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Entrégale a Dios tu amor, y él te dará lo que más deseas. Pon tu vida en sus manos; confía plenamente en él, y él actuará en tu favor. Salmo 37:4 BLS

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Memorizando la Palabra de Dios

Memorizando la Palabra de Dios

Por último, hermanos, consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio. 
Filipenses 4:8

En tus decretos hallo mi deleite, y jamás olvidaré tu palabra. 
Salmos 119:16


Pablo les dijo a los colosenses: "La palabra de Cristo more ricamente en vosotros en toda sabiduría" (Col. 3:16). Para que la palabra de Cristo more en nosotros ricamente, debemos por lo menos memorizar las Escrituras. Por supuesto, la memorización sola no hace que la Palabra de Dios more en nosotros, pero podemos decir que si uno no memoriza la Biblia, no será posible que ésta more en uno ricamente. Si simplemente memoriza las Escrituras, pero no abre el corazón a Dios y no es sumiso ni manso, dicha memorización no hará que la Palabra de Dios more en su corazón. Por otro lado, si una persona piensa que no necesita memorizar la Palabra de Dios y que basta con ser mansa, sumisa y abierta a Dios, tampoco hará que la Palabra de Dios more en su corazón.

Al dirigirse a los efesios, Pablo les dijo: "Recuerden las palabras del Señor Jesús que dijo: Más bienaventurado es dar que recibir" (Hch. 20:35). Para recordar las palabras del Señor, tenemos que memorizarlas. Si no la memorizamos, no nos será posible recordarla. El Señor Jesús memorizó las Escrituras cuando estuvo en la tierra. El pudo citar las palabras de Deuteronomio cuando fue tentado por Satanás (Mt. 4:1-10). Cuando entró en la sina-goga de Nazaret, pudo abrir el libro de Isaías y proclamar los mandamientos y la comisión que El había recibido de Dios (Lc. 4:16-21) Esto nos muestra que nuestro Señor conocía las Escrituras. Por esta razón tenemos que ser mucho más diligentes en el estudio y la memorización de la Palabra. Si no la memorizamos olvidaremos lo que leemos, y cose-charemos pocos resultados. Especialmente los jóvenes deberían tratar de memorizarla y recitarla después de leerla con una mente escudriñadora. Debemos dedicar tiempo duran-te los primeros años de nuestra vida cristiana a la memorización de las Escrituras. Hay muchos pasajes de la Palabra que debemos memorizar, como por ejemplo: el salmo 23, el salmo 91, Mateo 5—7, Juan 15, Lucas 15,1 Corintios 13, Romanos 2—3 y Apocalipsis 2—3. Quienes tienen una buena memoria pueden memorizar más de diez versículos al día, y quienes no, pueden memorizar por lo menos un versículo por día. Todo lo que tenemos que hacer es dedicar cinco o diez minutos al día para estudiar un versículo, escudriñarlo y memorizarlo. En unos seis meses habremos terminado un libro como Gálatas o Efesios. Filipenses se puede concluir en cuatro meses, y Hebreos en diez meses. Los evangelios requerirán más tiempo. El evangelio de Juan se puede memorizar en dieciocho meses. Si los hermanos y hermanas jóvenes estudian la Biblia diligentemente desde el comienzo de su vida cristiana y memorizan por lo menos un versículo por día, podrían recitar los versículos más importantes del Nuevo Testamento en cuatro años. Nos dirigimos a aquellos que tienen mala memoria. Quienes tienen mejor memoria pueden hacer más. Pero aun los que tienen mala memoria pueden memorizar un versículo al día durante los primeros cuatro años de su vida cristiana. Si hacen esto, establecerán un cimiento sólido para sí mismos en su entendimiento del Nuevo Testamento.

Si nuestro corazón está abierto a Dios y somos mansos y si nuestra mente está puesta constantemente en la Palabra del Señor, nos será muy fácil memorizar las Escrituras. Si aprovechamos cada oportunidad para memorizar las Escrituras, la palabra de Cristo mo-rará ricamente en nosotros. Si no permitimos que las Escrituras moren en nuestro corazón, será muy difícil que el Espíritu Santo nos hable. Siempre que Dios nos concede una revelación, lo hace usando la Biblia. Si no memorizamos las Escrituras, será muy difícil que la revelación de Dios llegue a nosotros. Por esta razón debemos mantener la Palabra de Dios en nuestra mente siempre. Memorizar las Escrituras no tiene como único fin grabarlas en la memoria, ya que también deseamos que establezcan el cimiento que nos permita recibir revelación. Si memorizamos con frecuencia las Escrituras, podremos fácil-mente recibir revelación e iluminación, y el Espíritu Santo podrá hablarle a nuestro espíritu. Por esta razón tenemos que dedicar tiempo para memorizar la Palabra, no sólo bosquejos, sino el texto mismo. Tenemos que memorizar con exactitud y esmero.

Además de los pasajes cruciales que mencionamos, debemos reunir otros pasajes impor-tantes y memorizarlos en conjunto. Por ejemplo: el recorrido que hicieron los israelitas contiene información muy importante; el viaje que Eliseo hizo cuando siguió a Elías, el viaje que se relaciona con la predicación de Pedro, y los viajes que hizo Pablo para predicar el evangelio, también son importantes. Es bueno memorizar todos estos hechos. Si podemos recordar la cantidad de lugares de Judea y de Galilea donde el Señor Jesús estuvo, tendremos una idea más clara de la obra del Señor en conjunto, según se narra en los Evangelios. La obra del Señor se divide en dos secciones, la primera la llevó a cabo en Judea, y la segunda, en Galilea. También es necesario dedicar tiempo para memorizar las siete fiestas y las seis ofrendas de Levítico. Estas son verdades básicas. Una vez que las memoricemos, veremos las riquezas que contiene la Palabra de Dios. Sería bueno memorizar las dos oraciones de Pablo en Efesios y las diez alusiones al Espíritu Santo en dicho libro. Podemos encontrar versículos similares a éstos en toda la Biblia, y sería muy provechoso memorizarlos todos. Si hallamos un pasaje crucial, debemos memorizar todo el capítulo. Si hay algunos versículos aislados, los debemos memorizar. También tenemos que memorizar la secuencia de los sesenta y seis libros de la Biblia.

Para memorizar textos bíblicos se puede utilizar la siguiente técnica:

a) Leerlo en voz alta.
b) Hacer que alguien lea el texto y escuchar atentamente.
c) Leer el texto y redactar un pequeño resumen de su contenido.
d) Hacer fichas con el texto y leerlas cada vez que sea posible.
e) Copiar el texto a mano en una hoja de papel, inicialmente transcribiéndolo y poste-riormente de memoria.

A continuación podrán ver en el video el ejemplo que Gabriel nos da de como la Palabra de Dios debe emanar de nuestro ser:

Devocional Día 130

Devocional Día 130
Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración


Entendiendo el ayuno

EL PROPÓSITO DEL AYUNO

El ayuno es abstenerse intencionalmente de comer. Algunas veces las personas confunden el hambre con el ayuno. Ellos dirán, "estaba tan ocupado hoy que no comí nada. Tomaré eso como un ayuno". Ese no fue un ayuno, porque usted planeaba comer pero no lo hizo por falta de tiempo. En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea para ayuno es tsum. Ésta significa "cubrir la boca". En el Nuevo Testamento, la palabra griega es nhsteúo [o nesteuo]. Ésta significa "abstenerse de alimento". El ayuno es una decisión concienzuda e intencional para abstenerse del placer del comer, por cierto tiempo, para obtener beneficios espirituales vitales. El verdadero ayuno conlleva lo siguiente:

Buscar a Dios

Primero, el ayuno es apartar un tiempo para buscar el rostro de Dios. Esto quiere decir abstenerse de las otras cosas en las que usted encuentra placer con el propósito de entregarle a Dios todo su corazón en oración. Cuando usted ora, usted le dice a Dios, "mi oración y las respuestas que busco son más importantes que mi placer en el comer".

Poner a Dios primero

Segundo, el ayuno significa poner a Dios primero, enfocar toda su atención en Él solamente—no en Sus dones o bendiciones, sino en Dios mismo. Esto le demuestra a Dios cuánto usted le ama y aprecia. De esta manera, el ayuno es un punto de intimidad con Dios. Dios se revelará a Sí mismo sólo a las personas que quieren conocerle. Él dice: "Y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón" (Jeremías 29:13).

El ayuno es poner a Dios primero en su vida.

Cuando usted ayuna, eso indica que usted quiere estar con Dios más de lo que usted quiere pasar el tiempo con otras personas, que usted le desea a Él más que a su negocio o sus ocupaciones. Su ayuno le demuestra a Dios que Él es primero en su vida. Es un determinado compromiso con Él. Si usted le dice a Dios, "Oh, Señor, quiero ver Tu rostro", mientras su mente divaga, Dios le dirá a usted, "Yo no puedo mostrarte Mi rostro cuando tú no me miras a Mí".

Ayunar significa que lo único que usted desea es a Dios. No quiere lo que Él tiene para darle; usted lo quiere sólo a Él. Esto no es asunto de que usted intente sacarle algo a Dios. Es un asunto de tratar de llegar a Dios. Esto es debido a que cuando usted encuentra a Dios mismo, usted descubrirá que todo lo que usted necesita llega con Él.

Crear un ambiente para orar

Tercero, el ayuno es un tiempo para fomentar un ambiente sensible para que la oración obre. Cuando usted lee en la Biblia acerca del ayuno, éste siempre va acompañado de la palabra oración. En el Antiguo Testamento, las personas ayunaban juntamente con una oración sincera en tiempos de lamento y arrepentimiento. También fue usado como un punto de liberación de varias situaciones. A menudo, cuando el enemigo desafiaba al pueblo de Dios, los israelitas se comprometían a cumplir con varios días de ayuno. Ellos dirían algo así, "ayunaremos hasta que el Señor nos diga lo que debemos hacer". El Señor respondía, les daba una estrategia y ellos ganaban la batalla.

Por consiguiente, el ayuno añade a nuestras oraciones el ambiente para que Dios obre. El ayuno nos permite ver el cumplimiento de la Palabra de Dios y Sus propósitos para con nosotros individualmente y como parte del cuerpo de Cristo en general.

Interceder por los demás

Cuarto, el ayuno es una forma de interceder por los demás. En la mayoría de los casos bíblicos, cuando una persona o varias personas ayunaban, esto era a favor de las necesidades de los demás, ya sea que fuere un problema nacional o una situación familiar. Ellos ayunaban para que Dios interfiriera en sus circunstancias. Creo que aquellos que ayunaban también se beneficiaban por su obediencia en el ayuno. No obstante, el propósito principal del ayuno es beneficiar a otros. El ayunar va más allá de un simple orar, ya que algunas veces nuestras oraciones pueden ser bien egoístas. Con frecuencia oramos sólo por lo que nosotros queremos o necesitamos. El ayuno lleva la oración a un plano completamente diferente.

