Un tal Jesús
El buen humor de Jesús
Jesús sabía reír y hacer reír
Reír es un ejercicio saludable. Solamente los seres inteligentes ríen de verdad: ríen con sentido, con inteligencia. La risa inteligente supone una actividad aguda de la mente que nos permite penetrar en ese sentido recóndito, a veces contradictorio, de las personas y de las cosas, que nos divierte y sorprende hasta la hilaridad. La risa, en la mayoría de los casos, es un buen signo de salud mental y emocional; favorece inclusive la salud física, al relajar los nervios y los músculos, aliviar las tensiones y estimular la circulación de la sangre.
Jesús debió reír no poco. Es imposible que un ser tan completo e inteligente se marginara de esta importante función humana y se privara del ejercicio de algo tan connatural a los seres racionales. También en la risa y en el buen humor tenemos un sumo sacerdote que es semejante a nosotros, menos en el pecado (Hebreos 4:15).
Las palabras y actuaciones de Jesús revelan ciertamente un excelente sentido del humor. Dejamos de percibir y gozar ese buen humor de las parábolas y los dichos de Jesús, por exagerar la nota de seriedad y solemnidad con que a veces las leemos y aplicamos; o sencillamente por interpretarlas con un recargado literalismo, sin permitirnos leer entre líneas y descubrir las interesantes paradojas y contrastes ridículos en los que Jesús es maestro, y que de seguro hicieron sonreír a muchos de sus oyentes. Raya en lo tragicómico el uso que Jesús hace, por ejemplo, del pasaje de Isaías 6:9-10, refiriéndolo a la ceguera y sordera de algunos de sus oyentes que "aunque miran, no ven; aunque oyen, no escuchan ni entienden" (Mateo 13:13). Si nos fijamos bien, al utilizar Jesús esta fuerte paradoja y aplicarla particularmente a los orgullosos fariseos que creían ser los mejores y saberlo todo, les está diciendo con muy buen humor que son unos soberanos necios; y lo peor es que ni siquiera se dan cuenta.
Jesús dice cosas muy serias con razonamientos de penetrante buen humor, cuyas implicaciones aparecen ridículas, por lo inconcebibles. En Marcos 4:21, por ejemplo, recalca la necesidad de dar el testimonio de una vida clara y luminosa. No hacerlo así, es para el cristiano tan ridículo y sin sentido como el encender una luz y meterla debajo de un cajón: una luz que se enciende para no "alumbrar".
Con relación al tiempo de su segunda venida, que todos querían conocer, Jesús vuelve a hacer uso de su penetrante buen humor utilizando el símil del ladrón (Lucas 12:39 ss.). ¿Quién sabe cuándo llegará? No va a ser tan tonto de anunciarse. La conclusión es tan obvia que da risa. Pero la enseñanza sí es muy seria: hay que estar preparados pues no sabemos ni el día, ni la hora. De una fina y penetrante ironía son sus invectivas y respuestas a los fariseos. El público que las escuchó debió gozar y reír enormemente con ellas. Como cuando los llamaba "sepulcros blanqueados"; o se refería a ellos y a otros más interesados en las apariencias exteriores que en sus cualidades interiores y en su compromiso con el bien. Éstos, dice Jesús, son de los que limpian la copa por fuera y la dejan sucia por dentro (Mateo 23:25-26). ¿Y qué decir de los que "cuelan el mosquito pero se tragan el camello?" (Mateo 23:24). Sencillamente ridículo. El pasaje deja al descubierto, sin embargo, con incomparable buen humor, lo que ocurre con muchos "legalistas" e "hipócritas" en la vida real: de apariencia diáfana y transparente, pero que por dentro dan miedo.
En ridículo quedaron también muchas veces fariseos y doctores de la ley cuando quisieron arteramente provocar a Jesús. Como en aquella ocasión en la que buscaron hacerlo quedar mal delante de su auditorio judío, vigilado por oficiales del imperio romano que era considerado como invasor. La pregunta de si era lícito pagar tributo al cesar podía volverse en contra de Jesús de cualquier manera que respondiera. Astutamente Jesús les devolvió la pregunta poniéndoles delante una moneda con la efigie grabada del emperador romano (Lucas 20:19-26). El penetrante buen humor del Maestro se hace evidente al exhibir la inconsecuencia y mala fe de sus atacantes que preguntaban por algo que ellos reconocían en la práctica, pues utilizaban la moneda del imperio. Como popularmente se dice: "Fueron por lana y salieron trasquilados."
