Un tal Jesús
Los descansos de Jesús
Trabajo y reposo
Dios ha hecho cosas maravillosas con el trabajo. Pero ha aprovechado también el descanso, las horas de reposo, para hacer muchas cosas no menos grandes e importantes: de Adán mientras dormía, Dios formó la mujer (Génesis 2:21); a Jacob fugitivo, se le reveló en sueños asegurándole la tierra en la que reposaba y nombrándolo padre de una descendencia ilustre (Génesis 28:10-15); habló a Samuel que en su lecho trataba de conciliar el sueño (1 Samuel 3:1-16). Y, en sueños, enderezó el pensamiento de José que sospechaba de María, su esposa, revélándole el grandioso misterio de la encarnación del Verbo por obra del Espíritu Santo (Mateo 1:20-21). En la vida de Jesús encontramos muchas horas de reposo productivo. Ninguna de ellas se queda sin fruto. Se ve que hasta en el descanso, Jesús cumple su misión y realiza sus propósitos.
Sicar: descanso de evangelización y conversión
Al brocal del pozo de Sicar llegó Jesús cansado, después de una larga jornada (Juan 4:4-6). Quería descansar, pero su reposo se convirtió en trabajo, y su descanso se hizo evangelización. Sediento, pidió de beber a una mujer que tenía otra clase de sed. A través de su necesidad satisfizo la de la samaritana, ]' mujer hambrienta y sedienta de verdad y bien. "Si supieras l que Dios puede dar, y conocieras al que te está pidiendo agua, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua que da vida" (Juan 4:10). De este reposo en Samaría, cerca del pozo de Jacob, resultó una mujer no sólo evangelizada y convertida, sino también convencida y evangelizadora, deseosa de compartir con todos su experiencia de salvación: "Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho .. ." (Juan 4:29). "Muchos de los samaritanos que vivían en aquel pueblo creyeron en él por el testimonio que daba la mujer" (Juan 4:39).
El mar de Galilea: descanso de fe y confianza
El día de la tempestad en el mar de Galilea fue de particular movimiento y actividad para el Maestro. Fue una de esas ocasiones en la que la multitud lo apretujaba y lo solicitaba hasta el punto de tener que hablarle desde una barca, retirada de la orilla del mar. En esta ocasión, según el evangelista Marcos, no fue uno, sino cuatro o cinco los sermones que predicó. He aquí los temas: la parábola del sembrador (Marcos 4:1-20), la lámpara que debe alumbrar a todos (Marcos 4:21-25), la semilla que crece en silencio (Marcos 4:26-29), el granito de mostaza que se convierte en árbol frondoso (Marcos 4:30-32).
Después de tan agotadora jornada se justificaba un paseo por el mar, un rato de sueño, un paréntesis de descanso. Entrada la noche, Jesús, pues, dio orden a los suyos de atravesar el lago. Una almohada y un rinconcito en la parte posterior de la barca favorecieron su descanso (Marcos 4:38), descanso que permitiría probar la fe de sus discípulos y, de paso, enseñarnos lo importante que es "navegar" con Jesús abordo, para no caer en peligro de hundirnos. Con Jesús a bordo, aunque esté dormido, hay seguridad. Si él navega con nosotros en esos momentos podemos despertarlo para que calme las tempestades. La pregunta "¿Por qué tanto miedo?" (Mateo 8:26) implica que es suficiente que él vaya con nosotros, que ni siquiera necesitamos despertarlo para que nos proteja. El poder de Dios jamás desaparece y está ahí en Jesús, inclusive mientras él descansa: "Jesús se levantó, reprendió al viento y ordenó al mar: '¡Silencio! ¡Cálmate!' El viento se calmó y todo quedó completamente tranquilo" (Marcos 4:39).
Getsemaní: descanso de fortaleza y abandono
En Getsemaní, Pedro, Jacobo y Juan se durmieron (Marcos 14:37). Jesús descansó de otra manera; se dio a un descanso "improductivo, con propósito. La oración es también una terapia de reposo y restauración para el alma aunque el cuerpo y los sentidos permanezcan en vigilia. Un Jesús de rodillas, implorando al Padre que lo libere del "trago amargo" de su pasión, encuentra fortaleza en la plegaria, en la oración; halla confianza absoluta —descanso— en los brazos del Padre: "Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (Marcos 14:36). Y su alma entró en reposo. Se calmaron sus temores e inquietudes. La pausa de la oración en Getsemaní produjo para Jesús la paz y la fortaleza que sus discípulos no alcanzaron en el sueño de aquella noche.