Por ejemplo, cuando Jesús estaba por empezar Su ministerio, el precio que tuvo que pagar fue de cuarenta días y cuarenta noches de ayuno (Lucas 4:1-2). Él necesitaba consagrarse para la difícil tarea de cumplir con el propósito de Dios para redimir al mundo. También, antes de escoger a Sus doce discípulos, Él pasó toda una noche en oración (Lucas 6:12-16). Poco antes de Su crucifixión, Él oró a favor de aquellos que Dios le había dado y por aquellos que creerían en Él por medio del testimonio de los discípulos (Juan 17:6-26). ¿Cuál era el motivo para que Jesús ayunara y orara? Por causa de Sus discípulos y por los creyentes que vendrían a lo largo de las épocas, los cuales pondrían su fe en Él.

Entonces ellos [los escribas y los fariseos] le dijeron [a Jesús]: ¿Por qué los discípulos de Juan ayunan muchas veces y hacen oraciones, y asimismo los de los fariseos, pero los tuyos comen y beben? Él les dijo: ¿Podéis acaso hacer que los que están de bodas ayunen, entre tanto que el esposo está con ellos? Mas vendrán días cuando el esposo les será quitado; entonces, en aquellos días ayunarán (Lucas 5:33-35).

Aquí Cristo está diciendo, "mientras Yo esté con los discípulos, ellos no ayunarán porque Yo ayuno por ellos. Pero llegará el día cuando Yo iré al Padre; entonces ellos ayunarán". ¿Por qué tendrían que ayunar los discípulos si ya Jesús había ayunado por ellos? Ellos debían ayunar por el mundo, para que el mundo pudiera recibir el poder de Dios por medio de la fe y el testimonio de ellos. De igual forma, cuando nosotros ayunamos, debemos ayunar para el beneficio de las demás personas.

Fuente: Munroe, M. (2005) Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración. Whitaker House. EE.UU.

martes, 29 de noviembre de 2011

Un tal Jesús: Jesús obrero

Un tal Jesús



Jesús  obrero

Antecedentes  laborales  de  Jesús

A  Jesús  se  le  identificaba  como  "el  hijo  del  carpintero"  (Mateo  13:55;  Marcos  6:3).  Podemos  decir  que  venía  de  familia  trabajadora  no  sólo  por  su  padre  en  la  tierra,  José,  el  ebanista  de  Nazaret,  sino  por  su  Padre  en  los  cielos,  el  laborioso  Dios  Creador,  Arquitecto  del  universo.

Para  Jesús  el  trabajo  tiene  dimensiones  de  dignidad  y  nobleza  insospechadas  que  no  se  compaginan  con  el  concepto  de  "traba­jo-castigo"  o  "trabajo,  fruto  del  pecado",  que  algunos  predican.  Las  palabras  y  los  hechos  de  las  Escrituras,  así  como  el  pensa­miento  y  la  acción  del  mismo  Dios  y  el  constante  ejemplo  de  Jesús,  enseñan  con  claridad  meridiana  que  el  trabajo  es  digno  y  noble.  Que  lejos  de  rebajar  o  envilecer  al  ser  humano,  lo  ennoblece  y  perfecciona  como  criatura  de  Dios,  constituyéndolo  en  colaborador  de  su  creación.

Jesús  mismo  fue  un  trabajador.  Artesano,  hijo  de  artesano,  dejó  a  los  treinta  años  su  profesión  de  carpintero,  la  misma  de  su  padre  José,  para  hacerse  maestro  y  predicador.  Y  desde  entonces  no  se  dio  reposo  en  su  nuevo  oficio.  Para  practicarlo,  según  la  vocación  que  había  recibido  de  su  Padre  de  los  cielos,  debió  prepararse  muy  bien  en  largas  jornadas  de  estudio  de  las  Escrituras  y  en  otras  disciplinas  que  debió  aprender  en  la  sinagoga  de  Nazaret,  y  en  la  propia  escuela  de  su  hogar.  El  ser  maestro,  predicador  de  una  nueva  religión,  le  implicó  largas  jornadas  de  viajes  y  no  pocas  fatigas  y  trasnochos.  Fueron  muchas  las  ocasiones  en  que  sintió  la  necesidad  de  retirarse  a  reposar  a  un  lugar  solitario  (Juan  6:15),  o  en  la  cubierta  de  una  barca,  sobre  los  aperos  de  labor,  como  en  el  pasaje  de  la  tempes­tad  calmada  de  Mateo  (8:23-27).  Algunas  veces  las  multitudes  que  lo  buscaban  no  le  permitían  el  descanso  (Marcos  3:7-12).  Lo  cierto  del  caso  es  que  Jesús  no  perdió  el  tiempo  en  ocios  innece­sarios.  El  panorama  que  tenemos  de  sus  tres  años  de  vida  pública  es  de  jornadas  apretadas  de  labor  constante,  solicitado  siempre  por  su  deber,  acosado  por  la  gente:  un  milagro  aquí,  un  sermón''  allá,  una  reunión  y  plática  con  sus  discípulos;  una  polémica  acalorada  con  sus  enemigos.  Aunque  supo  darse  también  sus  ratos  de  reposo  y  solaz:  con  sus  íntimos,  en  Betania,  a  orillas  del  lago,  o  en  sus  expediciones  de  pesca.

El  trabajo  nos  identifica  con  Dios

Jesús  concibió  el  trabajo  como  una  de  las  más  nobles  obliga­ciones.  Así  enfocó  su  ministerio  de  predicación,  enseñanza  y  sanidad:  "Mientras  sea  de  día,  tenemos  que  llevar  a  cabo  la  obra  del  que  me  envió.  Viene  la  noche  cuando  nadie  puede  traba­jar..."  (Juan  9:4).  Para  Jesús  el  trabajo  era  primordial,  y  cuando  fue  necesario  lo  realizó  aun  en  día  de  sábado,  porque,  según  él  lo  afirma,  ésta  es  la  naturaleza  de  Dios  y  la  de  él  mismo:  "Mi  Padre  siempre  está  trabajando,  y  yo  también  trabajo"  (Juan  5:17).  La  conclusión  es  muy  sencilla:  según  la  filosofía  de  Cristo,  el  trabajo  nos  identifica  con  Dios.  Porque  lo  que  tenemos  en  la  Biblia  es  a  un  Dios  trabajador  y  a  un  Cristo  obrero.

Un  Dios  trabajador

El  primer  sermón  sobre  el  trabajo  nos  lo  da  la  Biblia,  más  en  acción  que  con  palabras.  Desde  el  primer  versículo  del  primer  capítulo  del  Génesis  sorprendemos  a  un  Dios  que  trabaja.  Un  Dios  que  utiliza  su  inteligencia,  su  voluntad,  sus  facultades  todas,  para  ir  fabricando  cada  cosa.  Laboriosamente,  como  si  lo  hubiera  programado,  va  haciendo  una  tras  otra  todas  sus  cria­turas.  Y  parece  que  hasta  se  pone  un  horario.  Esa  labor  de  artesano  divino,  inspiró  al  salmista  sus  más  hermosos  cánticos.  En  los  Salmos  104,  135,  136,  142  y  148  invita  insistentemente  a  toda  la  creación  a  alabar  los  "grandes  hechos"  de  este  Dios  creador  de  maravillas:  "Él  hizo  cielo  y  tierra  y  mar,  y  todo  lo  que  hay  en  ellos..."  (Salmo  146:6).  "¡Cuántas  cosas  has  hecho,  Señor!  Todas  las  hiciste  con  sabiduría.  La  tierra  está  llena  de  todo  lo  que  has  hecho..."  (Salmo  104:24).

Pero  la  labor  del  Señor  no  terminó  cuando  estuvo  completa  la  creación.  La  Biblia  no  es  más  que  la  historia  de  la  acción  y  trabajo  permanentes  del  Señor.  De  allí  resultó  la  preciosa  doc­trina  de  la  providencia  divina:  los  cristianos  tenemos  un  Dios  en  acción  permanente.  Un  Dios  que  provee  lo  que  sus  criaturas  necesitan  para  vivir.  Ciertamente  es  un  Dios  bien  ocupado:  "Los  ojos  de  todos  se  posan  en  ti,  y  a  su  tiempo  les  das  su  alimento"  (Salmo  145:15).  Y  él  "abre  su  mano  y  sacia  con  sus  favores  a  todo  ser  viviente"  (16).  Pero  no  sólo  a  los  seres  vivientes.  El  "levanta  las  nubes  desde  los  confines  de  la  tierra;  envía  relámpagos  con  la  lluvia  y  saca  de  sus  depósitos  a  los  vientos"  (Salmo  135:7),  "determina  el  número  de  las  estrellas  y  a  todas  ellas  les  pone  nombre"  (Salmo  147:4),  ".  .  .  cubre  de  nubes  el  cielo,  envía  la  lluvia  sobre  la  tierra  y  hace  crecer  la  hierba  en  los  montes.  El  alimenta  a  los  ganados  y  a  las  crías  de  los  cuervos  cuando  graznan  ..."  (8,9).  Por  no  mencionar  todo  lo  que  hace  con  el  hombre,  su  criatura  preferida.  Lo  cierto  es  que  Cristo  en  sus  parábolas  y  sermones  nos  describe  a  un  Dios  que  hasta  los  cabellos  de  nuestra  cabeza  los  tiene  contados,  para  significar  el  amor  y  la  diligencia  con  que  el  Padre  cuida  de  nosotros  (Mateo  10:26-31).

Esto  se  llama  providencia;  o  un  Dios  que  trabaja  permanen­temente  por  su  creación  y  por  sus  criaturas.  Tenemos,  pues,  un  Dios  incansable,  que  ama  el  trabajo:  "que  tiene  planes  admira­bles  y  los  lleva  a  cabo  con  gran  sabiduría"  (Isaías  28:28).  ¿Qué  puede  ser  más  digno  que  aquello  en  lo  que  Dios  se  ocupa?

