Un tal Jesús
Jesús el maestro
La pedagogía de Jesús
Toda la Biblia es un maravilloso libro de pedagogía. En ella tenemos sobresalientes modelos de maestros. Dios, el primero y mejor, enseñó haciendo. Por eso lo sorprendemos organizando el firmamento y adornando la tierra con las plantas, los animales y el hombre. Después de verlo amasar barro para fabricar al primero de los hombres, ya no se nos olvidará la lección de que es Creador, Dueño y Señor de la vida. Las verdades que se refieren a su naturaleza, persona y acción las enseña con la misericordiosa pedagogía del Maestro que sabe colocar lo más trascendental y profundo al alcance de todos, en pequeños dramas y parábolas, sentencias y oraciones de fácil asimilación.
Todo acontecimiento, toda interacción con su pueblo, nos enseña algo; deja una lección que brota espontánea de la acción. De este gran Maestro de los siglos aprendió Jesucristo sus técnicas pedagógicas con las que cautivaba y convencía aun a los más duros y reacios. Sus mismos enemigos debieron reconocerlo. "¡Nunca nadie ha hablado como ese hombre!" (Juan 7:46). Esta fue la explicación que dieron los guardianes del templo por no haber apresado a Jesús como les habían ordenado los fariseos.
El secreto de su enseñanza
¿En dónde estuvo el secreto de la enseñanza de Jesús? Fundamentalmente en su personalidad. Jesús no ejerció el magisterio como una profesión; lo vivió como parte de su vida. Por eso su persona exhibe las más excelsas cualidades del Maestro: y es allí donde radica el éxito de su pedagogía. Veamos algunas de estas cualidades:
Interés genuino por el hombre
Los hombres fueron la razón de ser de su venida al mundo y el centro de su ministerio. Cristo amó al hombre, a todos los hombres, y "... mostró compasión por sus necesidades" (Mateo 9:36; 14:14; 15:32). Compartió sus angustias, derramó sus lágrimas, sufrió con sus dolencias y privaciones: hambre, abandono, rechazo, persecución, enfermedad y dolor, y aun la muerte.
Alguien dijo que "sólo por simpatía, amor y fe pueden ser alcanzados y elevados los hombres." Jesús nos eleva desde nuestro propio suelo, que él pisa con sus pies; desde nuestro dolor e imperfección, que él comparte. Por eso es el Maestro comprensivo y compasivo. El puede compadecerse de nuestra debilidad, porque él también estuvo sometido a las mismas pruebas que nosotros (Hebreos 4:15).
Profundo interés por el individuo
El evangelio de Jesucristo busca a la persona, al individuo en concreto. Jesús enseñó a multitudes, pero su trato de salvación fue en último término con individuos de carne y hueso: así llamó, con nombre propio y uno por uno, a sus discípulos. Así sanó multitud de enfermos. Su educación, por otra parte, fue "individualizada", como lo están pidiendo con veinte siglos de retraso los cánones modernos. Tenía Jesús interés especial en cada persona, buena o mala: Pedro el impulsivo, Judas el traidor, Juan el amigo; el ladrón de la derecha en la cruz. Con Nicodemo conversó de noche a solas; y a la mujer adúltera la defendió públicamente, derrochando misericordia y sereno dominio de las masas. Y a todos enseñó y ayudó.
Sabía no sólo descubrir los problemas del alma y del cuerpo, sino dar soluciones: a los novios que se quedaron sin vino en las bodas de Cana de Galilea; a Zaqueo, haciéndolo bajar del árbol para hospedarse en su casa, y convencerle de que debía devolver lo que había robado a otros; a Marta y María en Betania, y a los discípulos desengañados que huían de Jerusalén, camino a Emaús, sin esperar la resurrección. Para todos tuvo su tiempo. A todos les dio un trato diferente.
Empatia
Las anteriores cualidades nos llevan a lo que los modernos tratadistas llaman "empatia" o "aptitud para ponerse en el lugar de los demás". De esta cualidad Jesús tenía de sobra. Hoy en día' los pedagogos nos dicen que es importante saber lo que está pasando en el alma del alumno: un niño puede no resolver un problema de matemática porque tiene problemas emocionales. Jesús lo sabía. Y sabía meterse en el alma de sus interlocutores; adivinar sus sentimientos y problemas; mirar las cosas desde la perspectiva del otro. Por eso pudo hablar a todos al corazón, tocar las fibras íntimas del alma, sorprender con su sabiduría y compasión.
