Un tal Jesús
A manera de introducción
En el año 64 de nuestra era ardió Roma. Este incendio fue atribuido al emperador Nerón, aunque este lo achacó a los cristianos. Cornelio Tácito, famoso historiador romano, escribió a principios del siglo II acerca de este acontecimiento; y trata de explicar la palabra "cristiano", diciendo que se deriva "de un tal Cristo ajusticiado por el procurador Poncio Pilato, bajo el imperio de Tiberio". Y agrega que después de la muerte de este "tal Cristo", "su funesta superstición ha encontrado el camino de Roma, donde ha conseguido muchos seguidores, después del incendio".
Y no fue sólo en Roma; en todo el Asia Menor, el norte de África, en Siria, Fenicia, Grecia y las islas mediterráneas, el "tal Cristo" sería adorado y reconocido como el Hijo de Dios, cuya muerte en la cruz reconcilió al hombre con Dios y lo restableció en gracia y salvación.
La palabra "cristiano" se ha devaluado por su uso y abuso. Ahora puede significar mil cosas: desde iglesias, organizaciones y empresas, hasta partidos políticos, movimientos culturales y escuelas de pensamiento. "Cristianismo" es en efecto para muchos, un sistema de ideas o un conjunto de prácticas y ritos; una visión de la vida y del mundo o una forma tradicional de identificación religiosa.
Sin embargo, este nombre nació más como una incriminación vergonzosa a un grupo de personas creyentes, seguidoras de Jesús, en la ciudad de Antioquía (Hechos 11:22); y tiene relación directa con una persona, una muy particular persona. Lo confirman así los primeros siglos. Cayo Plinio II, gobernador romano de la Bitinia, Asia Menor, consulta al emperador Trajano hacia el año 112 sobre qué hacer con "estos cristianos, acusados de muchos crímenes, que se niegan a dar culto al emperador; y adoran a un tal Cristo a quien cantan himnos y reconocen como único Dios".
En la iglesia primitiva, todo era memoria y recuerdo de Jesús el Cristo. Todas sus reuniones se hacían "en el nombre de Cristo, el Salvador". Comían juntos y celebraban el sacramento de la Cena del Señor, como un "memorial" de la pasión y muerte de su Maestro. Y sus oraciones debían terminar "en el nombre de nuestro Señor Jesucristo". Esta clase de "recuerdos" mantenía viva la llama de la fe, y activa la práctica del evangelio entre los seguidores de Jesús. El recuerdo de Jesús se hizo vivencia y comunicación: "buena nueva", evangelio trasmitido fielmente de generación en generación y de comunidad a comunidad.
Fue así como Cristo, el Mesías, ya no fue más una esperanza; era una realidad que alentaba la vida de los creyentes; congregaba multitudes; convertía; fundaba iglesias y transformaba la civilización y la cultura. Este "recuerdo" vivo de Cristo constituía el núcleo vital de la vida de la iglesia; estaba en el pensamiento, en el corazón y en la vida de cada cristiano; presidía el culto, la oración y la predicación. Recordándolo a él, Pedro comenzó su primer sermón al salir del aposento alto, en Pentecostés: "Como ustedes bien lo saben —dijo Pedro— Jesús de Nazaret fue un hombre acreditado por Dios ante ustedes con milagros, señales y prodigios, los cuales realizó Dios entre ustedes por medio de él" (Hechos 2:22). Y exigió que los que le habían condenado como criminal lo reconocieran ahora como el Cristo, el Mesías: "Arrepiéntanse y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo ..." (38).
Tres mil lo aceptaron así. Fue esta la tónica que siguió la predicación de la iglesia. Cuando repasamos los 27 libros del Nuevo Testamento descubrimos una gran heterogeneidad de escritores y estilos. En medio de tratados doctrinales sistemáticos, encontramos escritos ocasionales de ideas no muy bien organizadas producidas al calor del ministerio cotidiano, como respuestas ocasionales a problemas del momento. Al lado de largas epístolas dogmáticas que profundizan en las verdades más difíciles de la fe, como Romanos y Hebreos, hay allí sencillas cartas familiares de un par de páginas, como la que Pablo dirige a Filemón, un amigo, en procura de solución al problema doméstico de un esclavo fugado.
Algunos de estos escritos son de estilo ágil y elegante; otros no son tan cuidadosos ni hermosos. Unos provienen de judíos, otros de escritores griegos. Unos aparecieron tempranamente, veinte o veinticinco años después de la muerte del Maestro; otros demoraron hasta finales del primer siglo. ¿Qué es lo que aglutina y unifica todo este material variado y rico en detalles, esparcido en la geografía y en el tiempo, escrito en un lapso de casi un siglo, desde diferentes rincones del mundo en ese entonces conocido; fruto además de muchas plumas, de estilo diverso destinado a una gama variada de lectores, de lenguas y religiones disímiles, y de diferentes extracciones étnicas y culturales?
La respuesta es asombrosamente sencilla: el recuerdo de "un tal Jesús", reconocido como el Mesías Salvador por sus seguidores; el cual, en griego vino a llamarse Cristo, equivalente al hebreo Maschiah, y al arameo Mshiaha. Pero esta pregunta, válida para el primer siglo, es así mismo válida para los diecinueve siglos siguientes de la historia de los cristianos. Estos fueron muchas veces perseguidos y otras, perseguidores; estuvieron en el gobierno de los pueblos y fundaron imperios; o fueron arrojados de sus patrias y desheredados; se organizaron en comunidades democráticas, o crearon complicados sistemas jerárquicos de dignidades y poderes; vivieron y actuaron desde chozas humildes en las selvas o aldeas apartadas; o se construyeron catedrales y palacios y allí instauraron el nombre de su Cristo.