Un  Dios  que  quiere  que  el  hombre  trabaje

Sin  embargo,  nuestro  Dios  no  sólo  trabaja  él.  El  quiere  que  todos  trabajemos,  y  lo  hagamos  con  amor.  Trabajar  es  propio  del  hombre,  tal  como  Dios  lo  hizo.  Aun  antes  de  la  caída,  ya  el  Señor  había  dado  su  orden  a  nuestro  padre  Adán  de  trabajar.  No  creó  ciertamente  Dios  al  hombre  sin  propósito;  no  lo  puso  en  el  Edén  para  que  estuviera  ocioso.  "Dios,  el  Señor,  puso  al  hombre  en  el  jardín  de  Edén  —dice  el  Génesis—  para  que  lo  cultivara  y  lo  cuidara..."  (2:15).  Un  trabajo  bien  determinado.  Podríamos  aún  más  afirmar  que  Dios  inventó  el  trabajo  para  el  hombre  al  mismo  tiempo  que  lo  creaba.  Y  fue  el  trabajo,  al  menos,  una  de  las  razones  de  la  creación  del  mismo  hombre:  no  sólo  cuidar  y  cultivar  el  jardín  del  Edén,  sino  formar  un  hogar  y  perpetuar  la  especie  humana.  "Llenar  el  mundo  y  gobernarlo;  dominar  a  los  peces  y  a  las  aves  y  a  todos  los  animales  que  se  arrastran  ..."  (Génesis  1:28).

Tenía  y  tiene  el  hombre  bien  asignado  su  trabajo,  como  una  hermosa  misión  de  participación  dada  por  el  mismo  Dios,  su  Creador  y  Señor.  El  cumplimiento  de  esta  misión  divina  del  trabajo,  el  cuidar  y  cultivar  la  creación  de  Dios,  investigar  los  secretos  de  la  naturaleza,  dominar  sus  leyes  para  servicio  del  hombre  y  honra  del  Creador;  en  una  palabra,  el  trabajo,  ya  sea  con  el  cuerpo,  la  mente  o  el  espíritu,  engrandece  al  ser  racional,  embellece  la  creación,  contribuye  al  cumplimiento  de  los  planes  divinos,  y  realiza  al  hombre  como  ser  inteligente,  hecho  a  imagen  y  semejanza  de  Dios  (Génesis  1:27).

No  está  pues  Jesucristo  inventando  una  doctrina  nueva  cuan­do  encomia  al  hombre  laborioso,  al  que  es  fiel  a  sus  obligaciones,  realizando  bien  su  labor  y  haciendo  rendir  sus  talentos  (Mateo  25:21;  Lucas  19:17).  De  hecho,  él  mismo  dio  ejemplo  admirable  de  laboriosidad.  No  se  dio  tregua  en  el  cumplimiento  de  su  misión,  y  sus  discípulos  apenas  le  podían  seguir  el  paso.  Una  sesión  de  enseñanzas  aquí;  una  conversación  a  media  noche  con  un  doctor  de  la  ley  inquieto  por  la  vida  eterna;  una  palabra  de  consuelo  y  un  milagro  para  una  madre  que  había  perdido  a  su  hijo  único,  una  jornada  de  pesca  y  de  predicación  acosado  por  las  multitudes  en  el  lago  de  Tiberias;  una  discusión  acalorada  en  el  templo  con  los  escribas  y  fariseos;  y  una  larga  caminata  regada  de  milagros,  prédicas  y  advertencias.  De  Galilea  a  Judea,  de  Judea  a  Samaría;  de  Samaría  a  la  Decápolis,  Jesús  no  se  dio  tregua  en  su  labor,  mientras  hubiera  una  persona  necesitada  de  sus  servicios.  Sus  propias  necesidades  personales  pasaban  a  veces  a  segundo  plano  cuando  el  ministerio  lo  reclamaba.  Así  lo  muestran  frases  como  la  que  leemos  en  el'Evangelio  de  Marcos:  "Luego  entró  Jesús  en  una  casa,  y  de  nuevo  se  aglomeró  tanta  gente  que  ni  siquiera  podían  comer  él  y  sus  discípulos"  (Marcos  3:20).

El  trabajo  debe  ser  bien  remunerado

Existe  en  la  Biblia,  y  particularmente  en  los  Evangelios,  una  conciencia  muy  clara  de  que  el  obrero  merece  ser  remunerado  justamente.  "No  retengas  la  paga  del  trabajador...",  dice  el  libro  del  Levítico  19:13.  Y  el  profeta  Jeremías  reprende  severa­mente  a  los  que  defraudan  a  los  obreros:  "Ay  de  ti,  que  a  base  de  maldad  e  injusticias  construyes  tu  palacio  y  tus  altos  edificios;  que  haces  trabajar  a  los  demás  sin  pagarles  sus  salarios..."  (Jeremías  22:13).  El  Nuevo  Testamento  no  es  menos  claro:  "El  trabajador  merece  que  se  le  pague  su  salario"  (1  Timoteo  5:18).  "Oigan  cómo  clama  contra  ustedes  el  salario  no  pagado  a  los  obreros  que  les  trabajaron  sus  campos.  El  clamor  de  esos  traba­jadores  ha  llegado  a  los  oídos  del  Señor  Todopoderoso"  (Santiago  5:4).

Remunerar  justamente  el  trabajo  es  de  derecho  divino.  No  es  un  deber  de  caridad,  sino  de  estricta  justicia.  Lo  era  ya  desde  la  época  de  los  patriarcas.  Cristo  en  el  Evangelio  no  sólo  reafirmó  esta  obligación,  sino  que  le  dio  nuevo  sentido  y  proyección.  En  la  parábola  de  los  labradores  nos  presenta  a  un  Dios  remunerador  justo  del  trabajo,  que  da  a  cada  uno  su  paga  y  aun  agrega  de  su  voluntad  a  quien  siente  que  algo  más  necesita  (Mateo  20:1-16).  Hay  aquí  una  revolucionaria  balanza  creada  por  Jesús  para  evaluar  el  trabajo:  no  es  sólo  el  horario,  ni  la  contabilidad,  ni  la  producción;  todo  esto  es  importante.  Pero  el  trabajo  es  ante  todo  para  el  hombre:  la  primera  consideración  es  la  nece­sidad  del  hombre,  la  promoción  del  hombre,  el  bien  del  hombre,  de  todos  los  hombres  y  las  mujeres.  De  esta  manera  el  trabajo  tiene  no  sólo  uña  función  social,  sino  promocional.  El  capital  se  pone  al  servicio  del  individuo  en  la  comunidad,  y  cumple  a  su  vez  una  función  promocional  del  hombre  y  la  mujer,  y  de  servicio  social. 

Paz  y  armonía  en  las  relaciones  laborales

Si  a  esto  agregamos  el  no  menos  revolucionario  planteamien­to  propuesto  por  Pablo  en  su  epístola  a  Filemón  para  las  relacio­nes  obrero-patronales,  nos  daremos  cuenta  de  que  el  obrero  o  trabajador  no  necesita  salirse  de  la  Biblia  para  encontrar  fundamentó  a  sus  reclamos  de  reconocimiento  justo  a  su  trabajo.  Los  trabajadores  ya  no  son  ni  deben  ser  siervos  o  esclavos.  Sus  relaciones  con  los  patrones  deben  regirse  no  sólo  por  la  justicia  fría  del  do  ut  des  (doy  para  que  me  des),  sino  que  el  ingrediente  del  amor  cristiano  debe  entrar  a  sazonar  estas  relaciones.  Refiriéndose  a  Onésimo,  el  esclavo  y  obrero  infiel  y  fugitivo,  Pablo  amonesta  a  Filemón:

Te  envío  a  Onésimo,  tu  esclavo,  de  vuelta,  y  con  él  va  mi  propio  corazón.  Yo  hubiera  querido  retenerlo  para  que  me  sirviera  en  tu  lugar  mientras  estoy  preso  por  causa  del  evan­gelio.  Sin  embargo,  no  he  querido  hacer  nada  sin  tu  consen­timiento,  para  que  tu  favor  no  sea  por  obligación,  sino  espontáneo.  Tal  vez  por  eso  Onésimo  se  alejó  de  ti  por  algún  tiempo  para  que  ahora  lo  recibas  para  siempre,  ya  no  como  a  esclavo,  sino  como  algo  mejor:  como  a  un  hermano  querido,  muy  especial  para  mí,  pero  mucho  más  para  ti,  como  persona  y  como  hermano  en  el  Señor.  De  manera  que  si  me  tienes  como  compañero,  recíbelo  como  a  mí  mismo. Carta  a  Filemón  12-17

Todo  esto  es  parte  de  una  nueva  filosofía;  la  filosofía  del  evangelio  que  dignifica  al  individuo  hasta  tal  punto  que  nos  hace  a  todos  hijos  del  mismo  Dios,  sin  distingos  de  clases.  Ya  no  habrá  "esclavos  o  libres"  (1  Corintios  12:13).  Todos  somos  hermanos.  Es  la  dignidad  humana  elevada  en  su  categoría  por  la  acción  y  presencia  de  un  Cristo  hecho  hombre,  quien  dignifica  no  sólo  al  hombre,  sino  todas  sus  actividades,  comenzando  por  su  trabajo.  Es  claro  que  el  subalterno  o  el  que  de  alguna  manera  es  dirigido  en  su  labor  o  en  el  cumplimiento  de  responsabilidades,  cualquie­ra  sea  el  campo  en  el  que  se  desempeñe,  tiene  sus  obligaciones  para  quienes  lo  dirigen:  "Les  pedimos  hermanos  —dice  Pablo  a  los  Tesalonicenses—  que  sean  considerados  con  los  que  trabajan  arduamente  entre  ustedes,  y  los  guían  y  amonestan  en  el  Señor.  Ténganlos  en  alta  estima  y  ámenlos  por  el  trabajo  que  hacen..."  (1  Tesalonicenses  5:12-13).

Deben  además  cumplir  honradamente  con  su  tarea  y  no  defraudar  los  intereses  de  su  patrón.  Cristo  llega  aun  hasta  pedir  que  estén  contentos  con  su  salario,  procurando  lo  que  se  llama  la  "buena  moral"  o  actitud  positiva  en  su  labor  (Mateo  20:13-15).

La  nueva  religión  de  Jesús  sobre  el  trabajo

Esta  es  la  nueva  religión  de  Jesús,  el  obrero  de  Nazaret,  hijo  de  un  hombre  de  trabajo,  José  el  carpintero,  y  de  María,  mujer  de  hogar,  fiel  ama  de  casa,  esposa  y  madre  hacendosa.  Un  Jesús  que  de  niño  aprendió  con  sus  padres,  en  su  hogar,  la  bondad  y  belleza  del  trabajo  haciéndolo  parte  de  su  vida.  Esa  vida  honrada  y  laboriosa  de  Nazaret  que  en  gran  parte  procuró  su  crecimiento  en  cuerpo  y  mente,  o  lo  que  es  lo  mismo  "en  sabiduría  y  estatura",  lo  que  le  hará  "gozar  del  favor  de  Dios  y  de  toda  la  gente"  (Lucas  2:51-52).