Así se ganó magistralmente a la samaritana, ayudándola a despejar sus prejuicios y resolver sus problemas. Y esta mujer "enemiga", terminó siendo su aliada (Juan 4:1-42). Esto nos lleva a otra cualidad sobresaliente en la persona del Maestro.
Relaciones humanas
Jesús fue un serio relacionista. Relacionista de buena fe. No un "político", ni mucho menos un "hipócrita". Estiró su cordialidad y buenos modales hasta donde se lo permitían sus "convicciones". Quienes no pudieron relacionarse bien con él fueron los que se le acercaron "de mala fe", o con "torcidas intenciones". No es que exigiera perfección. Sabía aceptar a las personas como eran, para buscar cambiarlas con su pedagogía de amor y de perdón ... Y sabía perdonar, no siete veces, sino setenta veces siete (Mateo 18:22).
Cuanto más sencillas las personas, más a gusto se sentía entre ellas. Los niños en primer término, la gente de pueblo, aun los "publícanos y pecadores". Y para los presuntuosos, a quienes no apelaba su sencillez, reservó su sabiduría y el magnetismo sorprendente de su alma de acero. Herodes quiso conocerlo y hasta lo tentó a hacer milagros (Lucas 23:6-12). Pilato no sabía qué hacer con su apacible firmeza y mansedumbre. Los sacerdotes salieron derrotados en varios combates en donde se impuso la serena seguridad de las incisivas respuestas de Jesús; como en el caso de la moneda del cesar: ". . . Denle, pues, al cesar lo que es del cesar y a Dios lo que es de Dios" (Marcos 12:17). En éste y en otros pasajes brilla otra de las cualidades necesarias a todo buen maestro.
La inteligencia y dominio de la materia
Cristo fue un hombre de profundos conocimientos. En primer lugar, conocía las Escrituras. Las citaba de memoria, con propiedad y suficiencia. Todos sus discursos y conversaciones están sazonados de Biblia. Pero sabía muchas cosas más: de la naturaleza, de la historia, del campo, del mar, de la agricultura; del cielo, de las estaciones, de las labores domésticas, de las profesiones y los oficios. Y, por sobre todo, conocía profundamente el alma humana: podríamos decir que Jesús fue lo que hoy se llamaría un "experto sicólogo". Mas siendo sabio, su sabiduría se colocaba inteligentemente al alcance de todos, inclusive de los niños. "Te alabo, Padre —dijo alguna vez— porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños" (Mateo 11:25).
Una clase en acción
Jesús no fue un teórico de la enseñanza. Sus lecciones de pedagogía las daba en vivo. Lucas nos da un magnífico ejemplo de la pedagogía de Jesús en el último capítulo de su Evangelio. Vale la pena trascribir todo el texto:
Todavía estaban ellos hablando acerca de esto, cuando Jesús mismo se puso en medio de ellos y les dijo:
—Paz a ustedes.
Aterrorizados, creyeron que veían a un espíritu.
—¿Por qué se asustan tanto ? —les preguntó—. ¿Por qué les vienen dudas? Miren mis manos y mis pies ¡Soy yo mismo! Tóquenme y vean; un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que los tengo yo.
Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Como ellos no acababan de creerlo a causa de la alegría y del asombro, les preguntó:
—¿Tienen aquí algo de comer?
Le dieron un pedazo de pescado asado, así que lo tomó y se lo comió delante de ellos. Luego les dijo:
—Cuando todavía estaba yo con ustedes, les decía que tenía que cumplirse todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.
Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras.
—Esto es lo que está escrito —les explicó—: que el Cristo padecerá y resucitará al tercer día, y en su nombre se predicarán el arrepentimiento y el perdón de pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Ustedes son testigos de estas cosas. Ahora voy a enviarles lo que ha prometido mi Padre; pero ustedes quédense en la ciudad hasta que sean revestidos del poder de lo alto.
Después los llevó Jesús hasta Betania; allí alzó las manos y los bendijo. Sucedió que, mientras los bendecía, se alejó deellos y fue llevado al cielo. Ellos, entonces, lo adoraron y luego regresaron a Jerusalén con gran alegría. Y estaban continuamente en el templo, alabando a Dios.
