El Ayuno del Señor
Por: Yiye Ávila
EL AYUNO DEL SEÑOR
El ayuno del Señor no es una doctrina nueva,
ni una nueva modalidad de ayuno, sino simplemente el ayuno en la perfecta
voluntad de Dios. Este nombre me lo dio el Señor una noche mientras oraba a la
una de la mañana y el Espíritu me dijo: "Es ayuno de victoria".
A veces proponemos ayunar un día o más días
para buscar bendición de Dios. Dios nos bendice por ello y nos prospera
espiritualmente. El recompensa a los que ayunan para crecer espiritualmente y
romper los yugos del diablo. En el ayuno del Señor no proponemos un número de
días, sino que dejamos al Espíritu Santo que nos dirija en totalidad. Tú
sientes entrar en ayuno decidido a conquistar una victoria espiritual grande.
Clamas a Dios para que te dirija y te decides a no entregar hasta que Dios no
te muestre. Una vez que estás dispuesto a hacer los días que Él te muestre, ya
estás en el ayuno del Señor. Es su ayuno. El determina los días y pone su
fortaleza y su victoria a tu disposición. Tú te dispones a ser dirigido por El
y a confiar en que El no fallará en darte fuerzas, revelarte los días del ayuno
y darte la victoria.
Yo entré en el ayuno del Señor en muchas
ocasiones pero no fue hasta el último ayuno prolongado que Dios me reveló lo
que era el ayuno del Señor. Es muy importante entender esto pues así tú puedes
sacarle el máximo de beneficio a cualquier campaña de ayuno.
Cuando yo me convertí al Señor inmediatamente
sentí ayunar. Hice profesión de FE en una noche inolvidable.
Estuve esa tarde dando una exhibición de
levantamiento de pesas en la plaza de Barceloneta. De ahí salimos para una
comida que me tenían los auspiciadores del programa deportivo. Sentados en ese
lugar esperábamos la comida. Mientras esperábamos mi mente estaba en el culto
de campaña que conducía esa noche el evangelista José M. Ruiz en la pequeña
iglesia Defensores de la Fe del barrio Montebello de Manatí. La comida se tardó
un poco y no pude resistir. Me puse de pie y me marché. Prácticamente volaba
por la carretera en mi Ford 1955. Me parecía que no iba a llegar nunca. Era un
sábado por la noche. Llegué a la iglesia y me senté en uno de los bancos
posteriores. El hermano predicó e hizo el llamado. Pasé al altar y con lágrimas
acepté al Señor. Al otro día tenía trabajo en una agencia hípica que para ese
tiempo yo tenía en mi pueblo de Camuy. Allí yo vendía para esa época el vicio
de los caballos de carrera a mis comprovincianos. No trabajé. Puse a otro por
mí pues yo sentía estar en ayuno. Fue mi primer día de ayuno. A las seis de la
tarde no sentía hambre, ni sed. Hubiese podido seguir el ayuno pero pensando lo
que había oído de otros, que el ayuno era hasta las seis de la tarde, entregué
y tomé alimentos. Si hubiese tenido conocimiento de lo que es el ayuno del
Señor, le hubiese orado a Dios que me dirigiera y no me permitiera entregar
hasta que no fuera su voluntad. Estoy seguro que hubiera ayunado varios días
sin entregar. La falta de conocimiento
preciso de las cosas espirituales a veces nos priva de grandes bendiciones de
Dios.
Antes de entender lo que era el ayuno del Señor,
yo entré en él varias veces. En una ocasión Dios me habló y me dijo: "Te
quiero en ayuno una semana y otra semana". Entendí que eran catorce días
sin entregar. Era el ayuno del Señor. El señalaba los días y en este caso
específico me llamaba a hacerlo. Entré en ayuno. Me encerraba todos los días
completamente solo en cierto lugar y ahí estaba orando y leyendo la Biblia todo
el día. Luego marchaba a mi hogar y tenía culto con mis hijas que eran
pequeñas, y oraba con ellas y le enseñaba la palabra. Al acostarlas seguía
orando y leyendo la Biblia hasta que sentía acostarme. Así transcurrieron los
catorce días. Cada día me sentía mejor. Oraba de diez a doce horas diarias y
clamaba por una unción mayor para el ministerio. En esos días Dios me dio
muchas visiones sobre el fruto grande que vendría como consecuencia del ayuno.
Me reveló la condición espiritual de algunos hermanos a los cuales les hablé
después del ayuno. Salí completamente sano y con energías como si no hubiese
ayunado. Era el ayuno del Señor. Él puso sus fuerzas y me mostró el número de
días a ayunar. Como resultado de ese ayuno las campañas comenzaron a producir
más frutos y más sanidades, y milagros y bautismos del Espíritu eran obrados
por Dios. No olvido que en la primera campaña después de este ayuno, en un
campo de Utuado, sentí una unción gloriosa para predicar y un gran grupo de
almas vino al Señor y milagros fueron obrados por el poder de Dios. Era el
primer gran fruto de aquel ayuno.
