Jesús, hombre de hogar
Hogar, dulce hogar
Por muchos siglos Dios estuvo buscando un hogar para su Hijo. En Nazaret encontró el mejor. Y de paso probó que los valores intangibles como el amor, la sencillez, la humildad, la religiosidad, la pureza, la fidelidad, la laboriosidad, la comprensión y la fe valen más para mantener unidos y felices a los padres y para educar a los hijos en sabiduría, que los valores tangibles y materiales como la riqueza, la influencia, el lujo, las comodidades, la belleza física o la posición social.
En cada personaje del hogar de Nazaret observamos las virtudes que pueden hacer feliz y auténticamente cristiano a un hogar: José, hombre honrado, laborioso y responsable. María, mujer pura, sencilla y piadosa. Jesús, hijo obediente, estudioso y fuerte. Todas estas virtudes sazonadas en un acendrado amor y piedad.
Jesús, María y José forman el hogar ideal. Sencillamente ideal: alegres, sin estridencias; pobres pero satisfechos; humildes pero honorables; probados, mas siempre unidos. Si en Belén nació el Amor, en Nazaret se hizo vida cotidiana realizándose hora tras hora en el diario trajín de estas tres vidas solidarias para el bien, estrechamente unidas entre sí, y unidas por la fe a su Dios. Amor hecho himno a la responsabilidad y al trabajo, al compás del serrucho y la garlopa de José. Amor hecho sinfonía de pureza y dedicación marcada por los pasos de María en el hogar. Amor hecho melodía de obediencia y gracia en el progresivo madurar de Jesús, el muchacho serio y jovial, alegre y responsable que cada día "crecía y se fortalecía; progresaba en sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba" (Lucas 2:40).
Por eso la infancia de Jesús, tal como la narra Lucas el evangelista, es un libro abierto de santa pedagogía en el que todos, padres, esposos e hijos, debemos aprender cómo conducirnos y cómo conducir nuestro hogar para hacerlo y hacernos felices.
Hijos con propósito (Lucas 1:6-17)
Aquella tarde, después del sacrificio del incienso en el templo, Zacarías el sacerdote, e Elisabet su esposa, prima hermana de María, madre de Jesús, se fueron muy contentos a casa. Colaborarían con Dios en sus propósitos de hacer del hijo que por su gracia tendrían, después de viejos, el precursor que iría delante de Jesús como su profeta buscando la reconciliación de Israel. Así Juan el Bautista resultó, aun antes de nacer, un hijo con propósito. ¿Cuántos padres escrutan en oración la voluntad de Dios para sus hijos? ¿Buscan los signos de la vocación que más les convenga según sus dotes y talentos, en lugar de forcejear por imponerles sus propios planes y propósitos?
Maternidad y paternidad responsables (Lucas 1:26-35)
¿Es la Biblia "machista" o "feminista"? Ni una, ni otra cosa. Lo que vemos en ella es aun Dios que quiere que tanto el hombre como la mujer, el padre como la madre, ocupen su lugar y cumplan con su misión en el mundo, en la comunidad y en el hogar. El hombre fue creado primero, sin embargo, la mujer ocupa un lugar de importancia y preponderancia en los planes de Dios. En Belén y Nazaret, María, como madre y esposa, está en primera línea. Dios se goza de anunciarle a María, como se gozó de anunciar a Sara, Rebeca, Ana, Raquel e Elisabet, que iba a ser madre. Y para hacerlo más significativo, el ángel entreteje en su anuncio varios textos del Antiguo Testamento que hablan de las promesas de Dios a David y a su pueblo (2 Samuel 1:1; Isaías 7:14). Y si admirable es el anuncio y la promesa: "No tengas miedo, María... Quedarás encinta y darás a luz un hijo ... El será un gran hombre, y lo llamarán Hijo del Altísimo" (Lucas 1:30-33), no menos admirable es la humilde aceptación de María. Ella asume el compromiso con humildad y valentía (Lucas 1:38). Y a este compromiso materno se une el del esposo, José, que se convierte en padre protector, en el varón justo que respalda con su nombre, su trabajo, su persona y virtud, la maternidad de María y el nacimiento, la infancia y el ministerio de Jesús. Así se forma la primera familia del cristianismo.
Padres y madres responsables necesita con urgencia el mundo hoy, para que haya menos hijos expósitos, sin hogar; y para que los que tienen hogar reciban en él educación integral por el ejemplo y la acción de sus progenitores.
¿Qué participación está teniendo nuestra familia en la construcción del reino de Dios? ¿Está ocupando cada uno su puesto de responsabilidad en nuestro hogar? ¿Somos todos, padres, esposos e hijos, solidarios en la consecución del progreso y la felicidad para todos?
