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Entrégale a Dios tu amor, y él te dará lo que más deseas. Pon tu vida en sus manos; confía plenamente en él, y él actuará en tu favor. Salmo 37:4 BLS

jueves, 23 de enero de 2014

Día 16: Cerdos en la sala





Liberación para los niños

Como ya se ha visto que los espíritus demoníacos pueden entrar al feto y a los niños, es obvio que para ellos también debe haber liberación. Los demonios se pueden expulsar de la misma manera como se expulsan de los adultos. Asimismo, habrá manifestaciones de los espíritus que salen por la boca y la nariz como en las otras liberaciones.
Ordinariamente a los niños se les libera con bastante facilidad. Como los espíritus no han tenido mucho tiempo para estar dentro de ellos no se hallan tan profundamente implantados como en los mayores. Desde luego hay excepciones a esto, como en el caso de quienes han sido expuestos a ataques de los demonios en circunstancias graves. Las manifestaciones de los demonios pueden ser bastante dramáticas, inclusive en los niños.
Una joven pareja cristiana trajo su niño para que se le ministrara. Era el primer hijo y no había acuerdo sobre cómo educar a este bebé de algunos meses. El padre y la madre habían tenido una discusión muy seria sobre el tema. Mientras exponían sus argumentos el niño comenzó a llorar. Con base en este incidente no había duda que era víctima de espíritus atormentadores. Mi esposa lo levantó en sus brazos y comenzó a ordenar a los espíritus que lo atormentaban salir en el nombre de Jesús. Cuando el primer espíritu salió el bebé se puso rígido y gritó y otros dos demonios salieron de la misma manera. Luego, quedó quieto y relajado y pronto durmió tranquilamente.
Una niñita de cuatro años recibió liberación mientras se sentaba en mi regazo y miraba los cuadros de una Biblia ilustrada para niños; el Espíritu Santo me guió a comentar los cuadros y a ordenar suavemente la identificación de los espíritus y ordenarles salir. A medida que se retaba a cada demonio, salía con tos. Después, a otros dos niños de la misma familia, de seis y siete años, se les ministró también en una manera muy informal. Estos niños un poco mayores causaban gran preocupación a los padres pues eran muy rebeldes e inmanejables. Después de su liberación hubo un cambio tan marcado en su comportamiento que inclusive las personas fuera de la familia comenzaron a comentar la mejoría que observaban.
Casi todos los niños hacia la edad de cinco o seis años pueden recibir una explicación sencilla de lo que se irá a hacer antes que comience la liberación. Necesitan saber que no se les hablará a ellos sino a los espíritus que están dentro de ellos, pues de otra manera se podrían ofender y asustar por las órdenes que se dirigen contra los espíritus del mal. Usualmente los niños cooperan bastante. Como se pueden sentir más seguros con los padres, a menudo es mejor que uno de éstos sostenga al niño durante la ministración. Quien hace la liberación debe discernir las reacciones atribuibles a los espíritus que se están agitando. Estos espíritus pueden hacer que el pequeño se resista a ser sostenido o le obligan a llorar, gritar, o mostrar signos de gran temor. Los demonios pueden usar diversas tácticas para hacer que uno piense que el niño está siendo maltratado, de manera que el ministro y/o el padre simpaticen tanto con él que detengan la liberación y los demonios puedan así permanecer en su interior.
Especialmente cuando se ministra a los niños vale la pena recordar el hecho que no es tono de voz de una orden lo que hace que los demonios salgan sino la autoridad del nombre y de la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Las órdenes se deben dar con tal calma, tal certeza y tal seguridad que el niño escasamente se ha de dar cuenta de lo que acontece.
¿Cómo se mantendrán libres de los demonios los niños y los infantes, una vez liberados, puesto que no son capaces de protegerse a sí mismos? Esta responsabilidad no es del niño sino de los padres o de los guardianes. Creo que se puede encontrar en las Escrituras que cuando el Señor Jesús ministraba a los niños, uno o ambos padres estaban presentes. Es la responsabilidad de los padres ser los guardianes espirituales de sus hijos.
El siguiente relato lo da mi esposa e ilustrará casi todos los factores que se presentan en el trabajo con niños.
(Habla la señora Ida Mae Hammond). El ejemplo más gráfico de liberación infantil que he conocido es el de una niñita de seis años a quien llamaremos María. El padre de María nos pidió que le ayudásemos en diversos problemas. En el curso de la entrevista habló de la dificultad que tenía para manejar a su hija. El y su esposa se habían divorciado y él estaba a cargo de María. Dijo que era muy difícil de manejar por ser muy terca, voluntariosa y rebelde. Estaba muy preocupado porque este carácter de la niña lo irritaba tanto que podría castigarla con excesiva severidad. Le dijimos que la niña necesitaba liberación, así como él, e insistimos en que nos la trajera.
