Un tal Jesús
Un hombre como nosotros
El Hijo del hombre que come y bebe
Mateo nos transcribe en el capítulo once de su Evangelio la descripción que hace Jesús de la persona y ministerio de Juan el Bautista, que termina con una invectiva contra sus enemigos que "teniendo oídos, no querían oír", ni comprender:
¿Con qué puedo comparar a esta generación? Se parece a los niños sentados en la plaza que gritan a los demás: 'Tocamos la flauta, y ustedes no bailaron; cantamos por los muertos, y ustedes no lloraron'. Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y ellos dicen: 'Tiene un demonio.' Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: 'Éste es un glotón y un borracho, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores.' Pero la sabiduría queda demostrada por sus hechos.
Mateo 11:16-19
Obviamente, Jesús emplea aquí su agudo sentido del humor utilizando una hipérbole, figura retórica que exagera las palabras, para recalcar el sentido o mensaje. Por supuesto que Juan comía y bebía; "su comida era de langostas y miel silvestre", nos dice el mismo Mateo (3:4). Sin embargo, la gente conocía a Juan por su austeridad y ascetismo riguroso. Algunos, a quienes molestaba su mensaje, lo acusaron de "loco o endemoniado". Pero llega Jesús, que come y bebe de todo, y tampoco les agrada su mensaje; y quieren librarse de él, acusándolo de "comilón y bebedor". Estaban equivocados. Ni Juan estaba loco, ni Jesús era un libertino.
Jesús era una persona normal y evitaba los extremos. Comía y bebía como todo mundo y sabía portarse de acuerdo con las circunstancias. Estaba dispuesto a pasar privaciones y a aguantar hambre. Mateo nos dice que en el desierto, "después de ayunar cuarenta días y cuarenta noches, tuvo hambre" (4:2). Por eso comprendía a los que sentían hambre. Defendió a sus discípulos cuando arrancaron espigas en día de sábado para calmar su hambre (Mateo 12:1-8).
Para representar su vida austera y pobre, usa otra metáfora hiperbólica: "Las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza" (Mateo 8:20). Conocía de privaciones y amaba la sencillez, pero comía y bebía lo que le presentaban, e incluso participaba en banquetes, fiestas y en bodas. Es decir, practicaba lo que enseñaba a sus discípulos: "Cuando entren en una casa, digan primero: 'Paz a esta casa.' Si hay allí alguien digno de paz, gozará de ella; y si no, la bendición no se cumplirá. Quédense en esa casa, y coman y beban de lo que ellos tengan, porque el trabajador tiene derecho a su sueldo. No anden de casa en casa" (Lucas 10:5-7). Este y muchos pasajes más nos muestran a un Jesús humano, totalmente humano, el Hijo del hombre que come y bebe.
Algunos escritores antiguos y hasta padres de la Iglesia quisieron dispensar a Jesús de ciertas necesidades humanas, que pensaron podrían ser degradantes para su persona; y dijeron ciertas cosas que hoy nos hacen sonreír, como por ejemplo, que Jesús, como era Dios, no necesitaba comer, y que lo hacía sólo para que no se sorprendieran los que vivían con él (Clemente de Alejandría). Cirilo de Alejandría afirmaba que Jesús no podía sentir dolor, pero que se permitía a veces derramar lágrimas para solidarizarse con el dolor de otros. Hilario llegó hasta asegurar que para sentir nuestros sufrimientos, Jesús tenía que transformar su naturaleza, a través de un milagro. Se les abona la buena voluntad a estos padres, que querían exaltar la divinidad de Jesucristo a costa de su humanidad. Pero debemos admitir que se trata en verdad de una teología muy incipiente, que con el trascurso de los siglos y las definiciones de los concilios se iba a corregir. Porque sabemos, por testimonio de los Evangelios, que el Hijo de Dios, al encarnarse, asumió en toda su integridad la naturaleza humana.
El Hijo del Hombre también se cansa y fatiga
Ese día al anochecer, les dijo a sus discípulos:
—Crucemos al otro lado.
