Un tal Jesús
Un Cristo actual
Muchos "Cristos"
Ninguna figura de la historia ha sido tan manipulada como la de Jesucristo. Escritores, predicadores y maestros de religión nos presentan mil figuras de Cristo, muchas veces fabricadas a su amaño. Algunos nos muestran a un Cristo "trascendente" que viene de las nubes, tan encumbrado y lejano que impone sólo miedo y temerosa reverencia. Es el Cristo de sacristía, propio para "beatos" y rezanderos. Otros vulgarizan demasiado a Cristo, y lo revisten de sus propias ideologías y gustos sociopolíticos. Tenemos así al Cristo guerrillero o revolucionario, al Cristo hippie, tan vulgarizado y disminuido en su grandeza que todos le pierden el respeto. O al otro Cristo burgués, el Cristo yuppie, o de la Nueva Era, que condesciende con todas las injusticias y liviandades de los cristianos mediocres, acomodados en un cristianismo rutinario y formalista que huye del compromiso y el sacrificio, y permanece impávido ante las necesidades, dolores y privaciones del prójimo. No sirve para mucho tampoco el Cristo filosófico tan abstracto y racionalmente depurado que nos presentan algunos teólogos. Un Cristo más idea que realidad; más discurso o sermón, que persona de carne y hueso; más teoría que vida.
¿Cuál es el Cristo verdadero?
La verdad es que sí necesitamos a un Cristo identificado con la humanidad, a un Cristo accesible y solidario con nuestros problemas, un Cristo cercano y "actual", aunque sin desteñirse de su calidad esencial de Hijo de Dios y Mesías, Salvador del mundo.
Como aquellos griegos que fueron a las fiestas a Jerusalén y hablaron con Andrés y Felipe, mucha gente hoy "quiere ver a Jesús" (Juan 12:21). Pero no el Jesús estereotipado de los altares y prédicas tradicionalistas. Alguien tiene que mostrarles a un Jesús diferente: un Jesús cercano, concreto, actual, solidario con la realidad en la que nos movemos y vivimos hoy; un Jesús como el que cautivó a sus contemporáneos en la Palestina del siglo primero. El Jesús sabio, sencillo y cercano que hablaba la lengua de su pueblo, sentía sus sinsabores y frustraciones, aliviaba sus penas y dolores y los desafiaba con su evangelio de amor, solidaridad y perdón. Ese Jesús taumaturgo y poderoso, pero a la vez sencillo, humano y amoroso que enseña los altos ideales de la santidad y la virtud, al mismo tiempo que comprende nuestras flaquezas, fallas, debilidades y miserias.
Para descubrir al Cristo verdadero en medio de tantas falsificaciones de Cristo, debemos regresar a las fuentes: a los Evangelios, a la Biblia. Allí está el verdadero Cristo. Lo sorprenderemos en acción, tal como él es: trascendente, como Hijo de Dios, y uno con el Padre y el Espíritu Santo. Este Cristo, en verdad supera la capacidad de comprensión de nuestra mente porque pertenece a los arcanos misteriosos de la divinidad. Pero aún así, sin comprender del todo el misterio del Jesús, Hijo de Dios, nos será de mucho provecho saber que contamos, en el seno de la Trinidad, con un Cristo que ha existido siempre y que es infinito en poder y majestad, tal como lo describe Juan en el prólogo de su Evangelio (Juan 1:1-14). Pero a la vez un Cristo que ha puesto esos mismos poderes y prerrogativas de su divinidad al servicio de los hombres, como garantía de gracias y bendiciones para todos los que se hacen sus seguidores y amigos.
El Cristo del amor
El eslabón que une los dos misterios de Jesús se llama "amor". La Biblia dice que "Dios es amor" (1 Juan 1:8). El amor es la fuerza que impulsa a dar, a entregar, a unirse al otro, a salir a su encuentro. Por eso la mejor definición de amor es "entrega". Y en Dios se convierte en "gracia". Porque Dios es amor y al amar busca participar de sus bienes gratuitamente, incluyendo su vida y su felicidad. Fue este amor divino el que impulsó al Padre y al Hijo a concebir el maravilloso plan de la redención del hombre. Fue este mismo amor el que impulsó al Hijo a ofrecerse como realizador en la tierra de este plan; a encarnarse, a hacerse él mismo hombre, vivir como hombre, sufrir y luchar como hombre y morir como hombre, para conseguir la redención del hombre. El evangelista Juan resume todo este planteamiento de una manera admirable cuando escribe que "tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Juan 3:16).