María vino directamente de la escuela unos pocos días después. Debo decir que mientras me familiarizaba con ella y le explicaba que quería orar por ella, se tomó casi la mitad de una jarra de jugo de naranja. Era muy hiperactiva y saltaba sobre uno y otro de los bancos de la iglesia, absolutamente incapaz, debido a su inquietud, de sentarse mientras charlábamos.
Le dije, “María, tu papá cuenta que sabes que hay espíritus malos”. Sus ojos se abrieron ampliamente y comenzó a decirme en forma muy seria cómo cada noche ella debía asegurarse que todas las puertas-quedaran bien cerradas antes de ir a la cama. Cuando se levantaba en la noche para tomar agua o para ir al baño, tenía mucho miedo y debía constatar otra vez que todas las puertas estuviesen cerradas con toda seguridad. Entonces dije, “Sí, eso es miedo, María. Tienes espíritus de miedo en tu interior. Ellos te hacen asustar y quiero orar para que salgan de ti. Han conseguido entrar cuando era muy pequeñita y cuando yo ore saldrán por tu boca y te dejarán”. María aceptó mis palabras con la fe simple de un niño.
Le pedí sentarse en el banco, a mi lado, mientras oraba. Lo hizo así pero era tan inquieta que tuve que tomarla en mi regazo para mantenerla cerca de mí. Se sentó en mi falda, dándome la espalda. Comencé a’orar una plegaria de fe y a confiar que Jesús iba a liberarla. El Espíritu Santo en una forma muy suave me dijo que mantuviera mi voz muy calmada y mucho más baja que el tono de conversación normal. También que considerara de allí en adelante, que toda palabra de la boca de María, iba a ser un demonio que estaba hablando o que iba a ser inspirada por los demonios.
Luego comencé a dirigirme a los demonios y dije, “Ahora, demonios que habitan en el cuerpo de María, quiero que sepan que ella está cubierta por la sangre de Jesús por medio de la relación de su padre con el Señor. Tal como en los días de Moisés el padre rociaba la sangre en el dintel de la puerta para protección de toda la familia, de la misma manera María está bajo la cobertura de la sangre. Demonios, quiero que sepan que el padre de María escuchó y aceptó la verdad de Dios respecto a ustedes, demonios espirituales. Él sabe ahora que ha estado luchando contra ustedes en todo y no contra María”.
Me di cuenta que María estaba susurrando algo y entonces me incliné para ver si podía captar lo que decía. Ella murmuraba, “No me gusta lo que dices”. Contesté, “Sé que no te gusta, demonio, porque te estoy exponiendo y conozco de ti. María ha sido atormentada por ti desde antes de nacer. Mientras aún estaba en el vientre de su madre algunos de ustedes, demonios, entraron en ella. Pero Dios ha dicho que ustedes ya no pueden habitar más su cuerpo”. De nuevo los demonios en María comenzaron a susurrar. Esta vez en palabras muy desafiantes, pronunciadas con los dientes muy apretados protestaban, “No... me gusta ... lo que... dices...”. Tuve cuidado de mantener mi voz muy tranquila a medida que respondía, “Demonios, no les va a ir nada bien a ustedes; les va a ir muy mal porque deben salir de ella hoy. Deben abandonar esta casa”. Cuando decía esto los demonios comenzaron a gritar y a replicar de nuevo, “No nos gusta lo que dices; ¡ahora cállate!” Respondí, “No, no me callaré sino más bien voy a continuar hablando hasta cuando salgan del cuerpo de esta niña”.
Y seguí hablando a los demonios. “Ahora, uno por uno, ustedes demonios comiencen a manifestarse en el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Inmediatamente María comenzó a decir en un murmullo, “Tú no me quieres; si me quisieras, no me agarrarías así”. Respondí, “es cierto, espíritu de rechazo, tú la cierras a la relación de amor. Tú haces que ella piense que nadie la quiere. Inclusive, haces que ella piense que Dios no la ama. Vas a salir de ella, rechazo, en el nombre de Jesús”. Uno por uno los demonios comenzaron a manifestar su naturaleza. Aparecían tan rápidamente que a menudo sólo tenía tiempo de nombrar uno y otro estaba ya en la superficie.
Los demonios hacían que María luchara para escapar de mi regazo aunque yo podía sostenerla más bien blandamente en mis brazos. Por último tuve que colocar una de sus piernas entre las mías para sostenerla e impedirle el movimiento corporal. El demonio del odio puso la cara de la niña justamente contra la mía, con nuestras narices tocándose y gritó, “ ¡Te odio!” Aún hablando muy tranquilamente me dirigí al demonio, “Sal fuera, demonio del odio”. Ella comenzó a gritar, “Quiero un cuchillo, quiero un cuchillo”. Yo pregunté, “¿qué quieres hacer con un cuchillo?” El demonio apretó los dientes de María y dijo, “Así te podré matar”. “Muy bien, espíritu de homicidio”, ordené, “fuera en el nombre de Jesús”.