Horizontes abiertos: familia y comunidad (Lucas 1:39-56)
Elisabet, la prima de María, está ya en el noveno mes. No hay partera profesional. María siente la obligación de acudir a su servicio. Es una mujer que sirve a otra. Dos familias que se encuentran para ayudarse en lo material y en lo espiritual: una madre que ayuda a otra a "ser madre" y de paso le lleva a Dios. Todas terminan alabando al Señor. Es la perfecta conjunción del triple ministerio material, espiritual y social. María e Elisabet ponen en común su fe y sus vivencias, y de su encuentro surge uno de los cánticos más hermosos y ricos que escucharán los siglos. EL MAGNÍFICAT (Lucas 1:46-55) es no sólo oración, sino mensaje: toda una carta de filosofía social cristiana; es alabanza, promesa, intención y compromiso de Dios con su pueblo.
En pocas palabras, éste es su contenido: Dios llama a los hombres, aunque débiles, pobres o sencillos. Tenemos un Dios incansable que ayuda a los oprimidos, libera a los esclavos, levanta a los caídos. Nada pueden los fuertes de este mundo contra la fuerza de Dios. Llegará el día de la justicia. Dios realiza sus designios con paciencia, pero irremediablemente, a través de las generaciones.
He aquí un desafío para la familia. ¿Qué atención y servicio damos como grupo a la comunidad? ¿O nos limitamos a servirnos solamente a nosotros mismos? ¿Y qué de los demás? ¿Qué de los vecinos, la nación, ermundo?
-La familia tiene una función social: no sólo el padre como padre, la madre como madre, los hijos como hijos, sino la familia como núcleo social básico tiene una misión de evangelización, testimonio y servicio.
Madurez e independencia (Lucas 2:41-51)
A los doce años, Jesús quiso manifestar su independencia quedándose en el templo discutiendo con los doctores. Fue una especie de anticipo o campanada para José y María de lo que sería su "vida pública". Sus padres "no entendieron" (Lucas 2:50). Ocurre a todos los padres: difícil aceptar que los hijos crecen, maduran, y cual pichones emplumados deben volar por sí mismos. Como José y María, los padres no deben, sin embargo, perder de vista a sus hijos. Aunque no "entiendan" todos los cambios que se están operando en los cuerpos y almas de sus hijos, deben acompañarlos con amor y comprensión, ayudarlos con oración y consejo; estar con ellos, con prudencia y sabiduría, sin estorbarlos en su crecimiento, madurez y progresiva independencia.
Haciéndose "hombre" (Lucas 2:39-40; 51-52)
En Nazaret, Jesús día a día se va haciendo "hombre". La vida de relación familiar, el ejemplo y la asistencia de un José de conducta ejemplar, y de una madre sabia y amorosa favorecen su crecimiento y madurez.
El Jesús adolescente vive cerca del lago de Tiberias. Sin duda aprende a nadar, a conocer de barcas y de pesca; disfruta de sano compañerismo con los jóvenes de su vecindario; ayuda a su padre en el taller de carpintería, y alivia a su madre en las tareas pesadas del hogar.
No en otro lugar debió aprender bien todos los detalles de las labores agrícolas que le servirían de bello trasfondo ilustrativo a su predicación y enseñanza. Nazaret era una aldea eminentemente agrícola, enclavada en una colina que desciende abruptamente a la llanura de Jezreel, granero de Israel.
Jesús pasa los umbrales de la adolescencia. Ahora es un joven apuesto y varonil. Le nacen bigote y barba. En la escuela rabí-nica, que es como el colegio y la universidad de su tiempo, y en los libros y las pláticas con los suyos, ha aprendido las Escrituras, la geografía y la historia de su pueblo. Sus compañeros se van casando y formando hogares. Él espera... María espera... José también espera. Saben que se dará un signo: una orden de partida. Todos oran juntos, trabajan juntos, aman juntos, hasta que llega el día. Primero será el encuentro y el bautismo con Juan en el Jordán, luego las bodas de Cana, la predicación, los milagros.
Nazaret ha cumplido su misión
Nazaret preparó en la tierra, con la asistencia de Dios, al Salvador del Universo venido de los cielos. Contribuyó a forjar la más recia personalidad de un Jesús convencido y bien formado, pero a la vez modeló el más dulce carácter, amable y comprensivo, asequible al trato y la comunicación con todos.
En Nazaret, Jesús, como hombre, encontró el mejor ambiente para formarse y prepararse para la gran misión que le había encomendado el Padre. La santa pedagogía de amor y disciplina, estudio y trabajo, oración y consejo, comprensión y buen ejemplo del hogar de Nazaret hicieron posible la integral formación humana de Jesús: el hombre perfecto, el Maestro del buen vivir, "apacible y humilde" (Mateo 11:29), sereno ante las crisis y los peligros (Mateo 8:24-27), sabio e incisivo ante la insidia (Lucas 20:20-26), valiente y enérgico ante el pecado y la injusticia (Juan 2:13-16), generoso y comprensivo ante el arrepentimiento (Juan 8:3-11), noble y magnánimo para con los enemigos (Juan 18:11), elocuente y profundo en la exposición de la verdad (Lucas 6:20-49), responsable y valiente ante el deber (Mateo 16:21-28), fiel a su misión hasta la muerte (Juan 19:30).