Ninguna  religión  podrá  ennoblecer  más  al  trabajo  que  la  religión  de  Jesús.  La  religión  que  nos  presenta  a  un  Dios  traba­jador  que  no  quiere  que  sus  hijos  estén  "desocupados  todo  el  día"  (Mateo  20:6),  sino  que  por  el  contrario,  aprecia  y  enaltece  el  trabajo  por  sí  mismo  y  a  través  de  su  Hijo  Jesucristo,  el  obrero  sencillo  y  humilde  de  Nazaret,  hijo  de  obrero.  El  trabajo,  pode­mos  decir,  está  en  el  corazón  mismo  de  las  Escrituras  y  es  parte  sustancial  de  la  doctrina  y  de  la  vida  de  Jesucristo.

Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.

Devocional Día 129

Devocional Día 129
Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración


Entendiendo el ayuno

EL AYUNO ES PARTE NATURAL DE LA VIDA CRISTIANA

Primero, el ayuno debería ser una parte natural de la vida de un creyente. De la misma forma que practicamos los hábitos de leer la Biblia y de orar, debemos también practicar el hábito de ayunar.

La oración y el ayuno son partes iguales de un mismo ministerio. En Mateo 6:5-6, Jesús dijo: "Y cuando ores..." (el énfasis fue añadido). Él no dijo, "Y si oras", sino "Y cuando ores...". En el mismo pasaje Él dijo: "Cuando ayunéis" (vv. 16-17, el énfasis fue añadido). Al igual que la oración no es opcional para el creyente, el ayuno tampoco es opcional. Es una expectativa natural de Dios en Su pueblo. Cristo nos está diciendo aquí, "si Me amas, orarás y ayunarás". Hay momentos en que el Espíritu Santo se moverá en una persona o en un grupo de personas y sobrenaturalmente les dará un deseo por ayunar. Pero, la mayoría de las veces, el ayuno es un acto de nuestra fe y de nuestra voluntad. Es una decisión que tomamos basados en nuestra obediencia a Cristo. Aunque queramos comer, temporalmente elegimos no hacerlo porque amamos al Señor.

Fuente: Munroe, M. (2005) Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración. Whitaker House. EE.UU.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Devocional Día 128

Devocional Día 128
Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración


Entendiendo el ayuno

El ayuno es una decisión concienzuda e intencional para abstenerse del placer del comer, por cierto tiempo, para obtener beneficios espirituales vitales.

Todos los grandes santos de la Biblia ayunaron. Moisés, David, Nehemías, Jeremías, Daniel, Ana, Pablo, Pedro e incluso Jesús mismo, todos ayunaron. ¿Alguna vez ha dicho para sí mismo algo como lo siguiente? "Desearía tener la fe de Josué, quien hizo que el sol se detuviera". "Desearía ser como Pedro, que cuando su sombra caía sobre las personas éstas eran sanadas—o Pablo, cuyas ropas hacían que las personas que las tocaran fueran sanadas o liberadas". "Me gustaría ser como Juan, quien recibió la revelación de Dios". Admiramos a estos creyentes, pero no nos damos cuenta del por qué tan tremendo poder espiritual fue manifestado en sus vidas. Ese poder era manifestado porque ellos se comprometieron a las altas normas de la práctica de su fe para que Dios pudiera usarlos para cumplir Sus propósitos. De acuerdo con esto, la oración y el ayuno eran parte normal de sus vidas. El ayuno es uno de los pilares de la fe cristiana. Es mencionado en un tercio de las Escrituras, tanto como la oración. Aun así, la mayoría de los creyentes colocan el ayuno en el fondo de su experiencia como creyentes. Muchos consideran que la práctica regular del ayuno es casi fanática.

No era ese el caso en el pasado. El ayuno era visto como de mucho valor e importancia en la iglesia cristiana. Hoy en día ha llegado a ser un arte perdido. Se enseña y practica tan poco sobre el ayuno que ya no lo entienden ni los mismos cristianos, especialmente los nuevos cristianos que apenas llegan al cuerpo de Cristo. Ellos no oyen o ven a creyentes maduros ayunando, entonces ellos concluyen que es algo que tiene una importancia histórica solamente.

En la actualidad, cuando traigo a colación el tema del ayuno entre los creyentes, ellos inevitablemente tienen muchas preguntas:

• ¿Debería ayunar todo creyente?
• ¿Hay alguna virtud en el ayuno?
• ¿Cómo el ayuno edifica nuestra vida de oración?
• ¿Ayunar significa solamente abstenerse de comer?
• ¿Cuándo debemos ayunar?
• ¿Puede una persona ayunar y no orar?
• ¿Cuál es la importancia espiritual del ayuno?

El ayuno ha sido parte de mi estilo de vida por los últimos treinta y cuatro años de mi caminar con el Señor. Comencé a ayunar a la edad de catorce años y he desarrollado un tremendo amor por esta maravillosa experiencia. En este capítulo, quiero darle algunas pautas generales para ayudarle a entender qué es el ayuno y por qué Dios dice que debemos ayunar.

Fuente: Munroe, M. (2005) Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración. Whitaker House. EE.UU.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Devocional Día 127

Devocional Día 127
Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración


El poder del nombre de Jesús

PONIENDO EN PRÁCTICA LA ORACIÓN

Pregúntese usted mismo:
  • ¿He orado en el nombre de Jesús sin pensar realmente lo que significa ese nombre?
  • Cuando oro en el nombre de Jesús, ¿pienso en si mi propia vida es representación de Su carácter y vida?
  • ¿Qué atributos específicos de Jesús suplen mi necesidad particular hoy?

Pasos de acción:
  • El nombre de Jesús es el único nombre que puede activar el poder celestial. Aplique lo que ha aprendido en este capítulo, pensando en sus necesidades y en las necesidades de los demás, clamando en Su nombre como su poder generalísimo. Puesto que Él es el YO SOY, Sus atributos son numerosos para sus necesidades. Él es Salvador, Sanador, Fortalecedor, Libertador, Gozo, Sabiduría, Bondad, Amistad, Dador de visión, Sustentador, Pagador de renta, el que hace crecer negocios y mucho más.
  • Tome tiempo esta semana para adorar al Señor por todos Sus maravillosos atributos. Pídale que le perdone por tomar Su nombre tan ligeramente y por usarlo mal; luego de esto proponga en su corazón siempre honrar Su nombre. "Torre fuerte es el nombre de Jehová; a él correrá el justo, y será levantado" (Proverbios 18:10). Siempre que se enfrente a una situación difícil, en vez de temer, ponerse ansioso o enojado, corra al nombre del Señor en oración y clame a Él como su Salvación y Justicia, y como su Protector y Defensor.

PRINCIPIOS

1) El nombre de Jesús no es una fórmula mágica que garantiza la aceptación automática de nuestras oraciones.
2) Debemos poder usar legalmente la autoridad detrás del poder del nombre Jesús para así obtener resultados en la oración.
3) La autoridad que tenemos en el nombre de Jesús por medio de la oración es una autoridad en el pacto porque está basada en nuestra relación de pacto con Dios por medio de Cristo.
4) En las Escrituras, el nombre de alguien (o algo) simbolizaba la esencia de su naturaleza. Éste representaba los
atributos y características colectivas de la persona—su naturaleza, poder y gloria.
5) El nombre superlativo de Dios, YO SOY, abarca toda Su naturaleza y todos Sus atributos.
6) Los nombres de la segunda persona de la Trinidad se refieren a todo lo que Él es, tanto Hijo de Dios como Hijo del Hombre—toda Su naturaleza, poder y gloria.
7) Jesús es el nombre de Cristo en Su humanidad—como el Hijo del Hombre. Sin embargo, YO SOY es el nombre de Cristo en Su divinidad—como el Hijo de Dios. "Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy" (Juan 8:58).
8) Si queremos que Dios supla nuestra necesidad cuando oramos "en el nombre de Jesús", debemos orar basados en el divino nombre que suple nuestra necesidad particular en ese momento.
9) Orar en el nombre de Jesús es otorgarle a Él un poder generalísimo para que interceda por nosotros cuando presentamos nuestras peticiones al Padre.
10) El Espíritu Santo continúa el ministerio de Jesús en la tierra. Él nos ayuda a ejecutar nuestro poder generalísimo capacitándonos para orar cuando no sabemos cómo hacerlo.
11) El nombre de Jesús es el único nombre que puede activar el poder celestial.
12) La autoridad del nombre de Jesús es la base para que nosotros cumplamos con La Gran Comisión.

Fuente: Munroe, M. (2005) Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración. Whitaker House. EE.UU.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Devocional Día 126

Devocional Día 126
Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración


El poder del nombre de Jesús

CLAME EN EL NOMBRE DEL SEÑOR

La Biblia dice, "torre fuerte es el nombre de Jehová; a él correrá el justo, y será levantado" (Proverbios 18:10). Quizás usted ha estado orando por algo por mucho tiempo. Si usted necesita sanidad, use el nombre de Jesús como nunca antes lo hizo y aplique el nombre de Jesús a su situación. Probablemente usted necesite liberación de sus malos hábitos. Para romper esas cadenas, usted debe usar el poder de Su nombre.

Lo que sea que usted necesite, clame a Él para suplir su necesidad basándose en quien Él es. Use lo que Él le ha dado: Su naturaleza; Sus atributos; la autoridad para orar en Su nombre para que así usted le pueda pedir al Padre que manifieste Su poder en su vida y en la vida de los demás. Clame en el nombre del Señor.


OREMOS JUNTOS

Padre celestial:

"¡Cuan glorioso es tu nombre en toda la tierra!" (Salmos 8:1, 9). Tu Palabra dice que en el nombre de Jesús toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Señor de todo (Filipenses 2:9-10). Jesús dijo que si pedimos cualquier cosa en Su nombre, Tú lo harás (Juan 16:23). Sabemos que no podemos pedir en el nombre de Jesús a menos que pidamos conforme a Tu voluntad. Sin embargo, también sabemos que si pedimos en el nombre de Tu Hijo, Él presentará nuestras peticiones ante Ti de la manera apropiada. Él orará conforme a Tu voluntad. Él orará por nosotros cuando no sepamos qué decir. Él alegará nuestro caso. Así, Señor, pedimos que sea hecha Tu voluntad. No hay otro nombre por medio del cual podamos presentar nuestras peticiones más que en el nombre de Jesús. Clamamos al poder de Su nombre para suplir nuestras necesidades. ¡Oramos en el nombre de Jesús, cuyo nombre es sobre todo nombre. Amén!