En otra ocasión sentí la necesidad de entrar
en ayuno. Oré y le dije al Señor: "No entrego hasta que Tú no me hables y
me digas que es suficiente". No lo entendía en aquellos días pero entraba
de nuevo en el ayuno del Señor pues dejaba a Él decidir los días. Comencé el
ayuno y pasaron los primeros días orando y clamando en abundancia. Me sentía
muy bien. Me despertaba siempre muy de madrugada a orar el primer período. Una
de esas noches oraba de rodillas como a las cuatro de la mañana. De pronto
sentí a alguien frente a mí. Me quedé tenso. Sabía que era el Señor. Se acercó
más y sentí cuando me echó su brazo alrededor de mi espalda. Su mano quedó al
lado de mi cintura. En ese instante me habló y me dijo: "Yiye, Yiye no
toques a las puertas de nadie". Entendí que ello implicaba que no tenía
que depender de nadie ni suplicarle a nadie sino sólo a Él. En ese momento no
pude resistir el deseo de tocarlo y extendí mi mano y lo agarré por la muñeca.
Fue como si hubiese tocado a cualquier otro hombre. Sentía en mi mano
sencillamente la muñeca de una persona. Mientras mantenía su brazo alrededor de
mi espalda, volvió a hablarme y me dijo: "Sonríete". Entendí que me
quería decir, que si Él estaba conmigo y con su brazo sosteniéndome por la
cintura, podía sonreírme con confianza pues con El sólo podemos esperar
victoria. El señor estuvo por un instante más a mi lado y luego se desapareció.
Quedé allí de rodillas sintiendo una poderosa bendición del Espíritu Santo.
Los días siguieron pasando y yo oraba, clamaba
al Señor y le recordaba que no entregaría hasta que Él no me lo revelara. En la
noche número dieciséis de ayuno, tuve una revelación y vi una carta que llegó a
mis manos y solo decía: "El hombre que empezó el ayuno de los dieciséis
días". Entendí que el ayuno había terminado. Oré desde la madrugada y como
a las siete de la mañana, rompí el ayuno y me tomé un vaso de jugo de uva.
Después de este ayuno Dios me dio campañas donde se convirtieron muchas más
almas que en las anteriores.
En otra ocasión sentí el llamado para ayuno
nuevamente. Sentía que sería un ayuno prolongado pero no sabía cuantos días.
Oraba buscando dirección precisa de Dios y sentí que estaría encerrado en una
habitación sin ver a nadie hasta terminar el ayuno. Así lo hice. No sabía
cuantos días serían pero oré diciéndole al Señor: "No salgo hasta que Tú
me digas que el ayuno ha terminado". No sabía yo que estaba de nuevo en el
ayuno del Señor, y en un ayuno decisivo para mi ministerio. Empezaron a pasar
los días y oraba y leía la Biblia sin cesar. No es fácil quedarse encerrado en
una habitación por días y sin ver a nadie pero esa era la voluntad de Dios. En
esos días el Señor me dio la mayor parte de los tratados de mi ministerio y me
dio los títulos de los discos de larga duración que están llevando tanta
bendición a miles de almas en diferentes lugares. Fueron días de gran lucha y
tuve experiencias muy grandes con Dios.
Amanecía el día número diecisiete del ayuno y
estaba tan débil que no podía ni moverme. Oraba acostado en el piso y le pedía
fuerzas al Señor y le decía que no entregaba hasta que Él no me hablara. Casi
no podía ni hablar de la debilidad. Oraba en el pensamiento. "Señor dame
fuerzas", era mi clamor. De pronto Jesús apareció de pie a mi izquierda.
Su figura de hombre estaba allí a mi lado. Mientras lo miraba sentí al Espíritu
Santo moverse a mi derecha. El Espíritu se movió como un viento que soplaba y
movió mi cuerpo y me lanzó sobre el Señor. En aquel instante Jesús extendió su
mano y me haló hacia arriba al mismo tiempo que gritó: "Ven". Sentí
cuando mi cuerpo salió del cuarto a gran velocidad. Me encontré fuera de la
habitación. El Señor estaba a mi lado. Hacía un fresco maravilloso, respiré
profundamente, abrí mis brazos, noté que podía flotar en el aire y moverme con
gran libertad. El Señor se mantenía en todo momento junto a mí. Volé en todas
direcciones junto al Señor y sentía una sensación profunda de descanso. De
pronto descendimos y volví a encontrarme acostado en el piso de la habitación.
El Señor estaba de pie a mi lado. Antes de desaparecerse me dijo: "Poderes
del diablo". Me avisaba de la gran visitación satánica que iba a tener en
ese día. Cuando Jesús se desapareció di un salto y corrí por la habitación.