¡Venid, venid a Belén, a Nazaret! Aprended a ser padres y madres. Venid, hijos. Descubrid el secreto de crecer en gracia y sabiduría, fuertes, bien formados; sabios y robustos de alma y de cuerpo.
Inserción misionera de Jesús en Nazaret
El tiempo de Jesús en Nazaret se conoce como el de "su vida oculta" y se le atribuye poca importancia. Sin embargo, la tiene y no poca por cierto. A muchos desconcierta el hecho de que Jesús se hubiera ocultado en Nazaret por casi treinta años. Todo esto no deja de esconder un gran misterio al que tratamos de dar explicaciones sumarias y superficiales: que eran los años de preparación de Jesús; que allí nos enseñó la humildad, la obediencia y las virtudes ocultas. Todo esto no deja de ser verdad, pero no explica del todo lo que a nuestros ojos aparece como un tiempo excesivo e improductivo; un despilfarro de los talentos sorprendentes de Jesús, en una aldea semipagana y sin prestigio (Juan 1:46). En una palabra, una verdadera pérdida de tiempo.
¿Por qué Nazaret en la vida de Jesús? Digamos que en Nazaret su encarnación se radicaliza y alcanza su máxima intensidad. Jesús se inserta allí en la condición humana, con todo su realismo, compartiendo la suerte de la gente corriente de su tiempo. Jesús se sitúa en el lugar de la gente ordinaria compartiendo su trabajo y su condición prosaica de cada día, no como una "experiencia" pedagógica, sino como parte del estilo de vida que le acompañará siempre en su actividad pública y en su pasión. En Nazaret, Jesús no es el Maestro o Rabí que predica y enseña con sabiduría que deslumhra; eso vendrá después; ni es tampoco el taumaturgo que atrae multitudes por sus milagros y obras maravillosas. Es un simple ciudadano; el hijo de la aldeana María, y de José el carpintero. Si en su actividad misionera posterior brilla su misericordia liberadora, y en su pasión su inmolación redentora, en Nazaret brillan su caridad y amor fraternales, y su amistad y solidaridad con los que comparten la rutina cotidiana de una existencia más bien opaca y gris, sin mayores sobresaltos ni cambios espectaculares.
El espíritu de Nazaret
¿Qué significa Nazaret para nuestra vida humana y cristiana? ¿Qué lecciones podemos aprender de este Jesús, hombre de hogar, oculto en la rutina diaria de una aldea escondida en las montañas de Galilea? Nazaret podría ser, como muchos la consideran, un lugar y tiempo de formación y preparación. Una especie de noviciado antes de entrar de lleno al ministerio por el que todos, a ejemplo de Jesús, deberíamos pasar.
Por hermoso y romántico que esto parezca, no agota sin embargo toda la significación de la vida oculta de Jesús. Nazaret tiene en sí misma una dimensión completa y trascendental. Se trata de la dimensión de la vida en todo su transcurso, en su totalidad; incluyendo todo aquello que parece no tener que escribirse ni proclamarse, porque es lo que ocurre todos los días a todo el mundo; aquello que casi no se menciona porque todos lo conocen y hasta la suponen. Sin embargo, con toda su rutina cotidiana simple y ordinaria, no deja de tener su importancia, y muy grande, porque, además de ser la etapa de la formación y el crecimiento, representa el compromiso diario de Jesús con la existencia total, incluyendo la rutina de cada día, los amigos, vecinos y allegados, aquellos con los que nos rozamos y tropezamos cada día.
Podemos tener el trabajo más variado, importante e interesante; nuestra acción podrá ser muy amplia e influyente. Pero, a corto plazo, en cualquier misión o trabajo, se impone lentamente la rutina, la repetición, lo ordinario, el contacto con la gente corriente, con las tareas sencillas de cada día. El espíritu de Nazaret vivido por Cristo nos enseña a vivir todo esto a plena conciencia y plenitud y con un gran amor. El espíritu de Nazaret nos ayuda a valorar lo ordinario, como Jesús lo valoró: la gente, los vecinos, los amigos de cuadra y de colegio, aquellos que a veces nos "hacen perder tiempo", nos crean pequeños problemas, o nos causan sencillas sorpresas y alegrías.