La sucesión histórica de la llamada iglesia o iglesias de Cristo ha revestido formas sorprendentes por su variedad: a la iglesia subterránea de las catacumbas, sucedió la iglesia estatal del imperio de Constantino y sus sucesores; a la iglesia de los mártires del coliseo y del circo romano, la iglesia de los obispos aristocráticos de las cortes bizantinas y europeas; a la iglesia formalista y exuberante de los ritos y ceremonias pontificales de la Edad Media, la iglesia del culto sobrio y austero de la sola Palabra y de la adoración espontánea de la Reforma.
Bajo el nombre de cristiano se arropa el monje silencioso y orante confinado en un convento solitario; y el cruzado de espada y armadura que marcha a la guerra para librar los Santos Lugares de manos de los paganos. Bajo el influjo de este nombre la historia y la civilización, la cultura y el arte sufren transformaciones de siglo en siglo, pero siguen llamándose "cristianos". Y surge una vez más la pregunta: ¿qué es lo que aglutina y da sentido a toda esta inmensa gama de movimientos y valores, acontecimientos y realidades? Y una vez más la respuesta es asombrosamente sencilla: "Un tal Jesús", llamado el Cristo, que se hizo recuerdo vivo y actuante, expresado en mil formas artísticas, teológicas, culturales, físicas y espirituales. "Un tal Jesús", reconocido a lo largo de los siglos como el Cristo, el auténtico enviado de Dios. Hijo de Dios él mismo, que se hizo hombre, sin dejar de ser Dios, y vivió y murió en la tierra para enseñar al hombre el camino del cielo y de la auténtica vida.
Todas las religiones tienen sus sistemas de doctrina, sus ceremonias y cultos. Todas presentan un camino de salvación y vida. Y en todo esto el cristianismo se parece a ellas. Pero, entonces, ¿cuál es la diferencia en ser cristiano? ¿Qué es lo que hace a nuestra religión especial y peculiar? Una vez más la respuesta es clara, terminante y sencilla: Jesús. Sí, "un tal Jesús" llamado Cristo, en las lenguas antiguas y modernas. Lo particular, lo propio y exclusivo del cristianismo es el reconocimiento de ese Jesús como el Hijo de Dios, Salvador: "... el que estuvo muerto, pero ahora, vive por los siglos de los siglos; y tiene las llaves de la muerte y del infierno" (Apocalipsis 1:18). Jesucristo, el triunfador del sepulcro, muerto y sepultado, resucitado y ascendido al cielo, donde está sentado a la diestra de Dios, el Padre. Desde donde ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos: "... el reino del mundo ha pasado a ser de nuestro Señor y de su Cristo. Y él reinará por los siglos de los siglos" (Apocalipsis 11:15).
Todo esto y mucho más está contenido en el nombre de Cristo. "Cristo" resume maravillosamente todo el significado trascendente de la persona de Jesús: su naturaleza, su obra y ministerio; su vida, desde la eternidad, en el seno de la Trinidad, y hasta la eternidad a la diestra de su Padre. La fusión de los dos nombres de nuestro Salvador, Jesús, su nombre en la tierra, y Cristo, el nombre dado desde los cielos, que lo reconocía, desde siempre, como el Mesías esperado, Hijo del Altísimo, formó el único nombre propio, Jesucristo, ante el cual "... doblan la rodilla todos los que están en los cielos y en la tierra, y debajo de la tierra, pues toda lengua debe reconocer que Jesucristo es el Señor..." (Filipenses 2:10-11).
Los veintiún capítulos de este libro nos hablan de ese Jesús, conocido por muchos, ignorado por algunos, pero necesario para todos. Tarde o temprano todos se convencerán de su importancia y de que sí era verdad que "fuera de él no hay salvación", porque Dios ha señalado un solo mediador entre él mismo y todos los mortales: "Jesucristo hombre quien dio su vida como rescate por todos" (1 Timoteo 2:5). La figura de este Jesús es fascinante. Los rasgos de su personalidad impresionan y cautivan. Estudiaremos algunos de estos rasgos característicos pero poco conocidos de la personalidad de Jesús. Lo veremos en plena acción como comunicador y maestro, como predicador y taumaturgo; lo sorprenderemos en su trato sencillo y delicado con los niños y las mujeres. Descubriremos sus técnicas como evangelista y líder de su grupo. Aprenderemos, en fin, muchas cosas ignoradas acerca de este fascinante personaje que partió en dos la historia de la humanidad. Y que después de dos mil años, sigue en el centro de la misma historia, como hombre muy particular y especial entre todos los hombres; o como el "Hijo de Dios" que estuvo de visita en la tierra, dejando a su paso un rastro de amor, misericordia, perdón y salvación para quienes puedan y quieran creer en él: en su obra y en su persona; en su palabra sabia y en su evangelio admirable.
Aquí está pues ese "tal Jesús" que desconcertó a los políticos, religiosos y sabios de su tiempo; y sigue desconcertando a los que se acercan a él movidos solo por curiosidad o intereses humanos. "Un tal Jesús", sin embargo, que puede convertirse en rica fuente de inspiración y renovación para quienes tratan de mirarlo y estudiarlo con un poco de fe. Y después de conocerlo, prueban a ver si es verdad que su persona, vida y palabra tienen la fuerza y el valor transformador de lo que viene de arriba, de las esferas superiores: de Dios. Estos últimos, que se hacen sus amigos y discípulos, descubren, guiados por su evangelio, un camino distinto: el camino de la verdad y del bien; de la honestidad y la integridad: el camino de la salvación.
Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.