronta
y se les reta con base en los derechos legales del propietario. Jesús, con su
sangre, compró al creyente y le ha hecho un mayordomo de su propia vida. El
diablo no tiene ningún derecho legal sobre él y, por tanto, corresponde al
creyente defender sus derechos. Ningún demonio puede quedarse cuando un
cristiano desea seriamente que se vaya. “Resistid al diablo y huirá de
vosotros” (Santiago 4:7b).
Los demonios consideran el cuerpo de la
persona donde viven como su “casa”.
“Cuando el espíritu inmundo sale del hombre,
anda por lugares secos, buscando reposo, y no lo halla. Entonces dice: Volveré
a mi casa de donde salí” (Mateo 12:4344a).
No es raro que los demonios hablen a través de
la persona a quien se está liberando (Marcos 1:23-24). A menudo he escuchado a
los espíritus del mal declarar, “Esta es mi casa”. Se refieren al cuerpo de la
persona, y pretenden engañar a la persona y al ministro que hace la liberación
haciéndoles pensar que tienen derecho a ese cuerpo. Pero ningún demonio puede
sustentar tal pretensión. Todos los demonios son mentirosos y son engañadores.
Los demonios no tienen ningún derecho a los cuerpos redimidos por la sangre de
nuestro Señor Jesús.
Cuando a los demonios se les ordena salir de
una persona, a veces alegan: “He estado aquí por mucho tiempo”, como si la
tenencia o la ocupación les diera derecho al cuerpo de la persona. Al cristiano
se le debe asegurar que ningún demonio tiene derecho real para habitar su
cuerpo.
En el Nuevo Testamento se llama a los demonios
25 veces “espíritus inmundos”. El término “inmundo” es la misma palabra que se
usó para designar a ciertos animales que los israelitas no podían comer (Hechos
10:11-14). El cerdo era uno de esos animales “inmundos”. De acuerdo con la ley
del Antiguo Testamento no se podía comer ni siquiera tocar. El Nuevo Testamento
levanta esta prohibición al demostrar que estas criaturas eran como tipos
espirituales.
“Y despojando a los principados y a las
potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz. Por
tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta,
luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero
el cuerpo es de Cristo” (Colosenses 2:15-17).
La versión ampliada de este pasaje que se
acaba de citar, dice así:
“Dios desarmó a los principados y potestades
que se habían levantado contra nosotros e hizo un espectáculo y un ejemplo
público al triunfar sobre ellos por medio de Cristo en la cruz. Por tanto,
nadie tiene derecho a sentarse para juzgarte en materia de alimento y de bebida
o con respecto a los días de fiesta, o a los días de luna nueva o al día de
reposo. Tales cosas son sólo la sombra de las cosas que han de venir y tienen
únicamente un valor simbólico. Pero la realidad, la sustancia, el hecho sólido
de lo que antes se mostraba como en sombra, el cuerpo de todo eso, pertenece a
Cristo” (Colosenses 2:15-17. Versión ampliada).
Como tipo espiritual, el cerdo es en el campo
natural lo que el espíritu demoníaco es en el campo espiritual. Como los
israelitas celosos se protegían a sí mismos del contacto con los cerdos, el
cristiano se debe guardar a sí mismo de todo contacto con los espíritus del
mal.
¿Qué haría usted si una manada de cerdos
inmundos entrara a su sala y comenzara a apoderarse de su casa? ¿Permitiría tal
cosa? ¿No les prestaría ninguna atención con la esperanza que pronto saldrían
por sí solos? ¿O procuraría limpiar toda la suciedad tan rápido como la
hicieran? Con certeza que usted no haría ninguna de estas cosas. Usted les
echaría tan rápidamente y tan sin contemplaciones como le fuera posible. Y esta
debe ser nuestra actitud hacia los espíritus demoníacos. Tan pronto como son
descubiertos, deben ser expulsados.
Cada uno de los cuatro evangelios relatan el
evento cuando Jesús limpió el templo. Este describe una imagen fuera de lo
común de nuestro Señor. Estaba lleno de una justa indignación por lo que había
encontrado en el templo. No era tiempo de palabras; era tiempo para la acción y
comenzó, personalmente y en forma decidida, a limpiar el templo de todo cuanto
lo ensuciaba. Esta es una ilustración para limpiar nuestros cuerpos, que son
templos del Espíritu Santo, de todo lo que es inmundo. Los espíritus demoníacos
no proporcionan nada bueno, solamente ensucian. No deben tener más sitio en
nosotros que aquel que, en el templo terrenal, tenían el ganado, las aves y los
cambistas. Podemos obrar con la misma autoridad con que Jesús limpió el templo
y librarnos a nosotros mismos de los espíritus malignos que nos ensucian. Jesús
no hizo ningún discurso, ni tuvo ninguna discusión con quienes ensuciaban el
templo, simplemente los expulsó.
Tan irrazonable como puede parecer, algunos
cristianos no están dispuestos a liberarse de los demonios que les habitan,
como se podría suponer. Algunos, inclusive, se avergüenzan de admitir la
necesidad de la liberación. La vergüenza nunca debería resultar de tener
espíritus sino de la demora en actuar prontamente para sacarlos. Otros han
caminado de acuerdo con ciertos espíritus durante tan largo tiempo que no
quieren cambiar. En realidad, no todos los cristianos desean vivir existencias
de pureza y santidad. Hay otros que se han hecho amigos de los cerdos, pero
inclusive el hijo pródigo volvió en sí mientras estaba con la piara y decidió
separarse de los cerdos y volver a su padre. Oremos para que todos los hijos de
Dios que conviven con los rebaños espirituales de cerdos vean que hay una vida
mejor.
Un científico investigador en bioquímica, me
habló de un experimento en que trabajaba. Su objetivo era aislar e identificar
los factores responsables de los olores que hay en las porquerizas. Al
determinar la causa del olor de los cerdos, entonces le sería más fácil
encontrar un antídoto. De esta manera, los cerdos podrían ser más compatibles
con la sociedad humana. Pero nuestro objetivo no es tener compatibilidad con
los espíritus demoníacos. No estamos buscando mejores maneras para hacer más
fácil vivir con demonios, sino cómo liberarnos de ellos. ¡No queremos cerdos en
nuestras salas!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
gracias por tu comentario