Fuente: Munroe, M. (2005) Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración. Whitaker House. EE.UU.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Devocional Día 125

Devocional Día 125
Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración


El poder del nombre de Jesús

EL NOMBRE DE JESÚS ES LA LLAVE PARA ENTRAR EN EL CIELO

Una de las cosas que Jesús enfatizó es que "el Padre ama al Hijo" (Juan 3:35; Juan 5:20). Esta es una verdad crucial en relación con la oración porque, si el Padre ama al Hijo, entonces el Padre hará cualquier cosa que el Hijo desee. Si el Padre ama al Hijo y hace cualquier cosa que el Hijo le pida, y, si el Hijo le representa a usted, entonces usted no tiene que preocuparse porque su caso ya ha sido escuchado. Por esa razón es esencial que usted clame al poder generalísimo de Jesús al orar.

Si usted desea llevar a cabo negocios con el Padre, no intente llegarle sin usar el nombre de Jesús, porque Su nombre es la llave para entrar en el cielo. Jesús no pidió que se presentara una lista de santos ante el Padre cuando usted orara. Él no pidió una lista con los nombres de muchas buenas personas para ayudarle en su caso. ¿Por qué querría alguien la ayuda de esas personas cuando tenemos al Hijo? Marta, María, Lucas, Bartolomé, Juan, Santiago y otros fueron creyentes fieles. No obstante, cuando Pedro encontró al hombre a la puerta del templo La Hermosa, él sanó a ese hombre en el nombre de Jesús, no en el nombre de los creyentes. De hecho, él dijo, "no tengo oro ni plata. Todo lo que tengo es un nombre, el nombre, y estoy por hacer negocios con el cielo. El Padre está obrando, y, yo ya te veo sano. Por consiguiente, voy a traer a la tierra lo que veo en el cielo; pero debo hacerlo por medio de la vía legal" (Véase Hechos 3:1-8). Nadie más que Jesús puede ser nuestra vía legal para llegar al Padre.

Nadie más que Jesús puede ser nuestra vía legal para llegar al Padre.

Podemos apreciar a los líderes religiosos del mundo que han pasado a la historia o que todavía viven. Sin embargo, Jesús dijo que si queremos llevar a cabo negocios con el Padre, debemos ir en Su nombre solamente. La Biblia dice que "en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hechos 4:12). Nuestras leyes dicen que la persona cuyo nombre aparece en el poder generalísimo es la única persona que legalmente puede dar representación. De acuerdo con la Palabra de Dios, Jesús es el único que puede abogar por usted: "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1ra Timoteo 2:5).

Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra (Filipenses 2:9-10).

Si quiere que la rodilla de la pobreza se doblegue, usted debe usar el nombre correcto. Si quiere que la rodilla de la enfermedad se doblegue, no use el nombre de alguien más. Si usted quiere que la rodilla de la depresión se doblegue, use el nombre de Jesús.

Algunas veces las personas dan testimonios acerca de cómo alguien casi les roba o de alguien que quería allanar sus casas, pero ellos dijeron, "¡Jesús!" y los ladrones huyeron. Esos ladrones huyeron porque el poder del Salvador estaba presente. Nosotros debemos usar Su nombre.

El nombre de Jesús es poder en el cielo y toda lengua confesará que Jesús es Señor—el Señor de todo. Esta verdad es la base para que nosotros cumplamos con La Gran Comisión—testificándoles a los demás acerca del poder del nombre de Jesús para salvar y libertar.

Y Jesús se acercó [a Sus seguidores] y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mateo 28:18-19).

Debido a que él actuó con la autoridad de Cristo, el apóstol Pablo, además de los otros apóstoles, predicó "valerosamente en el nombre de Jesús" (Hechos 9:27). El valor y denuedo que necesitamos para hacer discípulos en todas las naciones proviene de la autoridad que nos es conferida en Jesús.

Fuente: Munroe, M. (2005) Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración. Whitaker House. EE.UU.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Devocional Día 124

Devocional Día 124
Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración


El poder del nombre de Jesús

PODER GENERALÍSIMO

Todo lo que hemos discutido sobre el nombre de Jesús y la autoridad en el pacto que tenemos por medio de Él se refiere al "poder generalísimo" de Jesús. Legalmente hablando, cuando usted le otorga un poder generalísimo a alguien, eso significa que usted nombra a esa persona para que le represente. Usted le da a esa persona el derecho y la autoridad legal para hablar por usted y llevar a cabo negocios en su nombre. Orar en el nombre de Jesús es otorgarle a Él un poder generalísimo para que interceda por usted cuando usted presenta sus peticiones al Padre.

Jesús dijo:

De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid, y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido (Juan 16:23-24).

Cuando Cristo vivió en la tierra con los discípulos, ellos no necesitaban orar al Padre. Cuando ellos necesitaban comida, Jesús se las proveía. Cuando la suegra de Pedro enfermó, Jesús la sanó. Cuando ellos necesitaban pagar los impuestos, Jesús suplía el dinero. Cuando ellos necesitaban un lugar dónde reunirse, Jesús ya había hecho las preparaciones para ello. Cuando andaban con Jesús, ellos tenían todo lo que necesitaban. Si ellos querían algo, se lo pedían directamente a Él. No obstante, debido a que Jesús iba al Padre, ellos ya no tenían que pedirle nada a Él directamente. Ellos debían orar al Padre, y, Jesús le instruyó cómo hacerlo en Su nombre. ¿Por qué? Porque el Padre obra por medio de Cristo.

Jesús trabaja activamente a favor nuestro a la diestra del Padre.

Jesús trabaja activamente a favor nuestro desde Su posición a la diestra del Padre (Romanos 8:34). Él representa nuestros intereses delante de Dios: "Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos" (Hebreos 7:25). Él trae gloria al Padre al contestar las oraciones que elevamos conforme a la Palabra:

De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre. Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré (Juan 14:12-14).

En otras palabras, Jesús se asegurará de que recibamos lo que pedimos. Él se asegurará de que lo que pedimos será representado debidamente, para que así obtengamos la respuesta.

Después de que Jesús habló a Sus discípulos con respecto a orar en Su nombre, inmediatamente Él empezó a hablar acerca del Espíritu Santo, porque el Espíritu continúa el ministerio de Jesús en la tierra. "Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad" (vv. 15-17).

En efecto, Jesús estaba diciendo, "Yo voy al Padre, pero te enviaré al Espíritu Santo. Él será tu Consolador. Él te ayudará a ejecutar tu poder generalísimo capacitándote para orar. Él te ayudará a presentar tu caso delante de Dios. Él te ayudará a aclarar tu situación para que la puedas presentar al Padre en Mí nombre".

A lo largo del Nuevo Testamento hallamos referencia acerca de la obra del Espíritu Santo. Uno de los temas repetidos es que el Espíritu Santo nos ayuda en nuestras debilidades, especialmente cuando no sabemos cómo orar:

Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos (Romanos 8:26-27).

Efesios 6:18 nos instruye a orar "en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu". Judas 20 nos dice, "ustedes, en cambio, queridos hermanos, manténganse en el amor de Dios, edificándose sobre la base de su santísima fe y orando en el Espíritu Santo".

Fuente: Munroe, M. (2005) Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración. Whitaker House. EE.UU.

martes, 22 de noviembre de 2011

Devocional Día 123

Devocional Día 123
Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración


El poder del nombre de Jesús

EL NOMBRE DE JESÚS

Veamos ahora cómo el énfasis bíblico del significado de los nombres—especialmente en el nombre de Dios—se aplica a orar en el nombre de Jesús. Puesto que el nombre de una persona representa sus atributos y características colectivas, los nombres de la segunda persona de la Trinidad se refieren a todo lo que Él es, tanto Hijo de Dios como Hijo del Hombre— toda Su naturaleza, poder y gloria.

Al igual que el Padre, el Hijo tiene una variedad de nombres que describen quién Él es. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento algunos de Sus nombres son "Simiente" (Génesis 3:15), "Renuevo" (Zacarías 6:12) y "Emanuel ['Dios con nosotros']" (Isaías 7:14). En el Nuevo Testamento, el Hijo tiene muchas designaciones, pero la primera que leemos es el nombre de Jesús.

Ninguno de los padres terrenales de Jesús le dio ese nombre porque Su nombre ya había sido dado por Dios, Su Padre celestial. El ángel Gabriel le dijo a María, "y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS" (Lucas 1:31). De la misma manera un ángel del Señor le dijo a José, "y [María] dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mateo 1:21).

Jesucristo es la revelación de Dios en forma humana.

¿Por qué Dios le dio el nombre a Jesús? Primero, para demostrar que Jesús era Su Hijo. Segundo, porque el nombre de Jesús tenía que reflejar quién Él era. El nombre Jesús quiere decir, "Salvador". Él fue llamado Salvador porque vino a la tierra como humano para lograr precisamente eso—la salvación del mundo. "Él salvará a su pueblo de sus pecados". Por consiguiente, Jesús es el nombre de Cristo en Su humanidad—como el Hijo del Hombre. Sin embargo, YO SOY es el nombre de Cristo en Su divinidad—como el Hijo de Dios. "Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy" (Juan 8:58). Jesucristo es la revelación de Dios en forma humana. Debido a que Él es completamente divino, como también completamente humano, a Él se le atribuyen una variedad de nombres, al igual que a Dios.

En cierta ocasión, Jesús dijo: "Yo soy el pan de vida" (Juan 6:35). Poco después, indicó que también Él era el agua de vida: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" (Juan 7:37). Al igual que el Padre, los atributos de Jesús manifiestan Su gloria y corresponden a las necesidades de Su pueblo. Él se refirió a Sí mismo como al "camino, y la verdad, y la vida" (Juan 14:6) porque Él nos permite tener acceso al Padre y recibir vida espiritual. Él se llamó a Sí mismo, "la vid verdadera" (Juan 15:1) porque sólo permaneciendo en Él podremos dar frutos espirituales.

He aquí la clave: Si queremos que Dios supla nuestra necesidad cuando oramos "en el nombre de Jesús", debemos orar basados en el divino nombre que suple nuestra necesidad particular en ese momento. Es así como nuestras oraciones serán contestadas. No recibimos respuesta a nuestra oración simplemente por pronunciar el nombre de Jesús, sino clamando a Su naturaleza y a Sus atributos, los cuales pueden suplir toda necesidad.

Veamos un ejemplo específico de esto en la Biblia: ¿Qué le instó a Jesús a decir, "Yo soy la resurrección y la vida" (Juan 11:25)? Fue debido a que Él fue confrontado con un hombre muerto llamado Lázaro. Su nombre trató con la necesidad del momento.

