Devocional Día 48
Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración
DIEZ PASOS EN LA PREPARACIÓN PARA ORAR
7. Creer
Lo siguiente es tener fe en el poder de Dios para hacer lo que Él ha prometido.
Y (Aarón) saldrá al altar que está delante de Jehová, y lo expiará, y tomará de la sangre del becerro y de la sangre del macho cabrío, y la pondrá sobre los cuernos del altar alrededor. Y esparcirá sobre él de la sangre con su dedo siete veces, y lo limpiará, y lo santificará de las inmundicias de los hijos de Israel (Levítico 16:18-19).
Én el Antiguo Testamento hubo poder de expiación por medio del sacrificio de animales. El sacerdote tenía que creer en eso cuando ponía la sangre en los cuernos del altar, el poder de Dios era tan suficiente para expiar por el pecado. El sacerdote tenía que tener fe. El pueblo también debía tener fe. Después que el sacrificio era ofrecido y el macho cabrío enviado al desierto, ellos tenían que regresar a sus hogares diciendo: "Mis pecados son perdonados para todo el año". Ellos tenían que creer que el poder manifestado en la ofrenda del sacrificio perdonaba sus pecados.
En la cultura hebrea, el cuerno representaba poder. Esto significa que cada vez que el sumo sacerdote entraba al Lugar Santo, tenía que enfrentarse al poder de Dios. Para hacerlo, él tenía que estar preparado para entrar. Su vida debía ser correcta. Asimismo, cuando su vida es correcta, se manifestará el poder de Dios. Cuando se siente seco espiritualmente, cuando usted no está experimentando el poder de Dios, examine su vida. Revise para ver si usted anda correctamente delante de Dios.
Dios quiere que
nosotros creamos
que Su poder
puede realizar
lo que Él ha
prometido.
Al requerirle al sumo sacerdote que esparciera la sangre en los cuernos del altar, creo que Dios estaba diciéndonos: "Quiero que confiesen que Yo tengo el poder para hacer cualquier cosa de las que les he prometido a ustedes". La sangre mezclada de toros y machos cabríos no tenían ningún poder en sí mismas. Sin embargo, cuando el sacerdote ponía la sangre sobre los cuernos del altar, tenía el poder para expiar los pecados de Israel. ¡Gracias a Dios por Su poder!
¿Cuándo tomó lugar la limpieza y consagración del altar de las impurezas del pueblo? A la séptima vez que la sangre fue esparcida sobre los cuernos del altar (Véase el versículo 19). Siete es el número de la perfección, y, la perfección y santificación se manifestaron con la llegada de Cristo. Después que Cristo murió en la cruz, los sacrificios de animales ya no se hicieron más porque Él mismo se había sacrificado una sola vez por el pueblo y para siempre: "Que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo" (Hebreos 7:27). "A quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre..." (Romanos 3:25).
¿Cómo puede limpiarme hoy la sangre de un Hombre que murió hace dos mil años? Yo no estaba ahí cuando Adán pecó. Yo no estaba ahí cuando Cristo murió. ¿Cómo podría Su sangre perdonar mis pecados en el Siglo XXI? Es porque la sangre todavía tiene poder. En realidad, lo que Dios nos dice a nosotros es: "Escúchenme a Mi. Yo recibí el sacrificio de animales que el sumo sacerdote trajo ante Mí. Cuando Mi poder se conectaba con el de ellos, era tan potente que expiaba los pecados de los tres millones de israelitas. ¿Cuánto más 'la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación' (1ra Pedro 1:19)—la sangre de Mi propio Hijo—expiará por tus pecados"?
Dos mil años después Dios puede perdonarte porque Jesús fue al Lugar Santísimo del cielo.
Pero estando ya presente Cristo, sumo sacerdote de los bienes venideros, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos, es decir, no de esta creación, y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo? (Hebreos 9:11-14).
Cristo es el sacrificio expiatorio por los pecados de todo el mundo (Véase 1ra Juan 2:2). Su sangre vale mucho. Él tenía que ser inmolado una sola vez. En el Antiguo Testamento el poder de la sangre duraba sólo un año. El sumo sacerdote tenía que regresar el año siguiente en el Día de la Expiación y sacrificar de nuevo. Doy gracias a Dios que cuando Juan vio venir a Jesús al Río Jordán para bautizarse, dijo: "Mirad, Dios ha provisto Su propio Cordero" (Véase Juan 1:29). Juan no dijo que Jesús era el cordero del hombre. Él dijo que Jesús era el Cordero de Dios. Dios mismo proveyó este Cordero como el Sacrificio por nuestros pecados. Es por eso que confiadamente podemos entrar al Lugar Santísimo donde habita Dios (Véase Hebreos 4:16, NVI)—temblando porque tememos a Dios, pero confiados porque sabemos que la sangre de Jesús ya nos limpió. Debemos creer en la efectividad de Su sacrificio en nuestro favor.
Fuente: Munroe, M. (2005) Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración. Whitaker House. EE.UU.
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