Dejaron a la multitud y se fueron con él en la barca donde estaba. También lo acompañaban otras barcas. Se desató entonces una fuerte tormenta, y las olas azotaban la barca, tanto que ya comenzaba a inundarse. Jesús, mientras tanto, estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal, así que los discípulos lo despertaron.
—Maestro —gritaron—, ¿No te importa que nos ahoguemos?
Él se levantó, reprendió al viento y ordenó al mar:
—¡Silencio! ¡Cálmate!
Y el viento se calmó y todo quedó completamente tranquilo.
Marcos 4:35-39
Cuando el Evangelio dice que Jesús se despertó, quiere decir que se despertó, y si se despertó, es porque estaba dormido. Dormido en medio del viento y de las olas y del ir y venir de los discípulos intranquilos ante el peligro. Estaba tan profundamente dormido, que hubo que sacudirlo para despertarlo. Había predicado todo el día, como era su costumbre; yendo de un lugar para otro. Y parte de la noche la había pasado en vela, en oración, como era también su costumbre. Por eso, al tenderse sobre los aperos del barco en la popa, se durmió al instante, porque su cuerpo, igual que nuestros cuerpos en iguales circunstancias, le pedía descanso.
Hermoso espectáculo que nos revela parte del misterio del Dios hecho hombre: duerme plácidamente entre las olas y el viento el Señor de la tempestad, que con sólo una palabra hará que el mar se calme. En una sola viñeta tenemos representada la totalidad de la personalidad de Jesús: Dios y hombre.
Los rasgos humanos de la personalidad de Jesús no escapan a Juan, que es el evangelista que resalta más el aspecto divino de Jesús. Basta leer el prólogo de su Evangelio que nos narra la preexistencia de Cristo, en el seno de la Trinidad, para luego afirmar su plena humanidad al hacerse carne, hombre como nosotros. En el pasaje de la samaritana (Juan 4:1-19), nos presenta a un Jesús hombre entre los hombres y las mujeres:
... llegó a un pueblo samaritano llamado Sicar, cerca del terreno que Jacob le había dado a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se sentó junto al pozo. Era cerca del mediodía. Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida. En eso llegó a sacar agua una mujer de Samaría, y Jesús le dijo —Dame un poco de agua. Juan 4:5-8
Tenemos aquí a un Jesús hambriento y cansado, que se sienta en el brocal del pozo a esperar a que sus discípulos traigan algo de comer. Tiene también sed, pero carece de medios para sacar agua del pozo profundo. Por eso no tiene ningún reparo en pedir a la mujer que llega con su cuerda y su cántaro que le dé por favor de beber. Es lo que haría cualquiera que está acosado por la sed. Por encima de cualquier otra interpretación espiritualista del pasaje, debemos mirar primero la realidad escueta de un Jesús humano sediento, que busca ayuda para calmar su sed. Me encanta este Jesús, que se revela en la plenitud de su realidad humana; y se identifica plenamente con mi naturaleza humana que se cansa y siente hambre y sed en los caminos de la vida, y sabe pedir ayuda.
Luego viene la segunda parte del episodio, en la que la personalidad de Jesús, el Salvador, Mesías, Hijo de Dios, se revela, actúa y convence a la mujer de su realidad de Mesías-Salvador; y la entusiasma de tal modo con su misión que la convierte en evangelista, anunciadora de las buenas nuevas de salvación para todo el pueblo. Pero este aspecto del Jesús divino no se habría revelado, si el Jesús hombre no hubiera actuado tan natural y auténticamente como un ser humano, delante de la mujer. Es la revelación completa del Jesús total: síntesis magistral de lo que Jesús es: Dios verdadero y hombre completo: Hijo de Dios e Hijo de hombre.
El equilibrio de Jesús
Jesús nos enseña con su vivir y accionar el más admirable equilibrio de una personalidad ajustada y perfecta. Pablo lo comprendió muy bien y trató de imitarlo, para nuestra enseñanza y ejemplo. Como el Maestro, el apóstol sabía también de largos viajes y caminatas agotadoras; de cansancios y de hambres, peligros y escaseces. Y sabe asumir con decisión y amor todas estas vicisitudes personales. Pablo ganaba su sustento con sus propias manos, según lo testimonia a los ancianos de la iglesia de Efeso: "No he codiciado ni la plata ni el oro ni la ropa de nadie. Ustedes mismos saben bien que estas manos se han ocupado de mis propias necesidades y de las de mis compañeros" (Hechos 20:33-34). Incluso sabemos de su oficio, que era el mismo de sus amigos Aquila y Priscila, que se dedicaban a fabricar carpas o tiendas de campaña (Hechos 18:3).