Lázaro se había enfermado y murió. Sus hermanas, Marta y María, conocían a Jesús como su honorable amigo. Ellas respetaban grandemente a Jesús y le llamaban "Señor". Ellas creyeron que Él fue enviado por Dios, pero no entendían a cabalidad quién Él era. Él se había hospedado en su hogar muchas veces y había compartido el alimento con ellas, pero ellas no se habían dado cuenta que tenían a "la resurrección" bajo su propio techo. Por consiguiente, cuando Jesús le dijo a Marta, "tu hermano resucitará" (v. 23), Él quería que ella obtuviera un mejor entendimiento de quién era Él.

¿Conoce usted a Jesús como su Salvador? Entonces existe la posibilidad de que eso sea lo único que Él sea para usted. ¿Lo conoce usted como su Sanador? Entonces eso es lo único que Él será para usted. Marta estaba limitada en su conocimiento acerca de Jesús; por eso ella le contestó, "algún día, en el futuro, cuando Dios resucite a los muertos, mi hermano resucitará" (Véase Juan 11:23-24). Jesús respondió, "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?" (vv. 25-26, el énfasis fue añadido). Él estaba instando a Marta para que le llamara a Él por el nombre que se necesitaba, "Resurrección". En esencia, Él le estaba diciendo, "Dime, quién necesitas que Yo sea. Llámame así". Pero, ¿qué dijo ella? "Sí, Señor; yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo" (v. 27). Su palabra de fe en Cristo ayudó a traer el poder resucitador a la situación familiar y Lázaro fue levantado de entre los muertos.

¿Alguna vez ha escuchado usted a alguien decir, "si necesitas algo, llámame"? Usted puede depender de Jesús de esa forma cuando usted vive de la manera en que se supone usted debe vivir. La Biblia dice que, "el justo por la fe vivirá" (Romanos 1:17). Tenga fe en Jesús y en los muchos atributos que Sus nombres representan.

Si usted cree en Jesús como su Salvador y Redentor de pecados, eso es maravilloso porque es ahí donde todos debemos comenzar. Sin embargo, Él quiere revelársele a Sí mismo de una manera más profunda. Por ejemplo, ¿lo conoce usted como el Salvador de los demás, como el suyo propio? Si usted quiere que sus amigos o alguien de su familia sean salvos, entonces ore en el nombre del Salvador. Es así como usted necesita orar pidiendo por la persona que necesita salvación: "Jesús, Salvador, salva a Judy". Ore por los demás usando el nombre que designa a Jesús como Aquel que puede salvarlos. Las Escrituras dicen, "Y todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo" (Hechos 2:21). Coloqúese en el lugar de los demás y clame el nombre del Señor a favor de ellos.

El nombre de Jesús es dado para usarlo en relación a sus necesidades.

El vivir por fe algunas veces conlleva decir lo que nos parece la cosa más extraña. Por ejemplo, la Biblia dice, "diga el débil: Fuerte soy" (Joel 3:10). Somos débiles, pero Dios nos indica que debemos decir lo contrario. Él dice, "clama Mi fortaleza. Llámame Jehová, el Omnipotente". Él no solamente le dice que use Su nombre; Él nos llama a entender Su naturaleza y a apropiarnos de ella en fe. No está en la naturaleza de Dios el ser débil. Si usted experimenta debilidades, entonces usted deberá clamar al Señor, quien es su Fortaleza (Salmos 18:1). Si usted experimenta pobreza, usted debe clamar a Jehová Yiréh, Su proveedor (Véase Génesis 22:8). Si su cuerpo está enfermo, usted debe clamar a Jehová Rafa, el Dios que sana (Éxodo 15:26). Dios nos está diciendo que no debemos ahondar en el problema. Puesto que Él es el YO SOY, Sus atributos son tan numerosos como sus necesidades—¡y mucho más! Por ejemplo, en el reino de sus finanzas, ¿lo conoce usted a Él como el Pagador de su renta, como el Cancelador de sus deudas y el Proveedor de la matrícula de su escuela? Es así como debemos orar en el nombre de Jesús. Es importante entender que el nombre de Jesús nos es dado para usarlo en relación a nuestras necesidades.

En Juan 11:11, cuando Jesús le dijo a Sus discípulos, "Lázaro duerme", ¿estaba Él contradiciendo la verdad de que Lázaro había muerto? ¿Estaba Él mintiendo o viviendo en un nivel más alto de vida, sabiendo que Él sería la Resurrección? En ocasiones nos enfrentaremos a situaciones que parecen el fin, pero Dios las resucitará. Cuando parezca que su negocio está muerto, cuando el banco esté por anular su derecho a redimir la hipoteca e incautar todo lo que usted posee, Dios dice, "no digas que está muerto. Simplemente di que está durmiendo". Si está durmiendo, muy pronto despertará. Si su matrimonio está en problemas, si su cónyuge le dejó y usted dice, "se acabó"; Dios dice, "no se acabó, está durmiendo". Perdemos tantas cosas en la vida porque prematuramente las declaramos muertas.

Fuente: Munroe, M. (2005) Entendiendo el Propósito y el Poder de la Oración. Whitaker House. EE.UU.

Un tal Jesús

Un tal Jesús



Jesús,  hombre de  hogar

Hogar,  dulce  hogar

Por  muchos  siglos  Dios  estuvo  buscando  un  hogar  para  su  Hijo.  En  Nazaret  encontró  el  mejor.  Y  de  paso  probó  que  los  valores  intangibles  como  el  amor,  la  sencillez,  la  humildad,  la  religiosidad,  la  pureza,  la  fidelidad,  la  laboriosidad,  la  compren­sión  y  la  fe  valen  más  para  mantener  unidos  y  felices  a  los  padres  y  para  educar  a  los  hijos  en  sabiduría,  que  los  valores  tangibles  y  materiales  como  la  riqueza,  la  influencia,  el  lujo,  las  comodi­dades,  la  belleza  física  o  la  posición  social.
En  cada  personaje  del  hogar  de  Nazaret  observamos  las  virtudes  que  pueden  hacer  feliz  y  auténticamente  cristiano  a  un  hogar:  José,  hombre  honrado,  laborioso  y  responsable.  María,  mujer  pura,  sencilla  y  piadosa.  Jesús,  hijo  obediente,  estudioso  y  fuerte.  Todas  estas  virtudes  sazonadas  en  un  acendrado  amor  y  piedad.

Jesús,  María  y  José  forman  el  hogar  ideal.  Sencillamente  ideal:  alegres,  sin  estridencias;  pobres  pero  satisfechos;  humil­des  pero  honorables;  probados,  mas  siempre  unidos.  Si  en  Belén  nació  el  Amor,  en  Nazaret  se  hizo  vida  cotidiana  realizándose  hora  tras  hora  en  el  diario  trajín  de  estas  tres  vidas  solidarias  para  el  bien,  estrechamente  unidas  entre  sí,  y  unidas  por  la  fe  a  su  Dios.  Amor  hecho  himno  a  la  responsabilidad  y  al  trabajo,  al  compás  del  serrucho  y  la  garlopa  de  José.  Amor  hecho  sinfonía  de  pureza  y  dedicación  marcada  por  los  pasos  de  María  en  el  hogar.  Amor  hecho  melodía  de  obediencia  y  gracia  en  el  progre­sivo  madurar  de  Jesús,  el  muchacho  serio  y  jovial,  alegre  y  responsable  que  cada  día  "crecía  y  se  fortalecía;  progresaba  en  sabiduría,  y  la  gracia  de  Dios  lo  acompañaba"  (Lucas  2:40).

Por  eso  la  infancia  de  Jesús,  tal  como  la  narra  Lucas  el  evangelista,  es  un  libro  abierto  de  santa  pedagogía  en  el  que  todos,  padres,  esposos  e  hijos,  debemos  aprender  cómo  conducirnos  y  cómo  conducir  nuestro  hogar  para  hacerlo  y  hacernos  felices.

Hijos  con  propósito  (Lucas  1:6-17)

Aquella  tarde,  después  del  sacrificio  del  incienso  en  el  templo,  Zacarías  el  sacerdote,  e  Elisabet  su  esposa,  prima  hermana  de  María,  madre  de  Jesús,  se  fueron  muy  contentos  a  casa.  Colaborarían  con  Dios  en  sus  propósitos  de  hacer  del  hijo  que  por  su  gracia  tendrían,  después  de  viejos,  el  precursor  que  iría  delante  de  Jesús  como  su  profeta  buscando  la  reconciliación  de  Israel.  Así  Juan  el  Bautista  resultó,  aun  antes  de  nacer,  un  hijo  con  propósito.  ¿Cuántos  padres  escrutan  en  oración  la  voluntad  de  Dios  para  sus  hijos?  ¿Buscan  los  signos  de  la  vocación  que  más  les  convenga  según  sus  dotes  y  talentos,  en  lugar  de  forcejear  por  imponerles  sus  propios  planes  y  propósitos?

Maternidad  y  paternidad  responsables  (Lucas  1:26-35)

¿Es  la  Biblia  "machista"  o  "feminista"?  Ni  una,  ni  otra  cosa.  Lo  que  vemos  en  ella  es  aun  Dios  que  quiere  que  tanto  el  hombre  como  la  mujer,  el  padre  como  la  madre,  ocupen  su  lugar  y  cumplan  con  su  misión  en  el  mundo,  en  la  comunidad  y  en  el  hogar.  El  hombre  fue  creado  primero,  sin  embargo,  la  mujer  ocupa  un  lugar  de  importancia  y  preponderancia  en  los  planes  de  Dios.  En  Belén  y  Nazaret,  María,  como  madre  y  esposa,  está  en  primera  línea.  Dios  se  goza  de  anunciarle  a  María,  como  se  gozó  de  anunciar  a  Sara,  Rebeca,  Ana,  Raquel  e  Elisabet,  que  iba  a  ser  madre.  Y  para  hacerlo  más  significativo,  el  ángel  entreteje  en  su  anuncio  varios  textos  del  Antiguo  Testamento  que  hablan  de  las  promesas  de  Dios  a  David  y  a  su  pueblo  (2  Samuel  1:1;  Isaías  7:14).  Y  si  admirable  es  el  anuncio  y  la  promesa:  "No  tengas  miedo,  María...  Quedarás  encinta  y  darás  a  luz  un  hijo  ...  El  será  un  gran  hombre,  y  lo  llamarán  Hijo  del Altísimo"  (Lucas  1:30-33),  no  menos  admirable  es  la  humilde  aceptación  de  María.  Ella  asume  el  compromiso  con  humildad  y  valentía  (Lucas  1:38).  Y  a  este  compromiso  materno  se  une  el  del  esposo,  José,  que  se  convierte  en  padre  protector,  en  el  varón  justo  que  respalda  con  su  nombre,  su  trabajo,  su  persona  y  virtud,  la  maternidad  de  María  y  el  nacimiento,  la  infancia  y  el  ministerio  de  Jesús.  Así  se  forma  la  primera  familia  del  cristia­nismo.