Nazaret como inserción misionera por otra parte significa aprender a valorar el testimonio sencillo, la simple presencia de la amistad, el compañerismo y la ayuda espontánea entre vecinos, las calles y los caminos que recorremos cada día para ir al trabajo o a la escuela; las labores domésticas que nadie reconoce y los sencillos intercambios de simpatía y cariño con los que nos rodean las veinticuatro horas del día.
Nazaret, prueba de madurez
El evangelista dice que en Nazaret, "Jesús siguió creciendo en sabiduría y estatura y cada yez más gozaba del favor de Dios y de toda la gente" (Lucas 2:51-52). En Nazaret, Jesús maduraba. El imitar a Jesús en su inserción en la vida ordinaria de su hogar y de su aldea, que en nuestro caso representan el medio social y familiar en que Dios nos ha colocado, puede servirnos para verificar nuestra propia madurez espiritual. Pues el amor, la pobreza, la solidaridad y el servicio del evangelio no se prueban en lo extraordinario, sino en la rutina de cada día. Los gestos proféticos de heroísmo solidario con nuestro prójimo, por sí solos pueden ser grandiosos, pero tienen su ambigüedad; pueden convertirse en "vanidosos" testimonios de nuestra grandeza y vanagloria. En cambio, los gestos sencillos y espontáneos de la vida oculta, como la vivida por Jesús en su hogar de Nazaret, conllevan el valor de la humildad, del servicio sin condiciones, y de la autenticidad de sentimientos y propósitos.
La caridad espectacular se puede disfrazar en sus motivaciones y desviar sus objetivos en busca de satisfacciones egoístas, honores y prestigios humanos. No así el ejercicio monótono de la caridad, la paciencia y la comprensión que nos impone el convivir con aquellos que Dios nos ha regalado como miembros del círculo íntimo y familiar; o aquellos con quienes nos tropezamos cada día en el camino.
La fidelidad a nuestro propio Nazaret es lo que presta autenticidad y coherencia a los momentos más públicos y brillantes de nuestra vida y misión. Nazaret nos recuerda que la madurez del amor y la justicia se da no tanto con las personas y situaciones que nosotros elegimos, sino con aquellas que la vida nos impone; aquellos que por circunstancias y caminos misteriosos el Señor ha puesto en nuestro camino y han llegado a ser nuestros "próximos" o prójimos. Ese es nuestro Nazaret: los familiares, los compañeros de trabajo, los que se acercan a nosotros por cualquier razón, los que viven bajo nuestro mismo techo, o comparten nuestro diario trasegar. Ellos son los que ponen a prueba la madurez de nuestro amor al prójimo, pues por ser cercanos conocemos sus defectos que nos irritan, surgen incompatibilidades y malos entendidos y a veces resentimos sus actitudes, juicios u opiniones. La tentación es ignorar los cercanos por los lejanos, viviendo un amor y una justicia de grandes ideales pero sin concreción inmediata. Tenemos ideas sociales y políticas avanzadas, pero faltamos a la justicia juzgando a los que vemos habitualmente, o actuando sin misericordia con los subordinados, o dejándolos mal para salvar nuestro prestigio.
Nazaret y Belén
En la vida de Jesús, Nazaret sigue a Belén y queda conectada directamente a su inserción misionera y redentora buscada y querida por él, el Hijo de Dios, en la vida y naturaleza humanas. Nazaret, pues, repite y profundiza la inserción del pesebre en sus dimensiones de humildad y sencillez. Antes de asumir las grandes responsabilidades de la misión y del ministerio asignados por Dios, o desenvolvernos en los ambientes superiores de nuestra profesión o trabajo, debemos aprender a vivir una vida desprendida de vanos prestigios, que exige renuncias y sacrificios. Esto nos permitirá, como ocurrió con el Jesús oculto de Nazaret, crecer y madurar en libertad, sin ataduras ni compromisos con el mundo y sus vanidades.
Esta renuncia interior se expresa en una práctica exterior, en un estilo de vida sencillo, sin ostentaciones ni lujos innecesarios, coherente con el estilo de vida de Jesús. Eso es Nazaret, un estilo de vida que no fue elegido por Jesús, sino que le fue impuesto por su Padre como parte de su misión: un pueblo gris, marginado, de obreros manuales, sin muchos horizontes. Cada seguidor de Jesús tiene su propio Nazaret representado por el medio ambiente de lugares, personas y circunstancias en que Dios lo ha hecho nacer y vivir. Y es en ese medio donde primeramente debe aprender a insertarse, como principio de su misión, aceptando el escenario que Dios ha preparado para su formación y preparación, ante todo como hombre de hogar, miembro de una familia. Nazaret llama a la inserción radical. Como prolongación y profundización del espíritu del pesebre, llama a la madurez espiritual y ministerial verificada y acrisolada por lo cotidiano. Al así comprenderlo, estaremos mejor preparados para seguir a Cristo en las exigencias de su inserción en su vida y ministerio públicos.
Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.