Una iglesia estuvo muy adentro del corazón de Pablo: la de Filipos. Fue esta iglesia la que le ayudó económicamente cuando sus ocupaciones y viajes misioneros no le permitían trabajar lo suficiente para suplir sus necesidades básicas. Filipos fue la iglesia que menos problemas le causó al apóstol; y fue a los filipenses a quienes Pablo expresó una especial simpatía y dirigió los cumplidos más sentidos y sinceros: "Doy gracias a Dios cada vez que me acuerdo de ustedes. En todas mis oraciones por todos ustedes, siempre oro con alegría..." (Filipenses 1:3-4).
La personalidad equilibrada de Pablo, imitando a Jesús, se revela en el siguiente párrafo, en el que guarda maravillosamente el equilibrio sin querer aparecer por una parte desagradecido, ni mostrar por otra, ambición o codicia. El pasaje es un modelo de delicadeza evangélica que refleja precisamente la correcta actitud evangélica que lució en la persona de Jesús, imitada aquí por uno de sus discípulos más aventajados.
En el pasaje observamos a un Pablo humano, prototipo de misionero y pastor sacrificado, feliz en su sacrificio porque sabe que procediendo de este modo está sólo imitando a su Maestro:
Me alegro muchísimo en el Señor de que al fin hayan vuelto a interesarse en mí. Claro está que tenían interés, sólo que no habían tenido la oportunidad de demostrarlo. No digo esto porque esté necesitado, pues he aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en que me encuentre. Sé lo que es vivir en lapobreza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
Sin embargo, han hecho bien en participar conmigo en mi angustia. Y ustedes mismos, filipenses, saben que en el principio de la obra del evangelio, cuando salí de Macedonia, ninguna iglesia participó conmigo en mis ingresos y gastos, excepto ustedes. Incluso a Tesalónica me enviaron ayuda una y otra vez para suplir mis necesidades. No digo esto porque esté tratando de conseguir más ofrendas, sino que trato de aumentar el crédito a su cuenta. Ya he recibido todo lo que necesito y aún más; tengo hasta de sobra ahora que he recibido de Epafrodito lo que me enviaron. Es una ofrenda fragante, un sacrificio que Dios acepta con agrado. Así que mi Dios les proveerá de todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús.
Filipenses 4:10-19
Es la actitud sana, equilibrada de Jesús, imitada por Pablo, que todos deberíamos adoptar ante los bienes y posesiones terrenales y las privaciones y sacrificios de la vida; ante el alimento y el ayuno; la abundancia y la escasez; ante el placer y el dolor. El cristiano, como Jesús y como Pablo, debe decir: "Estoy preparado para todo." Debe aprender a disfrutar de las cosas buenas de la vida cuando vienen, hasta saber pasar sin ellas cuando faltan. "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece", decía el apóstol. En verdad, Jesús nos fortalece con su gracia, poder y presencia porque nos comprende, ya que pasó por todas estas experiencias; porque fue uno de nosotros, un ser humano completo en su humanidad, para el cual nada humano le fue ajeno, con la sola excepción del pecado (Hebreos 4:15). Y porque en su persona divina y humana supo vivir el maravilloso equilibrio de lo trascendental y lo terreno; desde la intimidad de su ser delicado y tierno, hasta las acciones diarias ordinarias y a veces prosaicas que marcaron su paso por la tierra. Terminemos con una brillante frase de León Magno sobre Jesús: "Totalmente suyo y totalmente nuestro." Ahí está todo. Ese es Jesús, Hijo de Dios, pero un hombre como nosotros.
Fuente: Jaramillo, L. (1998) Un tal Jesús. Ed. VIDA EE.UU.
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