Lucas 24:36-53
Extractemos ahora las lecciones que la acción de Jesús Maestro nos da en este pasaje, o "los doce pasos pedagógicos de una clase de Jesús Maestro":
1. Se hace presente (36). Nada reemplaza la presencia física del maestro. Esta le permite formar parte del grupo; integrarse o —como hemos dicho en otra parte—, "insertarse", en él. El maestro debe ser parte de la comunidad de sus discípulos y estos deben reconocerlo como uno de ellos.
2. Infunde paz, tranquilidad y seguridad en sus discípulos (37). Nadie debe sentirse amenazado en clase por la persona del maestro. ¡Líbrenos Dios de los maestros que infunden miedo o terror en sus discípulos! Con Jesús ocurría todo lo contrario. Una atmósfera de paz, de aceptación y de tranquilidad es la que mejor favorece el aprendizaje y la educación
3. Utiliza todos los recursos, incluyendo materiales y audiovisuales, para transmitir su mensaje, su enseñanza sobre su persona, su misión y, concretamente, la culminación de esta con su resurrección (38-40). "Toquen, miren." El mismo es prueba fehaciente de este hecho, por eso no deben dudar. Que toquen sus pies y sus manos. No es un espíritu, es él, el mismo Jesús que siempre han conocido.
4. Acude no sólo al raciocinio y a las pruebas retóricas, sino a las experimentales (40-43). Las que hoy llaman empíricas, científicas. Cuando les pide algo de comer y come, es como si estuviera haciendo una prueba de laboratorio. ¿Quién podía tener duda de que era real, y no un fantasma?
5. Se amolda, se adapta al nivel de sus discípulos. Todo el pasaje no es más que eso. Un "abajarse" de Jesús al nivel elemental de unos hombres y unas mujeres no muy ilustrados, temerosos y dudosos. Su comprensión y adaptación se revela aun en el hecho de que no entra a regañarlos, ni a reclamarles su abandono durante su Pasión; o, en algunos casos, la desbandada y desengaño después de haberlo conocido y haber experimentado su poder por tres años. No; Jesús por el contrario, va a lo suyo.
6. Va directo al punto (44 ss.). Después de crear una buena atmósfera de aprendizaje, va directo al asunto para el que reunió al grupo. No se detiene en divagaciones, ni discusiones inútiles. Luce aquí además otra importante cualidad pedagógica:
7. Tiene una mente y actitud positiva y optimista. Cree que con ese grupo por cierto no muy selecto de discípulos puede conquistar el mundo. Y es a eso precisamente a lo que los manda (46-49).
8. Refuerza su fe (44-46). Para ello acude al texto de las Escrituras y a las experiencias que juntos han tenido. Esto es lo que se llama:
9. Emplear pruebas documentales e ilustrarlas con experiencias cercanas a los estudiantes (44-45).
10. Crea compromiso. Los motiva: habla a su entendimiento y a su corazón (45). El buen maestro debe contar con la mente y el corazón del alumno. Cautivarlo para una causa: la del progreso y la mejora de sus conocimientos y de su persona. Y luego sí...
11. Los lanza a la acción (48). "Serán mis testigos." Les da responsabilidad, que deben ejercer por sí mismos. Pero...
12. Les promete ayuda y asistencia y proyecta al grupo hacia el futuro (49). No los dejará solos. Les transmite no sólo ánimo, sino poder, y les hace promesas que se harán efectivas en el futuro, es decir, crea expectaciones y forma ideales que vale la pena perseguir. En otras palabras, les da razones para luchar y salir adelante con optimismo, poniendo en práctica lo que han aprendido.
El Maestro modelo
Este es nuestro Maestro... Jesús, el Maestro. Son muchas las cualidades de su personalidad de gran pedagogo y mucho lo que puede decirse de su metodología, adelantada a su tiempo; su equilibrio emocional, su sentido de justicia, su optimismo y confianza en la renovación del hombre por la acción de la gracia.
Nos queda también por mencionar su espíritu de sacrificio, y por sobre todo, su AMOR. Fue un Maestro que amó y enseñó a amar; que confió e inspiró confianza; que se sacrificó y demandó sacrificios. Su ideal fue el servicio.
¿Para qué buscar otros modelos de maestros si tenemos al mejor: a Jesucristo, el que enseñaba y sigue enseñando "como quien tiene autoridad" (Mateo 7:29), porque vivió y practicó sus enseñanzas, las cuales rubricó con su sangre? Por eso puede él mismo presentarse como modelo y decir: "Aprendan de mí" (Mateo 11:29). "Yo les he puesto el ejemplo, para que ustedes hagan como yo he hecho" (Juan 13:15).
Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.
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