Luego María se levantó, echó sus hombros atrás, colocó sus manos en la cintura y respondió, “Nadie me ordena nunca lo que voy a hacer”. Dije, “demonio de desafío, fuera de ella en el nombre del Señor”.
Hubo un cambio muy distinto en la voz cuando el siguiente demonio habló, “Yo sólo hago lo que quiero hacer”. Entonces respondí, “Demonio de obstinación fuera en el nombre de Cristo”. Luego hubo otro cambio en la voz, “Nunca me harás salir”, dijo la nueva voz. “Demonio de terquedad tienes que salir también”, insistí. María entonces levantó sus manos como garras y atacó mi rostro; sus ojos se salían de las órbitas y chillaba. Yo dije, “Locura, debes salir de María en el nombre de Jesús”. Comenzó a arrancarse el cabello y agitar su cabeza violentamente. Ordené, “Enfermedad mental y locura, fuera en el nombre de Cristo”. Luego llamé los espíritus de la esquizofrenia, “Demonios de la esquizofrenia les estoy llamando. Salgan las dos personalidades opuestas que ustedes han establecido en la niña. Uno de ustedes tiene su raíz en el rechazo y en la autocompasión y el otro tiene la raíz en la rebeldía y en la amargura. Ninguna de estas personalidades es la verdadera María. Desato y libero a la verdadera María para que sea lo que Jesús quiere que ella sea”. Con esto se aba-lanzó violentamente hacia mí, arañando mis brazos y buscando morderme. En efecto, me arrancó un pedazo de la blusa. Cuando se apartó con una porción de mi blusa en sus dientes, me miró muy extrañada como si esperase que yo le fuera a dar un bofetón. Pude ver que la verdadera María estaba sorprendida. Entonces me dirigí a los demonios y les dije, “No demonios, no voy a golpear a María por haber roto mi blusa porque los puedo separar a ustedes de ella. Por mucho tiempo a María la han castigado por las cosas que ustedes han hecho por medio de ella. Ustedes demonios no han sufrido nada y nadie los ha tocado. Hoy es distinto; ustedes demonios deben recibir el castigo y María debe quedar libre”. María me miró aliviada durante un segundo y luego otros demonios comenzaron a manifestarse.
Por último, después de casi veinte o treinta minutos de este proceso de liberación María comenzó a gritar con gritos muy largos, unos tras otros, y a decir, “Suelta mi pierna, suelta mi pierna”. El Espíritu Santo me hizo comprender que su carne ahora se estaba agitando y que debía soltarla y hacer que se sentara a mi lado en el banco. En consecuencia dije, “María, voy a dejar que te sientes conmigo, ¿está bien?” Llorando muy suavemente contestó: “No me gusta que me tengas como lo has hecho”. Le respondí, “Bueno, lamento haberte sostenido así de firme, pero los espíritus malos te estaban haciendo luchar contra mí”. Siempre tuve cuidado de echar toda la culpa a los demonios. En su manera infantil parecía darse cuenta y agradecer que finalmente ellos estaban llevando la culpa en lugar de ella.
María se sentó al lado mío durante un momento y estaba muy tranquila y relajada. Entonces el Espíritu Santo me dijo que debía ordenar rápidamente a los demonios restantes que salieran. Dije, “Ahora, en el nombre de Jesús,- ordeno a todos los espíritus que permanecen en María salir fuera. Ahora, salgan ... en el nombre de Jesús”: Inmediatamente María comenzó a vomitar y antes que pudiese alcanzar una toalla de papel arrojó una gran cantidad de baba que llenó sus manitas y las mías. Levantó la vista, sonrió débilmente y luego pareció entrar en una paz que la rodeó por completo.
Recuerden, al comienzo de este relato, María había tomado un termo de jugo de naranja cuando llegó para la ministración. Y no hubo ni rastros de ese jugo en lo que arrojó. La baba no salió de su estómago.
Bueno, nos sentamos allí y conversamos durante más o menos quince minutos. María estaba muy tranquila y calmada, en contraste con la naturaleza hiperactiva que había mostrado antes. Su padre estaba asombrado. Él había visto esa liberación tan tormentosa con una mezcla de emociones confusas. Como no estaba familiarizado con las manifestaciones de los demonios, no era capaz de distinguir las muchas diferentes voces de los demonios como mi oído ya entrenado lo había hecho. El papá pensó que la verdadera María estaba siendo tratada rudamente y dijo que una vez era todo lo que él podía soportar para no intervenir.
Aunque personalmente no he visto a María desde su liberación, he recibido varios muy buenos informes. Casi todos dicen, “es muy distinta”. “No es exactamente la misma”. “Ahora la puedo sostener y responde al amor”. “Usted no creería que es la misma niña”.
Mis ojos se humedecen cuando escribo esto. Es la única liberación que me ha hecho llorar. La batalla fue tan difícil y la paz que llegó después fue tan linda que no puedo contener las lágrimas. ¡Para Dios sea la gloria!

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