Jesús, amante de la vida
Jesús fue un hombre de una activa y variada vida social. Se desenvolvía en todos los ambientes, "codeándose" con los de arriba y los de abajo. Lo vemos en medio del pueblo-pueblo; por lo que fue acusado de ser "un glotón y un borracho, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores" (Lucas 7:34). Pero igual se relacionaba con poderosos y magnates, comiendo, por ejemplo, en casa del rico Simón el fariseo (Lucas 7:36-50); u hospedándose en casa de Zaqueo, "jefe de los recaudadores de impuestos" para Roma (Lucas 19:1-10). Ricos y poderosos fueron sus amigos; al punto tal que uno de ellos, José de Arimatea, prestó el sepulcro nuevo que había construido para sí, para que el cuerpo de Jesús fuera enterrado (Mateo 27:57).
Jesús fue solicitado por gentes de gobierno y posición. Desde Herodes, hasta el centurión, pasando por Nicodemo y Jairo, jefe de la sinagoga. Muchos interpretaron mal su vida social y lo acusaron de "pecador" (Lucas 7:34). Para responder a esta acusación tiene Jesús una de sus salidas de fino humor (Lucas 5:33-35). En resumen, lo que Jesús arguye es: No se invita a una boda a ayunar, sino a compartir mesa y bebida y alegría con los novios. Ya vendrán los tiempos difíciles. Pero ¡no hay que tomar las cosas tan trágicamente! Es precisamente en estos pasajes donde mejor se revela la personalidad equilibrada del Maestro.
Jesús fue un hombre amante de la vida y de todas las cosas buenas que esta vida nos depara. Sabía socializar y también estar solo; disfrutar de la buena mesa y ayunar; ser tolerante y m cauto, pero implacable y hasta ofensivo cuando se trataba de decir la verdad o defender la justicia; sabía comprender y perdonar, pero no le temblaba la mano para castigar y rechazar con energía a quienes quisieron apartarlo de su misión. Sabía ser muy serio y toda su vida y enseñanza tienen el sello de lo trascendental; pero sabía así mismo disfrutar de la charla familiar, del apunte simpático y de los detalles risueños de la vida. Sabía inclusive hacer reír. La gente se sentía a gusto a su lado no sólo porque su predicación y sus milagros le convenían, sino porque tenía una personalidad simpática y atrayente. La gente se sentía tan bien a su lado que olvidaba que tenía que comer, como ocurrió con los cinco mil para los que tuvo que multiplicar los panes y los peces (Juan 6:1-15).
Simpatía de Jesús
No fue, pues, Cristo, un fanático de nada. Fue un hombre abierto, que inspiraba confianza y atraía; no rechazaba ni infundía temor. En una palabra, fue Cristo un "hombre completo" en el mejor sentido del término. "Completo" en todo, incluyendo la risa y el buen humor. Cometemos un error cuando para presentar a un Jesús serio y trascendente le negamos sus cualidades de personaje alegre, que contagiaba de alegría a sus oyentes. Tennyson, autor incrédulo de una vida de Jesús, señala la paradoja de que el humor es más propiamente utilizado por las personas de inteligencia excepcional y los espíritus elevados y solemnes, como el de Jesús. E invita a todos, creyentes o no creyentes, a conocer al "Jesús simpático, sociable y de buen humor" escondido en las páginas del Evangelio, que muchos no acaban de descubrir.