Jesús, el Dios hecho carne
El mundo reclama hoy un Cristo cercano, de carne y hueso. Y en Jesucristo lo encuentra. Jesucristo es el único Dios que se ha hecho carne y ha venido a vivir con los hombres, como uno de ellos (Juan 1:14). En él se conjugan dos realidades: la de Dios y la del hombre, la del tiempo y la de la eternidad. Nadie podrá comprenderlo como hombre, si primero no lo acepta como Dios. Esta doble naturaleza le permite ser "puente" entre la tierra y el cielo. A través de él ha quedado abierta la comunicación de todo el poder y la gracia de Dios. Él nos asegura y comunica todas las bendiciones y favores del Altísimo. Como dice la carta a los Hebreos:
...en Jesús, el Hijo de Dios, tenemos un gran sumo sacerdote que ha atravesado los cielos. Por lo tanto debemos aferramos a la fe que profesamos. Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Hebreos 4:14-15
Tenemos aquí al Jesús que buscamos: al Jesús cercano, actualizado, hombre con los hombres, pobre con los pobres, de nuestra propia raza y de nuestro propio tiempo. De hecho, de todos los tiempos. La intemporalidad que le presta su divinidad le permite hacerse actual: Hombre-Dios de todos los tiempos y de todos los hombres. En él se dan cita "el tiempo" de Dios (kairós), con el tiempo de los hombres (kronos). Después de resucitado, vencedor de la muerte, ésta ya no tiene poder sobre su existencia, que aunque sigue siendo humana, a la vez que divina, no se circunscribe a una sola época, sino que se extiende a todas las épocas. Es lo que quiere decir aquello de que "Jesucristo es el mismo ayer y hoy y por los siglos" (Hebreos 13:8).
El Jesús al alcance de todos
No podemos matricular o circunscribir a Jesús absoluta y exclusivamente en una época determinada; ni mucho menos, en una raza o categoría humana determinada; ni muchísimo menos en una doctrina o grupo religioso en particular. Jesús, como enviado del Padre, Dios encarnado, Redentor y Salvador de la humanidad, está disponible para todos. Aunque como hombre nació en un tiempo, raza, país y cultura determinados, como Hombre-Dios pertenece a todas las épocas, razas y culturas; y se actualiza en todos los tiempos. A través de él, el Dios Padre infinito y poderoso se entiende con todos los mortales, de todos los tiempos y de todas las categorías humanas: hombre o mujer, sabio o ignorante, pobre o rico, joven o viejo, niño o adulto. Su doble categoría de Hijo de Dios y hermano de los hombres le permite servir de puente e intermediario. En él, Dios mismo se ha hecho uno de nosotros; se ha identificado con todas nuestras angustias y problemas. Podemos comprobarlo observando la forma de actuar de Jesús. Todas sus palabras revelan una franca simpatía por todo lo humano. Fue un maestro compasivo y comprensivo. Cuando a todos se les agotaba la paciencia, él permanecía apacible, hablando de perdón, restaurando pecadores, sanando enfermos del cuerpo y del espíritu. La lista es interminable: Nicodemo, Zaqueo, la Magdalena, Pedro, Tomás, los novios de la boda en Cana, los discípulos de Emaús, la mujer adúltera, la samaritana, el ladrón en la cruz, los leprosos, la mujer cananea y muchos más. Todos sus milagros fueron motivados por la compasión y la simpatía que entregó inclusive a sus enemigos, los mismos que le persiguieron, atacaron y crucificaron. Una sola frase revela la capacidad infinita de perdón de su corazón magnánimo: "... Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34).