Padres  y  madres  responsables  necesita  con  urgencia  el  mun­do  hoy,  para  que  haya  menos  hijos  expósitos,  sin  hogar;  y  para  que  los  que  tienen  hogar  reciban  en  él  educación  integral  por  el  ejemplo  y  la  acción  de  sus  progenitores.

¿Qué  participación  está  teniendo  nuestra  familia  en  la  cons­trucción  del  reino  de  Dios?  ¿Está  ocupando  cada  uno  su  puesto  de  responsabilidad  en  nuestro  hogar?  ¿Somos  todos,  padres,  esposos  e  hijos,  solidarios  en  la  consecución  del  progreso  y  la  felicidad  para  todos?

Horizontes  abiertos:  familia  y  comunidad  (Lucas  1:39-56)

Elisabet,  la  prima  de  María,  está  ya  en  el  noveno  mes.  No  hay  partera  profesional.  María  siente  la  obligación  de  acudir  a  su  servicio.  Es  una  mujer  que  sirve  a  otra.  Dos  familias  que  se  encuentran  para  ayudarse  en  lo  material  y  en  lo  espiritual:  una  madre  que  ayuda  a  otra  a  "ser  madre"  y  de  paso  le  lleva  a  Dios.  Todas  terminan  alabando  al  Señor.  Es  la  perfecta  conjunción  del  triple  ministerio  material,  espiritual  y  social.  María  e  Elisabet  ponen  en  común  su  fe  y  sus  vivencias,  y  de  su  encuentro  surge  uno  de  los  cánticos  más  hermosos  y  ricos  que  escucharán  los  siglos.  EL  MAGNÍFICAT  (Lucas  1:46-55)  es  no  sólo  oración,  sino  mensaje:  toda  una  carta  de  filosofía  social  cristiana;  es  alabanza,  promesa,  intención  y  compromi­so  de  Dios  con  su  pueblo.

En  pocas  palabras,  éste  es  su  contenido:  Dios  llama  a  los  hombres,  aunque  débiles,  pobres  o  sencillos.  Tenemos  un  Dios  incansable  que  ayuda  a  los  oprimidos,  libera  a  los  esclavos,  levanta  a  los  caídos.  Nada  pueden  los  fuertes  de  este  mundo  contra  la  fuerza  de  Dios.  Llegará  el  día  de  la  justicia.  Dios  realiza  sus  designios  con  paciencia,  pero  irremediablemente,  a  través  de  las  generaciones.

He  aquí  un  desafío  para  la  familia.  ¿Qué  atención  y  servicio  damos  como  grupo  a  la  comunidad?  ¿O  nos  limitamos  a  servirnos  solamente  a  nosotros  mismos?  ¿Y  qué  de  los  demás?  ¿Qué  de  los  vecinos,  la  nación,  ermundo?              
 -La  familia  tiene  una  función  social:  no  sólo  el  padre  como  padre,  la  madre  como  madre,  los  hijos  como  hijos,  sino  la  familia  como  núcleo  social  básico  tiene  una  misión  de  evangelización,  testimonio  y  servicio.

Madurez  e  independencia  (Lucas  2:41-51)

A  los  doce  años,  Jesús  quiso  manifestar  su  independencia  quedándose  en  el  templo  discutiendo  con  los  doctores.  Fue  una  especie  de  anticipo  o  campanada  para  José  y  María  de  lo  que  sería  su  "vida  pública".  Sus  padres  "no  entendieron"  (Lucas  2:50).  Ocurre  a  todos  los  padres:  difícil  aceptar  que  los  hijos  crecen,  maduran,  y  cual  pichones  emplumados  deben  volar  por    mismos.  Como  José  y  María,  los  padres  no  deben,  sin  embargo,  perder  de  vista  a  sus  hijos.  Aunque  no  "entiendan"  todos  los  cambios  que  se  están  operando  en  los  cuerpos  y  almas  de  sus  hijos,  deben  acompañarlos  con  amor  y  comprensión,  ayudarlos  con  oración  y  consejo;  estar  con  ellos,  con  prudencia  y  sabiduría,  sin  estorbarlos  en  su  crecimiento,  madurez  y  progresiva  independencia.

Haciéndose  "hombre"  (Lucas  2:39-40;  51-52)

En  Nazaret,  Jesús  día  a  día  se  va  haciendo  "hombre".  La  vida  de  relación  familiar,  el  ejemplo  y  la  asistencia  de  un  José  de  conducta  ejemplar,  y  de  una  madre  sabia  y  amorosa  favorecen  su  crecimiento  y  madurez.

El  Jesús  adolescente  vive  cerca  del  lago  de  Tiberias.  Sin  duda  aprende  a  nadar,  a  conocer  de  barcas  y  de  pesca;  disfruta  de  sano  compañerismo  con  los  jóvenes  de  su  vecindario;  ayuda  a  su  padre  en  el  taller  de  carpintería,  y  alivia  a  su  madre  en  las  tareas  pesadas  del  hogar.

No  en  otro  lugar  debió  aprender  bien  todos  los  detalles  de  las  labores  agrícolas  que  le  servirían  de  bello  trasfondo  ilustrativo  a  su  predicación  y  enseñanza.  Nazaret  era  una  aldea  eminente­mente  agrícola,  enclavada  en  una  colina  que  desciende  abrupta­mente  a  la  llanura  de  Jezreel,  granero  de  Israel.

Jesús  pasa  los  umbrales  de  la  adolescencia.  Ahora  es  un  joven  apuesto  y  varonil.  Le  nacen  bigote  y  barba.  En  la  escuela  rabí-nica,  que  es  como  el  colegio  y  la  universidad  de  su  tiempo,  y  en  los  libros  y  las  pláticas  con  los  suyos,  ha  aprendido  las  Escrituras,  la  geografía  y  la  historia  de  su  pueblo.  Sus  compañeros  se  van  casando  y  formando  hogares.  Él  espera...  María  espera...  José  también  espera.  Saben  que  se  dará  un  signo:  una  orden  de  partida.  Todos  oran  juntos,  trabajan  juntos,  aman  juntos,  hasta  que  llega  el  día.  Primero  será  el  encuentro  y  el  bautismo  con  Juan  en  el  Jordán,  luego  las  bodas  de  Cana,  la  predicación,  los  milagros.

Nazaret  ha  cumplido  su  misión

Nazaret  preparó  en  la  tierra,  con  la  asistencia  de  Dios,  al  Salvador  del  Universo  venido  de  los  cielos.  Contribuyó  a  forjar  la  más  recia  personalidad  de  un  Jesús  convencido  y  bien  forma­do,  pero  a  la  vez  modeló  el  más  dulce  carácter,  amable  y  com­prensivo,  asequible  al  trato  y  la  comunicación  con  todos.

En  Nazaret,  Jesús,  como  hombre,  encontró  el  mejor  ambiente  para  formarse  y  prepararse  para  la  gran  misión  que  le  había  encomendado  el  Padre.  La  santa  pedagogía  de  amor  y  disciplina,  estudio  y  trabajo,  oración  y  consejo,  comprensión  y  buen  ejemplo  del  hogar  de  Nazaret  hicieron  posible  la  integral  formación  humana  de  Jesús:  el  hombre  perfecto,  el  Maestro  del  buen  vivir,  "apacible  y  humilde"  (Mateo  11:29),  sereno  ante  las  crisis  y  los  peligros  (Mateo  8:24-27),  sabio  e  incisivo  ante  la  insidia  (Lucas  20:20-26),  valiente  y  enérgico  ante  el  pecado  y  la  injusticia  (Juan  2:13-16),  generoso  y  comprensivo  ante  el  arrepentimiento  (Juan  8:3-11),  noble  y  magnánimo  para  con  los  enemigos  (Juan  18:11),  elocuente  y  profundo  en  la  exposición  de  la  verdad  (Lucas  6:20-49),  responsable  y  valiente  ante  el  deber  (Mateo  16:21-28),  fiel  a  su  misión  hasta  la  muerte  (Juan  19:30).

¡Venid,  venid  a  Belén,  a  Nazaret!  Aprended  a  ser  padres  y  madres.  Venid,  hijos.  Descubrid  el  secreto  de  crecer  en  gracia  y  sabiduría,  fuertes,  bien  formados;  sabios  y  robustos  de  alma  y  de  cuerpo.

Inserción  misionera  de  Jesús  en  Nazaret

El  tiempo  de  Jesús  en  Nazaret  se  conoce  como  el  de  "su  vida  oculta"  y  se  le  atribuye  poca  importancia.  Sin  embargo,  la  tiene  y  no  poca  por  cierto.  A  muchos  desconcierta  el  hecho  de  que  Jesús  se  hubiera  ocultado  en  Nazaret  por  casi  treinta  años.  Todo  esto  no  deja  de  esconder  un  gran  misterio  al  que  tratamos  de  dar  explicaciones  sumarias  y  superficiales:  que  eran  los  años  de  preparación  de  Jesús;  que  allí  nos  enseñó  la  humildad,  la  obe­diencia  y  las  virtudes  ocultas.  Todo  esto  no  deja  de  ser  verdad,  pero  no  explica  del  todo  lo  que  a  nuestros  ojos  aparece  como  un  tiempo  excesivo  e  improductivo;  un  despilfarro  de  los  talentos  sorprendentes  de  Jesús,  en  una  aldea  semipagana  y  sin  prestigio  (Juan  1:46).  En  una  palabra,  una  verdadera  pérdida  de  tiempo.