Los diálogos y las conversaciones informales del Maestro, sus mismas acciones y actitudes revelan con frecuencia esta personalidad simpática de Jesús. Pero son sus parábolas las que mejor nos muestran sus dotes histriónicas y humorísticas. Hay en casi todas ellas una mezcla de situaciones reales y cosas absurdas; una inteligente combinación de irónico realismo y desbordante imaginación que proporcionan una fuerza formidable a la enseñanza. Veamos un par de ejemplos. Todos van a entender la importancia de "perdonar para ser perdonado", después de leer el "irónico" pasaje del siervo a quien su señor y acreedor le perdonó la deuda, para luego salir él mismo a "encuellar" al colega que tenía cuentas pendientes con él, y sacarle hasta el último céntimo (Mateo 18:23-35). Todo el pasaje es un drama bien montado de excelente factura y contrastes agudos. Esta clase de técnica de comunicación no puede ser producto sino de una persona de mente creativa, de viva imaginación y agudísimo sentido del humor.
Otro delicioso ejemplo es el del pasaje en el que Jesús compara la "gente de su tiempo", terca y obtusa, que no quiere comprender su misión, con los niños que juegan en la plaza e invitan a sus compañeros a participar de su juego; pero éstos, como se dice,' "ni rajan, ni prestan el hacha", pues les tocan la flauta para que bailen y no bailan; les cantan canciones tristes, para que lloren y no lloran (Lucas 7:31-35). En realidad, Jesús está haciendo referencia, con intencionado buen humor, a dos juegos infantiles muy comunes en su época; y la sola alusión al juego de niños es ya una ironía muy bien traída que ponía de manifiesto lo ridículo de la posición intransigente de sus enemigos. En efecto, se trata de dos grupos de niños. Uno de ellos, queriendo representar la procesión nupcial, avanzaba tocando un caramillo o flauta de pastor, diciendo: "Juguemos a la casita." Pero el otro grupo rehusa unirse al juego. Entonces el primer grupo principia a imitar los cantos y lamentos de una procesión funeraria e invita a sus compañeros: "Juguemos al funeral"; pero el otro grupo se obstina en no cooperar. Los aludidos ciertamente no debieron sentirse muy cómodos, pero el resto del público debió gozar lo indecible con la aguda comparación. Hasta podríamos imaginarnos que debió haber no pocos comentarios, risas y sonrisas en el grupo.
Un evangelio tan serio que incluye el buen humor
No hacemos, pues, un favor al evangelio ni a la persona de Jesús presentándolo como alguien tan serio que no sabía ni podía reír ni hacer reír. La vida en Cristo es demasiado completa como para no incluir la alegría y el goce del ingenio y de las amenas realidades y pasajes de que está sembrado el diario vivir. El cristianismo que falla en expresar y cultivar la alegría y el sano buen humor, es un cristianismo pobre e incompleto. Hay mucha alegría en Dios; y nuestras relaciones con él, en lugar de opacar nuestro gozo y el sano disfrute de las cosas buenas de la vida, nos colocan en una posición de vivirlas y gozarlas más auténticamente. La misma Palabra de Dios nos dice: "¡Alégrense, ustedes los justos; regocíjense en el Señor! ¡Canten todos ustedes, los rectos de corazón!" "Aclamen alegres al Señor, habitantes de toda la tierra" (Salmos 32:11; 100:1). Y el apóstol Pablo nos recomienda "Estén siempre alegres" (1 Tesalonicenses 5:16), como parte del cumplimiento de la voluntad de nuestro Padre; y "Alégrense con los que están alegres..." (Romanos 12:15). Al fin y al cabo el gozo es uno de los más importantes frutos del Espíritu, junto con el amor y la paz (Gálatas 5:22). Todos ellos son virtudes sociales que se ennoblecen y agilizan con la fe y nos permiten compartir mejor nuestra vida con otros.
En conclusión
Jesucristo, entre muchas cosas, fue una persona de refinado buen humor; por eso su evangelio es un mensaje de alegría para todos. Recibirlo y vivirlo es aprender a vivir una vida más plena y auténtica, aun en los innumerables rasgos y pasajes de buen humor y sana alegría que la misma nos presenta. Por eso el cristiano debe declararse decididamente, con el sabio autor del Eclesiastés, "en favor de la alegría" y celebrarla como un regalo de Dios para los días "que Dios le ha dado bajo sol" (Eclesiastés 8:15).
Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.
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