Jesús, un hombre para nuestra época
Quizás nada hace tan actual y necesario hoy a Jesucristo como su manera de amar. Él enseñó un amor desconocido en su tiempo y que hoy poco se practica. Podría llamarse amor de aceptación. Es esa clase de amor que nos hace amar no por lo que es o tiene el ser amado, sino a pesar de lo que es o no es, tiene o no tiene. Es una especie de amor de desprendimiento, despojado de egoísmos e intereses utilitarios. Todos amamos con muchas condiciones. El amor de Cristo, como expresión del amor de Dios, es incondicional. Ni siquiera espera ser amado para amar. Es la clase de amor que hemos descrito al principio de este capítulo como amor de entrega. El amor que identifica a Dios. Este es el amor que practica Jesús y que propone a sus seguidores como único camino para resolver los odios, divisiones, rencores y rivalidades que están carcomiendo a la humanidad. Hay que regresar a esta clase de amor enseñado y practicado por Jesús, y magníficamente interpretado y descrito por Pablo en el capítulo 13 de su primera carta a los Corintios:
Un amor que es paciente y bondadoso; que no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. Que no es egoísta ni se comporta con rudeza. No se enoja fácilmente ni guarda rencor. Que no se deleita en la maldad sino que se regocija con la verdad. Un amor que todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta... 1 Corintios 13:4-7
Tenemos aquí una receta para vivir en paz y armonía. Una solución de altísimo calibre a los males de una humanidad zarandeada por odios de todo orden, divisiones, discriminaciones, guerras, contiendas, persecuciones e injusticias. Es esta clase de enseñanza la que hace que Cristo sea más necesario y actual hoy más que nunca.
Hay por último un rasgo muy especial de Jesús que lo convierte en un personaje muy propio para esta época de ejecutivos y hombres y mujeres de empresa: y es su dinamismo y acción eficaz. La empresa de salvación que lo trajo a la tierra no sólo fue preparada minuciosamente, en todos sus detalles, con mucha anticipación y en consulta con su Padre, sino que Jesús la realizó plena y eficazmente hasta sus últimas consecuencias. Por eso pudo decir desde la cruz, al momento de su partida: "Todo se ha cumplido" (Juan 19:30). Unas horas antes, en diálogo con su Padre le había expresado: "Padre, yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste..." (Juan 17:4).
Jesús fue un gran administrador de su empresa de salvación y ejecutor fiel de la misma, en consulta permanente con su Jefe. Por eso es confiable. Todo lo que prometió lo cumplió. Prometió resucitar, y se levantó del sepulcro al tercer día. Prometió a sus discípulos al Espíritu Santo, y en Pentecostés llegó, y en qué forma. Su eficacia se evidencia en mil formas; no sólo cuando hace efectiva su acción de perdón y salvación para todos los que le buscan y aceptan con fe, sino cuando cura enfermedades, da consejos, resuelve problemas, responde a preguntas difíciles, elige su equipo de discípulos, organiza lo que será su iglesia, da órdenes y proyecta su ministerio: atiende a la gente, aconseja, sana, predica, reprende y decide.
Jesús el mismo ayer y hoy
La tónica de la acción eficaz de Jesús no ha cambiado. Hoy como ayer sigue realizando su noble empresa de redención y salvación con la misma eficacia de siempre. Sigue personalmente interesado en que su ministerio de salvación se cumpla hasta los últimos confines de la tierra. Por eso ha prometido a sus seguidores y a los que nos hemos embarcado con él en su empresa redentora, a acompañarnos todos los días, "hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20). Y para hacer efectiva su promesa, nos promete que "cualquier cosa que pidamos en su nombre, la hará" (Juan 14:13).
Los hombres y las mujeres no han cambiado mucho desde los tiempos cuando Jesús vivió en la tierra. Sus necesidades, ambiciones y problemas siguen siendo básicamente las mismas. Su espíritu, pensamiento y corazón experimentan las mismas tentaciones, emociones, ilusiones, aspiraciones y frustraciones. Para todas estas situaciones, problemas y necesidades, Jesús tiene solución y respuesta. Sólo que hay que buscarlo, preguntarle, pedirle. Y aceptar su oferta de salvación; seguir sus instrucciones; pedir su ayuda. Tenemos su palabra de que "... el que a mí viene no lo rechazo" (Juan 6:37).
Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.
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