¿Por  qué  Nazaret  en  la  vida  de  Jesús?  Digamos  que  en  Nazaret  su  encarnación  se  radicaliza  y  alcanza  su  máxima  intensidad.  Jesús  se  inserta  allí  en  la  condición  humana,  con  todo  su  realismo,  compartiendo  la  suerte  de  la  gente  corriente  de  su  tiempo.  Jesús  se  sitúa  en  el  lugar  de  la  gente  ordinaria  compartiendo  su  trabajo  y  su  condición  prosaica  de  cada  día,  no  como  una  "experiencia"  pedagógica,  sino  como  parte  del  estilo  de  vida  que  le  acompañará  siempre  en  su  actividad  pública  y  en  su  pasión.  En  Nazaret,  Jesús  no  es  el  Maestro  o  Rabí  que  predica  y  enseña  con  sabiduría  que  deslumhra;  eso  vendrá  después;  ni  es  tampoco  el  taumaturgo  que  atrae  multitudes  por  sus  milagros  y  obras  maravillosas.  Es  un  simple  ciudadano;  el  hijo  de  la  aldeana  María,  y  de  José  el  carpintero.  Si  en  su  actividad  misionera  posterior  brilla  su  misericordia  liberadora,  y  en  su  pasión  su  inmolación  redentora,  en  Nazaret  brillan  su  caridad  y  amor  fraternales,  y  su  amistad  y  solidaridad  con  los  que  comparten  la  rutina  cotidiana  de  una  existencia  más  bien  opaca  y  gris,  sin  mayores  sobresaltos  ni  cambios  espectaculares.

El  espíritu  de  Nazaret

¿Qué  significa  Nazaret  para  nuestra  vida  humana  y  cristiana?  ¿Qué  lecciones  podemos  aprender  de  este  Jesús,  hombre  de  hogar,  oculto  en  la  rutina  diaria  de  una  aldea  escondida  en  las  montañas  de  Galilea?  Nazaret  podría  ser,  como  muchos  la  consideran,  un  lugar  y  tiempo  de  formación  y  preparación.  Una  especie  de  novi­ciado  antes  de  entrar  de  lleno  al  ministerio  por  el  que  todos,  a  ejemplo  de  Jesús,  deberíamos  pasar.

Por  hermoso  y  romántico  que  esto  parezca,  no  agota  sin  embargo  toda  la  significación  de  la  vida  oculta  de  Jesús.  Nazaret  tiene  en    misma  una  dimensión  completa  y  trascendental.  Se  trata  de  la  dimensión  de  la  vida  en  todo  su  transcurso,  en  su  totalidad;  incluyendo  todo  aquello  que  parece  no  tener  que  escribirse  ni  proclamarse,  porque  es  lo  que  ocurre  todos  los  días  a  todo  el  mundo;  aquello  que  casi  no  se  menciona  porque  todos  lo  conocen  y  hasta  la  suponen.  Sin  embargo,  con  toda  su  rutina  cotidiana  simple  y  ordinaria,  no  deja  de  tener  su  importancia,  y  muy  grande,  porque,  además  de  ser  la  etapa  de  la  formación  y  el  crecimiento,  representa  el  compromiso  diario  de  Jesús  con  la  existencia  total,  incluyendo  la  rutina  de  cada  día,  los  amigos,  vecinos  y  allegados,  aquellos  con  los  que  nos  rozamos  y  tropeza­mos  cada  día.


Podemos  tener  el  trabajo  más  variado,  importante  e  intere­sante;  nuestra  acción  podrá  ser  muy  amplia  e  influyente.  Pero,  a  corto  plazo,  en  cualquier  misión  o  trabajo,  se  impone  lenta­mente  la  rutina,  la  repetición,  lo  ordinario,  el  contacto  con  la  gente  corriente,  con  las  tareas  sencillas  de  cada  día.  El  espíritu  de  Nazaret  vivido  por  Cristo  nos  enseña  a  vivir  todo  esto  a  plena  conciencia  y  plenitud  y  con  un  gran  amor.  El  espíritu  de  Nazaret  nos  ayuda  a  valorar  lo  ordinario,  como  Jesús  lo  valoró:  la  gente,  los  vecinos,  los  amigos  de  cuadra  y  de  colegio,  aquellos  que  a  veces  nos  "hacen  perder  tiempo",  nos  crean  pequeños  proble­mas,  o  nos  causan  sencillas  sorpresas  y  alegrías.

Nazaret  como  inserción  misionera  por  otra  parte  significa  aprender  a  valorar  el  testimonio  sencillo,  la  simple  presencia  de  la  amistad,  el  compañerismo  y  la  ayuda  espontánea  entre  veci­nos,  las  calles  y  los  caminos  que  recorremos  cada  día  para  ir  al  trabajo  o  a  la  escuela;  las  labores  domésticas  que  nadie  reconoce  y  los  sencillos  intercambios  de  simpatía  y  cariño  con  los  que  nos  rodean  las  veinticuatro  horas  del  día.

Nazaret,  prueba  de  madurez

El  evangelista  dice  que  en  Nazaret,  "Jesús  siguió  creciendo  en  sabiduría  y  estatura  y  cada  yez  más  gozaba  del  favor  de  Dios  y  de  toda  la  gente"  (Lucas  2:51-52).  En  Nazaret,  Jesús  madura­ba.  El  imitar  a  Jesús  en  su  inserción  en  la  vida  ordinaria  de  su  hogar  y  de  su  aldea,  que  en  nuestro  caso  representan  el  medio  social  y  familiar  en  que  Dios  nos  ha  colocado,  puede  servirnos  para  verificar  nuestra  propia  madurez  espiritual.  Pues  el  amor,  la  pobreza,  la  solidaridad  y  el  servicio  del  evangelio  no  se  prue­ban  en  lo  extraordinario,  sino  en  la  rutina  de  cada  día.  Los  gestos  proféticos  de  heroísmo  solidario  con  nuestro  prójimo,  por    solos  pueden  ser  grandiosos,  pero  tienen  su  ambigüedad;  pueden  convertirse  en  "vanidosos"  testimonios  de  nuestra  grandeza  y  vanagloria.  En  cambio,  los  gestos  sencillos  y  espontáneos  de  la  vida  oculta,  como  la  vivida  por  Jesús  en  su  hogar  de  Nazaret,  conllevan  el  valor  de  la  humildad,  del  servicio  sin  condiciones,  y  de  la  autenticidad  de  sentimientos  y  propósitos.

La  caridad  espectacular  se  puede  disfrazar  en  sus  motivacio­nes  y  desviar  sus  objetivos  en  busca  de  satisfacciones  egoístas,  honores  y  prestigios  humanos.  No  así  el  ejercicio  monótono  de  la  caridad,  la  paciencia  y  la  comprensión  que  nos  impone  el  convivir  con  aquellos  que  Dios  nos  ha  regalado  como  miembros  del  círculo  íntimo  y  familiar;  o  aquellos  con  quienes  nos  trope­zamos  cada  día  en  el  camino.

La  fidelidad  a  nuestro  propio  Nazaret  es  lo  que  presta  auten­ticidad  y  coherencia  a  los  momentos  más  públicos  y  brillantes  de  nuestra  vida  y  misión.  Nazaret  nos  recuerda  que  la  madurez  del  amor  y  la  justicia  se  da  no  tanto  con  las  personas  y  situaciones  que  nosotros  elegimos,  sino  con  aquellas  que  la  vida  nos  impone;  aquellos  que  por  circunstancias  y  caminos  misteriosos  el  Señor  ha  puesto  en  nuestro  camino  y  han  llegado  a  ser  nuestros  "próximos"  o  prójimos.  Ese  es  nuestro  Nazaret:  los  familiares,  los  compañeros  de  trabajo,  los  que  se  acercan  a  nosotros  por  cualquier  razón,  los  que  viven  bajo  nuestro  mismo  techo,  o  comparten  nuestro  diario  trasegar.  Ellos  son  los  que  ponen  a  prueba  la  madurez  de  nuestro  amor  al  prójimo,  pues  por  ser  cercanos  conocemos  sus  defectos  que  nos  irritan,  surgen  incom­patibilidades  y  malos  entendidos  y  a  veces  resentimos  sus  acti­tudes,  juicios  u  opiniones.  La  tentación  es  ignorar  los  cercanos  por  los  lejanos,  viviendo  un  amor  y  una  justicia  de  grandes  ideales  pero  sin  concreción  inmediata.  Tenemos  ideas  sociales  y  políticas  avanzadas,  pero  faltamos  a  la  justicia  juzgando  a  los  que  vemos  habitualmente,  o  actuando  sin  misericordia  con  los  subordinados,  o  dejándolos  mal  para  salvar  nuestro  prestigio.

Nazaret  y  Belén

En  la  vida  de  Jesús,  Nazaret  sigue  a  Belén  y  queda  conectada  directamente  a  su  inserción  misionera  y  redentora  buscada  y  querida  por  él,  el  Hijo  de  Dios,  en  la  vida  y  naturaleza  humanas.  Nazaret,  pues,  repite  y  profundiza  la  inserción  del  pesebre  en  sus  dimensiones  de  humildad  y  sencillez.  Antes  de  asumir  las  grandes  responsabilidades  de  la  misión  y  del  ministerio  asigna­dos  por  Dios,  o  desenvolvernos  en  los  ambientes  superiores  de  nuestra  profesión  o  trabajo,  debemos  aprender  a  vivir  una  vida  desprendida  de  vanos  prestigios,  que  exige  renuncias  y  sacrifi­cios.  Esto  nos  permitirá,  como  ocurrió  con  el  Jesús  oculto  de  Nazaret,  crecer  y  madurar  en  libertad,  sin  ataduras  ni  compro­misos  con  el  mundo  y  sus  vanidades.

Esta  renuncia  interior  se  expresa  en  una  práctica  exterior,  en  un  estilo  de  vida  sencillo,  sin  ostentaciones  ni  lujos  innecesa­rios,  coherente  con  el  estilo  de  vida  de  Jesús.  Eso  es  Nazaret,  un  estilo  de  vida  que  no  fue  elegido  por  Jesús,  sino  que  le  fue  impuesto  por  su  Padre  como  parte  de  su  misión:  un  pueblo  gris,  marginado,  de  obreros  manuales,  sin  muchos  horizontes.  Cada  seguidor  de  Jesús  tiene  su  propio  Nazaret  representado  por  el  medio  ambiente  de  lugares,  personas  y  circunstancias  en  que  Dios  lo  ha  hecho  nacer  y  vivir.  Y  es  en  ese  medio  donde  prime­ramente  debe  aprender  a  insertarse,  como  principio  de  su  mi­sión,  aceptando  el  escenario  que  Dios  ha  preparado  para  su  formación  y  preparación,  ante  todo  como  hombre  de  hogar,  miembro  de  una  familia.  Nazaret  llama  a  la  inserción  radical.  Como  prolongación  y  profundización  del  espíritu  del  pesebre,  llama  a  la  madurez  espiritual  y  ministerial  verificada  y  acrisolada  por  lo  cotidiano.  Al  así  comprenderlo,  estaremos  mejor  preparados  para  seguir  a  Cristo  en  las  exigencias  de  su  inserción  en  su  vida  y  ministerio  públicos.

Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.
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