Saltaba y me movía y sólo podía decir: "Dios mío, tengo más energías que
cuando levantaba pesas". Así era. Estaba nuevo. Volví a orar con gran
vigor y entusiasmo pero en breve comenzó la visitación de demonios que el Señor
me había anunciado. Muchos entraron en el cuarto y cogieron la figura de
algunos de mis familiares a los cuales oprimían. Uno de los que entró tenía la figura
de mi mamá, y entendí que era el demonio que la enfermó y casi le causó la
muerte. Lo reprendí y salió del cuarto. Otro tocaba guitarra y cantaba y sabía
que era el demonio que mantenía a mi papá en el mundo del pecado. Entraron
otros que no deseo mencionar debido a las personas que representaban y a las
cuales oprimían. Según entraban yo los reprendía y se desaparecían. Algunos
salían del cuarto y los escuchaba según se marchaban peleando por el pasillo.
Pasaron varios días más y un día el Espíritu
Santo me habló y me dijo: "Dos ayes". No entendía lo que eso
significaba pero le pregunté al Señor y esa noche en un sueño me dijeron que
los dos ayes eran dos días más que me quedaban en ayuno. Estos días el veinte y
veintiuno pasaron y salí del cuarto completamente sano y seguro de una gran
victoria espiritual. Después de este ayuno Dios me proveyó para tirar catorce
títulos diferentes de tratados, docenas de programas de radio y grabaciones.
Verdaderamente el ministerio amplio nació después de este ayuno. Gloria a Dios.
Fueron veintiún días de batalla grande pero el fruto ha sido en miles de almas
y de enfermos que han recibido liberación. Era el ayuno del Señor. El dispuso
los días pero también me dio sus fuerzas y la gran victoria que siguió a esta
gran batalla de FE. El ayuno y la
oración es el método de Dios para crecer espiritualmente y alcanzar la plenitud
de lo que Dios quiere darnos. Es la fórmula que han tenido que usar los
grandes siervos de Dios de todas las épocas. ¿Quieres mayor unción en tu ministerio?
¿Deseas un ministerio de gran fruto? Paga el precio, que aun Jesús tuvo que
hacerlo y nosotros no somos mejores que el Señor. Entra en el ayuno del Señor.
Es ayuno de victoria.
El ayuno del Señor puede ser usado, no sólo
por un creyente interesado en crecer espiritualmente, sino también por iglesias
completas. La primera iglesia nos dio ejemplo. Por diez días estuvieron
apartados en el aposento alto esperando la bendición del Espíritu Santo. Dios
me ha mostrado que estaban en ayuno y estaban en el ayuno del Señor pues no
estaban dispuestos a ceder hasta que no recibieran la promesa del Padre.
Esperaron diez días pero al cabo de ellos el Espíritu Santo descendió como un
viento recio y los 120 fueron llenos del poder y todos hablaron en otras
lenguas y danzaron en el Espíritu Santo. Hechos 2:3. Lleno del poder Pedro
predicó su primer mensaje y 3.000 almas vinieron a Cristo. La iglesia esperó
diez días todos unánimes en clamor y ayuno delante de Dios. Estaban haciendo lo
que Cristo les dijo: El Señor les ordenó que estuvieran quedos en Jerusalén
esperando el poder del Espíritu. Él también les había ordenado que cuando el
esposo les fuera quitado ellos ayunarían. No terminó el retiro de toda la
iglesia hasta que no cayó la bendición grande de Dios. Era el ayuno del Señor,
ayuno de victoria y nació de una iglesia poderosa y miles vinieron a Cristo.
Si las iglesias entraran de vez en cuando en
el ayuno del Señor verían la Gloria de Dios. Algunos me han dicho que esto es
imposible ya que muchos trabajan. Es cierto que hay dificultades, pero si todos
los hermanos se pusieran de acuerdo para coger juntos unas vacaciones, la
iglesia entera podría entrar en el ayuno del Señor. Dios podría revelarle dos o
tres días o quizás más tiempo para que el ayuno de toda la iglesia unida sea
una victoria espiritual poderosa. Si pensamos en la victoria que Dios le dio a
la primera iglesia en los diez días en el aposento alto, podemos visualizar lo
que podría hacer con nuestras iglesias actuales si entraran en el ayuno del
Señor los días que Él les señale. Ciertamente la iglesia se llenaría del poder
como en Pentecostés. Saldrían a relucir los pecados escondidos. Se iría el
modernismo y la vanidad. Las mujeres vestirían decentemente y se le iría el
deseo obsesivo a los hermanos del
deporte y la televisión. Los enojos y contiendas entre hermanos se
desaparecerían y muchos pecadores, como en Pentecostés, se convertirían. Los
dones del Espíritu se comenzarían a manifestar y muchos serían llamados al
ministerio.
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