No hay que ir muy lejos para descubrir los resultados. De Getsemaní salió un Jesús fortalecido gracias al reposo de la oración. Ahí pudo confrontar valientemente sus responsabilidades como Redentor del mundo. Pudo enfrentarse sin titubeos a las autoridades político-religiosas que le perseguían. Al que tenemos aquí es a un Jesús afirmativo, aunque en ello le fuera la vida: "¡Así que eres rey! —le dijo Pilato. ... Yo para esto nací —afirma Jesús— y para esto vine al mundo: para dar testimonio de la verdad" (Juan 18:37).
Por otra parte, contrasta la cobardía de Pedro, el dormilón de Getsemaní, que tiembla ante una sirvienta y niega al Maestro diciendo: "No lo conozco. Ni siquiera sé de qué estás hablando" (Marcos 14:68). Los otros discípulos no salieron mejor librados en su infidelidad al Señor en el lance de la Pasión. Si ellos hubieran aprovechado mejor, junto con el Maestro, el reposo de la oración en Getsemaní tal como él lo reclamaba, de seguro habríamos visto hombres, amigos fieles del Nazareno, en las cumbres del Calvario.
Reposar de la febril actividad de los negocios cotidianos para entrar en intimidad con Dios, dialogar con él en la oración, comunicarle nuestras frustraciones e inquietudes, es un secreto que necesita descubrir el hombre tecnificado y superficial de finales del siglo XX y principios del XXI: un hombre vaciado hacia fuera, sacudido por la vorágine de las preocupaciones materiales, la técnica deshumanizante, la moda, el ruido de los motores de máquinas y las incertidumbres y forcejeos de una sociedad competitiva y cruel. Todos necesitamos de vez en cuando un Getsemaní: aprender del reposo de Jesús bajo los olivos de aquel lugar, adquirir el valor de hacer silencio en nuestro derredor y mirar hacia dentro, buscar en el diálogo con Dios la fortaleza y el propósito de seguir adelante con nuestras "cruces", hacer la voluntad de Dios, cumplir con nuestros deberes sin que nos importen las consecuencias.
Emaús: descanso de revelación y gozo
La jornada fue larga: once kilómetros de camino y conversación (Lucas 24:13-17). Jesús y los dos discípulos que viajaban desde Jerusalén debían estar cansados. Se suponía que Jesús estaría pudriéndose en el sepulcro prestado de José de Arimatea mientras ellos abandonaban, desilusionados, el terreno de los acontecimientos donde, según pensaban, habían naufragado sus sueños de un Mesías victorioso (Lucas 24:21). Fue todo un curso bíblico intensivo el que Jesús les impartió a lo largo del camino: "Entonces, comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras" (Lucas 24:27).
Tanto les gustó la conversación con el forastero que al llegar la tarde lo invitaron a entrar en casa, a cenar y descansar con ellos (Lucas 24:28-29). Se sentaron a la mesa. Y lo que un Jesús en movimiento, caminando junto con ellos, discutiendo y explicándoles las Escrituras, no había logrado, lo consiguió el Jesús íntimo, en reposo, sentado con ellos a la mesa, partiendo el pan: "Luego, estando con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció" (Lucas 24:30-31). ¡Claro! ¡Era él! Lo recordaron tal como estuviera con ellos la víspera de la Pascua, en la última cena (Marcos 14:22). Lo sintieron como el Jesús de la intimidad, de la hora del descanso, tranquilo, digno, seguro, lleno de majestad, con el pan en las manos y con ese gesto tan suyo al bendecir los alimentos. ¡Era Jesús! ¡No cabía duda!
Atardecer de Emaús, reposo de revelación y gozo que los aseguró en su fe. "¡Es cierto! —decían—. El Señor ha resucitado" (Lucas 24:34). Y está con nosotros. Caminar con Jesús en medio de los despechos y las frustraciones cotidianas, estudiar en su Palabra todo lo que ella dice de él, es muy importante y provechoso ya que ello disipa dudas y trae paz al alma. Pero todo eso debe desembocar en una invitación muy sincera para que Jesús entre al hogar, descanse y cene con nosotros: "Quédate con nosotros, que está atardeciendo; ya es casi de noche" (Lucas 24:28). Sí, entra, Señor, descansa, comparte con nosotros el pan, la mesa, el hogar, el cariño de toda la familia; reposa, descansa en nuestra casa.
Jesús, en el descanso que hace en cada hogar, se torna en revelación personal y espiritual para toda la familia. Se hace evidente e inunda el alma de gozo. Él no sólo quiere ser predicador, maestro de su palabra, a lo largo del camino. Quiere, además, ser amigo íntimo, compartir el pan, revelarse en todo lo que es no sólo en el torbellino de los acontecimientos, sino también en la tranquilidad, cuando hacemos silencio a los gritos interiores del mundo y del trabajo, de la vida y los intereses egoístas, y hasta de las tentaciones, vicios y pecados. Cristo quiere descansar a nuestro lado. Abramos la puerta. Hagámosle entrar. Dejémosle que se nos revele en todo lo que él es.
La tumba: descanso de rescate y consuelo
Todavía hay más descansos en la vida de Jesús. Uno que parecía eterno: el de la tumba. Sin embargo, mientras en torno al sepulcro todo parecía quieto, Jesús se movía, actuaba: "Fue crucificado, muerto y sepultado... Descendió a los infiernos". Así reza el Credo Apostólico. Mucho han discutido los teólogos acerca de las "andanzas" de Jesús desde la noche del Viernes Santo hasta la madrugada del Domingo de Resurrección. ¿Qué es eso de bajar "a los infiernos"? Hades (griego), Seol (hebreo) son los nombres con que la Biblia identifica a la morada de los muertos. ¿Fue este lugar a donde Jesús se dirigió después de su muerte? Que Cristo no se quedó quieto en la tumba sino que visitó la morada de los muertos para llevarles su luz y consuelo y predicar la verdad, es doctrina que se enseñaba ya en el siglo II. Para ello se citaban pasajes como Hechos 2:27, Romanos 10:7, Efesios 4:9 y especialmente 1 Pedro 3:18-26. Muchos afirmaban que Jesús descendió a rescatar las almas de aquellos que habían sido salvos por la esperanza segura de su redención y en prevención de sus méritos.
Mucho podría discutirse. Lo cierto es que hasta el reposo de la tumba tuvo propósito y fruto para Jesús y para nosotros. Él fue muerto y sepultado. Resucitó de entre los muertos. Se trata de un Jesús activo, que sacaba adelante sus propósitos en todas las coyunturas de la vida. Así el descanso de la tumba resultó fructífero.
El descanso definitivo
Jesús "está sentado a la diestra de Dios Padre". He ahí el descanso definitivo de Jesús. Al lado del Padre, en el reino de los cielos. Este es también un descanso activo. El cielo del cristiano en nada se parece al nirvana de las religiones orientales. Jesús, en el descanso eterno de su reino celestial, prepara grandes cosas. Desde allí no sólo ha de venir "a juzgar a los vivos y a los muertos", sino que también prepara la total restauración de su creación: "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Apocalipsis 21:1). El descanso de Cristo en su trono celestial, rodeado del arco iris y de antorchas encendidas tal como lo contempló San Juan el teólogo (Apocalipsis 4:2), es un preludio de la culminación gloriosa de su reino eterno.
"¡La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!" (Apocalipsis 7:10). Y no sólo suyo. Será también de aquellos que con él descansarán alrededor de su trono de gloria para siempre. Él lo ha prometido y así será: "Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él, y él conmigo. Al que salga vencedor le daré el derecho de sentarse conmigo en mi trono, como también yo vencí y me senté con mi Padre en su trono" (Apocalipsis 3:20-21).
Cantemos, pues, al Jesús victorioso que descansa para siempre en su trono. Que le canten alabanzas todas las cosas por él creadas en el cielo, en la tierra y en el mar:
"¡Al que está sentado en el trono y al Cordero,
sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder,
por los siglos de los siglos!" ¡Así sea!
Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.
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